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2 de octubre de 2022 Twitter Faceboock

Ideas de Izquierda
El fin de los “vientos de cola” de la globalización neoliberal desde fines de 1970
Juan Chingo

Ilustración: Juan Atacho

Las tendencias a la inflación no son coyunturales, sino un desequilibrio y un cambio significativo de la economía mundial, que se agrega y retroalimenta de las fuertes tensiones geopolíticas, incluidas las guerras como la de Ucrania.

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No es una crisis coyuntural más, sino el reverso de las tendencias contrarrestantes que permitieron el ciclo neoliberal

Como hemos explicado en varias ocasiones la salida de la crisis mundial capitalista de los años 1970, expresada en la caída de la tasa de ganancia de la economía de los principales potencias imperialistas, no se produjo producto de una fuerte destrucción de fuerzas productivas como fue en la Gran Depresión y luego la Segunda Guerra Mundial en la primera mitad del siglo XX, sino por una profundización e intensificación de lo que Marx dio en llamar en El Capital las tendencias contrarrestantes a esta ley tendencial, que él consideraba la principal ley de la producción capitalista.

Efectivamente, la débil tensión geopolítica bajo la égida del imperialismo norteamericano cuya hegemonía se reforzó después del fin de la Guerra Fría y la victoria militar contra Irak en 1991; la extensión del capitalismo a regiones donde la ley del valor no dominaba como eran la ex URSS, Europa del Este y sobre todo China, generando no solo una ampliación del mercado sino también una incorporación masiva de nueva fuerza de trabajo; ligado a lo anterior aunque no solo, la internacionalización del proceso de producción capitalista creando cadenas de valor mundiales que devaluaban mundialmente el precio de la fuerza de trabajo y de las mercancías, creando tendencias deflacionarias a nivel internacional; la externalización a su vez de la contaminación ambiental consustancial a la producción capitalista; la privatización de empresas o dominios que estaban en posesión del estado, la liberalización de las economías más atrasadas de la periferia capitalista y -sobre todo- la ofensiva en regla contra el conjunto de las conquistas del mundo del trabajo, todos estos elementos habían permitido una recuperación de la tasa de ganancia y un relance de la producción capitalista después de la crisis de acumulación de los años 1970.

Los nuevos elementos que se están acumulando de la economía mundial de los cuales el crecimiento de la inflación es el más visible e inédito después de décadas, lejos de ser una crisis coyuntural ligado solo a fenómenos puntuales como la guerra o la pandemia antes, estaría indicando probablemente la reversión de están tendencias contrarrestantes o los “vientos de cola” sin haber resuelto las causas de fondo del creciente estancamiento de la economía mundial capitalista dominada desde hace décadas por un caída de la productividad. Coincidimos en esto con el economista marxista Michael Roberts, cuando afirma que la “[…] restricción de la oferta no se debe solo a los bloqueos de producción y transporte, o la guerra en Ucrania, sino, en mi opinión, sobre todo a una disminución subyacente a largo plazo en el crecimiento de la productividad de las principales economías”. Y agrega:

La clave para un crecimiento sostenido del PIB real a largo plazo es una productividad laboral alta y creciente. Pero el crecimiento de la productividad se ha ido desacelerando hacia cero en las principales economías durante más de dos décadas y particularmente en la Larga Depresión desde 2010. El crecimiento de la productividad laboral de EE. UU. está ahora en su nivel más bajo en 40 años. La crisis de productividad está impulsada por dos factores: primero, la desaceleración del crecimiento de la inversión en los sectores productivos (es decir, que mejoran el valor) en comparación con los sectores improductivos (como los mercados financieros, la propiedad inmobiliaria y el gasto militar). Como porcentaje del PIB, la inversión productiva de EE. UU. ha caído constantemente, tanto en la inversión civil privada neta como en la pública. Y segundo, detrás de esta disminución de la inversión productiva está la disminución a largo plazo de la rentabilidad de dicha inversión en comparación con la inversión en activos financieros e inmuebles. La rentabilidad de la inversión en los principales sectores de creación de valor está cerca de los mínimos posteriores a 1945 [1].

