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18 de septiembre de 2022 Twitter Faceboock

Ideas de Izquierda
Rusia, de la caída de la URSS a la guerra en Ucrania
Santiago Montag | @salvadorsoler10
Omar Floyd

Ilustración: Juan Atacho

Link: https://www.laizquierdadiario.com/Rusia-de-la-caida-de-la-URSS-a-la-guerra-en-Ucrania

A poco más de seis meses de la invasión de Rusia a Ucrania, existen varios interrogantes alrededor de la posición que ocupa el primero en el sistema mundial. Intentaremos hacer un análisis de sus condiciones materiales y geopolíticas a partir del surgimiento del Estado ruso y la restauración capitalista posterior a la caída de la URSS (1991). Si bien han pasado más de 30 años del inicio del proceso de restauración –ocasionado por causas internas y externas [1]– es importante retomar algunas definiciones que explican la actualidad del gigante ruso y los cambios en su política exterior. Haremos un repaso por los cambios históricos y el pensamiento geopolítico ruso, así como su actual relación con sus vecinos, en particular China.

De la crisis del 70 a la restauración capitalista

La restauración capitalista en Rusia fue uno de los hechos de mayor impacto en la lucha de clases a escala histórica. León Trotsky, en su libro La revolución traicionada (1936) estudia las contradicciones internas de la URSS y la consolidación de una burocracia contrarrevolucionaria con intereses propios en la conducción del Estado obrero que liquida los Soviets y toda democracia proletaria. En función del programa del “socialismo en un solo país” se constituye en enemiga de la extensión internacional de la revolución y genera las condiciones para la restauración. El aislamiento relativo de la URSS dentro del mercado mundial cimenta, entre otras cuestiones, diferencias de productividad entre los países imperialistas y el llamado “bloque socialista”, y que –a pesar de la expansión territorial de la URSS y su órbita de influencia post Yalta– se fueron ensanchando varias décadas hasta los 80 [2].

Las presiones hacia la restauración capitalista en la URSS se incrementaron a partir de los 70 [3], ya que su economía planificada estaba “estancada”, con índices de crecimiento más bajos que los de Occidente [4]. A partir de 1985 Mikhaíl Gorbachov promovió dos reformas de flexibilización del sistema soviético para adaptarlo a las nuevas condiciones internacionales: una económica (Perestroika) y otra política (Glasnost) [5] que sentaron las bases para la emergencia de una nueva clase social que ejerció mayor presión interna hacia la restauración capitalista. En diciembre de 1991, a pesar de que el 77,8 % de la población había votado en un referéndum por continuar en la URSS pero bajo un régimen federal, Gorbachov anunció su disolución [6].

Boris Yeltsin asumió el mando de la República Federal Rusa e impulsó la plena restauración del capitalismo a través de mecanismos de acumulación por desposesión que desmantelaron las relaciones sociales basadas en la propiedad colectiva de los medios de producción y anularon las conquistas históricas de la clase obrera, conformando una estructura todavía más dependiente de la industria hidrocarburífera y energética, a la que se agrega la renta por el remate de recursos públicos, la especulación financiera y el aumento de la tasa de explotación; en contraposición se reduce cada vez más la importancia en el PBI de la producción industrial manufacturera [7]. A nivel territorial se consumó lo que Putin definió como “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”, con la secesión de regiones ricas en producción tecnológica, industria, agricultura e hidrocarburos como Ucrania, los países del Cáucaso, el Báltico y Asia central, que juntos representaban un tercio del antiguo territorio soviético [8].

Del fondo a la reconstrucción estatal

La crisis tuvo consecuencias a escala geopolítica, montándose sobre una unidad coyuntural de objetivos entre la oligarquía rusa y las necesidades geopolíticas de los de Estados Unidos y los países Occidentales, basada en los amplios beneficios que les generaba a ambos la apertura económica sin restricciones y la integración de Rusia a los espacios de gobernanza mundial en los que se apoyaba el dominio pretendidamente unipolar norteamericano. En esta etapa la OTAN y la Unión Europea dan grandes pasos hacia el Este incorporando a su espacio de influencia a los países bálticos, aprovechando el momento de debilidad rusa. Por su lado Rusia, si bien trató de mantener una política de apoyo a Serbia en el conflicto de los Balcanes, se vio obligada a mantenerse mayormente al margen de la guerra, en la que el factor externo más influyente fue la intervención en Kosovo por parte de Estados Unidos y la OTAN. Rusia tenía muchos problemas domésticos mientras aspiraba a convertirse en parte de Occidente, pero esa ambición duró poco por el rechazo sistemático de Estados Unidos.

