Para eso, nos vamos a detener en cómo el fructífero diálogo entre feminismo y marxismo propició los debates que llevaron a que las y los bolcheviques intentaran dar una respuesta a esta problemática estructural del capitalismo, como lo es el de la reproducción social, que involucra al “trabajo doméstico” y las tareas de cuidado que hacen posible la reproducción de la fuerza de trabajo.
Marxismo y Feminismo
El diálogo entre marxismo y feminismo se remonta a los inicios de la corriente socialista, donde los socialistas utópicos como Charles Fourier y Flora Tristán hicieron grandes aportes. Les siguieron los escritos de August Bebel y luego los aportes del marxismo en general a partir de su formación como corriente política.
Los desarrollos del propio Marx en El Capital sientan las bases para el desarrollo de una teoría crítica del capitalismo, al desentrañar cómo funciona y se desenvuelve la lógica de explotación y opresión de este sistema. Por su parte, Frederic Engels será uno de los pioneros en estudiar la opresión de género en las sociedades de clase, no como era habitual en términos solamente de prejuicios sociales, religiosos, culturales, etc., sino intrínsecamente ligada al desarrollo de la propiedad privada y el Estado, es decir, a las formas de producción y reproducción social, como vemos en El Origen de la familia la propiedad privada y el Estado.
En este libro, Engels se detiene a analizar cómo el surgimiento del excedente social, las clases y el Estado, se establece la división sexual y desigual del trabajo que busca proteger y mantener la propiedad privada en pocas manos, a través del establecimiento de la herencia por patrilinealidad y con ello la imposición de la monogamia para las mujeres. De esta forma, se las relega a la esfera privada o doméstica, cumpliendo las tareas de reproducción social.
Lo que resalta Engels es que la desigualdad legal que sanciona el Estado surge precisamente de condiciones económicas:
Su desigualdad legal, que hemos heredado de condiciones sociales anteriores, no es causa, sino efecto, de la opresión económica de la mujer.
[1]
Sobre eso se montan las justificaciones ideológicas, prejuicios, etc. Por eso sin atacar esa desigualdad de base, que se expresa en la privatización de toda una parte de la actividad social, no se soluciona el problema.
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En cuanto al trabajo doméstico y las tareas de reproducción social, la tradición marxista resalta que las causas de la opresión hacia las mujeres son históricas y no tienen que ver con ninguna causa natural, sino con la conformación de sistemas sociales clasistas que relegan toda una parte de la producción social, entendida en un sentido amplio, a una esfera privada que por lo tanto no se paga, y que mayormente recae en las mujeres.
El marxismo problematiza estas tareas de la reproducción social por el prisma de la economía política, dándole por primera vez una entidad y una importancia al debate al mismo nivel que otras problemáticas centrales para los revolucionarios, como qué hacer con el estado y la propiedad privada. De esta forma se asientan las bases para vislumbrar la raíz del problema, valorizando al trabajo doméstico y las tareas que hacen a la reproducción social de la fuerza de trabajo en las sociedades de clase.
La relación entre feminismo y marxismo se profundizó y pasó por muchas etapas en las cuales hubo muchos aportes disímiles que exceden al objetivo de este trabajo, muchos de estos debates podemos encontrarlos en el libro de Andrea D´Atri, Pan y Rosas: pertenencia de género y antagonismo de clase en el capitalismo (Ediciones IPS), que recomendamos para quienes quieran ahondar en estos temas.
Otro trabajo que repasa agudamente estos diálogos es Las sin Parte: Matrimonios y Divorcios entre Feminismo y Marxismo de Cinzia Arruzza (2015). De este libro retomamos el desarrollo de la autora para pensar el caso del marxismo ruso y la revolución bolchevique. En el terreno de la política de género, Cinzia Arruzza va a destacar a la izquierda rusa y al Partido Bolchevique en su militancia contra el atrasado régimen zarista:
Los diversos teóricos del bolchevismo ya antes de la revolución habían atribuido una importancia central a la liberación de la mujer. Los años de exilio, la clandestinidad y la deportación, la exclusión sistemática de la mujer de la vida social ordinaria, etc., habían desarrollado en muchos de ellos el desprecio por las normas convencionales y la modalidad de relaciones vigentes en la familia tradicional, en particular la pequeño burguesa. La vida en los márgenes, las peregrinaciones, la solidaridad entre compañeros de exilio las había liberado en parte del moralismo conservador que caracterizaba a las organizaciones del movimiento obrero de otros países. [2]
Siguiendo a Arruzza, estas características en la organización política rusa van a forjar una experiencia singular para el Partido Bolchevique por la persecución y el exilio. En estas redes de solidaridad y cooperación que se generaban entre hombres y mujeres en la clandestinidad, también habrá una gran conexión con otros militantes europeos y las ideologías más avanzadas de la época, como el feminismo, que cada vez tomaba más espacio en los círculos de propaganda y organización política y sindical de la izquierda europea.
