En la anterior nota sobre el debate por la autodeterminación de las naciones y la cuestión nacional, habíamos repasado algunas de las principales posiciones al interior de la II Internacional. De igual manera, habíamos visto el desarrollo de la posición de Lenin en discusión con los austromarxistas por un lado, y Rosa Luxemburgo por el otro. A los primeros, les criticaba su visión pacifista sobre las nacionalidades y las esperanzas de una solución en los marcos de una democracia burguesa liberal. En la discusión con la Revolucionaria polaca, Lenin le criticaba el énfasis casi exclusivo en el desarrollo de las fuerzas productivas y, la determinación de estas en la generación en las condiciones objetivas para una revolución socialista. El dirigente bolchevique buscaba recuperar el entendimiento de la clase obrera, no solo por el desarrollo de las condiciones objetivas, sino también considerando el estado de su subjetividad. En este sentido, la clase obrera como clase viva, no se encontraba exenta de las presiones exteriores y los prejuicios sociales. Sin embargo, las demandas de emancipación nacional, como aspiración y movimiento político real, precisaban una formulación programática por parte de los revolucionarios que no podía limitarse a la simple contraposición de nacionalismo versus internacionalismo proletario. La principal inquietud de Lenin ante la cuestión nacional era cómo mantener la unidad de las filas obreras Desde esta perspectiva se daba espacio a una política aparentemente contradictoria: la pelea por el derecho a separación de los países oprimidos en los países opresores y, la lucha por la unidad con los obreros de los países opresores en los países oprimidos pero sin negar la posibilidad de la constitución de un estado independiente.
Tal preocupación tenía un aspecto coyuntural. El debate se dio antes y durante de la Primera Guerra Mundial, donde obreros de distintos países se masacraron entre sí en una escala nunca antes vista, según las necesidades de sus clases dominantes y del capitalismo que había ingresado en su fase imperialista. Pero, al mismo tiempo, era una problemática de cara a una futura sociedad socialista. ¿Cómo se relacionarían los obreros de distintas nacionalidades y culturas después de la toma del poder?
En este artículo abordaremos dos elementos del problema. En primer lugar, la tensión entre la condicionalidad y la incondicionalidad del derecho a autodeterminación de las naciones. Es decir, si el reconocimiento de las demandas nacionales era válido para todos los casos. Como veremos, si bien existía una cierta tendencia a la incondicionalidad, esta se encontraba constantemente atravesada por las vicisitudes de la coyuntura política. Algunos historiadores liberales, como es el caso de Richard Pipes, argumentan que la política hacia las nacionalidades de los bolcheviques no fue más que un oportunismo en busca de sumar fuerzas contra el zarismo. Por el contrario, en este artículo sostendremos que esta no es más que una lectura reduccionista de una problemática bastante más compleja. El cómo actuar en cada caso fue parte de las decisiones más delicadas que debieron afrontar los bolcheviques. Una contradicción permanente entre la correcta fundamentación del principio y la complejidad de la situación política objetiva.
El segundo elemento, e indisolublemente ligado al punto anterior, es justamente una reconstrucción histórica de la aplicación del principio en los primeros años de la revolución. Posteriormente, indagaremos el ulterior giro sobre la cuestión nacional en el termidor stalinista como negación de los postulados de Lenin.
Cerca de la revolución
El estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914, modificó el entendimiento del dirigente bolchevique sobre el carácter de la cuestión nacional. La Socialdemocracia alemana había votado los créditos que precisaban sus burguesías nacionales para desatar la guerra. En este momento, Lenin actualizó sus posiciones en torno a dos viejos debates de la historia de la socialdemocracia. Primero, una elaboración propia sobre el imperialismo y sus implicancias en el terreno de la política. Segundo, es en este período que Lenin comenzó a profundizar sobre la dictadura del proletariado.
