Recientemente, en un contexto de polarización política mundial en el que conviven protestas contra el racismo al mismo tiempo que resurgen grupos de extrema derecha, vuelve a exhumarse de los panteones de la historia un intento de la corriente historiográfica española que levanta la bandera de “la leyenda negra de la conquista”.
Este discurso, originado desde el franquismo, apela a que, en realidad, los conquistadores españoles no habrían sido tan malos como sí lo fueron sus pares ingleses, franceses o belgas.
Sin embargo, la narrativa de la leyenda negra es simplemente propaganda nacionalista que no resiste ni tantito las pruebas mínimas de la verdad histórica, que para mala fortuna de la derecha ibérica, que con este tipo de ideología intenta abrazarse a un supuesto pasado glorioso español, en sintonía con la narrativa de Trump o los partidarios del Brexit, cuenta con bastantísimas evidencias documentales que dan prueba de que, la conquista, no fue ninguna campaña civilizatoria sino un atroz genocidio.
Europa antes de la conquista
El siglo XV encontraba a Europa “enclaustrada” en el feudalismo, un modo de producción en el que los señores feudales mantenían una relación de vasallaje con el campesinado, obligándolos a entregar la parte más importante de su producción a su señor.
Europa estaba, como dice Enrique Dussel*, durmiendo la "siesta medieval", aislada de los centros culturales, demográficos y productivos de esa época, es decir, de China y el Indostán. En ese contexto, Europa más bien era la periferia del sistema y no el centro, como llegó a ser más adelante.
Desde el 1300, las cosas ya comenzaban a ir terriblemente mal en el “viejo continente”. Los ingresos señoriales comenzaron a caer; la hambruna se esparcía por todas partes y los campesinos protagonizaban violentos levantamientos; las epidemias hacían su aparición y destrozaban la demografía europea; los comerciantes y prestamistas en las ciudades-estados perdían mucho dinero.
La caída de Constantinopla en 1453, a manos del imperio turco-otomano, cerraba las puertas a Europa para la importación de las tan anheladas mercancías de China e India. El imperio musulmán del sultán Mehmed II se extendía desde el oriente próximo hasta el norte de África, levantando una muralla entre los mercaderes europeos y todas las rutas conocidas hacia las riquezas del extremo oriente.
Tal marco geopolítico motivaba, entre los comerciantes del mediterráneo, una carrera desesperada por encontrar nuevas formas de llegar al extremo oriente, de tal suerte que, un mercader genovés, de nombre Cristóbal Colón, logró convencer a los Reyes españoles de financiar su expedición hacia la India a través del Atlántico.
Cuando Colón desembarcó por primera vez en nuestro continente, lo hizo en la isla caribeña de Guanahaní, actualmente Bahamas. Pero, creyendo haber llegado a Asia, seguramente al archipiélago de Japón, encontró que esas tierras ya estaban habitadas por la tribu arawak.
En una de sus cartas, Colón escribe de ellos:
“No llevan armas, ni las conocen. Al enseñarles una espada, la cogieron por la hoja y se cortaron al no saber lo que era. No tienen hierro. Sus lanzas son de caña. Serían unos criados magníficos. Con cincuenta hombres los subyugaríamos a todos y con ellos haríamos lo que quisiéramos”.
Las huestes de Colón navegaron hacia Cuba, y después a Haití, creyendo haber llegado a la China. En sus informes a los reyes, este mercader intentaba persuadir a “Sus majestades” para que siguieran financiando su proyecto de conquista, ofreciéndoles "cuanto oro necesitasen... y cuantos esclavos pidiesen".
En su segunda expedición, a Colón le consiguieron diecisiete naves y más de mil doscientos hombres a quienes los adentró en el territorio de Haití, en busca de los yacimientos de oro. Pero los arawaks no tenían oro.
De todos modos, Colón tenía que cumplir con las exageradas promesas que les había hecho a los reyes en su confusión geográfica. Entonces hizo capturar a mil quinientos arawaks, porque de “algo” tenían que regresar los barcos cargados, y seleccionó a otros quinientos indígenas para ofrecerlos en la venta de esclavos en Europa.