Estas influencias propician los lazos que se fueron tejiendo desde principios de siglo XX entre las militantes bolcheviques y figuras destacadas del feminismo socialista como Clara Zetkin, que impulsó espacios como la primera Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas de Stuttgart (Alemania) en 1907, y una segunda en Copenhague durante el año 1910 en donde se vota al 8 de Marzo como día internacional de las mujeres.
Cuando las mujeres tomaron el cielo por asalto
En su Historia de la Revolución Rusa, León Trotsky, uno de los protagonistas y dirigentes junto a Vladimir Lenin de la revolución bolchevique de 1917, comienza uno de los primeros capítulos del libro con la referencia al día internacional de la mujer que se había instaurado pocos años antes:
Los elementos socialdemócratas se proponían festejarlo en la forma tradicional: con asambleas, discursos, manifiestos, etc. A nadie se le pasó por las mentes que el Día de la Mujer pudiera convertirse en el primer día de la revolución. Ninguna organización hizo un llamamiento a la huelga para ese día. [3]
Si bien en este pasaje Trotsky intenta mostrar el carácter semi espontáneo de la insurrección y cómo influyó la participación popular desde abajo en el devenir de este proceso junto a la dirección del partido bolchevique, también marca una coincidencia casi poética sobre el rol de la mujer como punto de inflexión en el momento de la insurrección.
Las mujeres bolcheviques se encontraban a la vanguardia del partido tanto a nivel organizativo como en el plano de la elaboración de un programa político contra la explotación y opresión de género. El mismo peleaba centralmente por la igualdad de género en cuanto a los derechos democráticos de las mujeres frente al gran atraso que significaba el régimen zarista, en donde las mujeres campesinas y proletarias eran casi esclavas del hombre al no tener plena libertad jurídica para la toma de decisiones sobre sus vidas. Ya el simple hecho de igualarlas legalmente con los hombres representaba un avance político importante en este contexto.
Sin embargo, las y los bolcheviques no frenaron su lucha en las conquistas democráticas y de igualdad formal en este terreno, sino que a partir de la toma del poder y la instauración del gobierno de los soviets buscaron avanzar también en la plena independencia económica de las mujeres. Esta autonomía era fundamental para que las mujeres pudieran desarrollarse plenamente en sus vidas, con el objetivo de involucrarse en la planificación y construcción socialista del estado, ya que esta tarea debía ser obra de todas y todos los revolucionarios por igual.
Por eso, para lograr esta igualdad tanto legal como material se reformó el código civil en 1918 y se creó en 1919 el Zhenotdel (Departamento de Mujeres Trabajadoras y Mujeres Campesinas del Partido Bolchevique de la Rusia Soviética) con Aleksandra Kollontái e Inessa Armand como sus principales dirigentes, entre muchas otras mujeres (algunas anónimas) que dedicaron sus vidas a esta pelea. Varias de las principales conquistas a partir de estas políticas fueron el derecho pleno al voto para las mujeres, la igualdad legal y salarial con respecto a sus pares varones, la instauración del divorcio y las pensiones familiares; el derecho a decidir sobre sus cuerpos con la legalización del aborto muchos años antes que otras repúblicas burguesas avanzadas de la época. También se descriminalizó la homosexualidad y se le dio plena igualdad de derechos a todas las personas más allá de su género u orientación sexual.