La devaluación descontrolada del rublo, con una híper inflación y un brusco empobrecimiento producto del remate de los recursos públicos, la especulación y la corrupción sistemática desembocó en la crisis financiera del de 1998, llamada “efecto Vodka” [9]. La magnitud de esa crisis debilitó la autoridad gubernamental y forzó un quiebre al interior del régimen político, resuelto con la construcción del liderazgo y posterior ascenso a la presidencia de Vladimir Putin en el año 2000 [10]. Putin reprimió al separatismo checheno en la última etapa del gobierno de Yeltsin y logró evitar la proliferación de nacionalismos y grupos etno-religiosos con pretensiones de mayor autonomía en las regiones en las que la población étnicamente rusa y religiosamente ortodoxa es minoritaria; también impulsó un nuevo pacto de convivencia entre la burocracia estatal “empoderada” y los oligarcas para mantener la estabilidad [11], aprovechando el superciclo de aumento de precios de los hidrocarburos (2000-2008). Su vínculo con los servicios de inteligencia y el ejército facilitaron la centralización del poder, esta orientación se fue consolidando a partir de una lectura novedosa de los cambios a nivel internacional, auspiciada por la emergencia de nuevas corrientes del pensamiento geopolítico ruso.

Rupturas y continuidades ideológicas del pensamiento geopolítico de Putin

El colapso de la URSS generó una profunda crisis de identidad en los 17 mil km2 donde conviven históricamente 194 etnias y nacionalidades diferentes (la mayoritaria es la nacionalidad étnica Russkii, 80 %), planteando un desafío a la reconstrucción del aparato estatal ruso. Como consecuencia, nuevas y viejas ideologías convergieron en el pensamiento geopolítico oficial ruso, siempre con el objetivo común de poner a Rusia otra vez en el centro de la escena mundial. En este sentido, el nacionalismo ruso adquiere una complejidad particular, donde es clave, desde su visión, la posición de centralidad territorial en el continente y la continuidad histórica del Estado ruso, independientemente de las rupturas [12]. Bajo este paraguas conviven diversas concepciones y tendencias en continua mutación con principios muchas veces contrapuestos. Entre ellos el Eurasianismo [13] (renacido en los años de Gorbachov) que por su carácter heterogéneo influye a varias escuelas geopolíticas posteriores. Si bien como corriente política se ha mantenido marginal, este pensamiento se asocia directamente a la ideología del Kremlin. Ciertamente, la influencia es innegable, pero se debe tener presente que comprende a varias corrientes políticas [14] y sus discursos alcanzan a representar tanto a los nacionalistas como a la oligarquía, que ven en esas ideas la realización de sus propios objetivos. La astucia putinista es mantener distancia al tiempo que los integra.

Lo que nos interesa es retomar la forma en que esta corriente percibe el espacio eurasiático, ya que para el eurasianismo es vital la reconstrucción del área de influencia rusa sobre el antiguo espacio soviético, privilegiando la negociación y la creación de intereses comunes por encima de la fuerza, pero dejando clara la hegemonía rusa [15]. Su objetivo central es controlar la “inestable periferia” (ex soviética) que puede exportar la situación de “inseguridad” al territorio de Ruso [16] y si bien mantienen desconfianza con el Asia-Pacífico, lo observan como el área de mayor dinamismo económico. Rusia tendría la misión de estabilizar y organizar el “corazón continental”, siendo, al mismo tiempo, un vínculo entre la civilización europea y la no europea, para cumplir con estas responsabilidades en la organización de la región eurasiática, Rusia debe volver a ser una potencia. La evolución de estas ideas, en consonancia con los intereses estatales, fue marcada por el proceso histórico que vivió Rusia en aquellos años [17].

