A pocos años de que el mundo fuera sacudido con la crisis de los años 30, nace Paulo Freire en la capital de Pernambuco, Recifes, al nordeste de Brasil. Para entender el pensamiento de Freire hay que partir, tal como él lo hubiese sugerido, del contexto histórico. Los años 60 serán los que verán grandes movimientos sociales y revoluciones. Vietnam y la derrota de los Estados Unidos, la primavera de Praga, Chile con sus cordones industriales, la revolución cubana, Francia y su mayo del 68, México y la Plaza de las Tres Culturas y el Cordobazo en Argentina reflejan la etapa revolucionaria en que se dan sus escritos.
La vida y obra de Paulo Freire puede dividirse en tres momentos: la etapa inicial en Brasil (que alcanza hasta 1964 con el golpe de Estado), su exilio (que lo lleva a recorrer Bolivia, Chile y Ginebra, entre otros países, hasta los años 80) y su regreso a Brasil, en el que asume como funcionario del Partido de los Trabajadores (PT), del cual fue fundador.
Freire estudió derecho en la Universidad de Recife y se doctoró en Filosofía de la Educación en 1956 a partir de su tesis “Educación y actualidad brasileña”. Será crítico con quienes encasillen su aporte pedagógico en el “método” de alfabetización únicamente, cuando su objetivo pretendía ser una mirada crítica a la educación brasileña, preocupado por los altos niveles de analfabetismo en la población rural, y de la educación en general. En 1963, bajo el gobierno de João Goulart, puso en práctica su primera experiencia educativa de grupo, dentro de la Campaña Nacional de Alfabetización, alcanzando la alfabetización de 300 trabajadores rurales de “Rio Grande do Norte” en 45 días.
Como consecuencia del golpe militar de 1964, estuvo 70 días en la cárcel. Su exilio durante 16 años le permitiría la “comprensión teórica de la educación como acto político”. En Chile, participó en diversos proyectos del gobierno demócrata cristiano de Eduardo Frei, como el programa de educación de adultos del Instituto Chileno para la Reforma Agraria (ICIRA). En 1967 escribió su primer libro, “La educación como práctica de libertad”. Y luego, su obra más famosa, “Pedagogía del oprimido” (1968) que no casualmente fue traducida primero al español e inglés que en su lengua natal. Tuvieron que pasar más de 5 años para que se pudiera leer en portugués y en Brasil.
Ya para ese entonces la influencia del marxismo en su pensamiento será visible: “No basta con leer que Eva vio la uva. Es necesario comprender qué posición ocupa Eva en su contexto social, quién trabaja para producir la uva y quién se beneficia de este trabajo”. Términos como explotadores-oprimidos recorrerán páginas enteras. La educación para Freire no será neutral (“la negación de la politicidad es en definitiva un acto político”), sino que será reproductora de la dominación y la ideología dominante. Es por eso, que frente a la pedagogía del opresor, para él era necesario un posicionamiento político que permitiera el desarrollo de una pedagogía del oprimido. Aquella que “deberá ser elaborada con él y no para él” para lo cual será clave que se “reconozcan como oprimidos”.
Por su creencia religiosa, hay quienes lo emparentan con los teólogos de la liberación. Él mismo señala que fue fundamental la experiencia política-pedagógica con trabajadores rurales y urbanos de Pernambuco, su trabajo académico, lecturas fundamentales y “una cierta camaradería con Cristo y con Marx” según detalla en una de sus últimas obras “La educación en la Ciudad” (1991). Su práctica política estará estrechamente ligada a esta concepción religiosa, desarrollando varias actividades con el Consejo Mundial de Iglesias en Ginebra.
Después de dieciséis años de exilio, en 1980, volverá a Brasil, uniéndose a la vida universitaria y siendo uno de los firmantes del documento fundacional del Partido de los Trabajadores (PT). En 1989 será nombrado Secretario de Educación de San Pablo con el gobierno de Luiza Erundina (PT). Sin embargo, no duraría mucho tiempo en el cargo. En mayo de 1991 renunciaría, alegando que extrañaba la vida académica. Para esta época será crítico del neoliberalismo reinante en la región. Paulo Freire muere en 1997 siendo “Pedagogía de la autonomía” su última obra.