Desde su ángulo, algunos economistas burgueses comienzan a ver que más allá de la crisis del coste de la vida, hay tendencias más amplias en juego. Así, Agustín Carstens, director del Banco de Pagos Internacionales, que actúa de hecho como banquero de los bancos centrales, explicó a los banqueros centrales del mundo cómo hemos llegado a este punto en el reciente retiro anual celebrado en Wyoming el mes pasado. Citaremos un poco extensamente algunos pasajes de su discurso en esta reunión pues es bien significativo. Allí dijo: “En las tres décadas que precedieron a la pandemia, cuatro vientos de cola cruzados hicieron la oferta agregada altamente dependiente de los cambios de la demanda agregada: un entorno geopolítico relativamente estable, los avances tecnológicos, la globalización y una demografía favorable”. Pero detrás de estos vientos favorables se estaban aculando importantes fragilidades. Dice Carstens:

Los vientos de cola de la oferta produjeron un ciclo económico distinto al de la posguerra. Con una inflación baja y estable, la política monetaria tuvo menos necesidad de endurecerse durante las expansiones que en el pasado […] La política fiscal también tuvo más margen de maniobra, ya que los tipos de interés nominales y reales cayeron a sus niveles más bajos desde que se tienen registros. Pero, aunque las condiciones macroeconómicas seguían siendo benignas, surgieron líneas de falla. El bajo crecimiento de la productividad fue una señal de advertencia clave. En las economías avanzadas, se desplomó durante la Gran Crisis Financiera (GCF), el crecimiento de la productividad se desplomó y nunca se recuperó del todo, como parte de un declive más largo que se remonta al menos a finales de la década de 1990. En las economías de mercado emergentes, el impulso de la productividad de la integración en las redes mundiales y de las reformas estructurales resultó ser efímero. La desaceleración posterior a la GCF ha sido la más pronunciada y prolongada de las últimas tres décadas.

Lo peor es que el despertar es rudo, “cuando los vientos de cola se convierten en vientos de cara”. Sobre la grave situación actual afirma:

[I]ncluso si las interrupciones específicas de la oferta causadas por la pandemia y la guerra se desvanecen, es probable que la importancia de los factores de la oferta para la inflación siga siendo elevada. Esto se debe a que la economía mundial parece estar en la cúspide de un cambio histórico, ya que muchos de los vientos de cola de la oferta agregada que han mantenido a raya la inflación parecen dispuestos a convertirse en vientos de cara. De ser así, el reciente repunte de las presiones inflacionistas podría resultar más persistente […] Incluso antes de la guerra de Ucrania, el entorno político era cada vez más tenso y menos favorable al principio de la cooperación internacional. Esta reacción refleja, en parte, […] que la globalización haya ido perdiendo fuerza. Otros factores, más estructurales, también han pesado en la integración comercial mundial. A medida que las economías de mercado emergentes convergen con sus homólogos comerciales más ricos, la ventaja comparativa sobre la base de salarios se reduce. Los avances en robótica y tecnología de la información y las comunicaciones que disminuyen la importancia relativa de la mano de obra en los procesos de producción también podrían favorecer la producción local y desalentar el comercio mundial de bienes. Los últimos acontecimientos podrían acelerar aún más esta tendencia. La pandemia puso de manifiesto la fragilidad de cadenas de suministro globales que priorizan la reducción de costes por encima de todo. La guerra en Ucrania ha agitado los mercados de materias primas y ha amenazado la seguridad energética y alimentaria. También ha acelerado el reajuste de las alianzas geopolíticas. Como resultado, el acceso a las redes de producción global y a los mercados financieros internacionales ya no puede darse por sentado. Una reconfiguración de las cadenas de valor mundiales va a seguir. Algunos de estos desarrollos pueden estar justificados. Pero no debemos imaginar que no tendrán coste alguno.

