El partido versus Países Bajos tuvo todos los condimentos necesarios para ser memorable. De una victoria 2-0 al empate agónico en el minuto nueve del tiempo adicional hasta el triunfo por penales. Sin embargo, lo que tal vez más se recuerde sea a un Messi con una, hasta ahora, nueva personalidad que algunos llegaron a calificar de maradoniana, con un perfil más alto, discutidor, de mirada adusta. Celebró con el Topo Gigio frente al banco rival y al finalizar el encuentro increpó frente a frente a Louis van Gaal. Además, terminó negándole el saludo a un rival y dejó para la posteridad su ya célebre "¿Qué mirás, bobo? Andá pa allá". No voy a entrar en el análisis de si estuvieron bien o mal esas actitudes, aunque me siento bastante alejado de los repetidores del "no es la forma".
El pendenciero
Y es aquí donde hace su aparición la nota de Cristian Grosso en La Nación con el título "Lionel Messi: el futbolista extraordinario no pudo contener al hombre vulgar". No es de extrañar esa impugnación desde ese medio que calificó a Messi de ser un pendenciero descortés e irrespetuoso que habría tomado estas actitudes para alcanzar la idolatría. En verdad no conocemos que provocó este cambio en el capitán de la selección, tal vez al mejor estilo del Michael Jordan que conocimos en The Last Dance (miniserie de 2020), solo busca enemigos como motivación, no lo sabemos. O solamente se trate de un ferviente deseo de gloria.
Desde mi punto de vista, La Nación encuentra las razones de sus críticas en un mensaje que considera peligroso o en última instancia, un obstáculo en la defensa de su interés particular que no es más que el interés de la clase dominante. No estoy afirmando aquí que la actitud rebelde de Messi sea la postura consciente de un revolucionario, sino que simbólicamente, esta tendencia a la rebeldía les resulta molesta. Esa línea editorial forma parte de una tradición que va más allá del periodismo. No es nuevo que ante situaciones que consideran anómalas ciertos sectores, enciendan las alarmas de la reacción. En el siglo XIX, los gauchos eran los vagos y mal entretenidos, en el XX, los inmigrantes eran estigmatizados y perseguidos por sus ideas políticas, llegando a aplicarles leyes bestiales como la de Residencias. Hoy, para ellos un docente que hace huelga es casi un terrorista que toma de rehenes a los alumnos. La lucha como motor de la historia no se detiene, a cada ataque hubo, hay y habrá resistencia.
Son astutos. A diferencia de los trabajadores que estamos divididos, desorganizados y en plena pérdida de derechos, los reaccionarios no dejan pasar ninguna muestra de rebeldía, aunque sea la rebeldía de un futbolista millonario. Lo que les duele es la irreverencia. Las masas pueden identificarse con esa postura y pueden pasar a la ofensiva. Le temen a lo simbólico, "el que no salta es un inglés", no es un canto anti imperialista, no obstante, de alguna manera pone en cuestión ese orden imperial.
En un ensayo que buscaba entender las diferencias entre la sociedad brasileña y la argentina, el politólogo Guillermo O’ Donnell, se acercaba a una explicación con una anécdota, en Brasil, en una disputa entre una persona poderosa y un trabajador, el poderoso exponía, "¿usted sabe con quién está hablando?", con esa frase el trabajador retrocedía, porque sentía que no daba la correlación de fuerzas para enfrentar al poder. Ante la misma situación, cuando el poderoso soltaba el "¿usted sabe con quién está hablando?", el trabajador argentino respondía, "y a mí que mierda me importa". En parte será por eso que este nuevo Messi tiene tanto apoyo popular. Esa actitud desafiante es un rasgo distintivo. Podemos llamarla orgullo o dignidad y no es lo que nos puede llevar a la victoria como clase, pero es parte necesaria para emprender un camino de luchas, de derrotas y por qué no de triunfos.
Si el Messi que solía ser formal y cortés cedió lugar a este Messi feo, sucio y malo que está dispuesto a pelear por lo que considera justo, ¿por qué nosotros como clase no podemos pelear por nuestro paraíso en la tierra?