Antifascistas es un recorrido cronológico por la historia del antifascismo español desde los primeros años de la Transición a la actualidad, con un amplio espectro que busca romper con una serie de estereotipos y clichés que rodean al movimiento. Su autor, Miquel Ramos explora los diversos antifascismos en una reivindicación de su lucha, de sus tácticas y enseñanzas al mismo tiempo que explica su importancia actual. Desde viejos enemigos como matones neonazis en las calles a cómo explotan las redes sociales, la amenaza de la extrema derecha hace actual y necesario para el debate una gran parte de los ejemplos y lecciones que nos puede aportar este texto.
Si bien sigue una línea cronológica, los capítulos se van repartiendo de forma casi temática para abordar como decimos la variedad de luchas e iniciativas antifascistas que ha habido en España. Este planteamiento tiene la virtud de que permite enlazar la importancia de conectar las luchas contra las diferentes opresiones no como batallas aisladas sino explicitando la unidad necesaria para combatir al opresor. Con ello, Miquel Ramos consigue recuperar enseñanzas, anécdotas y momentos que la propia fragmentación de los movimientos sociales a veces deja en el olvido.
Más allá de este importante trabajo de reivindicación que el autor realiza tras un periodo donde medios de comunicación y partidos políticos han criminalizado cualquier forma de lucha obrera, y en el caso del antifascismo de forma sangrante, consideramos que la obra abre el debate sobre una serie de cuestiones importantes para la izquierda española: la relación con el Estado burgués y la idea de las “izquierdas amplias”. Ambas cuestiones que trataremos de debatir en la segunda parte de esta nota.
Rompiendo estereotipos
Como decimos, uno de los principales objetivos de la obra es la de romper ciertos estereotipos que generan prejuicio contra los grupos antifascistas. El más importante de los estereotipos que, como explica el autor, ha sido potenciado de forma intencionada por los propios medios de comunicación, afirma que el antifascismo consiste en jóvenes violentos que buscan únicamente enfrentamientos físicos con otros grupos, como si se tratase de violencia entre bandas. Para Miquel Ramos, autor de este libro, es muy importante romper con esta imagen y para ello, no sólo dedica una parte importante del texto a desmontar esta manipulación mediática, sino que expone a lo largo de la obra múltiples ejemplos de qué es ser antifascista y quienes pueden serlo: todo el mundo.
“Las autoridades instauraron el relato de las tribus urbanas enfrentadas, la violencia juvenil o simplemente el gamberrismo. Una banalización del problema que, además, servía para equiparar a víctimas con verdugos, obviaba el carácter ideológico de esta violencia y ponía bajo el foco de la policía a quienes se negaban a poner la otra mejilla y plantaban cara” [1]
Ramos despliega una gran cantidad de casos y testimonios donde desvela que tácticas y causas han asumido los grupos antifascistas a lo largo de los años. Con ello consigue exponer cómo el movimiento antifascista ha apoyado y se ha nutrido de distintos tipos de activistas, que lejos quedan de la imagen más mediática (e interesada) que ha sido impulsada en televisión. Desde asociaciones de barrio, a grupos antirracistas, grupos de trabajadores, docentes… Antifascista puede serlo cualquiera y su forma de colaborar con la lucha puede ser variada como explica el autor, quien remarca constantemente eso sí, la necesidad en última instancia de reivindicar la autodefensa colectiva frente a los ataques de la ultraderecha. Y es por ello por lo que también explica las diferentes acciones que han tenido que tomar activistas antifascistas para combatir la violencia de la ultraderecha en las calles, teniendo esta última casi siempre algún apoyo cómplice de las fuerzas de seguridad del Estado.
El autor nos explica dicha complicidad y colaboración entre la ultraderecha y los cuerpos de seguridad que puede pasar del acoso a activistas de izquierdas a la facilidad con la que salen impunes de los juicios la ultraderecha. Como el propio Estado trata de lavar la imagen de los neonazis presentándoles como “jóvenes problemáticos” negando su violencia ideológica y planteándoles ayudas:
“Margarita Robles, entonces secretaria de Estado de Interior (…) afirmó en la presentación de un informe de Interior en septiembre de 1995: “En España se corre el peligro de magnificar un problema que es absolutamente minoritario”. La hoy ministra proponía trabajos sociales para jóvenes neonazis y “medidas resocializadoras” en el caso de que fueran menores de edad quienes cometieran “actos vandálicos”. Además, consideraba el comportamiento de estas bandas solo “antisocial”. [2]
De forma enriquecedora, la obra recoge en una serie de capítulos dedicados al feminismo y al antirracismo una serie de aprendizajes y debates que vivió el antifascismo, que permitió formar a sus militantes en la necesidad de combatir el conjunto de opresiones, a partir de la colaboración concreta de colectivos que anteriormente ni siquiera se pensaban a sí mismos compatibles ni muchos menos camaradas en una lucha común.
