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18 de enero de 2025 Twitter Faceboock

Crónicas estudiantiles
“Conmemoración 18 de Octubre"

No todo sigue igual.

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Por: Francisca Varas

Han pasado tres años desde el momento en que los marginados dijimos basta, alzamos la voz y salimos a las calles para ser escuchados a la mala por esos corruptos que sólo saben acrecentar la brecha que nos aleja -naufragantes- de un futuro estable. Tres años desde que el cielo de la Alameda humeaba en tonos rojos y anaranjados, llevando consigo la rabia de un pueblo cansado de injusticias.

Tres años desde que, sentada sobre mi cama, escuchaba los felices bocinazos que conductores eufóricos compartían desde la autopista Vespucio, y donde uno que otro vecino asomaba la tímida olla para sopa por la ventana, golpeándola con la negra cuchara de palo al ritmo rimbombante que ahora oíamos en todas partes. Yo veía la alegría y la esperanza cada vez que salía a la calle, a comprar y donde mis abuelos, pero la televisión sólo mostraba el fuego, los daños, el saqueo y los lumazos. ¿Dónde estaba esa felicidad que se respiraba en el aire lacrimógeno de Santiago?

“Luego el conteo regresivo todos los días, desde el 19 de octubre y durante una semana, es hora de entrarse, no te vayan a pillar los milicos”. Como una broma cruel en las noticias de las tardes, mirando las jornadas de protestas, aparecía un temporizador en la esquina de la tele indicando el inicio del toque de queda. Quedan cinco horas para protestar. Y se me apretaba la guata cuando veía que ya estaba oscureciendo y la gente seguía en las calles, peleando luma contra voz, escudo contra camote, sin la intención de dar el brazo a torcer. Son valientes, me decía, espero que lleguen bien a sus casas.

Las manifestaciones se extendían, esto está recién comenzando. Se sumó La Serena y Valparaíso, y ahora millones de voces entonaban las mismas canciones casi remasterizadas, canciones de nosotros, del populacho, saltando y bailando. Porque esto era una fiesta, la fiesta del cambio, con los coloridos carteles y las batucadas bajo el sol primaveral. O al menos así fueron las primeras, hasta que comenzó la represión.

Las redes sociales tuvieron un rol importante, ya no podíamos creerle a la televisión, sino a la prensa independiente -como Sube la radio y PRCL Prensa Chilena- que nos mostraba el lado oscuro de lo que estaba sucediendo con quienes se enfrentaban a la ola de uniformados verdes. Esas noticias volaron a través del insta, y por medio de videos no tardamos en enterarnos de que el mall de Quilicura, al igual que la estación de metro Baquedano, habría sido un centro de tortura. De todos modos, las pruebas así lo indicaban, hasta que el centro comercial fue quemado por desconocidos.

Los medios sociales asimismo trajeron cosas buenas, la gente comenzaba a estar informada, a opinar acerca de política, de actualidad, del descontento compartido. Ya no era un generador de likes y aprobación social, sino un actualizador de lo que sucedía minuto a minuto en la zona cero.

Pronto con la pandemia comenzó a apagarse la llama de la revolución social, ahora el miedo era un virus que no podíamos dimensionar. Otra vez estábamos todos encerrados en nuestras casas, día y noche durante más de un año, a la deriva de soluciones que no sabíamos si existían. El estallido había pasado a segundo plano, pero esa llama siempre se mantuvo ahí, titilando, volviéndose llamarada cuando era necesario. Como hoy, a tres años del despertar chileno.

Así como las noticias de los medios independientes trajeron la verdad a nuestros ojos, hoy nos muestran el pesimismo de personas que están cansadas de perseguir promesas vacías y no ver cambios concretos, sintiendo que todo esfuerzo fue en vano. Con mi celular en mano, deslizaba los comentarios del post que llamaba a conmemorar los tres años del estallido social y sólo leo “¿conmemorar qué?”.

Resuena en mi cabeza. ¿Qué se conmemora hoy que nuestras fuerzas están en el suelo?, hoy que una amplia mayoría se negó a reconstruir los cimientos de un país traído a la democracia bajo el miedo y la tiranía, hace más de treinta años.

Cuando el 4 de septiembre tuvimos la oportunidad de dar vuelta la historia en la punta de un lápiz azul, de quemar ese libro escrito entre cuatro paredes, fundado en la ignorancia, y no lo hicimos. Pensábamos que ahora sí estaba todo perdido, la lucha de casi tres años atrás se disolvía y olvidaba en la memoria de un pueblo que no sabe rebobinar su historia, mientras mirábamos los porcentajes subir, mordiéndonos las uñas y aflorando la decepción en nuestros pechos.

Desperté con la misma desesperanza de quienes comentaban aquellos posts, porque sentía que nada había cambiado. Sin embargo, el rememorar cómo viví mi primera marcha, con la adrenalina y el miedo corriendo por mis venas, el por qué comencé a hablar abiertamente de política con mis padres, que nunca me educaron para hacerlo, y el por qué me adherí inmediatamente a un movimiento que representaba a mi generación y a mi genealogía, entendí que efectivamente todo había cambiado.

Hoy la gente se ha vuelto más consciente de los cambios que quiere y merece, ya no se van a conformar con las migajas que ofrecen quienes poseen la marraqueta entera. Nos encontramos más activos e informados respecto a la actualidad, y entendimos que no necesitamos ser abogados para hablar de política, porque es algo que envuelve todos los ámbitos de nuestra vida y sucede a cada segundo. Hubo un despertar colectivo, partiendo por aquellas secundarias que dijeron “no más” y evadieron los torniquetes del metro, hasta los abuelos que miraban cómo por fin al país se le rompía ese vidrio empañado que mostraba fragmentos de lo que somos realmente. La memoria colectiva prevalece, al igual que todos los murales que nos dejó la Primavera de Chile.

Este martes 18 de octubre se conmemoró esto y más, porque sabemos de lo que fuimos capaces una vez y podemos volver a realizar. Así, las murallas pintadas y llenas de stickers a lo largo del territorio nacional nos recuerdan lo que un día, corazones llenos de rabia e ilusión, pudieron lograr, pesarosos por un alza de treinta pesos que los hizo rebalsar.

 
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