Estos dos aspectos, conllevaron a la revisión de sus posiciones previas. Por ejemplo: Anteriormente, había señalado el caso de Suiza, en donde convivían distintas nacionalidades, como un ejemplo de la posibilidad de la paz entre naciones producto del desarrollo del capitalismo y la democracia consecuente que eran el resultado de las revoluciones burguesas del Siglo XIX (Lenin, Notas críticas sobre el problema nacional, 1977 (1913), págs. 368-369). Sin embargo, en su fase imperialista, el capitalismo se había vuelto en un depredador de nacionalidades. En 1916, sostenía que: “…la socialdemocracia debe postular la división de las naciones en opresoras y oprimidas como esencial, fundamental e inevitable bajo el imperialismo.” (Lenin, La revolución socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación, 1977 (1916), pág. 246). En este sentido, Lenin dividía a los distintos países en avanzados, colonias y semicolonias. A estos, se sumaban los particulares países de Europa del Este que sin ser países capitalistas avanzados, englobaban hacia su interior una constelación de nacionalidades oprimidas. De esta categorización se definía las características de sus movimientos nacionales y las tareas políticas en cada uno de ellos. De igual importancia, con los nuevos aportes, el problema de la opresión nacional dejó de estar vinculado simplemente al “atraso” ruso; era, por el contrario, un elemento integral del capitalismo moderno. Esta revisión del problema lo llevaba a concluir: “Bajo el capitalismo no es posible suprimir la opresión nacional (ni la opresión política en general). Para ello es imprescindible suprimir las clases, es decir, implantar el socialismo.” (Lenin, Balance de una discusión sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación, 1977 (1916), pág. 466). La nueva perspectiva conllevaba a la extinción de la vieja polémica en torno a la condicionalidad kautskiana del apoyo al reclamo en casos particulares. La postura borraba medias tintas: contra toda anexión, contra cualquier privilegio de una nación sobre otra, por la independencia de todas las colonias. Lo que estaba en juego era la lucha implacable de Lenin contra la repetición de la traición que había cometido la socialdemocracia reformista. Así, el principio de autodeterminación alcanzaba su estado pleno. En este momento, se contempla también una revisión en torno al levantamiento de la consigna de la federación a la que Lenin se había opuesto previamente. Al respecto de su aplicación en el socialismo la política sería “Unión voluntaria de las naciones” (Ibidem). Más detalladamente sostuvo:
“Para eliminar la opresión nacional hace falta una base (la producción socialista), pero sobre esta base son necesarios, además, la organización democrática del Estado, el ejército democrático, etc. Al transformar el capitalismo en socialismo, el proletariado crea la posibilidad de eliminar totalmente la opresión nacional; ¡esta posibilidad se convertirá en realidad “solo” -! “solo”! - con la aplicación integral de la democracia en todas las esferas, incluyendo la determinación de las fronteras de acuerdo con las “simpatías” de la población, incluyendo la plena libertad de separación.” (Ibidem)
En definitiva, la libertad de separación era la garantía última de la unión voluntaria no coercitiva
La cuestión nacional en la revolución del 17
La previsión de Lenin sobre la importancia del factor nacional se demostró desde febrero de 1917. Este hecho se dió inclusive en sectores sociales que no habían demostrado un activismo en virtud de sus reivindicaciones nacionales hasta entonces. Trotsky explicaba este hecho para el caso ucraniano: “El campesinado (…) no había formulado en el pasado reivindicaciones nacionales porque en general no se había elevado hasta la política” (Trotsky, Historia de la Revolución Rusa, 2012 (1930), pág. 711). Unos días antes de la Revolución de Octubre, Lenin redactó una revisión al programa del partido. Evidentemente, el principio de autodeterminación continuaba siendo materia de debate ya que Lenin se vió en la necesidad de señalar: “En lugar de la palabra “autodeterminación”, que ha dado lugar a numerosas falsas interpretaciones, propongo el concepto muy preciso: “derecho a la libre separación”” (Lenin, Revisión del programa del partido, 1976 (1917)). Más adelante, aclaraba, por enésima vez, que la voluntad del partido era la unión y no la separación, pero que tal unión no podía sostenerse en base a la fuerza.