El libro también expone como reflejo de la evolución política del enemigo, la adaptación de la ultraderecha al nuevo escenario post crisis económica en 2008, con el surgimiento de “movimientos sociales neofascistas” que trataban con demagogia de extender su ideología reaccionaria en los barrios populares. Lo que planteó el nacimiento de iniciativas para combatirles, a partir de la construcción de organizaciones en barrios que desmontaban el discurso de odio y unían la propuesta antifascista a otra serie de luchas sociales como la lucha por la vivienda. Y como también, la ultraderecha ha sabido construir finalmente en toda Europa partidos que sí consiguen entrar a las instituciones y que se dotan de una legitimidad democrática gracias al sistema democrático liberal, planteando nuevos debates al movimiento antifascista sobre cómo combatirles cuando esto ocurre. La aparición de fenómenos como Vox es un punto de inflexión en el enfrentamiento político.
Además de ser una buena crónica del movimiento que recopila experiencias útiles para la actualidad, el texto desvela un latente debate estratégico que parece afectar al movimiento antifascista, y podemos afirmar, a una gran parte de la izquierda española y sus movimientos sociales: la tensión entre instancias de autoorganización obrera vs la incapacidad de romper con el Estado burgués. Esta tensión recorre las distintas historias que se nos narra y dan pistas de como se ha llegado al momento actual.
Chocando con los límites del Estado burgués
Si bien a lo largo del texto encontramos ejemplos de autoorganización como las actividades de las casas okupas que construyen comunidades en los barrios obreros y logran expulsar a la extrema derecha, o la vigilancia que los movimientos antifascistas ejercen sobre la ultraderecha, llegando controlar su correspondencia y siendo capaces de generar caos interno, el punto último es que sus luchas no logran ser independientes del Estado burgués. Se trata de un primer límite político que el lector puede percibir que el movimiento antifascista sufre si analizamos los distintos escenarios y tácticas que el libro nos describe, a pesar de que como explica el autor, dicho movimiento ha tenido una gran capacidad inventiva y de compromiso.
El Estado burgués siempre aparece como el árbitro que debe impedir el surgimiento de la extrema derecha, al mismo tiempo que objetivamente favorece su aparición pues pone en marcha las políticas que terminan haciéndola brotar. Esta frustración se expresa cuando se narran las dificultades para que se condenase a la ultraderecha en procesos judiciales, se reconociese a las víctimas y se generase una legislación que condenase los delitos de odio. En todos los ejemplos, parece que quien tiene en su mano barrer definitivamente a la ultraderecha es el Estado burgués, al que solo mediamente grandes y meritorias campañas políticas se le arrancan muy pocas victorias. Aparentemente el movimiento es incapaz de plantearse, aunque sea como hipótesis de futuro ser lo suficientemente poderosos como para resolver la situación independientemente de la burguesía y sus instituciones.
Una perspectiva que permite sin quererlo al propio Estado aprovechar las armas que han sido legitimadas por el movimiento antifascista para usarlas a su favor. Un ejemplo sencillo de esto y que es denunciado por Miquel Ramos tanto en este libro, como en su informe sobre la ultraderecha para la Fundación Rosa Luxemburg, es el uso que se le está dando al delito de odio para proteger a la policía y perseguir activistas de izquierdas. Lo que debía ser un arma legal para proteger a colectivos oprimidos que sufren violencia a todos los niveles acaba siendo un nuevo escudo legal para los guardianes del orden.
En otros momentos esto se expresa por la incapacidad del movimiento de forzar la mano a los actores institucionales para evitar que se produzcan episodios de violencia y como posteriormente, tras la tragedia, los mismos actores institucionales aprovechan para sacar rédito político. Una práctica que Ramos describe muy bien en el texto, por ejemplo, cuando describe la reacción institucional tras el asesinato de Lucrecia Pérez (migrante dominicana asesinada por un comando neonazi) y los intentos del movimiento antifascista de evitar lo sucedido y haber sido ignorado por partidos y burocracias sindicales en diversas reuniones:
“Entonces, los mismos que nos habían ignorado en aquella reunión volvieron a contactar con nosotros. Ahora sí querían una manifestación y salir en la foto (…) El día posterior a esta manifestación los antifascistas convocaron otra protesta para denunciar el asesinato neonazi y además poner el foco en la ley de extranjería; esto era algo que muchos de los convocantes de la manifestación del día anterior no habían secundado, entre ellos el PSOE- que era el partido en el Gobierno- y colectivos afines, que, después de ignorar las advertencias de los antifascistas, ahora pretendían protagonizar la indignación”. [3].
Si bien el texto hace patente esta debilidad del movimiento tras el recorrido propuesto, no encontramos sin embargo una propuesta alternativa expresada por el autor de forma explícita. Aunque aparece esta problemática, que se comprende rápidamente cuando se estudia el ejemplo de las dificultades para que se recogiesen en la legislación los delitos de odio y como a dicha victoria conseguida tras años de lucha se le da la vuelta para atacar precisamente al antifascismo, no se explícita qué hacer entonces. Un problema de estrategia política que consideramos que está relacionado con la idea de unas “izquierdas amplias”, donde todo el mundo cabe en la lucha contra el fascismo.
