Este miércoles se celebra en Brasil el bicentenario de la Independencia. La fecha tiene dos particularidades: por un lado, al igual que el año pasado, Bolsonaro convocó a su base a las calles, con el objetivo de mostrar potencia política. Por otro lado, se enmarca en clima previo a las elecciones generales que se realizarán el próximo 2 de octubre.
Bolsonaro aprovechó el acto en Brasilia por el bicentenario de la Independencia del país para mejorar su ubicación hacia octubre. Hoy por hoy se encuentra detrás en todas las encuestas electorales.
Según la última encuesta realizada por la consultora IPEC, Bolsonaro está detrás de Lula da Silva, 44 % a 31 %. Lula lidera en la mayor parte de los estados, incluyendo en San Pablo (44 % a 28 %) y Minas Gerais (46 % a 30 %).
Con los números en contra, a Bolsonaro le urge reposicionarse.
Su discurso ante el público numeroso que se concentró frente a la Esplanada de los Ministerios, en el centro político del país, tuvo un contenido reaccionario pero esencialmente domesticado por los protocolos de la campaña electoral.
Esta vez no hizo discursos inflamados, como el 7 de septiembre pasado. Bolsonaro aceptó la sugerencia de su equipo de campaña e hizo un discurso disciplinado por la presión del régimen político, moderando el tono y sin hacer amenazas directas contra instituciones, con las que tiene en común un programa económico de ataque a los trabajadores, pero con las que tiene roces políticos.
Bolsonaro habló después del desfile militar, bajo la mirada de los generales que lo apoyan. Las Fuerzas Armadas, que se transformaron en un actor político central, dominando ministerios y secretarías, con múltiples privilegios en un país que sufre el hambre, mostraron abiertamente que no tienen ninguna "ala democrática" al vincular la celebración del bicentenario con el apoyo a la extrema derecha.
Bolsonaro se ubicó más como candidato que como presidente. El contenido reaccionario, anticomunista y machista de su discurso enalteció consignas clásicas de la extrema derecha como patria, dios y familia, apelando a sus votantes que estaban presentes. Comparó a las mujeres con princesas y entonó al lado de su esposa Michelle palabras de afirmación de su potencia sexual. Apostó a la estrategia ultraconservadora de 2018, con sus gritos anticomunistas, antipetistas y, cínicamente, contra la corrupción.
Este contenido reaccionario coexistió con un discurso que no se salió esencialmente del guión de campaña. No cuestionó los procedimientos electorales y las urnas, como había hecho en una reunión hace meses atrás con embajadores extranjeros. De conjunto, presentó un discurso moderado con de la promesa de mantener a todos los poderes dentro de las pautas de la Constitución.
Intentó dirigirse especialmente a mujeres y evangélicos. Para eso, le dió aire a Michelle Bolsonaro, vocera de la campaña que intenta cosechar votos en el público femenino más allá del mundo evangélico. Al lado de empresario aliados que financiaron la reaccionaria jornada, Bolsonaro mencionó directamente el día de la elección, el 2 de octubre. Pidió a sus seguidores que voten y cambien la opinión de quienes tienen otras preferencias.
"La voluntad del pueblo se hará presente el próximo 2 de octubre. Vamos todos a votar, vamos a convencer a los que piensan diferente a nosotros, vamos a convencerlos de lo que es mejor para nuestro Brasil. (...) Sabemos que tenemos por delante una lucha del bien contra el mal, un mal que perduró por 14 años en nuestro país, que casi quebró nuestra patria y que ahora desea volver a la escena del crimen. No volverán. El pueblo está de nuestro lado. El pueblo está del lado del bien. El pueblo sabe lo que quiere", dijo Bolsonaro, agitando el antipetismo.
En alusión a instituciones con las que comparte el autoritarismo, como el Supremo Tribunal Federal, Bolsonaro afirmó que, de ser reelegido, las traerá hacia "adentro" de las cuatro líneas de la Constitución a "todos los que osen quedar afuera de ellas". "Pueden estar seguros, es la obligación de todos jugar dentro de las cuatro líneas de nuestra Constitución. Con la reelección traeremos hacia dentro de esas cuatro líneas a todos los que osen quedar afuera de ellas", declaró.
Los movimientos políticos del 7 de septiembre están liderados por dos grupos clave para Bolsonaro: los ruralistas y los evangélicos. Simbólicamente, el Movimiento Brasil Verde y Amarillo, ligado al agronegocio, llevó tractores a Brasilia para demostrar su apoyo all presidente. En Río de Janeiro, líderes religiosos estarán al frente de la organización de un acto en Copacabana, como los pastores Silas Malafaia y Sóstenes Cavalcante.
Los grandes medios celebraron el tono disciplinado de Bolsonaro, y no tienen ningún problema con las reformas ultra liberales que llevaron el país a la miseria, al hambre, al atraso y a la dependencia.
Por el contrario, las banderas del ultra liberalismo y del conservadurismo tienen que ser combatidas en las calles, unificando a los trabajadores, para echar para atrás todo los ajustes económicos.
La campaña del PT no tiene nada de esto. Lula y Alckmin pretenden gobernar sobre la base de la alianza que se formó el 11 de agosto. De la mano de la gran burguesía no se van a revertir las privatizaciones y reformas que ayudaron a aumentar las ganancias de la gran patronal. Por eso, quieren una elección alejada de cualquier "turbulencia" por abajo, preparando su forma de gobernar en alianza con los que son parte importante de los sectores que llevaron a Bolsonaro al poder, lo que solo puede tener consecuencias nefastas para los trabajadores y el pueblo pobre, incluso en un eventual nuevo gobierno de Lula. Son Lula y Alckmin dando el mensaje de que van a volver a gobernar para la burguesía, manteniendo la obra económica del golpe institucional.
Las principales direcciones burocráticas de los trabajadores -CUT, CTB, Força Sindical y UGT- junto con los movimientos sociales, se adecuan a la "paz social" en beneficio de las elecciones y la transición pacífica. Ni siquiera convocaron a manifestaciones que le dieran a esta jornada un carácter combativo, opuesto a los actos reaccionarios de los empresarios y la extrema derecha.
Ninguna alianza con la derecha y los patrones servirá para ganarle a Bolsonaro. La clave está en la unidad de trabajadores para luchar contra el gobierno, los militares y todas las reformas ultra liberales.
Para eso hay que combatir a la extrema derecha con la más amplia independencia de clase, un programa anticapitalista para que no sean los trabajadores y el pueblo pobre los que arquen con los costos de esta crisis. Hay que tirar abajo las privatizaciones y reformas, empezando por la laboral, aboliendo cualquier tipo de flexibilización y luchando por plenos derechos. Esto tiene que estar ligado a la construcción de una gran pelea por la reducción de la jornada de trabajo, sin reducción de salarios, a 30 horas semanales para enfrentar la precarización y el desempleo, en la perspectiva de la división de las horas de trabajo entre ocupados y desocupados, y de su unidad. Trabajo digno para todas y todos: basta de naturalizar el trabajo precario, hay que atacar el fundamento de las ganancias capitalistas. |