La infatigable lucha de Lenin por el sostenimiento del principio de autodeterminación le valió sus frutos. El levantamiento de la consigna generó simpatías en sectores donde los bolcheviques no poseían una influencia consolidada, Trotsky llegó a escribir tiempo después: “el nacionalismo resultó ser un bolchevismo poco maduro.” (Trotsky, Historia de la Revolución Rusa, 2012 (1930), pág. 714). Esto no quiere decir, ni mucho menos, que las masas en virtud de la nación se hayan colocado del lado bolchevique de manera unívoca. Los resultados fueron dispares en las distintas regiones de la “Gran Rusia”. En aquellos sectores donde la explotación por partes de las clases dominantes coincidía con la opresión del nacionalismo ruso, las masas tendieron a apoyar a los bolcheviques. Otro factor a considerar, fue la importancia del trabajo político y las posiciones previas que las distintas organizaciones habían llevado adelante en torno a las demandas nacionales. A lo que se apunta es a señalar que no fue tan solo una guerra de clases en el sentido más estricto del término. Clases y nacionalidades se conjugaron a la hora de elegir de bandos. Una posición que ignorase las aspiraciones nacionales de las masas hubiera significado una seria dificultad de la expansión de la revolución. Un análisis de las posibilidades de la revolución sin demanda nacional queda, por supuesto, en el terreno de las conjeturas. Sin embargo, es preciso señalar que el impulso de la consigna nutrió a los bolcheviques de sectores en los que no disponían de un consolidado trabajo de organización previo.
Aun así, los bolcheviques partieron desde atrás respecto al problema de las nacionalidades. En parte, por las características de la organización de los revolucionarios rusos que agrupaba a múltiples organizaciones a lo largo del territorio. No todas estas organizaciones estaban de acuerdo con la perspectiva de Lenin y, en las que estaban, no todos sus integrantes compartían la misma opinión. Aún peor, la guerra significó una sangría implacable de capital humano para el partido bolchevique. Muchos de los mejores cuadros del partido perdieron su vida en el campo de batalla. En contrapartida, muchos nuevos militantes ingresaban al partido sin el conocimiento de la tradición marxista que había caracterizado a los viejos militantes; y la guerra no era el escenario propicio para una formación adecuada.
Durante la guerra, Lenin se vio obligado a hacer su primera concesión sobre el principio de autodeterminación. El hecho estuvo enmarcado en la polémica sobre las negociaciones de paz con Alemania. La firma del tratado Brest- Litovsk, significó en los hechos la pérdida de Polonia. Por este motivo, algunos militantes del partido bolchevique sostuvieron que el tratado con Alemania significaba negar el derecho a la autodeterminación de Polonia. Al respecto del problema, Lenin argumentó:
“Pero si la situación concreta es tal, que la existencia de la república socialista se halla en este momento en peligro por haber sido infringido el derecho de autodeterminación de algunas naciones (Polonia, Lituania, Curlandia, etc.), se comprende que los intereses de la conservación de la república socialista están en primer plano” (Lenin, Para la historia de una paz infortunada, 1976(1918)
La postura de Lenin, aunque muy discutida en el partido, era coherente. En última instancia, el futuro de la revolución dependía de su extensión a los países más desarrollados y una derrota del estado obrero significaba una derrota de la autodeterminación de las naciones más allá de Polonia. El contexto de guerra, como circunstancia extraordinaria, distorsionaba la aplicación indiscriminada del principio de autodeterminación. Este hecho, no significaba un retorno a la perspectiva kautskiana de la condicionalidad, aunque en forma pueda resultar engañoso, porque no se encontraba sustentado en la consideración del capitalismo como las mejores condiciones para el desarrollo proletario sino a las circunstancias ocasionales de la guerra.