Mientras tanto, los vientos de cola demográficos están a punto de invertirse, y la mano de obra puede no ser tan abundante como antes. La generación del baby boom se está jubilando. La pandemia puede dejar una huella persistente tanto en la cantidad y la calidad de los trabajadores. Las tasas de participación de la población activa siguen siendo inferiores a los niveles anteriores a la pandemia en muchos países, lo que indica un posible cambio de actitud hacia el trabajo. La pérdida de escolaridad y la interrupción de los servicios sanitarios habituales durante la pandemia podrían mermar el capital humano. La movilidad internacional de la mano de obra también se enfrenta a crecientes obstáculos. Además, aunque estos vientos de cola se conviertan en vientos en contra, están surgiendo nuevos vientos en contra. En particular, la amenaza del cambio climático exige una reasignación de recursos sin precedentes, inducida por las políticas. Y no hará más que intensificar los cuellos de botella alimentarios y energéticos inducidos por la guerra [2].

La crisis de 2008/9 había mostrado ya los límites y las vulnerabilidades del ciclo neoliberal. Pero el fenomenal apoyo prolongado por parte de los bancos centrales y los gobiernos, especialmente en Norteamérica, Europa Occidental y Japón, evitó una destrucción de capital en los sectores industrial, financiero o comercial significativa, a la vez que también hubo una ausencia de destrucción de capital ficticio [3]. Por el contrario, el volumen de este último ha seguido aumentando con mucha fuerza, gracias a las políticas de "Quantitative Easing" que proporcionan un flujo permanente de liquidez a los bancos, en particular, y a los mercados financieros, en general. Hoy todas estas medidas pasadas reducen los márgenes de las políticas intervencionistas, a la vez que crean una pesada carga sobre los hombros cada vez más debilitados de la economía mundial, como veremos en el siguiente punto.

Es así, que si el ciclo neoliberal había perdido impulso ya desde la crisis de 2008/9, gracias a estas masivas intervenciones estatales y al rol de China como motor de la economía mundial al inicio de la pasada década, permitieron que –al tiempo que pegaba un salto la pérdida de base de sustentación política de ese modelo, como lo mostró radicalmente el trumpismo en los mismos Estados Unidos por nombrar el fenómeno político nuevo más importante, y el aumento de las tensiones geopolíticas y proteccionistas y la guerra comercial– en el terreno económico pudo mantenerse la globalización neoliberal, con una gran parte del crecimiento en gran medida artificial gracias las bajísimas tasas de interés, desembocando en la crisis de acumulación que estamos entrando en estos momentos. Es un período largo en el que aquella va a los tumbos, lo que no descarta recuperaciones parciales, así como crisis cíclicas más agudas, pero en un marco de aceleración de la crisis, y en donde el sistema capitalista mundial es más vulnerable hasta que no logre una salida, aunque sea parcial a la agudización de sus contradicciones. Salida que dependerá, en última instancia, de la lucha de clases como fue el caso de la imposición del neoliberalismo después de la derrota/desvío de los procesos revolucionarios de fines de 1960 y de la década de 1970, así como de la restauración capitalista en la ex URSS, Europa del Este, China y Vietnam.

Hacia una crisis de acumulación potencialmente más explosiva que los años 1970

La rapidez del cambio de las condiciones económicas es uno de los elementos sorprendentes del actual enrarecimiento de la situación económica. Chris Marsh, asesor principal de Exante Data y antiguo economista del Fondo Monetario Internacional, hizo algunos cálculos y descubrió que el precio del petróleo se multiplicó por 14 entre 1973 y 1979. En los últimos 23 meses, se ha multiplicado por 18. Medido en euros, se ha multiplicado por 21. Este año, el precio del gas se ha multiplicado por 8. Esto supone más de la mitad de las subidas combinadas del petróleo de los años ‘70 en menos de un tercio del tiempo. Sin embargo, el precio real del petróleo aun no alcanzó los picos de aquel período. La inflación global también tiene una base mucho menos amplia que en la década de 1970. Esto es especialmente cierto en el caso de la inflación “básica”. Sin embargo, esto puede deberse a que nos encontramos en una etapa temprana del proceso inflacionario [4]. Es probable que la inflación se amplíe cuanto más persistente sea.

