Las Fake News en la mira
No toda información falsa es una fake news. Para que lo sea, debe tener un uso político, dirigido a una población dada para alcanzar un interés particular y sectorial. Tanto la desinformación como la falta de información (misinformation en inglés) son formas de información objetivamente inexacta e implican la intención de engañar [1].
No es un fenómeno moderno. Constituyeron parte de los mecanismos mediáticos, políticos y militares desde la antigua Grecia [2]. Pero, como las entendemos hoy, las fake news adquirieron mayor relevancia en el siglo XIX con el rápido crecimiento de los medios de comunicación [3]. Incluso implicaron un recurso desarrollado por los ejércitos más poderosos del mundo como “propaganda de guerra”, una táctica militar que implicaba el uso de la radio y de pasquines que se lanzaban desde lo aviones, influyendo sobre los ánimos de los enemigos [4]. En el siglo XXI, escalaron como mecanismos de desinformación masiva, impulsada por el desarrollo de las nuevas tecnologías, las redes sociales y el rol central de empresas de tecnología. El momento más álgido de las fake news se vivió en el 2016, durante el proceso del Brexit en Reino Unido o las elecciones de Donald Trump en EEUU. En ambos casos, las compañías Facebook y Cambridge Analytica estuvieron involucradas en la utilización de datos personales para el diseño de los algoritmos que permitieron identificar poblaciones más vulnerables a noticias falsas. Aquí, en la Argentina, pudieron haber jugado un papel importante durante las elecciones de M. Macri en el 2015 [5]. Se generó ahí una alianza muy potente: por un lado, un paquete de desinformación; por el otro, la Big Data reconociendo a las poblaciones más vulnerables como su objetivo.
Objetivo: conquistar hegemonía política y social
Recordemos la famosa frase (simplificada) de Karl Von Clausewitz: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”. O sea que cualquier conflictividad se resuelve en la arena de las relaciones de fuerza, y sólo cuando se puede elegir, se utilizará medios que evitan en primera instancia la confrontación [6]. Por ende, los mecanismos de manipulación cognitivos a nivel de las masas son armas esenciales para que quienes se encuentran en el poder lleven adelante sus intereses sin recurrir obligadamente a la coerción. Las fake news constituyen solo un tipo de artillería, pero no la única relacionada con la información. Otros mecanismos son intencionalmente dirigidos para operar sobre las subjetividades mediante contenidos altamente ideológicos con fines políticos o económicos: desde la industria de Hollywood (clave en la asociación entre algunas poblaciones y la etiqueta de “enemigo” o “terrorista”), el realismo soviético, y por supuesto, la publicidad (que induce nuevas necesidades). Otro mecanismo es la propaganda política, induciendo sesgos ideológicos en la evaluación de los intereses y las decisiones. Por ejemplo, en la Argentina, la propaganda peronista adoctrinaba la lealtad incondicional y la idolatría al líder, al igual que prefiguraba roles sociales y de género [7]. Sea cual sea el instrumento específico, la manipulación política de las masas es moneda corriente en el juego sucio de la política burguesa.
¿Cuál es el rol que cumplen los Estados respecto a estos mecanismos de manipulación?
Estos mecanismos no son un “vicio” de algunos sectores políticos en particular, sino las reglas de juego en el tablero del Capitalismo. Para ganar la jugada, es clave mantener la hegemonía política y social [8]. Para ello, los aparatos ideológicos del Estado (sus instituciones: escuelas, universidades, etc) son los instrumentos mediante los cuales se adoctrina a la población bajo un determinado orden social con un contenido ideológico; no sólo impactan sobre el desarrollo cognitivo (atención, curiosidad, decisiones, etc.) sino que también refuerzan la jerarquización social y el lugar del sujeto dentro de la sociedad [9]. Es a través de sus instituciones que el capitalismo (re)produce en parte las normas sociales que le dan forma a su existencia (al Capital), a la vez que oculta su verdadera esencia: un sistema que profundiza la desigualdad en base a la explotación de la clase obrera y distintos tipos de opresión. Así es que el 1% más rico tiene tanto patrimonio como todo el resto del mundo junto. Este mecanismo de ocultación es lo que Marx intentaría conceptualizar como “enajenación capitalista” y “fetichismo de la mercancía”.