Otro país que se encontraba en el ojo de la tormenta sobre la autodeterminación era Ucrania. Allí, durante el Gobierno Provisional, los nacionalistas ucranianos se habían conglomerado en torno a la Rada de Kiev que se autoproclamó como gobierno de Ucrania. Esta situación generaba una división al interior del país ya que simultáneamente existían Soviets que no reconocían al gobierno de Kiev. Estos soviets eran particularmente fuertes en los territorios del margen este del Río Dnieper. La tensión aumentó luego de la Revolución de Octubre. Los bolcheviques levantaron la necesidad de un Congreso de Soviets de la región de Ucrania para definir la organización político territorial. La Rada que continuaba adjudicándose la legitimidad de su gobierno se negó rotundamente. Ante esta situación , Lenin declaraba:
“Acusamos a la Rada de una política burguesa falsa, que encubre con frases nacionalistas, política que se expresa desde hace tiempo en el no reconocimiento de los soviets y del poder soviético de Ucrania (entre otras cosas, la Rada se negó a convocar inmediatamente un congreso regional de los soviets ucranios, como habían exigido los soviets de Ucrania). Esta política falsa, que no nos permite reconocerla como representante con plenos poderes de las masas trabajadoras y explotadas de la República Ucrania, ha hecho que en los últimos tiempos la Rada tomará medidas que anulan cualquier posibilidad de acuerdo.” (Lenin, Manifiesto al pueblo de Ucrania, con un Ultimátum a la Rada ucraniana, 1976 (1978), pág. 20)
Sin embargo, el Congreso de Soviets ucranianos todavía contemplaba la participación del nacionalismo ucraniano no sovietico. La fractura con los nacionalistas ucranianos no socialistas no se daría hasta que la situación militar se vuelva insostenible. La división militar en torno a criterios étnicos entre tropas rusas y ucranianas, la libertad que la Rada le otorgó a los cosacos contrarrevolucionarios del Don y, por último, la represión desatada contra los comunistas en Kiev fueron los desencadenantes finales de la ruptura. Richard Pipes, uno de los historiadores que ha estudiado más profundamente la relación entre los nacionalismos y la Unión Soviética, y cuyas simpatías no se encontraban con los revolucionarios soviéticos, admite: “(…) El separatismo ucraniano fue, en gran medida un movimiento en gran medida de la intelligentsia, alentado y financiado por los austríacos y los alemanes.” (Pipes, Russia under the bolshevik regime, 1994, pág. 147)
El estallido de la Guerra Civil en Ucrania, encontró a la Rada alineada con el imperialismo Alemán que le valió la pérdida de apoyo popular. En este contexto, Polonia volvió a entrar en escena. El dirigente del ala derecha del PSP, Pilduski, había quedado a cargo del gobierno Polaco estableciendo un regimen dictatorial. En Abril de 1919, el ejército polaco descargó una ofensiva sobre Ucrania y consiguió apoderarse de la ciudad de Kiev. No obstante, el Ejército Rojo pudo coordinar rápidamente una contraofensiva exitosa. Al llegar a la frontera ucraniana-polaca, los bolcheviques se encontraron en un dilema. La guerra, hasta entonces, tenía un carácter estrictamente defensivo, pero con el ejército polaco en retirada ¿ Debían los bolcheviques continuar su avance o, por el contrario, ofrecer un tratado de paz a Pilsudski? Lenin quería proseguir la ofensiva, Trotsky se opuso (Carr, La Revolución Rusa, de Lenin a Stalin 1917-1929,1977). La legitimidad de la operación radicaba en que el proletariado polaco aprovechase la oportunidad para levantarse en armas contra su gobierno. Con esto en mente, el Ejército Rojo continuó su avance hasta Varsovia, pero la ciudad resistió el avance. Los años de opresión rusa sobre Polonia, habían generado una enorme desconfianza entre las masas. La guerra sovietico- polaca convenció a los bolcheviques de la imposibilidad de la expansión de la revolución por medios de las armas.