En lo inmediato, el riesgo de una recesión global está aumentando. Para la directora general de la Organización Mundial del Comercio, Ngozi Okonjo Iweala, “Es de esperar una recesión mundial, no sólo en unos pocos países” [5]. Los fenomenales riesgos del mercado financiero mundial se hicieron de nuevo presentes esta semana en el Reino Unido, a medida que el desapalancamiento global se acelera. Por su parte, la subida del dólar ejerce estragos sobre todas las divisas, no solo la de los países semicoloniales. El yen está en mínimos de 24 años, el euro está tocando mínimos de 20 años y la libra esterlina está coqueteando con la paridad con el dólar, agravando aún más el peso de sus importaciones, en especial en un momento de elevados precios del gas, el petróleo y los alimentos. Por su parte, el yuan, a pesar del superávit comercial sin precedentes de China, está sometido a una fuerte presión de depreciación frente a la moneada estadounidense, reabriendo el temor a la fuga de capitales, en un momento en que el aumento de la preocupación por la deuda y el apalancamiento es un mal presagio para China y el resto de Asia. Pero como un boomerang, un dólar en alza podría perjudicar también los beneficios de las empresas estadounidenses con importantes operaciones en el extranjero.

Por su parte, los bancos centrales continúan aumentando sus tasas, aumentando el coste de los préstamos para los consumidores y las empresas, lo que llevará a las empresas más débiles a la bancarrota y recortará la demanda en todos los ámbitos. Por lo que dijimos anteriormente de los cambios ligados a la oferta incluso es dudoso que logren liquidar la inflación aun al riesgo de agravar las tendencias a la depresión. Eso significa que las principales economías podrían entrar en un período de estanflación, no visto desde finales de la década de 1970, cuando las tasas de inflación se mantienen altas, pero la producción se estanca.

Ya los vientos de crisis golpean duramente algunas economías como es el caso del Reino Unido, lo que ha obligado al Banco de Inglaterra a intervenir masivamente en el mercado de bonos frente al riesgo a la estabilidad financiera. El pasado miércoles un alto banquero con sede en Londres, describiendo el momento en que se dio cuenta de que no había compradores de deuda pública británica a largo plazo, dijo: “En algún momento de esta mañana me preocupó que esto fuera el principio del fin. No fue un momento Lehman, pero se acercó” [6]. Es que el anuncio de enormes recortes de impuestos para las corporaciones británicas y los altos ingresos, es decir un intento de reactivar el crecimiento económico a costa de más deuda pública, hizo que la libra esterlina sufriera una caída libre que la llevó a su tipo de cambio más bajo de la historia frente al dólar estadounidense. Pero detrás de este riesgo financiero que asustó a los banqueros centrales de todo el mundo, el problema estructural que se presenta es que las subas de las tasas de interés que se prevén para contralar la inflación significan la ruina de muchos propietarios y negocios. Es que la continuidad de una gran parte de muchos modelos de negocio del Reino Unido depende de los bajos tipos de interés. El mercado de la vivienda se ha apoyado en los planes de compra para alquilar (el boom de AirBnB que llevó a duplicarse los precios de la vivienda en algunas zonas), que han dejado de ser viables de un día para el otro. A lo largo del próximo año, asistiremos al vencimiento de muchas hipotecas que se fijaron en los buenos tiempos de los tipos de interés cercanos a cero. Con los tipos de interés básicos e hipotecarios que proyectan los mercados para el próximo año, cabe esperar una gran cantidad de vendedores forzados que intenten descargar su carga de deuda. Muchas familias tendrán que lidiar con los pagos de la hipoteca, un choque financiero que es comparativamente mayor para ellos que el choque del precio de la electricidad. Esta situación, según los analistas, afecta a casi 600.000 hogares cuyo tipo fijo vence a finales de año y casi 1,8 millones de hogares que verán expirar su tipo fijo el próximo año. Pero lo mismo podría decirse de otras inversiones que aparentemente funcionaron bien en el contexto del ciclo anterior (tipos cero, abundancia de liquidez y respaldo fiable de los bancos centrales a los mercados), como los planes de pensiones que se encuentran al borde del estallido, frente a una fuerte devaluación de los activos y a la perspectiva de insolvencias generalizadas. Las burbujas especulativas acaban por estallar y es inevitable un proceso de ajuste muy perturbador, no solo en el Reino Unido sino a nivel mundial como veremos. En Gran Bretaña, está llevando a tensiones inéditas entre el Partido Conservador y la City de Londres. Como una muestra de la gravedad de la situación, el FMI al igual que en 1976 cuando estaba al borde de la bancarrota, intervino para criticar la inconsistencia del plan de la nueva primera ministro.

