El próximo 2 de octubre tendrán lugar las elecciones en Brasil. Son casi 156 millones de brasileños habilitados para votar en una elección crucial en el país más grande de Latinoamérica. Se elige presidente, se renueva la Cámara de Diputados, un tercio del Senado, gobernadores y las Cámaras legislativas estaduales. Aunque una docena de candidatos disputan la presidencia, el escenario está altamente polarizado entre el actual presidente Jair Bolsonaro y Lula da Silva. Convocamos a André Barbieri, editor de Esquerda Diário, para conversar sobre el escenario político en el que transcurren estas elecciones, los cambios en el sistema político brasilero, qué balance es posible realizar del fenómeno Jair Bolsonaro, sus bases de apoyo y las perspectivas que se vislumbran para el continente. Pasen y lean.
Las elecciones en Brasil se proyectan como uno de los momentos políticos más destacados del año. Teniendo en cuenta su papel histórico en la región ¿Qué se pone en juego en esta campaña, qué rol puede jugar en un contexto marcado por la llegada de Boric y Petro a las presidencias?
Efectivamente en estas elecciones hay mucho en juego. No solo el futuro del nefasto gobierno de extrema derecha de Bolsonaro, culminación del golpe institucional de 2016 orquestado por todos los sectores políticos del régimen que ahora son adversarios de Bolsonaro, aunque respalden el ajuste ultraliberal y antiobrero que llevó adelante, sino también el destino de un sector importante de la izquierda brasileña que participa diluida programática y políticamente en la lista de conciliación de clases de Lula y Geraldo Alckmin, ícono de la derecha en São Paulo, el estado más rico del país. El gobierno de Bolsonaro exacerbó lo que el liberalismo trajo a América Latina y al mundo desde la década del ‘90: más hambre, desempleo y miseria, además de estancamiento, dependencia y atraso económico: en 2011 Brasil era responsable del 44% del PIB de la región, y actualmente tiene una participación del 31%.
Mientras en EE.UU. Biden y la administración demócrata atraviesan dificultades económicas y políticas en vísperas de sus elecciones de medio término (legislativas), en las que los Republicanos parecen recuperarse con Trump, la Casa Blanca con un historial de golpes militares en América Latina habla con total cinismo de asegurar la “democracia y seguridad en las elecciones” brasileñas buscando distanciarse de Bolsonaro y de la posibilidad de que un trumpista sea reelecto en la mayor economía latinoamericana. El alineamiento del régimen brasileño con el gobierno de Biden se expresó en la reciente operación de relegitimación el pasado 11 de agosto, en los actos organizados por la FIESP (Federación Industrial de São Paulo) y la FEBRABAN, que agrupa a las instituciones bancarias, en los que se leyeron las llamadas “Cartas por la democracia" apuntando contra el gobierno de Bolsonaro. Días más tarde, el 16 de agosto, la asunción del ministro Alexandre de Moraes al Tribunal Superior Electoral estuvo marcada por su defensa de los procedimientos electorales tradicionales amenazados por Bolsonaro. Claro que esta antipatía hacia Bolsonaro implica que aceptan un Lula subordinado al capital financiero y a las reformas antiobreras, aunque mantenga ciertas fricciones discursivas con Biden.
El resultado de las elecciones en Brasil tendrá impacto en América Latina. Es difícil que culminen en primera vuelta, y es probable que la polarización social siga marcando la disputa. El favoritismo por Lula es parte de una cierta relación de fuerzas establecida en la política pendular de América Latina. El último ciclo de gobiernos de derecha en la región fue castigado por la catástrofe económica de las políticas liberales y por el manejo de la pandemia. Lo vimos en Chile con el triunfo de Boric después de que la presidencia de Piñera enfrentara la Rebelión de 2019; en Colombia con Gustavo Petro y antes con Pedro Castillo que había derrotado a Keiko Fujimori en Perú. Estos resultados fueron elogiados por la Casa Blanca, que se vio obligada a lidiar con una América Latina sin interlocutores claros, más allá de la subordinación al imperialismo. Políticamente, como ya viene haciendo Lula en la campaña con Alckmin, estos gobiernos llamados de “izquierda” adoptaron un programa reformista de conciliación de clases que rápidamente se expresó como ajustes en la realidad.