Varios textos oficiales que plasmaron los objetivos a escala global de Rusia están cargados de las visiones e interpretaciones del eurasianismo, podemos citar como ejemplos algunos discursos del presidente Putin [18], las visiones geopolíticas de Vladislav Surkov (principal ideólogo de las operaciones en Ucrania 2014 y Siria 2015) dos artículos del Serguei Karaganov [19], jefe del Consejo de Política Exterior y de Defensa, en 2022 a partir de la guerra en Ucrania y dar cuenta de cómo las aspiraciones rusas de ser una gran potencia mundial [20] confluyen con el eurasianismo. Si bien es difícil poder ubicar a una sola escuela geopolítica dentro de la mesa chica del Kremlin, es posible identificar la dinámica entre las diferentes corrientes de acuerdo a las necesidades estatales y al eurasianismo cómo inspiración de varias de ellas. Como sugieren varios autores, priman los estatistas democráticos que observan una realidad multipolar en la que Rusia debe posicionarse para mantener un equilibrio entre la estabilidad interna y su relación con el exterior en su búsqueda por hegemonizar a sus vecinos.

En sus artículos Putin proclamó el ambicioso objetivo de construir “una poderosa asociación supranacional capaz de convertirse en uno de los polos del mundo moderno y servir como un puente eficiente entre Europa y la dinámica región de Asia-Pacífico”. Si bien hizo hincapié en que el proyecto se trataba de una integración económica, muchos (en Occidente) lo interpretan como un plan para restaurar el “Imperio ruso”. Putin comprende su política como una extensión de la tradición rusa que hunde sus raíces en tiempos pre soviéticos, basado en proteger sus extensas fronteras ampliando lo máximo posible su área de influencia y el control territorial en Europa del Este, política que –en contextos de guerra en las que estaba en juego su integridad territorial– han desplegado figuras tan disímiles como Pedro el Grande (Poltava, 1709), Alejandro I (Congreso de Viena, 1814) y Stalin (Yalta y Postdam, 1945) como “condición necesaria” para mantener la paz en su frontera occidental.

Por otra parte recupera el concepto de “Democracia soberana” acuñado por Vladislav Surkov, “El cardenal gris”, que parte de un modelo autoritario, que restringe libertades y se acerca a la Iglesia Ortodoxa (como símbolo supranacional). En 2019, Surkov escribía su visión geopolítica: “la alta tensión interna asociada con la retención de vastos espacios heterogéneos y la presencia constante en medio de la lucha geopolítica hacen que las funciones militares y policiales del estado sean las más importantes y decisivas”. Y en 2021, “para Rusia, la expansión constante no es solo una de las ideas, sino el verdadero existencial de nuestra existencia histórica”. Asimismo, Putin se apropió de la “Doctrina Karaganov” que proclama la defensa de los rusos en el espacio cercano como forma de extensión de la influencia regional. Esto proviene de la idea de "Mundo Ruso") (Russkiy Mir, adoptada desde principios de los 2000 en la doctrina geopolítica oficial. Luego de la invasión a Ucrania, Karaganov explicaba en un artículo, que “no se trata de Ucrania” sino que “la tarea es más amplia: construir un sistema viable sobre las ruinas del presente. Y sin recurrir a las armas, claro. Probablemente en el marco más amplio de la Gran Eurasia”.

En la práctica

El momento geopolítico establecido en la pos Guerra Fría –marcado por el unipolarismo norteamericano– influyó en la percepción rusa de su “espacio de influencia” geográfico. Este se transformó, por un lado, en la Comunidad de Estados Independientes (CEI) –para mantener algún tipo de coordinación política, económica y militar–, y por otro en un concierto de Estados ex soviéticos que se abocaron a la reconfiguración de su identidad nacional, cultural y religiosa, reorientando su política hacia un acercamiento a los principales centros de poder mundiales en ese momento [21]. Varios de estos países se ubican actualmente entre los más pobres del mundo (como Kirguistán o Tayikistán) y ninguno –salvo los países bálticos– mejoró sus índices en relación a la etapa soviética. En este sentido ha primado una situación económica precaria, que se combinó con tensiones étnicas y religiosas en todo el cinturón de países que rodea a Rusia, siendo estas sus preocupaciones principales a nivel geopolítico y una fuente constante de inestabilidad.