Es indudable el aporte pedagógico que realizó Freire. El empleo de conceptos como el de “educación bancaria”, donde el profesor es un mero depositante y el estudiante es un mero receptor de información, el de “palabra generadora” como método para la alfabetización de adultos y “pedagogía de la pregunta” en el que se apuesta al desarrollo crítico y creativo de los estudiantes ,entre otros, recorren ámbitos educativos formales y no formales.
Sin embargo, en cuanto a su estrategIa política, Freire fue quién delineó sus propios límites para una perspectiva verdaderamente revolucionaria. En una de sus últimas entrevistas señaló: “Yo moriría feliz si viera un Brasil lleno en su tiempo histórico de marchas. Marchas de los que no tienen escuelas, marchas de los reprobados, marchas de los que quieren amar y no pueden, marcha de los que se rehúsan a la obediencia servil, marcha de los que se rebelan, marcha de los que quieren ser y están prohibidos de ser”. En el mismo sentido hace hincapié en “Por una pedagogía de la pregunta” (1986): “si el partido (...) se aproxima a los movimientos sociales sin intentar apoderarse de ellos, termina por crecer junto a los movimientos, que a su vez también crecen”.
Pero estos movimientos sociales (como el MST, al cual Freire apoyó), suelen están dirigidos por burocracias que en diversos casos responden a partidos políticos patronales o directamente al propio gobierno para cumplir con un objetivo concreto: desviar su potencialidad como organización y dividir las demandas “sociales” de las del conjunto de los trabajadores y trabajadoras.
Por esto, apoyar a estos movimientos tal cual son, puede expresar cierta idealización de los mismos que obstaculice una herramienta de organización para "los que quieren ser y están prohibidos de ser" y una necesaria lucha política contra esas burocracias por la independencia política y por una hegemonía obrera. Esta visión es propia de una época de ofensiva ideológica del posmodernismo, a la cual suscribe.
Por otro lado, a diferencia de las lecturas que se hacen de su obra, que plantean que una educación “crítica” basta para transformar revolucionariamente la sociedad terminando con la desigualdad entre las clases, Freire siempre se ubicó más allá de la escuela y se posicionó abiertamente en apoyo a proyectos políticos y partidos dentro de los cuáles consideró que podía desplegar su visión de la educación y del mundo. Sin embargo, su posición, a nuestro entender correcta, de trascender la lucha política más allá de “los límites de la escuela”, lo llevó, por el contrario, a apoyar sucesivos gobiernos. Su asunción como funcionario público del PT, no fue más que reflejo de su concepción política de la “resistencia” dentro de los marcos capitalistas y su falta de independencia política de clase. El Estado y la educación serán vistos como una cáscara vacía a la que se le podía cambiar el contenido de clase “ganando posiciones”.
Lamentablemente no está presente en la actualidad para poder ver cómo su figura y obras fueron insultadas por Bolsonaro. Pero, sobre todo, para ver al líder del PT, Lula da Silva, adjudicando una supuesta frase del propio Freire para justificar su alianza con el derechista Alckimin:“de vez en cuando la gente prefiere estar junto con los divergentes para vencer a los antagónicos”. Recordemos que Geraldo Alckmin, el ahora candidato a vicepresidente por el PT, fue ex presidente del partido golpista y neoliberal PSDB, y fue dos veces gobernador de San Pablo, períodos en los cuales demostró ser un enemigo de los intereses del pueblo trabajador, y tuvo en las calles la oposición persistente de estudiantes y sectores de trabajadores, sobre todo docentes.
La actualidad latinoamericana, con el avance de la derecha regional y la experiencia de gobiernos posneoliberales “populistas” que se aliaron a la derecha para, paradójicamente, “enfrentarla” (como vemos en Chile, Argentina y el propio Brasil) no hace más que poner en valor estos balances. La educación es un acto político, nos dirá Freire, pero desde estas líneas consideramos que el posicionamiento político debe tener una clara delimitación de clase y una estrategia que confíe en la autoorganización de los trabajadores y trabajadoras para enfrentar a los capitalistas y su Estado junto al pueblo pobre organizado y un partido revolucionario para vencer. Consideramos que es esta perspectiva la que nos abre la posibilidad de una verdadera educación al servicio del pueblo. |