En estos procesos, la ciencia juega un rol dual fundamental: como productora y jueza de conocimientos. Esto es un cuchillo de doble filo. Lo primero que hay que resaltar es que las instituciones científicas no escapan a las generalizaciones de Althusser. De hecho, justamente vienen a cumplir el rol de definir qué conocimientos son socialmente válidos y cuáles no. En base a un proceso de búsqueda de evidencia a favor o en contra de determinadas nociones, la ciencia contribuye a definir qué conocimiento es más potente para explicar aspectos de la realidad (o es más útil a un determinado interés). Hasta aquí podría acordarse sin mayor oposición. Sin embargo, esta operación no es tan higiénica como aparenta. La apariencia aquí es tan potente porque está anclada sobre la Ilusión de neutralidad: las personas no son conscientes de que los conocimientos son producidos por sujetos de instituciones atravesadas por ideologías dominantes.
Esta posición de “jueza de la verdad”, cuando no va acompañada de mecanismos de democratización de la ciencia y de la crítica a su mercantilización capitalista, puede terminar cumpliendo un papel legitimador de los mecanismos de poder dentro de la sociedad, en base a un perverso cientificismo. Así, con discursos biologicistas, “popes” de la ciencia a nivel mundial han construido relatos teóricos que fueron (y siguen siendo) funcionales a las condiciones de desigualdad social en términos de género, clase social, grupos etnográficos, etc. Un ejemplo lo encontramos en la Psicología Evolucionista (una corriente teórica sin fundamentos empíricos, arraigada en el Neodarwinismo), que contribuyó a generar un “sentido común” que constituye el cimiento implícito de la neuroeconomía, la psicología política, la sociobiología, de estudios sobre la agresión, la justicia, la moral, la política, o el sexo (o género). Estas miradas, nuevamente que responden más a los prejuicios y estereotipos de los autores (en general, varones cis), buscan imponer la idea del “éxito” (o la supervivencia) como producto de la competencia extrema, lo que – según ellos- esta determinado genéticamente. Así, legitiman la meritocracia, la representación de “líder nato” (jerarquías), las relaciones sociales de opresión, el sexismo, y el individualismo, características centrales de la cognición humana en el capitalismo. Ninguna de estas aproximaciones reduccionistas tienen de hecho evidencias que las apoyen [10], ni pueden defenderse como una verdad absoluta. En todo caso es necesario decir que está en discusión y que estos autores no incluyen en sus análisis todos los marcos teóricos, algunos de los cuales dan cuenta del rol central que tuvo el apoyo mutuo y la simbiosis (modos de cooperación más o menos estrictas entre los seres vivos) para la evolución no lineal de la vida.
¡Avalado científicamente!
Pero la ciencia capitalista no solo chequea o estudia: también legitima fake news o falsas verdades [como que el Proyecto Genoma Humano iba a resolver muchas enfermedades, o el proyecto Cerebro (Brain Project) iba dar con las claves de las enfermedades neurodegenerativas y psiquiátricas]. Si bien estos proyectos han aportado herramientas útiles para enfrentar algunas enfermedades, sus falsedades radican en ser presentados como soluciones prometeicas a problemas más complejos. Lo que se oculta aquí es la relación estricta con grandes empresas farmacéuticas y/o tecnológicas [11].
Un ejemplo claro de esto lo encontramos en la Argentina. El trigo Hb4 se vende como la solución a la pobreza, ya que es resistente a sequias. Su desarrollo estuvo a cargo de la Dra. Raquel Chan, y forma parte de un convenio con una empresa privada nacional que cotiza en la Bolsa de EEUU: Bioceres Llc. La doctora, que aceptó acciones de la empresa, ya prometió un nuevo producto: trigo resistente a tormentas. No solo brinda una falsa solución a un problema complejo (desde una única mirada disciplinar y empresarial), sino que contribuye a empeorarlo. El trigo Hb4 es parte de un paquete tecnológico cuya productividad competitiva depende de que sea seleccionado mediante glufosinato de amonio, un agroquímico altamente tóxico. Mientras que en muchos países desarrollados se ha prohibido el uso de agrotóxicos por sus impactos socioambientales y a la salud, en la Argentina son política de Estado desde el menemismo. Felipe Solá introdujo el modelo de producción intensiva del agro a base de paquetes tecnológicos (la soja transgénica + glifosato) para recaudar divisas, con la promesa de que esto iba a implicar un mayor desarrollo nacional y disminución de la pobreza. Nada más falso. No solo no se ha resuelto las desigualdades estructurales, sino que ahora contamos con 25 años de continua toxicidad en los territorios, aguas, y nuestros cuerpos, lo que ha llevado a un grave problema de salud pública, incluso a nivel mundial [12]. Para poder sostener esta falacia, el Estado, en complicidad con algunes cientifiques, han desinformado sistemáticamente a la población. Podría alegarse que en realidad son diferentes posiciones dentro de la ciencia. Sin embargo, cuando el Dr. Andrés Carrasco demostró lo que ya sabían los pueblos fumigados, el CONICET y la presidenta de la Nación lo desestimaron, en el mismo momento en que se hacía lobby por Monsanto. La investigación de Carrasco fue pionero dentro de las más de 1000 publicaciones científicas (hasta la fecha del 2020 [13]) que evidencian toxicidad a nivel ecológico y a la salud en humanos. También podemos evidenciar los mismos mecanismos en relación a la megaminería y la explotación offshore del Mar Argentino. Lejos de la cautela esperable para la ciencia, y de una política en CyT que priorice las investigaciones en el tema, para evitar daños socioambientales y a la salud de los pueblos afectados, el Estado no solo no ha hecho nada por frenar/revertir la situación, sino que sigue profundizando el modelo.