Putin, en un primer momento mantuvo los lineamientos internacionales de Yeltsin y fue aliado de los Estados Unidos [22]. A principios del 2000, cuando el imperialismo norteamericano aún pretendía ser la “potencia unipolar” [23], Moscú tuvo una política de no confrontación con la Unión Europea y de colaboración con EE. UU. en cuestiones de Seguridad [24]. En palabras de Poch-de-Feliú [25], cuanto más se consolidaba internamente el régimen, más cedía en el plano internacional, y más hostilidad recibía de Occidente. En los años siguientes las llamadas revoluciones de colores pusieron contra las cuerdas el orden post soviético establecido por las oligarquías [26]. Si bien no cambiaron por completo las bases de los regímenes locales, fueron un golpe a la influencia rusa. El objetivo de Estados Unidos y la Alianza Atlántica estaba claro: evitar que Rusia resurja como gran potencia y avanzar en su semi-periferialización socavando todos sus apoyos internacionales y generando el cerco estratégico.

Ante esto, Rusia se fue concentrando en recuperar la influencia política en estas regiones intentando contrarrestar a Estados Unidos y Occidente. El cambio en los lineamientos geopolíticos rusos mutaron de la mano de la transición de una economía “piratizada” (como la llama Alfredo Jalife], refiriéndose al dominio de un sector que maximiza su ganancia no a través de la inversión productiva sino de la renta extraordinaria, la estafa al Estado, el endeudamiento, la especulación y la formación de activos en el exterior) con gran dominio de los oligarcas y el sector financiero, a una basada en el control mayoritario estatal de las empresas explotadoras de recursos naturales (con Gazprom a la cabeza) y una oligarquía vinculada al Kremlin. Los nuevos objetivos nacionales se fueron gestando ante la ampliación de la UE y la OTAN provocando profundos roces con Putin, que veía como se desgastaban sus frágiles apoyos internacionales.

El giro se fue haciendo evidente. Rusia no apoyó la ocupación norteamericana a Iraq y vio cruzada una “línea roja” en 2008 cuando en Kiev el Presidente Bush presionó para que la OTAN acepte las candidaturas de Ucrania y de Georgia para ingresar a la Alianza. Esto envalentonó al gobierno pro occidental georgiano que desató la guerra de Georgia contra Osetia del Sur en 2008, la rápida victoria militar rusa (5 días de conflicto) –y la nula intervención occidental a favor de Georgia– dio un enorme prestigio interno a Putin que orientó su política contra Occidente, consolidando una base social que será un firme punto de apoyo para su política de recuperación del “área de influencia”, y la reconquista de su status de “súper potencia” de carácter “eurasiático”.

Ucrania fue la otra “línea roja”, que se consolidó tras el derrocamiento del gobierno pro ruso de Yanukovich y la posterior intervención militar en Crimea (2014), apuntalada en el apoyo a las “milicias rebeldes” y las “Repúblicas separatistas” en el este ucraniano [27]. Esta operación es concebida por la doctrina oficial de Putin como parte de una acción militar defensiva, ante lo que se percibe como el avance occidental sobre áreas de interés estratégico irrenunciable para Moscú, como la salida al Mar Negro y el establecimiento de bases militares de la OTAN en países directamente fronterizos. Por esto, la retirada de EE. UU. de Afganistán y de Asia central [28] se percibió como un rasgo más de declive hegemónico del imperialismo, y Rusia ha buscado ocupar ese espacio proyectando su poder hacia diversas áreas, desde África, Asia central, Cáucaso y Medio Oriente [29]. Al mismo tiempo estos jalones económicos, combinados con su posición de nexo entre Europa y Asia, le dan al país una gran proyección geopolítica (como muestran los cortes de gas a la Unión Europea). Su problema radica en que el armamento y las materias primas no son suficientes para lograr la integración euroasiática esperada y Rusia aún está lejos del estatus de gran potencia económica.