Pero más allá de que al año 2023 se presenta problemático, la situación global podría ser peor que en los 1970, década que marca el fin del boom de la posguerra al menos en los países centrales. Todavía en esa época lejana desde el punto de vista económico, la deuda había aumentado poco. Sólo los países semicoloniales tenían grandes pasivos. La subida de tipos de interés de la Reserva Federal norteamericana fue catastrófica para ellos. En los años siguientes, hubo más de cien reestructuraciones de deuda. En América Latina, se desarrolló lo que se conoce como la “década perdida”.

Hoy en día, la deuda se ha vuelto colosal. Jacques de Larosière, ex director gerente del FMI (1978-1987) y ex gobernador del Banco de Francia (1987-1993), en su último y reciente libro, afirma:

En 1970, la deuda global ascendía al 100% del PIB mundial. En 2020 fue del 250%, un aumento en términos reales de 2,5 veces en cincuenta años. Su importe - 230 billones de dólares - se divide en tres componentes: 24% del total para los hogares (es decir, el 55% del PIB mundial); 36% para las empresas no financieras (es decir, el 83%); 40% para la deuda pública (es decir, el 92%). Pero también hay que tener en cuenta que la deuda mundial ha perdido mucha calidad en los últimos años. Mientras que la cuota de deuda de las empresas no financieras con calificación BBB (es decir, la última entre las empresas con grado de inversión) representaba el 25% del mercado en Europa y el 40% en Estados Unidos en 2011, las cifras son ahora del 50% en ambas regiones. Esto significa que la calidad de los emisores se ha deteriorado rápidamente en Europa en los últimos diez años. La gravedad de este deterioro cualitativo de la deuda mundial pesa sobre la fragilidad del sector financiero: cuanto más aumente la deuda, y cuanto más se endeuden los prestatarios -algunos de los cuales están sobreexpuestos-, más probables y graves serán las crisis futuras [7].

En otras palabras, el retorno de la inflación aumenta fuertemente las vulnerabilidades financieras. Si como en aquellos años, los bancos centrales deciden subir fuertemente las tasas podría provocarse una crisis de deuda mucho mayor que en aquella época, limitada a los países periféricos. Por ejemplo, la zona euro podría ser especialmente vulnerable. El nuevo gobierno italiano dirigido por la extrema derecha está en la línea de mira, aunque la inusitada crisis británica le robo el “vedetismo” esta semana.