Una política de esta naturaleza sólo puede fortalecer a la derecha. El PT reedita esta política de conciliación de clases, replanteada ideológicamente como la oposición entre “democracia y fascismo”. No se trata de una “disputa entre regímenes” sino de una autorreforma velada del propio régimen, inscripta en una disputa entre diferentes fracciones del capital para evitar la irrupción independiente de las masas contra el bolsonarismo. La idea de imposibilidad de hacer política sin el consenso de un sector de la derecha liberal (como sugiere Pablo Iglesias para Chile) reduce los horizontes emancipatorios del socialismo a los límites permitidos por este sistema capitalista, además de haberse comprobado en la historia reciente del país como una política que da aire a la derecha. Después de todo, como sostienen Daniel Feldmann y Fabio dos Santos, en el libro Brasil autofágico. Aceleración y contención entre Bolsonaro y Lula, las bases de apoyo del bolsonarismo se fueron gestando en los meandros de las políticas de Estado del lulismo en particular, y del PT en general, que al intentar contener la crisis por la vía de la conciliación, terminó acelerándola. Todos estos factores están en juego en Brasil.
¿Hacia dónde se encamina el universo partidario brasileño? ¿Está en crisis el andamiaje del régimen político posdictadura? ¿Es posible vislumbrar la emergencia de nuevas articulaciones, un nuevo centro político?
Una rápida mirada comparativa sobre el régimen de partidos muestra diferencias profundas en relación al paradigma de fuerzas políticas que tradicionalmente prevalecieron en el país. El principal cambio es la implosión de la derecha tradicional, representada especialmente por el PSDB – que gobernó el país entre 1994 y 2001 bajo la presidencia de Fernando Henrique Cardoso–, que contando con dirigentes como Mário Covas, José Serra y el mismo Alckmin mantuvo por décadas el dominio indiscutible en São Paulo. El PSDB perdió buena parte de su base social frente a la extrema derecha bolsonarista. Otros partidos de la derecha tradicional como el Movimiento Democrático Brasileño (MDB) y los Demócratas si bien han perdido prestigio conservan, como ocurre con el PSDB, fuerza en el interior de Brasil. Demócratas se vio obligado a fusionarse con el Partido Social Liberal (PSL), el ex partido de Bolsonaro, para fundar União Brasil que al igual que el MDB no tiene perspectivas presidenciales y apuesta todo al crecimiento en el Congreso. Es decir, estamos hablando de la alteración y superación del paradigma de polarización de las últimas décadas que confrontó al PT y al PSDB en elecciones presidenciales. Incluso si Bolsonaro pierde las elecciones, la base social bolsonarista seguirá siendo una fuerza política de alrededor del 30% del electorado, que seguirá a Bolsonaro o algún otro político que cuente con su patrocinio.
Otro aspecto de la estructura política brasileña es el peso del llamado “centrão”, los partidos fisiológicos que controlan las votaciones y el presupuesto en el Congreso. Estos partidos liberales, sin anclaje ideológico, han sido parte del sistema político y de todos los gobiernos desde la redemocratización y los pactos de la transición en 1988. Bajo el gobierno de Bolsonaro han ganado espacio al otorgarles las llaves presupuestarias para que a cambio del control de recursos, que aseguran los votos en sus bastiones electorales, lo apoyen frente a las probadas acusaciones de corrupción y la criminal administración de la crisis sanitaria durante la pandemia. Arthur Lira, presidente de la Cámara de Diputados por un partido del “centrão”, el Partido Popular, es el principal aliado de Bolsonaro y el que organiza este conjunto de partidos como base del gobierno.
El politólogo Sérgio Abranches en su libro sobre el presidencialismo de coalición en Brasil, sostiene que la estabilidad del mandato presidencial es resultado directo del apoyo que se logra de la coalición mayoritaria, especialmente en tiempos de crisis política. Y agrega que la ausencia de acuerdos pragmáticos dificulta las negociaciones en torno a la coalición, dejando al gobierno sujeto a crisis políticas complejas. Este desequilibrio aumentó a partir del poder que el Congreso ganó sobre la Presidencia. El Ejecutivo luego de haber entregado el control del presupuesto federal a la Cámara, negocia en condiciones desfavorables con los parlamentarios, quienes lo aprovechan para su propio rédito político. Esta transformación difícilmente se modifique en un eventual gobierno de Lula-Alckmin, al menos sin provocar nuevas fricciones con el Congreso, institución que encabezó la campaña Lava Jato en 2016, que derivó en el juicio político a Dilma Rousseff y el golpe institucional. El control del Congreso por parte del Partido Progresista (PP), el Partido Liberal (PL) de Bolsonaro, los Republicanos (que agrupa a los políticos que controlan las cúpulas de las iglesias evangélicas), ante el debilitamiento del PSDB y del MDB, además del surgimiento de União Brasil, reconfiguran las cartas del tablero partidario al interior de las fuerzas orgánicas del régimen burgués.