En definitiva, el contexto bélico hacía imposible una política homogénea sobre la cuestión nacional que fuera aplicable a todos los casos. Cada situación dependía, por lo tanto, más de la caracterización particular que de una generalización abstracta del principio. La complejidad propia del asunto no implicaba la utilización de la fuerza en aquellos destinos que se alejaban del interés propio de los bolcheviques y en ello destaca el obrar consecuente de los bolcheviques. En el mismo documento que hemos señalado antes, la política era diferente para el caso finlandés: “No hemos dado un solo paso contra la república burguesa de Finlandia, que por el momento sigue siendo burguesa, que equivalga a restringir los derechos nacionales o la independencia nacional del pueblo finés” (Lenin, Manifiesto al pueblo de Ucrania, con un Ultimátum a la Rada ucraniana, 1976 (1978), pág. 19)
La autodeterminación traicionada
Ahora bien, cuando la intensidad de la guerra comenzó a disminuir, se desnudaron las contradicciones que esta había engendrado al interior del partido. En este sentido, dos elementos entraron en juego: el proceso de burocratización y la falta de entendimiento de las reflexiones de Lenin. Estas tendencias estallaron en el caso georgiano, tierra natal de Stalin. No nos detendremos en la reconstrucción detallada del caso, excelentemente realizada por Moshé Lewin en su “El último combate de Lenin” (1970). Nos ocuparemos simplemente de señalar algunos aspectos de dicho trabajo que hacen a la cuestión que hemos indagado a lo largo de estas líneas. En sus últimos días, Lenin asediado por la enfermedad, utilizó el resto de sus fuerzas para seguir profundamente dos problemas de la naciente U.R.S.S.: la NEP y la cuestión nacional. Cuando nos referimos a la cuestión nacional este término puede resultar un tanto equívoco; porque en realidad lo que el dirigente bolchevique enfrentó hasta el último de sus días fue el chovinismo ruso. La importancia del aspecto nacional cobraba una importancia tan superlativa que Lenin consideró la nacionalidad como un criterio de la presidencia del Comité Ejecutivo Central (Lewin, 1970, pág. 77). El caso georgiano en el que las fuerzas militares del partido se comportaron como una fuerza de anexión, preocupó enormemente a Lenin. En esta tierra lejana, quizás una de las menos importantes del imperio zarista, el dirigente bolchevique observó, con gran perspicacia, que estaba en juego el futuro de la revolución: sus posibilidades de triunfo o degeneración.
En esta pelea, fue Trotsky quién entendió más profundamente la perspectiva de Lenin sobre la cuestión nacional. En 1923, publicó su artículo "Sobre la cuestión nacional". Allí, Trotsky presenta un diálogo imaginario entre dos militantes bolcheviques que encarnan las tendencias existentes al interior del partido. Por un lado, se presenta a un militante enérgico, pero recién ingresado al partido cuya comprensión del marxismo es todavía superficial. Su interlocutor, por el contrario, posee más experiencia e intenta transmitirle un análisis de raíz del problema. De esta manera, el militante experimentado sostenía:
“Los comunistas existen para resolver el problema nacional como parte constitutiva de la cuestión más general de la organización de la vida del hombre sobre la tierra. (…) tenemos que permitir que los muchos millones de personas que componen nuestro pueblo, y que pertenecen a diferentes nacionalidades, hallen a través del estado y de otras instituciones dirigidas por el partido, una satisfacción práctica viviente para sus intereses y requerimientos nacionales, para así permitirles deshacerse de los antagonismos y los prejuicios nacionales, todo esto no a nivel de grupo de estudio marxista, sino a nivel de experiencia histórica de pueblos enteros” (Trotsky, Sobre la cuestión nacional, 2019 (1923), pág. 206)
Contra quiénes minimizaron la cuestión nacional afirmando que en definitiva el problema de la lucha de clases era el principal, Trotsky afirmaba rotundamente: “Un criterio de clase sin la cuestión nacional, no es un criterio de clase, sino solo el tronco principal de tal criterio”. (Ibidem pág. 207). Esta perspectiva tuvo una de sus experiencias más avanzadas en el Congreso de Bakú de 1920. En este participaron delegados provenientes de la gran mayoría de las nacionalidades oprimidas de Oriente. Para su participación los delegados no debían necesariamente pertenecer al Partido Comunista. En la instancia participaron militantes de los movimientos de liberación nacional y se buscó unir esta perspectiva con la lucha socialista. Un asistente al congreso contaría que la iniciativa permitió que “miles de personas, convencidas de que no había contradicción entre ser bolchevique y musulmán, se unieran a las filas bolcheviques” (Ridell, 1993, pág. 30). Si bien podemos dudar de la compatibilidad entre la religión y el bolchevismo que se establece en esta frase, la misma esclarece un elemento. Esta forma de pensar las identidades y la subjetividad de la masa de tipo no socialista, estaba recubierta de una profunda esperanza en que la propia experiencia de la clase en lucha supere ese determinado estado de la conciencia. Esta visión difiere diametralmente de la lógica de un partido educador- coercitivo, el cual de antemano impone los valores, sin establecer ningún tipo de vínculo con el estadío previo de conciencia que no fuera la fuerza. Por el contrario, era en el terreno de la lucha de clases y la relación entre masas y partido de donde se partía para desarrollar la superación de la conciencia previa.
