Una vez más, como cada año desde 2009, la Universidad Carlos III decide presentar la convocatoria de los llamados Premios de Excelencia a docentes, trabajadores y alumnos del centro con el objetivo de premiar el “reconocimiento y estímulo” a la contribución y alcance de la excelencia dentro de los colectivos de la Universidad. Los premios, los cuales quedan lejos de ser migajas (hablamos de miles de euros por premio), se otorgarán a aquellos investigadores, estudiantes, personal de administración y antiguos alumnos en función a lo “excelente” que sea su currículum académico o profesional, especialmente en términos empresariales y de prestigio.
La llegada de estos premios parece ser un momento adecuado para replantearnos conceptos como excelencia o mérito, que tan presentes están en este tipo de condecoraciones y en la vida universitaria general. A pesar de que este tipo de becas pretende (al menos en teoría) fomentar la investigación y el esfuerzo de la comunidad universitaria al completo otorgando incentivos monetarios, sus resultados quedan lejos de lo que se podría esperar. Estos premios, al fin y al cabo, están basados en una idea de meritocracia que a su vez vertebra el sistema educativo actual: se entiende que partimos de una igualdad de oportunidades y que con eso se puede alcanzar una igualdad de resultados; nada más lejos de la verdad.
Los discursos que se pueden escuchar hoy en un aula universitaria, así como en las galas de estos premios, parecen querer inculcar la premisa del conocido sueño americano: ‘trabaja duro para lograr tus objetivos porque si quieres, puedes’. Sin embargo, la clase obrera siempre ha tenido obstáculos a la hora de llevar a la práctica este mito.
¿Puede un estudiante que tiene que trabajar para subsistir plantearse la obtención de estos premios con las mismas posibilidades que otro que no? ¿Puede un estudiante que nunca ha gozado de un espacio individual y silencioso de estudio ajustarse al ritmo frenético del sistema educativo en las mismas bases que otro que sí tiene estas comodidades? O, siquiera ¿puede plantearse el acceso a este tipo de premios una persona racializada, obrera, precarizada?
En este sentido, somos capaces de plantear cientas y cientas de preguntas al respecto en las que la respuesta siempre sería la misma: negativa. A pesar de ello, alguien podría pensar que esta crítica carece de fundamento ya que, en efecto, existen otro tipo de becas que van destinadas a aquellas personas con rentas más bajas. Sin embargo, el Estado Español no se caracteriza por la efectividad de este tipo de becas, ya que en este país damos el doble de ayudas directas al quintil más rico respecto al más pobre, según datos del OECD .
Las estudiantes de clase trabajadora nos enfrentamos a este tipo de conceptos meritocráticos que nos enseñan en las aulas a lo largo de toda nuestra vida educativa, y por supuesto, también en la universidad, que incentiva el ‘trabajo duro’ sin tener en cuenta las condiciones de la clase trabajadora pero no de manera aleatoria, sino en forma de criba, recibiendo estudios superiores cada vez más, las clases más pudientes, y expulsando de manera metódica a la clase obrera de las aulas combinando este tipo de mito con altas tasas y no poder acceder a las becas.
La base de esto, que es profundamente burguesa, es el resultado de años y años de desmantelamiento de las universidades públicas y del cada vez más alto porcentaje de grandes empresas en sus órganos decisorios, como es el caso del banco Santander, que es quien patrocina estas becas de excelencia, y que forma parte del Consejo Social, el órgano de gobierno de la universidad. Es ya algo normalizado encontrarnos cajeros automáticos y coffee shops de este banco en los campus públicos en los que estudiamos.
Que bancos, grandes empresas y multinacionales estén sentados en los órganos de decisión más importantes de una universidad pública es, de por sí, escandaloso; pero que debamos competir entre nosotros para que estos sean los que nos den el dinero necesario para llevar a cabo una educación completa -que debería ser gratuita- es totalmente inaceptable.
Estudiantes y trabajadores no hacemos más que ver cómo las fuerzas políticas, tanto las de derechas como las que se dicen progresistas, crean leyes que aumentan el poder de las entidades privadas en los centros públicos, en los que, además de decidir cuán elevadas son nuestras cuotas para estudiar, también deciden qué estudiamos y qué contenidos son los que mejor se adaptan al sistema del que forman parte y quieren perpetuar. ¿Qué pasaría si fuéramos la gran mayoría de la comunidad universitaria quien autogestionáramos todos los recursos? ¿A qué grandes problemas de la humanidad daríamos solución?
En relación a estos premios, podemos ver cómo empresas como INDRA o Airbus, así como el Banco Santander y personajes destacados de la “casta universitaria” (catedráticos, rectores, decanos…), son elegidos como observadores externos con capacidad de decisión a la hora de otorgarlos. Esto quiere decir que su tan preciada excelencia es la de ajustarse a un modelo universitario empresarial y convencer de que somos aptos a bancos que desahucian a nuestras compañeras y a multinacionales y empresas que nada tienen que ver ni con nuestros intereses ni con el futuro digno y que merezca la pena vivir por el que luchamos.
Nosotros, los estudiantes, junto a profesores y trabajadores de los servicios del centro, nos plantamos ante esta lógica capitalista, meritocrática e hipócrita. Queremos la gratuidad absoluta de la universidad pública, no una carrera a codazos por premios de excelencia mientras nos echan (o ni podemos entrar) a las estudiantes de clase obrera. Queremos tener voz y voto en las decisiones que se toman en la universidad, y desmantelar todos los supuestos órganos de representación en ella, en la que solo somos entendidos como algo accesorio.
Queremos sustituir estos órganos por asambleas de estudiantes y trabajadores, que velen porque la universidad se ponga al servicio de las necesidades sociales y no de los intereses capitalistas. Queremos que dejen de ocurrir sucesos tan vergonzosos como el nombramiento a dedo de personajes políticos a los que nada tenemos que agradecer, como ha sucedido este 24 de enero con la condecoración como Alumna Ilustre de Isabel Díaz Ayuso.
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Las Universidades públicas históricamente han sido entendidas como centros de respuesta a los retos sociales, como educadoras del futuro de la sociedad. No vamos a permitir que bancos, empresas y multinacionales secuestren estas instituciones que son de todos para seguir estableciendo su modelo productivo irracional. Por todo ello, los estudiantes revolucionarios nos organizamos en contra de la lógica del capital, analizando cuál es el sistema educativo que queremos lograr y cuál es el futuro que merecemos conseguir. Como gritaban los estudiantes franceses en Mayo del 68, queremos pasar del cuestionamiento de la universidad de clases, al cuestionamientos de la sociedad de clases. ¡Por una universidad radicalmente democrática, totalmente gratuita, y bajo el control de la clase trabajadora! |