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La Izquierda Diario
25 de septiembre de 2014 Twitter Faceboock

La isla Demarchi y la decadencia más alta del kirchnerismo
Julián Morales

El plan propuesto por Cristina Fernández de Kirchner para el Polo Audiovisual en la isla Demarchi sigue desatando diversas polémicas y discusiones sobre aspectos vinculados al crecimiento de la ciudad y el impacto de las grandes obras arquitectónicas.

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El proyecto ya había sido anunciado en 2012, posteriormente se realizaron intentos de desalojo de trabajadores de los talleres ubicados en la península, con el fin de llevar a cabo este pomposo edificio que nada tiene que envidiarle a las pretensiones neoliberales de elevar grandes torres, como es el caso de Puerto Madero.

La finalidad de la exhibición de su propio “Hollywood argentino” es tratar de tapar el sol con la mano y mostrar una Argentina pujante, lejos de la realidad que está planteada en este tiempo, en el marco del fin de ciclo kirchenrista, en medio del golpe devaluatorio, el estancamiento de sectores de la economía vinculados a la construcción (paradójicamente) y a la industria automotriz. Tal como pasó en otros tiempos, cuando el ex presidente Menem y sus delirios con los proyectos de viajes a la estratósfera mostraban un modelo en decaimiento.

Cristina pronosticó que el Polo Audiovisual se convertirá en "el símbolo de la Ciudad, por su originalidad, creatividad y colores" y que constará de un edificio que, con una altura de 335 metros, será "la torre más alta de Latinoamérica", detrás del Chrysler Building y el EmpireState de Nueva York.

La discusión que suscita semejante desembolso de capital hace a dónde se destinan los recursos, cuando vemos que en la ciudad de Buenos Aires la falta de viviendas se sigue incrementando y durante esta década no hubo ningún plan serio para terminar con esta problemática.

Hitos y monumentalismo

Durante el siglo XX, posterior a la derrota que implicó el ascenso del fascismo en Alemania, Italia y diversos países europeos, junto con la consolidación de un estado obrero burocratizado con el stalinismo en la ex Unión Soviética, se comenzó utilizar la arquitectura como instrumento de poder. Lo que en la etapa de la revolución había sido vanguardia, como el constructivismo ruso, empieza a degenerar en un retroceso no solo a nivel arquitectónico y artístico, sino también en la subjetividad de la clase obrera. Los grandes emblemas que mostraban los avances que había logrado la Revolución de Octubre, como es el caso del monumento a la Tercera Internacional de Tatlin, empiezan a ser opacados por el neo monumentalismo que promueve Stalin, como es el caso del Palacio de los Soviets, concurso que gana Iofan y luego será cuestionado por Siegfried Gideon y Le Corbusier.

Citando a Jorge F. Liernur “Los regímenes autoritarios del siglo XX (…) han continuado utilizando masivamente la Arquitectura como expresión de ese poder. Pero tampoco han dejado de hacerlo los Estados y gobiernos democráticos, antes y después de la Segunda Guerra Mundial. Es una idea equivocada, fomentada especialmente a partir de la Guerra Fría, la de suponer que el monumentalismo y las grandes operaciones edilicias de celebración del orden y ciertos valores tradicionales han sido exclusivo patrimonio de los primeros” debido a que los sistemas democráticos como Estados Unidos con el New Deal o Francia con la socialdemocracia, también utilizaron al monumentalismo como forma de expresión de la arquitectura.

Durante la segunda mitad del siglo XX se empieza a generar lo que se denominó Nuevo Monumentalismo, que tiene que ver con un mundo de posguerra en el que los grandes hitos muestran los “avances” que el sistema capitalista podía dar. Los grandes edificios con sus lujosas fachadas eran una representación arquitectónica ligada al mercado y a la generación de profesionales liberales que atiendan las necesidades que el sistema necesitaba expandir a nivel mundial.

También se verifica esta tendencia internacional en intervenciones en Medio Oriente como Dubai y Abu Dhabi, donde según David Harvey en Ciudades Rebeldes “han surgido proyectos urbanísticos asombrosos, espectaculares y en ciertos aspectos criminalmente absurdos, como forma de absorber los excedente de capital surgidos de la riqueza petrolífera de la forma más lujosa, socialmente injusta y medioambientalmente ponzoñosa posible”.

Lo que se verifica es que la discusión centrada en la generación de grandes monumentos como el que plantea Cristina, quien dijo “debo ser la reencarnación de un gran arquitecto egipcio", no se basa en la posibilidad o no de construir en altura, sino con qué finalidad, con qué función y para quién está planteada semejante obra arquitectónica. El aumento de la acumulación de valor en una localización urbana promueve el aumento del valor del suelo, y esto lejos de beneficiar a los que más lo necesitan lo que provoca justamente es una expulsión de los sectores más empobrecidos a las periferias o áreas con mayor degradación socioambiental. Si no se contraponen con medidas que combatan la pobreza y la marginación, las intervenciones urbanas solo generaran un mayor proceso de gentrificación.

Foto: Presidencia de la Nación
 
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