En notas anteriores abordamos la dimensión del fútbol como industria del espectáculo deportivo, los gigantescos negocios que orbitan a su alrededor y en el caso de los mundiales algunas cuestiones geopolíticas y sociales que se desprenden de su organización. En este caso, a escasas horas de la finalización de esta vigésimo segunda edición de la Copa del Mundo organizada por la FIFA, vamos a esbozar algunas ideas sobre su impacto cultural.
Un Mundial de fútbol es cada vez con mayor intensidad un período excepcional que ocurre cada 4 años en la vida cotidiana de centenas de millones de personas en todo el planeta. A diferencia de aquella primera Copa del Mundo de 1930 disputada en Uruguay, con la televisación en gran escala primero y con la explosión de internet y las redes sociales luego, son pocas las personas que escapan a la influencia en el espacio social de este megaespectáculo deportivo. Lo que ocurre en cada instancia, en cada uno de los 64 partidos de una competencia como Qatar 2022 enseguida aparece en alguna pantalla (del celular, la tele o la computadora, de una vidriera en algún comercio). Se viralizan las imágenes destacadas, los memes, las declaraciones y se incorporan al acervo popular nuevas expresiones para uso cotidiano (“Hoy te convertís en héroe” en 2014 o el magnífico “Andá pa´ allá, bobo” que ya es remera o poster en cualquier barrio del conurbano). Pero no es que solamente el fútbol es un fenómeno cultural omnipresente durante los mundiales: a la mayoría de la población en estos períodos también le (nos) gusta. Aún esas personas que son parcial o absolutamente ajenas al fútbol convencional (el que se juega todas las semanas, todos los días, en diversas ligas de cada rincón del planeta) se interesan y hasta se involucran en mayor o menor grado durante el mes y pico de Mundial, salvo contadas excepciones. La industria del espectáculo deportivo cuenta con medios para darle un alcance inusitado a este particular momento festivo alrededor de una pelota y de 32 selecciones que representan el fútbol de 32 países del mundo. Desde el 2026, serán 48, todavía mayor alcance. Un poco la industria genera una necesidad de consumo del fútbol durante los mundiales, la pregunta es cómo y porqué logra generarlo con más potencia que lo habitual en períodos sin Mundial.
Mientras transcurre una Copa del Mundo el ídem no se detiene (para nada), pero se genera una sensación -que todo el mundo sabe ficticia- de estar en un momento excepcional, en una especie de pausa tal vez parecida de algún modo a la de la Grecia clásica durante los Juegos Olímpicos, donde sí había un cese real en la actividad y hasta se suspendían los conflictos bélicos; durante casi un mes, de a ratitos y de manera muy intermitente durante el desarrollo de un partido o especialmente durante los festejos, estalla una comunión y una catarsis colectiva por unos instantes. Se alteran roles y hasta una persona adulta mayor que no tiene nietos se transforma en “abuela” de todos en el suceso. Dicho sea de paso, estamos presenciando un acto de justicia poética con el hecho de que el hit musical mundialista en Argentina de este Qatar 2022 -tan cuestionado por la falta de libertades democráticas que sufre la población del país sede- esté basado en la melodía de un himno de la comunidad LGTBI (el tema “Go West” compuesto por los norteamericanos Village People en 1979 como expresión de anhelo de vivir en San Francisco que era uno de los pocos lugares que estaba discutiendo una legislación favorable a esa comunidad en esos años). Lala lala lá.