Por el momento, las subidas de tipos son actualmente limitadas en comparación con el endurecimiento monetario de finales de los años ‘70: entre 1979 y 1981, la Reserva Federal (Fed) subió sus tipos de interés en 9 puntos porcentuales. Pero los bancos centrales, que ahora apuestan por un aumento sostenido de los precios, podrían endurecer fuertemente la política monetaria [8]. Al menos, este fue el mensaje del actual presidente de la FED en la reunión de Jackson Hole. Las acciones posteriores lo confirman. En septiembre y por tercera vez consecutiva, la Reserva Federal ha subido agresivamente el tipo de interés de los fondos federales en 75 puntos básicos, el mayor aumento del tipo de interés de referencia en un período de cuatro meses desde principios de 1982. De ese modo, la tasa norteamericana queda en el rango entre 3 % y 3,25 %, lo que dejó su tasa en el mayor nivel desde la crisis subprime. Por si fuera poco, envió una fuerte señal de que se prevén subidas por un total de otros 125 puntos básicos en las dos últimas reuniones de política monetaria del año.

La especificidad de esta crisis podría ser potencialmente explosiva. Esto es lo que alerta el economista Nouriel Roubini, quien afirma:

Existen muchos motivos para creer que la próxima recesión estará marcada por una crisis de deuda estanflacionaria aguda. Como porcentaje del PIB global, los niveles de deuda privada y pública son mucho más altos hoy que en el pasado…En estas condiciones, una rápida normalización de la política monetaria y las crecientes tasas de interés harán que muchos hogares, empresas, instituciones financieras y gobiernos zombis altamente endeudados caigan en quiebra o en un incumplimiento de pago. Las próximas crisis no serán como las que las precedieron. En los años 1970, teníamos estanflación, pero no crisis de deuda masivas, porque los niveles de deuda eran bajos. Después de 2008, tuvimos una crisis de deuda seguida por una inflación baja o deflación, porque la crisis crediticia había generado un shock de demanda negativo. Hoy, enfrentamos shocks de oferta en un contexto de niveles de deuda mucho más altos, lo que implica que vamos camino a una combinación de la estanflación al estilo de los años 1970 y crisis de deuda al estilo de 2008 –es decir, una crisis de deuda estanflacionaria [9].

Las consecuencias sociales amenazan ser terribles

En el punto anterior hemos dicho como los países semicoloniales son uno de los eslabones débiles de la futura crisis estanflacionaria. Hoy, su deuda en moneda extranjera representa el 25 % de su deuda pública, frente al 15 % en 2009. Esto sin hablar de su deuda privada que ascendía al 142 % del PBI en 2020, frente a solo el 32 % a finales de los años ‘70.

Una nueva crisis de la deuda podría ser el tiro de gracia para muchos de ellos que viene con las finanzas públicas ya presionadas por la pandemia [10]. Ya sus márgenes estrechos se expresan en el hecho de que, a finales de agosto, el volumen de préstamos desembolsados por el Fondo Monetario Internacional ascendía a 140.000 millones de dólares en 44 programas distintos, un récord según el Financial Times. La cifra, que se espera que aumente aún más en los próximos meses a medida que las subidas de los tipos de interés aumentan los costes del endeudamiento, es ya superior a la cantidad de crédito pendiente a finales de 2020 y 2021, cuando los niveles alcanzaron máximos anuales.

Estos “rescates” se obtienen a cambio del “equilibrio presupuestario” y de la “reducción de los gastos públicos”: reducción que afecta sobre todo a los gastos sociales, los subsidios a los precios de los productos de primera necesidad, así como a la masa salarial y el empleo del sector público. La naturaleza reaccionaria de esta presión imperialista y de su carácter inhumano puede verse en el salto brutal de la miseria que trae aparejada con el riesgo creciente de hambrunas. Esto pone más que nunca al orden del día la movilización masiva de las masas obreras y populares de los países de la periferia capitalista, apoyados por el proletariado internacional en especial los trabajadores de los países imperialistas, para pedir a los gobiernos de sus países respectivos la anulación de la deuda.