La socialización del trabajo doméstico en el país de los soviets
Desde el Zhenotdel y el gobierno soviético abrieron un fuerte debate interno sobre cómo resolver esta problemática para que las tareas domésticas no recaigan exclusivamente sobre las mujeres. Por un lado se planteó la posibilidad de que estas tareas sean distribuidas equitativamente al interior del hogar junto con los hombres, similar a lo que proponen muchos sectores del feminismo en la actualidad. Pero encontraron un límite para este planteo, ya que esos quehaceres domésticos al estar asociados históricamente a la labor de las mujeres llevaban a un choque profundo con construcciones culturales de siglos que lamentablemente no se destierran de un día para el otro, ni siquiera en medio de un proceso revolucionario, y menos aún en el dificultoso contexto de la transición al socialismo en un país atrasado cultural y económicamente. [4]
A pesar de los obstáculos, en ese camino la revolución tomó medidas que iban a la raíz de las causas estructurales de la opresión de la mujer: socializar las tareas domésticas. Eso se llevó adelante construyendo bajo la órbita estatal cientos de comedores, lavanderías, guarderías y escuelas populares que dependían del gobierno sovietico y tenían como objetivo aliviar esta tarea para las mujeres y sobre todo para las más pobres del pueblo trabajador.
La tradición marxista y la revolución rusa toman esta problemática y la aplican a su programa en términos de avanzada: se vuelve una política radical ya que la socialización de estas tareas las visibiliza como un problema público y no solo doméstico.
Inessa Armand promueve y reivindica la socialización de estas tareas y el rol que cumple el estado socialista para liberar a las mujeres de las mismas, y en 1920 escribe:
Gracias a la creación de los comedores públicos, la cocina desaparece poco a poco de la economía doméstica. La cocina casera, tan glorificada por los burgueses, pero que desde el punto de vista de la economía no es en absoluto adecuada al objetivo, es para las campesinas y en especial para las obreras un castigo insoportable que les consume todo el tiempo libre, las priva de la posibilidad de ir a las reuniones, de leer y de tomar parte en la lucha de clases: la cocina doméstica, en el régimen burgués, es uno de los mejores aliados del capital contra el obrero, al favorecer la ignorancia y el retraso de las obreras. [5]
Armand particularmente se preocupa por la calidad del tiempo de las mujeres para que puedan destinar sus energías a la militancia, la organización política y propia y por ende a la construcción consciente del socialismo, por eso también plantea que:
Las asambleas de delegadas son instituciones gracias a las cuales las obreras aprenden en la práctica cómo debe ser llevada la acción soviética, cómo emplear sus fuerzas y su energía revolucionaria en la lucha común del proletariado y en la organización. Por otra parte, estas asambleas son un excelente enlace entre las instituciones soviéticas y las masas obreras. Las delegadas se dividen en grupos de personas que trabajan en tal o cual sección soviética (hasta ahora, sobre todo, en la seguridad en el trabajo, en la instrucción pública, en la salud preventiva) y allí llevan una acción para la inspección y el control de los asilos, de los refugios, de las guarderías, de las escuelas para enseñar a leer y escribir a los adultos y otras, así como para su creación; para el control y la inspección de los comedores y de las cocinas y para la eliminación de los abusos y desórdenes. [6]
Estos debates tenían una centralidad muy importante para el nuevo gobierno, y por eso los principales dirigentes de la revolución rusa intervienen en ellos e impulsan políticas tales como la socialización de las tareas domésticas a la par de la organización de las mujeres trabajadoras. En 1919 Lenin problematiza:
Estamos creando instituciones, comedores y casas-cuna modelo, que liberen a la mujer del trabajo doméstico. Y es precisamente a la mujer a la que más incumbe la labor de organización de todas estas instituciones. Hay que reconocer que hoy existen en Rusia muy pocas instituciones de este tipo, que ayuden a la mujer a salir del estado de esclava del hogar. El número de estas instituciones es insignificante, y las condiciones por las que hoy atraviesa la República Soviética –las condiciones militares y las del abastecimiento, de las que han hablado aquí a ustedes con detalle los camaradas– nos estorban en esta labor. [7]
En este mismo sentido, León Trotsky en 1923 también cuestionaba la división sexual del trabajo al interior del hogar y reivindica la difícil tarea que emprendieron para combatirla desde el gobierno revolucionario :