La trampa de las izquierdas amplias
Miquel Ramos comentaba en una presentación de este libro que, si en aquel momento un grupo de neonazis armados entrase a la sala donde se celebraba la presentación, estos atacarían a cualquiera de los asistentes sin pedirles un carné político. Y que, de forma lógica los asistentes se defenderían colectivamente olvidando temporalmente a qué corriente pertenecía cada uno. Con este ejemplo ficticio el autor simplifica lo que es en realidad todo un debate estratégico de más de 100 años, pero que es un buen ejemplo de los límites políticos del panorama actual para la izquierda española.
El problema de la hipótesis del autor es qué ocurre cuando salimos de la sala y nos proponemos construir una organización política capaz de barrer definitivamente a la extrema derecha y al sistema que la genera y alimenta. De forma obvia, en el ejemplo de Ramos nadie va a acordarse de quien reivindica qué tradición política para decidir si proteger colectivamente la integridad física del grupo. Pero una vez termine el enfrentamiento físico y toque pensar qué hacer a continuación, la cosa cambia.
La idea de Ramos sobre la necesidad de unas izquierdas amplias que sean antifascistas parte al menos inicialmente de una preocupación de que el antifascismo haya sido o podido ser durante mucho tiempo e incluso hoy en día un espacio minoritario y en algunos casos sectario. Condiciones que le impiden objetivamente cumplir sus objetivos. Por ello, propone la importancia de romper con esto generando iniciativas y políticas que manteniendo un programa mínimo consiga unir a la mayor cantidad de actores políticos y sociales posibles, como afirma al principio del libro: todo el mundo puede ser antifascista.
El problema de este planteamiento es que olvida todo el desarrollo estratégico que el marxismo revolucionario desplegó a lo largo del siglo XX y, por otro lado, parece ignorar cual fue el resultado de una estrategia de corte similar que también se aplicó el siglo pasado: el frentepopulismo.
Como explica la historia del movimiento obrero, la idea de una unidad amplia que incluye tanto a organizaciones obreras revolucionarias o reformistas junto que representan a la burguesía, siempre que estas últimas se declaren democráticas y antifascistas, es que tienden a desviar las luchas obreras hacia salidas totalmente negativas para los oprimidos. Esta estrategia de colaboración de clases termina desarmando al propio movimiento en tanto se ve obligado a reducir sus expectativas y objetivos bajo la idea de no “asustar” a sus aliados de las clases medias, renunciando a atajar de raíz el origen del problema. De forma última lleva a que la dirección de estos bloques resida en formaciones políticas que no buscan necesariamente derribar las instituciones que alimentan, cuidan y se benefician de la extrema derecha, sino que buscan cogobernarlas con la esperanza de plantear un capitalismo “más amable”.
Formaciones que como vemos en el libro (y podemos comprobar con ejemplos reales) se desentienden de la represión que ejercen los gobiernos de las que forman parte, como expresa por ejemplo Pablo Iglesias en una breve entrevista en un capítulo de Antifascistas, donde deja al PSOE la exclusiva responsabilidad de la represión policial. Dichas formaciones terminan allanando el camino a la demagogia de la ultraderecha cuando las promesas que han realizado en sus campañas se frustran debido a los límites que el propio sistema impone a quienes pretenden gobernar sus instituciones y lugares de poder. En ese momento ¿cómo plantear una lucha efectiva contra el fascismo cuando uno ha quedado ligado a quienes han terminado sembrando desconfianza y derrota en las filas obreras debido a su fracaso? Es esta falta de independencia política y más concretamente la de independencia de clase, la que inevitablemente hará fracasar esta política, que a priori se puede percibir como deseable, la unidad más amplia posible.
Con ello no planteamos que ciertas demandas y tácticas utilizadas por el movimiento antifascista para ampliar el público de sus campañas políticas y la fuerza de sus acciones deban dejar de usarse. Pero sí afirmamos que estas no deben supeditarse a una estrategia política que confíe en una burguesía que nunca ha dudado en apoyarse en la extrema derecha para protegerse ante cualquier conato de rebelión de los oprimidos, algo que el propio libro que reseñamos describe con detalle en varios ejemplos.
Aún con esta problemática, Antifascistas de Miquel Ramos es sin duda una muy recomendable obra para aprender lecciones sobre como se ha combatido a la ultraderecha en las calles de nuestro Estado y qué frentes aún en la actualidad siguen abiertos. El libro es una gran crónica de uno de los movimientos sociales más importantes de la historia reciente y que ha podido educar a miles de activistas de la izquierda. Precisamente por la actualidad de la necesidad del antifascismo y del auge de la extrema derecha es por lo que consideramos que la obra abre una serie de debates interesantes en un contexto de lucha social. |