Pero si los países semicoloniales serán duramente afectados por la crisis, no serán los únicos. La crisis arriesga golpear fuertemente a los países imperialistas, en especial en Europa, como ya adelanta el caso británico. Esto es lo que afirma Thomas Grjebine, uno de los autores de la L’economie mondiale 2023. Según este economista: desde 2010 “la economía mundial ha experimentado la mayor, más rápida y más sincronizada ola de endeudamiento de los últimos 50 años”.

El aumento de la deuda pública es un peligro real para los países que se endeudan en moneda extranjera. Este es el caso de la eurozona porque la moneda europea es como una moneda extranjera para los países miembros que se endeudan en una moneda que no controlan. No se puede descartar la fragmentación de la eurozona [11].

La preocupación es sobre todo para los países del Sur, que tienen niveles de deuda pública muy elevados (200 % del PIB en Grecia, 150% en Italia, 123 % en España).

Las consecuencias sociales se presentan dramáticas. Las mismas fueron graficadas por las recientes declaraciones de Guido Crosetto, aliado de la futura primera ministra italiana, Georgia Meloni y posible ministro en un futuro gobierno de la coalición de derecha, encabezado por primera vez por la extrema derecha. En forma brutal que asustó hasta a sus socios de la coalición, en una entrevista con Avvenire, declaró:

Estamos a punto de entrar en una guerra diferente, pero monstruosamente despiadada. Será un otoño terrible: la pobreza se disparará, muchas actividades económicas cerrarán... Y si Italia quiere salvarse, si realmente quiere sobrevivir, tendrá que combinar todas las mejores energías. Y todas significan todas.

Es que efectivamente, la crisis actual viene después de años de degradación de las condiciones de vida y de trabajo producto de la ofensiva neoliberal, a diferencia de la crisis de los años 1970 en donde se venía del colchón social que había significado para una franja importante de los trabajadores el “boom”. También porque si bien es cierto que entonces hubo una espiral inflacionaria, la misma no se transformó en crisis social, pues gracias a su lucha y la existencia de una baja desocupación y precarización del empleo, los trabajadores lograron compensar fuertemente sus pérdidas. Así, en Francia, “el poder adquisitivo del salario mínimo aumentó un 130 % entre 1968 y 1983. Al mismo tiempo, el salario medio aumentó aproximadamente un 50 %” [12]. No por casualidad una de las principales decisiones de la ofensiva neoliberal fue romper este círculo, que se materializara por la desindexación de los salarios en la década de 1980. La crisis que se avecina, a diferencia de las anteriores e incluso 2008/9, arriesga un empobrecimiento general de la población, un aumento significativo de la miseria. La creciente crisis fiscal de los estados, la incapacidad de sostener a los hogares como en cierta medida hicieron en la pandemia en especial en los países imperialistas, los agujeros cada vez mayores del llamado “Estado benefactor” hacen que estas previsiones no sean solo una metáfora. El miedo a la pauperización vuelve a Europa, acercándonos de alguna manera a la condición de los explotados en momentos en que fue escrito el Programa de Transición. De ahí la vitalidad y actualidad de algunas de sus demandas en el momento presente, cuando sostiene que:

En las condiciones del capitalismo en descomposición, las masas continúan viviendo la triste vida de los oprimidos, quienes, ahora más que nunca, están amenazados por el peligro de ser arrojados en abismo del pauperismo. Están obligados a defender su pedazo de pan ya que no pueden aumentarlo ni mejorarlo […] La IV Internacional declara una guerra implacable a la política de los capitalistas, que es, en gran parte, la de sus agentes, los reformistas, tendiente a hacer recaer sobre los trabajadores todo el fardo del militarismo, de la crisis, del desorden de los sistemas monetarios y demás calamidades de la agonía capitalista. Reivindica el derecho al trabajo y una existencia digna para todos. Ni la inflación ni la estabilización monetaria pueden servir de consignas al proletariado porque son las dos caras de una misma moneda. Contra la carestía de la vida que, a medida que la guerra se aproxima, se acentuará cada vez más, sólo es posible luchar con una consigna: la escala móvil de los salarios. Los contratos colectivos de trabajo deben asegurar el aumento automático de los salarios correlativamente con la elevación del precio de los artículos de consumo [13].