Uno de los problemas, el más simple, fue el de instituir en el estado soviético la igualdad política de hombres y mujeres. [...]. Pero lograr una verdadera igualdad entre hombres y mujeres en el seno de la familia es un problema infinitamente más arduo. [...]. Hasta tanto la mujer esté atada a los trabajos de la casa, el cuidado de la familia, la cocina y la costura, permanecerán cerradas totalmente todas sus posibilidades de participación en la vida política y social. [8]
Por su parte, Aleksandra Kollontái también plantea en 1920 que:
En la república proletaria, en la que la economía individual, principalmente en las ciudades, tiende a desaparecer a favor de la vida pública, en la que la red de instituciones de educación social se desarrolla rápidamente y cada mujer trabaja tanto como un hombre ganándose la vida de forma independiente, la cuestión del matrimonio adquiere un aspecto completamente diferente. [9]
Al mismo tiempo, tuvo lugar un fuerte debate al interior del partido bolchevique y el nuevo gobierno sobre el rol social del Estado y de instituciones como la familia, que también se colaban en los debates sobre qué hacer para eliminar el trabajo doméstico y la desigualdad. Para profundizar en este aspecto recomendamos el artículo de Josefina Martínez “Amor y cuidados más allá del capital: debates sobre la abolición de la familia y el socialismo”, que salió el domingo pasado en el suplemento Ideas de Izquierda.
También queremos remarcar el derrotero político de Kollontái, ya que si bien en muchos de estos debates se ubicó en un sentido más radical cuestionando a la institución familiar y las relaciones sexoafectivas, luego terminará teniendo una cuestionada ubicación subordinada al estalinismo.
El termidor estalinista significó grandes retrocesos para la clase obrera, el campesinado y el pueblo pobre ruso. Para ello intentó barrer con muchas de las conquistas de los primeros años de la revolución, cercenando la democracia interna y persiguiendo a la oposición de izquierda dentro del Partido Bolchevique. Junto con eso, el estalinismo también intentó frenar estos procesos de grandes transformaciones sociales y culturales promovidas por las y los bolcheviques.
En ese sentido, la historiadora Wendy Z. Goldman hace un exhaustivo trabajo en el cual demuestra las nefastas consecuencias y el retroceso que implicó el termidor estalinista en materia de género. Con Stalin en el poder se fueron barriendo muchas de las conquistas que habían obtenido las mujeres rusas y que fuimos detallando a lo largo de esta nota, como por ejemplo la plena decisión sobre sus cuerpos o la equiparación de derechos laborales con los hombres.
En cuanto a la socialización de las tareas domésticas podemos ver los cambios en el siguiente gráfico que nos muestra Goldman en su libro La Mujer El Estado y La Revolución [10]:
Aquí podemos observar cómo durante los primeros años de la revolución hay un crecimiento ascendente en la cantidad de establecimientos e instituciones que se encargan del cuidado infantil, y cómo este crecimiento llega un techo entre los años 1921 y 1922 para desde ahí empezar a descender, evidenciando las fluctuaciones en cuanto a los recursos que destinó en sus distintos periodos la Unión Soviética a las tareas de cuidado y la jerarquía que tenía esta política para el Estado.
A modo de conclusión
Estas transformaciones sociales, económicas y políticas tan avanzadas de los primeros años de la revolución rusa y el gobierno bolchevique fueron parte de una perspectiva más general de la pelea por la transición al socialismo. Fueron también parte de la batalla que dieron por liberar de toda forma de opresión y explotación a la clase trabajadora y el pueblo pobre de conjunto, en donde las mujeres y disidencias se encuentran doblemente oprimidas. Y más aún si contextualizamos que todas estas medidas tan avanzadas y radicales para la época, se pudieron llevar adelante en una sociedad que estaba atravesando profundos cambios luego de quitarse de encima el yugo que representaba el atrasado, conservador y opresivo régimen zarista.
Por eso creemos que en la actualidad vuelven a cobrar mucha relevancia estas lecciones tan importantes que nos dejó la revolución rusa para quienes queremos pelear contra toda forma de desigualdad y opresión de género. Las feministas socialistas no partimos de cero para dar estas batalla, retomamos y contamos con las mejores experiencias de nuestra clase para pensar las peleas futuras y conquistar un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres. |