Por su lado el PT logró recomponerse luego del enorme retroceso de 2016 cuando perdió más de la mitad de las intendencias; pero aún depende demasiado de Lula quien, si resulta electo, tendrá que usar el prestigio de haber derrotado a Bolsonaro para encontrar liderazgos capaces de sucederlo, sin contar con su carisma y lo que simbolizan sus orígenes y su arraigo en el movimiento sindical y los movimientos sociales. Por otro lado, la integración del Partido Socialismo y Libertad (PSOL) a la campaña de Lula-Alckmin y la posibilidad de sumarse al gobierno, puede habilitar la emergencia de nuevas fuerzas a su izquierda. Desde ese punto de vista, ya no se discute en términos de la crisis del régimen de la Nueva República de 1988, sino de la reconfiguración de un nuevo régimen político sobre sus ruinas, incluso conservando características importantes como el peso del “centrão”. Estos aspectos lo señalábamos en Brasil: Ponto de Mutação.
¿La alianza Lula-Alckmin es solo un cálculo electoral?
La candidatura de Lula-Alckmin no es solo un cálculo electoral, sino una apuesta del régimen político para relegitimarse luego de las operaciones arbitrarias y autoritarias que llevaron al poder a la extrema derecha, para aplicar ajustes a un nivel más acelerado que el que podía hacer el PT, que fue erosionándose frente a la opinión pública con las crisis provocadas por el mismo Bolsonaro. En síntesis, la candidatura de Lula-Alckmin intenta evitar que el descontento contra Bolsonaro se manifieste de manera independiente y se vuelva contra las reformas ultraliberales; el pacto del régimen con el PT, que incluye al gran capital que en 2018 estuvo políticamente con Bolsonaro, parte de preservar los ataques económicos del actual gobierno. Alckmin fue elegido como vocero del PT ante la patronal para asegurar que un nuevo gobierno de Lula mantendrá las reformas laborales del golpista Michel Temer. En segundo lugar, es el intento de relegitimar a estos actores económicos y al régimen político después de tantos años de ataques y golpes contra las condiciones de vida de la población trabajadora y pobre.
¿Qué significó el Brasil de Bolsonaro? ¿Cómo queda el sector militar que ganó presencia directa en la vida política?
El bolsonarismo como fenómeno de gobierno representó el agravamiento del atraso y la decadencia económica del país, de su estructura primarizada enfocada en la exportación de bienes agrícolas y el extractivismo, altamente dependiente del capital estadounidense y chino. Su fundamento es el ultraliberalismo como modus operandi, como defienden Milei y Espert en Argentina, con ajustes y contrarreformas que condenan a las masas trabajadoras a la precariedad, el hambre y la miseria. Se ha fortalecido el odio hacia los negros, las mujeres y la población LGBTQIA+. Todo este autoritarismo reaccionario, que tiene su correlato en la arbitrariedad del Supremo Tribunal Federal y del poder judicial (ahora opositor a Bolsonaro) se expresa en el peso de los militares en la política. Lo vimos en la reciente celebración del 7 de septiembre (día de la independencia), al mismo tiempo que se exhibió a un Bolsonaro respetuoso de las reglas institucionales, moralizó a su base en una jornada de apoyo electoral, movilizada en las calles. Los generales y oficiales de alto rango ocupan miles de puestos civiles. Son 8.000 militares distribuidos en todos los niveles de gobierno, fortaleciendo el lobby internacional en el mercado de equipamiento bélico y su control sobre el lucrativo comercio de armas, que explica la convocatoria del clan Bolsonaro de “voluntarios armados” en la campaña. Estos generales dominan los fondos públicos de ministerios, empresas estatales, secretarías de todo tipo, con múltiples privilegios en un país asfixiado por el hambre y la pobreza.