El historiador norteamericano Howard Zinn escribe sobre lo que sucedió en las Antillas:
“Los arawaks intentaron reunir un ejército de resistencia, pero se
enfrentaban a españoles que tenían armadura, mosquetes, espadas
y caballos. Cuando los españoles hacían prisioneros, los ahorcaban
o los quemaban en la hoguera. Entre los arawaks empezaron los
suicidios en masa con veneno de yuca. Mataban a los niños para
que no cayeran en manos de los españoles. En dos años, la mitad
de los 250.000 indígenas de Haití, habían muerto por asesinato,
mutilación o suicidio. Cuando se hizo patente que no quedaba oro, a los indígenas se los llevaban como esclavos a las grandes haciendas que después se conocerían como "encomiendas". Se les hacía trabajar a un ritmo infernal, y morían a millares.”
Por otro lado, una de las principales fuentes históricas de lo acaecido en las islas del Caribe, a la llegada de los navegantes europeos, es Bartolomé de las Casas, un fraile que llegó a América en 1508 y que, impactado por lo que los conquistadores hacían con los nativos, escribió una serie de crónicas en las que denuncia los abusos españoles.
En una de sus crónicas cuenta:
“Respecto a los bebés, morían al poco rato de nacer porque a sus madres se les hacía trabajar tanto, y estaban tan hambrientas, que no tenían leche para amamantarlos, y por esta razón, mientras estuve en Cuba, murieron 7.000 niños en tres meses. Algunas madres incluso llegaron a ahogar a sus bebés de pura desesperación (…) De esta forma, los hombres morían en las minas, las mujeres en el trabajo forzado, y los niños por falta de leche (...) y en un breve espacio de tiempo, esta tierra, que era tan magnífica, poderosa y fértil (...) quedó despoblada. Mis ojos han visto estos actos tan extraños a la naturaleza humana, y ahora tiemblo mientras escribo.”
Para Bartolomé de las Casas, "La cruel política iniciada por Colón y continuada por sus sucesores desembocó en un genocidio completo".
Y gracias a este genocidio, y los beneficios que obtuvieron de él, la Corona de Castilla-Aragón continuó mandando expediciones hacia otros territorios de América, como a Tenochtitlan o a Tahuantinsuyo, orquestando nuevas matanzas e iniciando la colonización de nuestro continente y el saqueo de las tierras que pertenecían a los pueblos originarios.
Así, con la colonización, se inicia una nueva era en el sistema-mundo, la del capitalismo, que desde entonces tendrá, parafraseando a Marx, “la redondez de la Tierra como escenario”.
Para Karl Marx, la conquista del continente americano, con el bautizo de sangre del capitalismo, que “nació chorreando sangre y lodo por todos los poros”, fue la acumulación originaria del capital.
En lo sucesivo, el imperio español impondrá encomiendas en los territorios indígenas para garantizar el pago de tributo a la Corona; traerá miles de africanos a las plantaciones de azúcar, café y algodón, principalmente como esclavos, y utilizará a los campesinos de la región en las minas de plata y oro para explotarlos en un régimen de trabajo asalariado, pero bajo el signo de la esclavitud.
Así, Europa se vio beneficiada y pudo entonces, con esos cuantiosos recursos del “Nuevo Mundo”, revertir el aislamiento en el que se encontraba.
Ahora, 500 años después de la colonización de nuestro continente, las principales potencias de Europa, así como Estados Unidos, continúan expoliando las tierras y los recursos de América, África y Asia, con medios aún más sofisticados y productivos, perpetuando su dominación y sobreexplotación del planeta. Tanto es así que EEUU y la Unión Europea, más el Reino Unido, han sido los responsables del 74% del excedente global de explotación de recursos durante los últimos 50 años. Al mismo tiempo, otras potencias económicas han surgido como nuevos países neocolonialistas, como Japón y China, por ejemplo.
* Enrique Dussel: filósofo argentino radicado desde 1975 en el exilio en México y uno de los máximos exponentes de la Filosofía de la Liberación y del pensamiento latinoamericano. |