Este peligro de pauperización que se cierne sobre las clases populares, también afecta a la clase media baja. Este sector social se encuentra bajo presión. Como muestra un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y la Fundación Bertelsmann en Alemania, aunque el riesgo de deterioro social es menor para la mitad superior de la sociedad que en los años 90, ha aumentado para la mitad inferior. Según dice Der Spiegel: “El hecho de que toda la clase media se haya reducido del 59 al 53% de la población entre 1995 y 2018 se debe casi por completo al declive de la clase media baja. “Seguimos teniendo una clase media amplia y estable”, dice Spannagel, “pero se está deshilachando en su extremo inferior”. La sensación que prevalecía antes de que con una formación profesional adecuada se tenía un medio de vida seguro y tal vez se podría comprar una casa algún día se ha ido disipando". La gente de la mitad inferior, dice, “se ha dado cuenta de que, aunque la economía esté zumbando y ellos estén trabajando como esclavos, no están saliendo adelante”. Es un sentimiento que a menudo se manifiesta como un miedo difuso al declive. “La inflación galopante está actuando como acelerador” [14].

Todos estos elementos son un síntoma de que se está iniciando una época caótica, con cambios estructurales que arriesgan agravar cualitativamente la condición de vida y de trabajo de los explotados, al tiempo que pueden generar saltos en la lucha de clases. Estos parten de una fuerte división y fragmentación de la fuerza de trabajo, subproducto del carácter “dualizador” de la ofensiva neoliberal, a la vez que una fuga de la clase media a la meritocracia y el esfuerzo individual (ideología que se contagiaba también entre los trabajadores) para evitar la suerte de los sectores más vulnerables del proletariado. Objetivamente, el carácter inflacionario de la crisis, expresado en la devaluación de los salarios, la carestía de la vida y la expropiación creciente de los ahorros de la pequeña burguesía tiende a potencialmente a unificar a los sectores bajos y altos de la clase obrera, todos los cuales se beneficiarían de un aumento emergencia del salario, así como de la escala móvil de salarios. Pero hoy en día, incluso cuando los grupos multinacionales que hacen ganancias récords, se niegan mínimamente a ajustar hacia arriba los salarios dando como mucho “primas” y menos que menos aumentos al nivel de la inflación, esta pelea no es una lucha distributiva más, sino que la misma adquiere en su generalización un carácter político de enfrentamiento al conjunto de la clase capitalista, su estado y sus gobiernos. En este marco, más que nunca se hace necesario una política audaz para romper el peso conservador y de conciliación de clases de todas las alas de la burocracia sindical, incluso las más contestatarias, que como al inicio de la ofensiva neoliberal dejan pasar los ataques. Solo una política que luche por arrancar las organizaciones obreras de este peso muerto para la lucha, a la vez que desarrolle todas las tendencias a la autoorganización del conjunto de los explotados sindicalizados o no, puede mostrar una perspectiva a los sectores pauperizados de las clases medias e impedir que estos sean ganados por el camino sin salida de la extrema derecha y sus chivos expiatorios contra los inmigrantes. Son estas bases las que hacen urgente dar pasos serios en la construcción de partidos revolucionarios con un claro norte estratégico y programático. Frente a la crisis y redoblada ofensiva del capital, las salidas neorreformistas cuyo solo horizonte son reformas cosméticas del capitalismo cuando este no está en condiciones de ofrecer nada, sino que acelera la regresión en toda la línea no solo son utópicas, sino que desarman al proletariado frente a los verdaderos combates a dar. Mas que nunca es ellos o nosotros.

 
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