Los generales fueron los que dieron origen al “centrão” durante la transición acordada tras la dictadura militar, para contener las aspiraciones democráticas de las masas. Como explica el investigador Pedro Campos, en su libro Estranhas Catedrais, los militares estuvieron involucrados en los principales esquemas de corrupción, a través de empresas constructoras entre 1964 y 1988, y aún están umbilicalmente unidos a esta trama de malversación, asignación de cargos y privilegios en la maquinaria estatal, que es inherente al capitalismo. A través de sus voceros en el Tribunal Superior Militar, estos generales hablan impunemente de torturas documentadas y comprobadas durante el régimen militar. De este modo, la presencia de los militares ha sido un aspecto central del autoritarismo bonapartista del nuevo régimen, o más específicamente del bolsonarismo como corriente política en su integración al régimen; responden a los intereses del imperialismo y del gran capital, verdaderos amos del país. Lula ya admitió que “no tiene problemas con los militares” y que probablemente no cambiará demasiado la configuración que les otorga amplio margen para participar en la política del país. Y evitar confrontaciones con uno de los pilares reaccionarios del régimen, dejando correr el mito de un ala “democrática” en las Fuerzas Armadas.
Sin dudas, todo programa mínimamente serio de izquierda, que rechace la conciliación con la derecha y los militares “democráticos” defendida por el PT, debe exigir la abolición de todos los privilegios materiales de los militares de alto rango, sus pensiones vitalicias, altos salarios, etc., el fin de los tribunales militares y la realización de juicios por jurados populares, vinculado a la abolición de la Ley de Amnistía de 1979 y el castigo de todos los responsables civiles y militares de los crímenes de Estado durante la dictadura militar.
Hay un espectacular empuje en las últimas décadas del sector evangélico. ¿Cómo evalúas el peso que han adquirido?
Los líderes evangélicos también ganaron protagonismo como una de las principales bases de apoyo de la extrema derecha bolsonarista. Acompañaron al bolsonarismo como reacción al fuerte movimiento de mujeres que ha surgido en los últimos años (como hemos visto en Argentina con la “Marea verde”), porque consideran que puede cuestionar sus planes conservadores y el dominio patriarcal de las iglesias. Partidos como los Republicanos o el Partido Social Cristiano, pertenecientes al “centrão”, son representaciones parlamentarias de las grandes iglesias evangélicas, con pastores políticos millonarios como Edir Macedo y Silas Malafaia, y base de Bolsonaro. Forman el Frente Parlamentario Evangélico en la Cámara de Diputados, creado en 1990 por la Iglesia Universal del Reino de Dios, hoy con 194 miembros en un universo de 513 diputados (en 1986, 33 evangélicos fueron electos en la Asamblea Constituyente).
Es un bloque heterogéneo en sus intereses particulares pero unido en los ataques permanentes a los derechos de las mujeres y de la población LGBTQIA+, e involucrados en numerosos casos de corrupción. Es importante diferenciar aquí a los pastores millonarios al mando de estas iglesias de los trabajadores evangélicos, “del bajo clero”, que no pertenecen a las milicias fanáticas de extrema derecha y tampoco participan de las ganancias y privilegios de las cúpulas de estas iglesias.
No se puede descartar que como resultado de la dramática situación económica, una fracción considerable de evangélicos rompa con Bolsonaro, a pesar de las instrucciones de los pastores: las encuestas muestran que entre los evangélicos Bolsonaro sigue con ventaja (46% en este electorado), pero Lula cosecha logros con 27%. Aunque señalada como base del bolsonarismo, las cúpulas de estas iglesias recibieron respaldo durante los gobiernos del PT, tanto con Lula como con Dilma, recordemos su infame "Carta al Pueblo de Dios", entregando derechos elementales de las mujeres como el derecho al aborto gratuito, legal, seguro y garantizado por el Estado. La defensa de la separación entre Iglesia y Estado y el fin del culto oficial son demandas democráticas elementales y es parte de un feminismo socialista vinculado a la lucha contra el capitalismo brasileño.
¿Qué rol jugaron los movimientos sociales y los sindicatos en el gobierno de Bolsonaro? ¿Cómo llegan a las elecciones?
Las burocracias sindicales y de los movimientos sociales en Brasil, en su mayoría vinculadas al PT, establecieron un ciclo de tregua sepulcral con la burguesía y el régimen desde el golpe institucional de 2016. Lo más cercano fue la huelga general del 28 de abril de 2017 contra la reforma laboral de Michel Temer, pero se negaron a darle continuidad para enfrentar al gobierno golpista a través de la lucha de clases. Esta política colaboró para que el gobierno y el régimen lidiaran con sus fricciones internas, en un escenario de ausencia de la clase trabajadora movilizada.