Es decir, que el Estado capitalista puede difundir información falsa debido a un interés económico o político; y para ello, requiere del aval de “destacados” científicos. En palabras del Simone de Beauvoir: “El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos”. ¿Por qué algunes cientifiques terminan jugando este rol legitimador [14]? . En primer lugar, los científiques no son inmunes a los sesgos cognitivos, como por ejemplo el sesgo de muestreo de la información (publicada) que utilizan para sostener sus posiciones. En segundo lugar, están sujetos a presiones laborales que, en muchos casos, les obliga aceptar condiciones que no aceptarían para poder trabajar (ej. financiamiento privado). Finalmente, son sujetos con intereses, en ocasiones alineados con sectores políticos, como el Gobierno Nacional, y/o empresariales (Bioceres, Grupo Insud, Shell, etc). O sea, si bien no podemos conocer sus verdaderas intenciones, sí podemos estar segures de que sus posiciones no son neutrales, ni están basadas en un conocimiento “objetivo”.
¿Cuáles son las consecuencias de estos mecanismos?
El escenario no es muy optimista. La cada vez mayor alineación de las instituciones científicas a intereses económicos privados, o con sectores políticos dominantes, ha llevado nuevamente a una crisis de confianza en la ciencia, favoreciendo el surgimiento de grupos anti-ciencia. Este fenómeno no es nuevo, aunque pareciera que muches cientifiques no han aprendido de la historia [15]. Esto se agrava con el grado de reduccionismo y arrogancia con el que comunican los conocimientos científicos como verdades acabadas, desoyendo otros saberes populares o directamente negando derechos a la decisión. En este sentido, las instituciones científicas son también responsables del escepticismo al conocimiento científico. Más que verdades, les cientifiques deberíamos transmitir métodos para pensar e interpretar nuestras realidades (y por ende, es fundamental el dialogo entre saberes). Por otra parte, la mercantilización del conocimiento está lejos de contribuir a la mejoría de las condiciones de vida de la humanidad en general.
Sin embargo, estos mecanismos de manipulación cognitiva tienen un efecto negativo mas general sobre la vida política de las personas. Las fake news no solo pueden contribuir a aumentar la creencia en información falsa, sino que también han deteriorado la confianza en la construcción de instancias realmente democráticas, aumentado el escepticismo, la alienación, la desinformación, el cinismo, la adopción de posiciones irracionales, la generación de grupos anti-, y la apatía general [16]. Los medios de comunicación y redes sociales son actores claves en el desarrollo de la polarización política, y el surgimiento (o empoderamiento) de corrientes políticas autoritarias, anti-derechos, negacionistas o incluso directamente fascistas (ej. Milei). Esto podría explicar la disminución de la población que participa de las elecciones, como en las elecciones argentinas del 2021 que sólo el 68% del padrón votó.
Ante este panorama, producto del fracaso de los “progresismos” y el ascenso nuevamente de fuerzas de derecha radical (o directamente fascistas), los pueblos deberán afrontar una encrucijada histórica: para construir un futuro que los incluya, deberán apropiarse de los medios de comunicación y de producción de conocimientos, y recuperar su capacidad de decisión como pueblos. ¡Y esto, solo es posible por la vía de la lucha organizada en las calles! |