¿Por qué ocurre este fervor social durante los mundiales? ¿Es simplemente una expresión de sentimientos nacionalistas lo que lo motoriza? No parece que el fútbol durante los mundiales exprese en esencia esto (aunque no faltarán quienes quieran exacerbar estos sentimientos o alentar una idea de “unidad nacional”, imposible en sociedades de clases): durante un Mundial y sobre todo cuando su desarrollo le brinda protagonismo a la selección alrededor de la cual muchas personas construyen su identidad, se involucran incluso quienes no tienen interés por el fútbol en sí mismo, ni siquiera lo entienden (ni quieren entenderlo) ni lo disfrutan en otras circunstancias. Hay una especie de estado de ánimo colectivo que genera una corriente que va incorporando público, el cual para sentirse parte se involucra desde en el cumplimiento de cábalas y rituales hasta en la elección del grupo de relaciones sociales con el cual compartir ese momento (si es que lo permite la situación laboral, que en estas circunstancias excepcionales puede llegar a plantear la posibilidad de alguna flexibilidad de horarios, tal el fenómeno). Por un lado, se refuerza en la mayoría de la población una especie de necesidad de consumir de alguna manera este espectáculo deportivo para ser parte de un fenómeno cultural de masas distinto al del fútbol corriente; por eso también aparece en hinchas del fútbol convencional la sensación de “invasión” de miles de personas que “no saben de fútbol”. Pero además no necesariamente tiene que ver con una identidad nacional: el fenómeno existente al menos desde 1986 con los goles de Diego Armando Maradona a Inglaterra (“La mano de Dios” primero y “el gol de todos los tiempos” del “barrilete cósmico” después) en regiones como Bangladesh y la India -que de tan masivo que se hizo actualmente es sin dudas una de las notas salientes de este mundial- se puede entender tomando en cuenta las relaciones de estas regiones con el imperialismo y su situación de antiguas colonias y actuales semi colonias o países dependientes; pero además también en una simpatía por figuras concretas del universo futbolístico como Lionel Messi que traccionan a jóvenes de diferentes partes del planeta a identificarse como hinchas de una selección de otro país (también ocurre con Brasil o con figuras puntuales como Cristiano Ronaldo).
También sucede que el fútbol no es solamente un deporte y “22 tipos atrás de una pelotita”. Hay una narrativa que se construye alrededor del fútbol, aparecen figuras, héroes, villanos, episodios inesperados. Hay elementos del melodrama a veces en el fútbol. Cuando el mejor futbolista de su época no logra coronar su talento con una Copa del Mundo, cuando aparecen obstáculos por los cuales ese final feliz se aleja, más el público adhiere y se identifica con sus derrotas y caídas, más desea que finalmente lo logre. No es el mismo personaje el Messi de 35 años que puede cerrar una historia magnífica que el asombroso futbolista de 17 años que empezó a brillar en el Barcelona. Ni que hablar del exquisito Michel Platini de 1986 al lado de un Diego Armando Maradona que frente a un equipo inglés podía “vengar” simbólicamente el despojo sufrido en la guerra de Malvinas.
Por otro lado, el momento excepcional de un mundial de fútbol y este clima social que genera ¿No aparta a la sociedad de sus conflictos y diferencias de clase? Un recorrido rápido por unas pocas noticias de este mes mundialista brinda una respuesta rápida: por tomar solamente la coyuntura argentina, las mismas familias cosecheras que gritan en Tucumán los goles de Julián Álvarez en el Lusail Stadium de Doha son las que mandaron a una delegación de sus compañeros a presentar un proyecto de Ley de Intercosecha y contra el trabajo rural temporario para impulsar la pelea contra el trabajo precario y no registrado que predomina en el sector; los mismos empresarios del emporio del neumático Bridgestone que instalan pantallas led de última generación en sus despachos para alentar a la selección, le declaran la guerra (heridos por la derrota en una batalla anterior) a sus obreros y despiden a 5 trabajadores, provocando como respuesta un paro de 48 horas; las organizaciones sociales de desocupados y de la economía informal que admiran la resistencia de De Paul, marchan por las calles del centro de Buenos Aires exigiendo un incremento de ingresos y ayuda social; los obreros de la fábrica de membranas impermeabilizantes Megaflex en el sur del conurbano bonaerense que idolatran a Lionel Andrés Messi, siguen con su plan de lucha por reincorporación de despedidos, lo que incluyó dejar plantada a la patronal que les había acondicionado una sala de la fábrica para ver el mundial en pantallas gigantes y con gaseosas y masitas, gesto conciliador y engañoso que no aceptó absolutamente ni un trabajador. No, en el medio del carnaval mundialista, la lucha de clases tampoco se detiene. El gasista de mi edificio me lo explicó de forma más simple: “Sigue todo caro, ya no se puede vivir así, lo único que nos da una alegría es la selección, aunque no salgan campeones, son lo único que nos alegra y después a seguir remando”.