Durante el gobierno de Bolsonaro no se convocaron medidas de lucha a nivel nacional a pesar de los numerosos ajustes y contrarreformas como la jubilatoria, las reducción salarial, las leyes de precarización laboral o el silencio frente a hechos dramáticos como el asesinato de los ambientalistas Bruno Pereira y Bishop Phillips, por seguidores de la extrema derecha, que causó conmoción internacional. Las burocracias sindicales de la CUT (vinculada al PT) y de la CTB (vinculada al PCdoB) impusieron la pasividad del movimiento de masas, que generó la imagen distorsionada del control del régimen sobre los conflictos sociales. Y a medida que se aproximaban las elecciones presidenciales, y las encuestas daban alta probabilidad a un triunfo de Lula, nada debía salirse del guión y afectar las chances electorales. Recuerdo que luego de aquella jornada de lucha en diciembre de 2017 en Argentina, contra la reforma previsional de Mauricio Macri, la burocracia sindical de la CGT y CTA estableció una tregua con el gobierno con la consigna electoral “Hay 2019”. En Brasil, las burocracias vinculadas al PT promovían “esperar las elecciones y votar a Lula en 2023”.
Si los gobiernos posneoliberales en Brasil y América Latina a principios de la década de 2000 fueron una expresión distorsionada de una cierta relación de fuerzas, de la lucha de masas contra las políticas neoliberales, debemos reconocer conceptualmente que implementaron –como lo hizo el PT– la pasivización de los procesos de movilización, en el sentido de una desmovilización y subalternización de las masas, como categoriza el sociólogo Massimo Modonesi, al hacer concesiones parciales, tomando demandas populares, pero quitándoles su raíz más radical o disruptiva, y bloqueando la emergencia del sujeto obrero, que actúe con sus propios métodos. El punto es que este mecanismo de contención se mantuvo incluso frente a un gobierno de extrema derecha.
Como decía, la izquierda brasileña se juega mucho en estas elecciones en el marco de la crisis del PSOL y su seguidismo a la política lulista, haciéndose eco de la campaña de miedo que plantea que lo que está en juego es una disputa entre “fascismo y democracia” para justificar su adaptación a la conciliación con el PT. El PSOL configuró una especie de “federación partidaria” con la Red de Sostenibilidad de Marina Silva, que es un partido burgués (simpatizante del golpe de 2016, bancada por el capital financiero y enemiga del derecho al aborto). Y a raíz de esta federación, el PSOL y Red están obligados a tener un mismo programa y actuación parlamentaria común durante los próximos 4 años. Este giro a derecha del PSOL provocó rupturas hacia el PT de importantes figuras parlamentarias y hacia el PSB (actual partido de Alckmin) como la de Marcelo Freixo y rupturas a izquierda, de activistas e intelectuales como Plínio de Arruda Sampaio Jr.
Desde el Movimiento Revolucionario de los Trabajadores (MRT) estamos trabajando en este nuevo escenario, en la perspectiva de incidir en este proceso de reorganización de la izquierda. En la campaña electoral venimos planteando la unidad de los trabajadores con una política independiente, que enfrente seriamente a Bolsonaro, a los militares y a todo el régimen golpista, sin por eso dar apoyo a la fórmula Lula-Alckmin. Nuestra perspectiva es incidir en este proceso de reagrupamiento de la vanguardia para construir un proyecto político socialista y revolucionario que supere al PT por izquierda. Este es el significado de las candidaturas del MRT en el Polo Socialista y Revolucionario, y de las propuestas que venimos difundiendo a través de Esquerda Diario. Y para ello también lanzamos Esquerda en Debate, un programa de entrevistas y diálogos con importantes dirigentes de la izquierda, activistas e intelectuales sobre los rumbos de la izquierda en el país. Y como parte de este esfuerzo, publicamos el Suplemento teórico y político Ideas de Esquerda y numerosas publicaciones de Edições ISKRA.
Una lectura sugerida.
Un libro importante para comprender el crecimiento del peso militar en la política brasileña es el de José Murilo de Carvalho, Forças Armadas e política no Brasil.
La izquierda brasileña se juega mucho en estas elecciones en el marco de la crisis del PSOL y su seguidismo a la política lulista, haciéndose eco de la campaña de miedo que plantea que lo que está en juego es una disputa entre “fascismo y democracia” para justificar su adaptación a la conciliación con el PT.
Acerca del entrevistado
Andre Barbieri es Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Federal de Rio Grande do Norte (UFRN). Co-autor del libro Brasil: Ponto de Mutação (2018), dirigente del Movimiento Revolucionario de Trabajadores (MRT) de Brasil, editor de Esquerda Diário y del Suplemento teórico Ideias de Esquerda. |