La economía y la profundidad estratégica en Ucrania

Como vimos, en la economía rusa post soviética primó la fuga de capitales, la primarización y el establecimiento de una oligarquía financiera y petrolera (actualmente subordinada al Estado), que para crecer impulsó un esquema donde gran parte de la composición orgánica del capital ruso se desmanteló, perdiendo complejidad y competitividad en relación a la estructura económica de la época soviética. A pesar de esta situación, las sanciones aplicadas contra el país luego de la invasión a Ucrania no han tenido el efecto esperado por Occidente –en principio estrangular su economía y obligarlos a retroceder posiciones en el teatro de operaciones ucraniano–, centralmente porque Occidente aún no puede revertir su dependencia de la provisión de hidrocarburos rusos (lo que Rusia ha convertido en su “arma geopolítica” más poderosa), ni morigerar el impacto que el conflicto tuvo en los precios de petróleo y gas, que se han disparado a niveles históricos. Aunque esto le da cierto aire, Putin está aplicando medidas de ajuste que afectarán a su propia base social, ya que el país vive la peor desaceleración de crecimiento desde la crisis del 2008. El PBI ruso se ha reducido en un 5 % y la tasa de disminución aumenta cada mes desde que comenzó la guerra. La industria petrolera y gasífera retrocedió en 2 %, mientras que la manufacturera en 4,5 %. Además la inflación oscila entre un 15 y 18 % luego que el rublo se desplomó y luego se recuperó en marzo. Los salarios erosionados por la inflación cayeron en un 6 % en comparación con el año pasado.

Entre los sectores industriales más afectados se encuentran los automóviles, camiones, locomotoras y cables de fibra óptica, ya que ha caído su producción en más de la mitad por la ruptura de cadenas de suministro globales. Una de las causas es la retirada de empresas japonesas, estadounidenses y europeas de Rusia. Algunas de estas fábricas reabrirán bajo propiedad de empresarios rusos, pero operarlas de forma independiente será difícil a causa de las restricciones mencionadas, algo que revelan los datos mensuales de las importaciones rusas de componentes industriales, que están muy por debajo de los niveles anteriores a la guerra.

El problema de la industria es importante por distintas razones vinculadas a la recuperación post crisis del 98, y porque es una enorme fuente de empleo en ciudades llamadas monogrods, donde las poblaciones dependen exclusivamente de la producción de las fábricas. Allí han tenido lugar protestas anteriormente contra los despidos, y las sanciones actuales anuncian que estas industrias no podrán soportar el impacto de las restricciones externas. Los costos de la guerra se acumulan a seis meses de la invasión (desde la recuperación de equipos dañados al aumento del presupuesto militar) a lo que se suma la presión de los gobiernos regionales, y una oleada de gastos que estimulará la inflación. La clave es la dependencia de los precios de los hidrocarburos que se encuentran en una leve baja desde el pico en junio luego del comienzo de la guerra lo que traerá problemas fiscales al gobierno. Por otro lado, los ingresos fiscales no petroleros han caído alrededor del 15 %. Por esto es que, salvo un repunte en los precios del petróleo, el gobierno ruso enfrentará un duro camino para contener una situación interna entre continuar con el gasto social y tolerar los déficits presupuestarios y la alta inflación, o aplicar un ajuste tal que ponga en juego su propia legitimidad. La economía rusa no pareciera que vaya a colapsar de manera que detenga el esfuerzo bélico del Kremlin. Sin embargo, el país enfrenta una fuerte recesión, una larga rutina de bajos niveles de vida y pocas esperanzas de una recuperación rápida.

Como explica Poch de Feliú, Rusia ya traía de arrastre una crisis que con la invasión a Ucrania, “el Kremlin, la elite gobernante rusa, ha pospuesto y a la vez profundizado su crisis”. Para 2021 el nivel de apoyo a Putin no superaba el 65 % (algunos medios occidentales daban un 30 %) luego de una reforma que atacaba las pensiones. “La nueva invasión ha resuelto [...] ese problema en lo inmediato, pero crea otros mucho más graves a medio y largo plazo”. El periodista español, a 6 meses de la invasión, afirma que el contrato social del putinismo se ha disuelto, que para los rusos la prioridad del bienestar está sobre la identidad de gran potencia y anuncia que la represión no podrá impedir una quiebra del régimen político [30].

Estos elementos refuerzan el concepto de “imperialismo militar” utilizado por Matías Maiello, donde prima una estructura económica que le brinda al país una profundidad estratégica de corto alcance, de hecho la guerra en Ucrania está desgastando sus capacidades a largo plazo (ver artículo de Esteban Mercatante en esta edición). Por esto, no es casual que Ucrania haya tenido margen para una “contraofensiva”.