En definitiva, existían dos perspectivas al interior del Partido Comunista en pugna sobre cómo resolver el problema de las nacionalidades. El ascenso de la burocracia como negación de la Revolución de Octubre, significó, en el tópico particular que nos compete, la negación del principio de los derechos a la autodeterminación de las naciones al cuál Lenin se había ocupado de perfeccionar a lo largo de toda su vida: una traición dentro de la traición. De esta manera, sería la burocracia estalinista la responsable de proseguir la política que el zarismo había dejado inconclusa: la rusificación de las nacionalidades al interior del territorio. Tal tarea no podía ser llevada adelante, sino con la inusitada violencia que el estalinismo desplegó, por ejemplo, en el caso ucraniano. La interpretación vulgar del marxismo, la lectura etapista y la perspectiva de la posibilidad de la realización del socialismo en un solo país condujeron a la igualación del chovinismo ruso con la “cultura superior” que sostenía Stalin. El gran miedo de Lenin, se había vuelto realidad, el estado obrero adoptó los comportamientos imperialistas que tanto temía.
Reflexiones Finales
Las posiciones que sostuvieron los referentes del marxismo en torno a la cuestión nacional es a menudo presentado como un problema de sensibilidades. Esto es tan solo parcialmente cierto, la problemática principal giraba en torno al desarrollo político de los movimientos nacionalistas que surgieron en el período y como estos se encauzarían en un futuro socialista. Más exacto que la palabra sensibilidad, es la comprensión de las contradicciones subjetivas (sus sentimientos, experiencias y aspiraciones) que se albergaban en el espíritu de las clases explotadas y el tipo de relación que los revolucionarios tenían que establecer respecto a ellas. Como hemos visto, el principio de autodeterminación fue un concepto vivo al interior de la Segunda y la Tercera Internacional. Con esto nos referimos que el desarrollo del mismo estuvo condicionado por la lucha de clases, la lucha teórica, las discusiones internas en torno a las posibles estrategias y las consideraciones en torno a los criterios organizativos del partido. El principio encontró en Lenin su más férreo y consecuente defensor, quién a su vez fue el mayor dinamizador de la elaboración más acabada del concepto. Este mérito fue producto de la constante revisión que el dirigente bolchevique hizo de sus anteriores posiciones, en relación con la dinámica de los sucesos históricos y las elaboraciones teóricas, y no producto de una inspiración iluminada. La mirada que algunos historiadores, como Pipes, sostienen de un Lenin oportunista sobre las reivindicaciones nacionales con el único objetivo de vencer al zarismo es incapaz de explicar la lucha teórico-política que éste desplegó contra diversas posiciones que recorrieron cada uno el espectro de izquierdistas, economicistas, pacifistas, oportunista y separacionistas.
Dentro de este continuum, es posible distinguir tres momentos del pensamiento de Lenin con relación a la autodeterminación. Uno inicial, de defensa férrea del concepto, pero con debilidades teóricas. Un segundo momento, a partir de 1913 con la publicación de la correspondencia entre Marx y Engels, que va a solidificar la reflexión en torno a una tesis que Lenin no se cansaría de repetir “un pueblo que oprime a otro no puede ser libre”. Un último momento, cuyos elementos centrales, la reflexión en torno al imperialismo y la dictadura del proletariado, ya encontramos vigentes en 1916 y modificaron la lectura general del problema para Lenin. Es también este período, en el que Lenin comenzó a acercarse a la lectura permanentista de la revolución que había aportado Trotsky.
Asimismo, Pipes presenta una falsa dicotomía al sostener que: "La Teoría de la autodeterminación de Lenin, vista como una solución al problema nacional en Rusia, era totalmente inadecuada. Al no ofrecer a las minorías prácticamente ninguna opción entre la asimilación y la independencia total, ignoraba el hecho de que no deseaban ninguna de las dos”. (1964, pág. 49). La asimilación, entendida como eliminación forzada de todas las particularidades nacionales, fue la política del ala estalinista. El triunfo de esta postura no se encontraba por lo tanto en la génesis del Derecho a la autodeterminación sino en el desarrollo que sufrió la Revolución Rusa. Por el contrario, Lenin había comprendido que tal transformación sólo sería posible con una transformación total de las relaciones sociales, es decir, solo sería posible con la completa instauración del socialismo y la aplicación de la democracia más radical.
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