Eso no quita que desde los medios masivos de comunicación se aproveche la excepcionalidad del Mundial para sobresaturar con información deportiva y de esa manera restarle peso en la agenda a problemas políticos, situaciones económicas y sociales, hechos de la realidad que si los pueden esconder detrás de una pelota no les genera ninguna culpa hacerlo. Tampoco significa que no se intente hacer uso para mejorar la imagen de un régimen político (“sportswashing”) como trata de hacer la monarquía qatarí o en su momento la Dictadura genocida con el Mundial del 78, pero está sobradamente expuesto que el resultado nunca se condice con sus intenciones. Argentina 78 planteó a nivel internacional la existencia de miles de personas detenidas desaparecidas, Qatar expone las brutalidades de un régimen profundamente antidemocrático.
Pero volvamos a la inquietud ¿Por qué durante un Mundial para la mayoría el fútbol es lo más importante entre lo menos importante? ¿Por qué nos acordamos para siempre de en qué lugar estábamos en aquel partido contra Inglaterra de México 86? ¿Por qué nos vamos a acordar de nuestra mascota (perro, gato) que estará este domingo recostada en el piso en esta final entre Argentina y Francia y cuando pensemos en sus 15 o 17 cortos años de vida recordaremos que le tocó ser campeón o subcampeón mundial? ¿Por qué se nos quedan grabados en la memoria registros de cosas cotidianas de nuestras vidas que pasan durante instantes de un megaevento como es un Mundial? Tal vez algo de razón tenga una sentencia de Gramsci que nunca escribió ni dijo Gramsci: “El fútbol es el reino de la lealtad humana ejercida al aire libre”. Lo cita Eduardo Galeano en un artículo titulado “Fútbol ¿El opio de los pueblos?” y se transformó un poco en un lugar común del periodismo deportivo con simpatías progresistas. Le creímos a Galeano, cómo no creerle. Pero Gramsci nunca lo escribió ni lo dijo: por supuesto que el intelectual marxista sardo que fundó el Partido Comunista en Italia al influjo de la Revolución Rusa y al calor de los alzamientos obreros en Turín se preocupó especialmente por entender las prácticas culturales y gustos de la clase obrera y los sectores populares de su época, como forma de entender cómo construían su cosmovisión del mundo, cómo pensaban y cómo dialogar mejor desde el marxismo con sus ideas. Por eso hace alguna referencia al fútbol en un texto de 1918 en el periódico Avanti titulado “El fútbol y el juego de la escoba” donde básicamente dice que los italianos en ese momento preferían el ambiente más pendenciero de los salones en los que se jugaba a la escoba (el juego de naipes) antes que el fútbol sobre el que operan reglas y nociones de lealtad para jugar en equipo. Pero jamás menciona “su frase” más famosa en el ambiente deportivo (de la que ayudó a dudar Juan Dal Maso, miembro del staff de Ideas de Izquierda y La Izquierda Diario y autor de libros como El Marxismo de Gramsci y Hegemonía y Lucha de Clases. Tres ensayos sobre Trotsky, Gramsci y el marxismo, entre otros).
Sin embargo, la idea de Eduardo Galeano esboza alguna relación con los planteos de Gramsci en ese texto y no está para descartarla del todo: tal vez interesa y engancha tanto el fútbol durante un mundial a diferencia de los momentos sin mundial porque ofrece un escenario de celebración colectiva y catarsis más amplio. Cuando el éxito lo obtiene el Liverpool o Boca Juniors es la alegría de tales y la condena de cuales. Cuando el éxito de una representación más global como el fútbol argentino, que en este mundo globalizado interesa e incorpora no solamente a las personas con nacionalidad argentina, la metáfora es más potente y se transforma en un esporádico y momentáneo “reino de la lealtad humana ejercida al aire libre”. |