Rusia y su relación con China

Es aquí donde entra el problema de China como nuevo competidor más que como un aliado.

El desplazamiento al que se ve obligada Rusia para preservar su posición de “potencia regional” es construir una (durante mucho tiempo improbable) alianza estratégica con China. Las profundas diferencias con los rusos [31], había empujado a los chinos a abrir las puertas a la influencia norteamericana (y sus aliados) en la década del 70, en plena guerra de Vietnam, momento en el cuál comienza a gestarse el comienzo de la restauración capitalista en China [32]. Bajo la premisa de consolidar espacios de discusión multilateral y articulación regional alternativos, China impulsó la formación del bloque BRICS, proyectó la Ruta de la Seda –que en el Ártico y en el centro de Asia requieren la colaboración estratégica de Rusia– y le dio mayor impulso a la formación de un área de influencia económica china con reglas distintas a las impuestas en Occidente en áreas sensibles, como el comercio, las finanzas, la transferencia tecnológica, la defensa y las patentes. En esta orientación china, Rusia es un actor clave.

El cerco de la OTAN sobre Rusia y las sanciones impuestas luego de la invasión a Ucrania obligaron a Putin a apoyarse en Pekín para construir un marco de acuerdos y complementariedades que le permitan desafiar las pretensiones de los Estados Unidos elaborando una agenda común con los chinos.

Este acercamiento no deja de ser un “matrimonio por conveniencia” entre dos grandes ámbitos de acumulación capitalista y estructuras de poder territorial [33], donde Rusia aparece subordinada a China. Solo puede mantener una relación de igual a igual en apariencia, a costa de poder convertirse a largo plazo en un proveedor de insumos energéticos a bajo costo para financiar el crecimiento chino. Rusia para China es entendida como una “herramienta geopolítica” que puede “desatar” o “ayudar a contener”, dependiendo de las oscilaciones de su vínculo con Occidente y el progreso de sus propios reclamos territoriales en el Sur del “Mar de China” y Taiwán. Resultaría beneficioso a China mantener como “parias internacionales” a países como Rusia o Irán, que habiendo sido tradicionalmente países competidores y hostiles hacia China, por “arte” de las sanciones occidentales pasan a ser más dependientes que nunca en su historia del gigante asiático.

Por lo tanto, la vuelta de Rusia como actor de peso en la arena mundial, tiene ciertos límites, expresados en su relación asimétrica con su principal socio y la voluntad explícita de los Estados Unidos para aislarlo dentro del escenario internacional, situación que no está en condiciones de revertir por el carácter bajo nivel de productividad (salvo en áreas estratégicas) y escala reducida del capitalismo dentro de su ámbito de acumulación, asociada a su debilidad demográfica en regiones extensas y ricas en recursos naturales no explotados como Siberia.

Algunas conclusiones

Rusia tiene objetivos en principio pragmáticos, pero anclados en aspiraciones de gran potencia mundial con capacidades materiales que ponen en duda su cumplimiento. Por el momento, no persigue objetivos más allá de la preservación de su “área de influencia”, o sea continuar teniendo el privilegio de oprimir a su periferia más cercana. Para mantener cierta autonomía geopolítica se apoya en su fuerza militar (nuclear) y palanca hidrocarburífera, jerarquiza las herramientas de carácter “multilateral” para establecer relaciones internacionales “multipolares” para confrontar con imperialismo atlantista, también limitar a China y para hacerse un lugar en el concierto mundial. En este sentido fueron los ejercicios militares Vostok 2022 en Siberia organizados por Rusia junto a 14 países eurasiáticos, entre ellos dos gigantes antagónicos como India y China [34]. Esta necesidad constante de Rusia de apoyarse en diversos aliados “alternativos” muestra sus capacidades de influencia política limitada a escala continental. Da cuenta que se trata de una potencia de alcance regional con elementos que lo ubican junto a países centrales dándole márgenes de autonomía relativa frente a otros competidores y capacidad de poner en cuestión el equilibrio capitalista, pero de conjunto priman sus rasgos de dependencia atenuada.

 
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