Un parásito. Esa es la definición que le cabe al rey Carlos III, el nuevo monarca británico. Según acaba de revelar Paul Burrell -que ofició de mayordomo con Isabel II y de la princesa Diana- el ex príncipe hace todo tipo de pedidos insólitos.
Por ejemplo, todos los días alguien tiene que plancharle los cordones de los zapatos. Además, tienen que ponerle pasta de dientes a su cepillo porque él no lo hace.
Los pedidos no terminan ahí: quienes tienen que poner la pasta dental tienen que padecer el control del nuevo rey. El testimonio de Burrell indica que los ayudantes de cámara tienen que exprimir una pulgada (casi tres centímetros) de pasta. No más de eso.
Teniendo en cuenta este tipo de cuestiones, no resulta raro que Carlos III se haya ganado el apodo de “príncipe mimado”.
Las absurdas costumbres solo confirman lo completamente desfasada que está la monarquía en relación a la sociedad actual. Se trata de una institución medieval -sostenida por el Estado- con un objetivo esencialmente político: garantizar un poder por encima del conjunto de los actores sociales, capaz de mediar en momentos de crisis.
Es decir, una institución de carácter bonapartista, destinada a actuar como garante de la dominación social del gran capital.
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