“El virus es el capitalismo” es una frase que cruzó el mundo los últimos años. Tras largos meses y millones de vidas perdidas por el covid-19, la pandemia golpeó con fuerza a los sectores más vulnerables del planeta. Y con ello, centenares de revueltas, rebeliones, luchas, organizaciones en todo el mundo salieron a gritar que esas muertes eran evitables, que el mayor responsable era ( y sigue siendo) el sistema económico que nada tiene para ofrecer a las grandes mayorías. La primera novela de Mariela Gurevich, una distopía literaria, abre esa herida sin anestesia, la revuelve, y nos deja respirando odio. Y esperanzas.
La distopía es un espíritu de época, y no casualmente emerje la pasión por este género en estos tiempos de decadencia de un sistema que genera pandemias y nos dirige a la catástrofe medioambiental con tal de mantener la generación de beneficios para unos pocos. Vivimos en un escenario que tiende a la distopía.
Pero en esta novela, las expectativas de cambiar la realidad tiene un lugar privilegiado. Una cama limpia para morir, primera novela de la joven escritora, relata las horas de un grupo de travestis encarceladas que se amotinan cuando les llega la noticia de que la monja Odilia, la que regenteaba un refugio por el que todas habían pasado alguna vez, se había muerto. Planean escaparse de la cárcel para ir a darle sepultura en un momento donde hay una peste que está matando a la población y en el que ellas mismas son ratas de laboratorio.
Una distopía construída con retazos del siglo XXI
Desde sus primeras páginas, los personajes de la historia desfilan, como en pompas fúnebres, sus pesares. En pabellones mugrientos, un grupo de travestis grita en voz baja algo que las paredes gruesas intentan tapar: las requisas son cada vez más frecuentes, “Instagram y facebook fueron bloqueados porque dicen que hacen circular noticias falsas sobre el virus. Desde que el ejército tomó el poder no hay forma de saber la verdad”.
Nos puede recordar al relato durante el estallido de la pandemia en el que se trataba (y se trata) como un fenómeno natural y se omite el detalle de la producción y distribución capitalista que lo generó, nos lleva a no ver solución posible. Lyman Tower Sargent, investigador, describe la distopía de forma muy similar a la utopía: una sociedad no-existente descrita de forma detallada y situada en tiempo y espacio, que el autor pretende que el lector identifique como peor que la sociedad contemporánea. Y señala que en ambos casos está el deseo de transformar el régimen actual, ya sea por la esperanza de vivir y luchar por un mundo mejor, o porque de no hacerlo nuestro mundo acabará siendo muchísimo más horrible.
En esta novela el control, la vigilancia y un enemigo “silencioso” que el Estado “combate” a costa de vidas humanas, realizando experimentos con personas travestis privadas de la libertad, habitan la trama. Como una gran metáfora, aunque poco indirecta, del estado burgués, esos experimentos están apoyados ( y garantizados en cierta medida) por la Iglesia. “Llegan sin avisar, nunca se les ve la cara detrás de las máscaras”, desde que empezaron las cacerías.
Con pinta de macho
Mariela Gurevich muestra los embates duros de la vida en el capitalismo de personas travestis. Arriadas como ganado al matadero para ser carne de experimentación por parte del gobierno, tampoco son aceptadas en sus entornos más cercanos. “A los dieciocho mi viejo me sacó a patadas de casa y me dijo que no volviera nunca” cuenta la voz narradora. Pero, pasados algunos años, cuando tuvo que volver al hogar tras la muerte de su madre, su padre impuso: “ Para entrar te sacás esos zapatos y te limpias el maquillaje. La ropa de tu madre la tocás con pinta de macho, no disfrazado”.
Marlene Wayar, una de las voces pioneras del travestismo en Argentina y Latinoamérica, en una entrevista reciente señaló: “Las travestis no somos hombres, no somos mujeres. No somos hombres que se transforman en mujeres ni mujeres que se transforman en hombre. Hay que dejar de pensar en esa dicotomía egocéntrica con la que el hombre se supone sujeto primordial de la humanidad”.
En esta violencia y lucha por mostrar estas injusticias, se inscribe la novela de Gurevich. Lo hace sin dejar de lado la ternura, la sensibilidad de los personajes y las expresiones de amor más desinteresadas. Surge la mezcla entre los deseos de libertad y la importancia de la lealtad ante todo.
Ficción literaria y realidad: los crímenes de odio por orientación sexual y/o expresión de género siguen siendo parte de la violencia. Odilia, en Una cama limpia para morir, quien fuera un poco madre de todas, hasta la muerte le siembra a sus chicas la rebeldía. Gurevich empuja las vallas, esquiva los gases y uniformes, abre el camino para esperar mucho más que tormentos. Y sí, necesitamos recuperar la capacidad de imaginar otro mundo, salirnos de lo existente. “Es preciso soñar, pero con la condición de creer en nuestros sueños”, dijo una vez Lenin.
Mariela Gurevich, nació en Buenos Aires en 1986. Es licenciada en letras por la UBA y Gestora Cultural en FLACSO. Es docente de nivel secundario y dicta talleres de escritura. Una cama limpia para morir fue publicada en septiembre de 2022 por Sudestada Ediciones. |