Hace un año estallaba la guerra de Ucrania. El siglo XXI ya cuenta con una larga lista de conflictos armados. Sin embargo, el desatado tras la reaccionaria invasión de Putin y la posterior respuesta de la OTAN, devuelve la guerra a Europa, pone en primer orden la reaparición de un tipo de guerra interestatal en el que están involucradas potencias en ambos bandos y en la que lo que se dirime va mucho más allá de la soberanía del país que ejerce de campo de batalla. ¿Qué posiciones se han levantado en la izquierda reformista y la extrema izquierda europea ante este acontecimiento? Repasamos y debatimos con tres posiciones: la izquierda amiga de Putin, con la “izquierda de la OTAN” y también con el pacifismo diplomático.
¿Qué política? ¿qué guerra?
Si la guerra es la continuación de la política - Clausewitz dixit -, para entender el tipo de guerra actual habría que responder a qué gran política obedece la iniciativa de uno y otro bando. De un lado, Rusia, la segunda potencia militar del planeta, que aspira a conformar una zona de seguridad frente al expansionismo de la OTAN, a costa de la soberanía de los pueblos limítrofes y para la defensa de los intereses de la oligarquía heredera de la restauración capitalista.
Del otro, EEUU y el resto de países de la OTAN, instrumentalizando abiertamente las fuerzas ucranianas -sin una intervención armada directa en el territorio del conflicto, pero sí actuando por procuración- para desgastar o imprimir una derrota importante a Rusia y fortalecerse de cara a la competencia con China, tal y como quedó expresado explícitamente en la última Cumbre de la Alianza.
Hoy en Ucrania, la guerra en curso ha impactado enormemente, con consecuencias todavía inciertas, a un orden internacional signado desde la crisis de 2008 por una competencia creciente entre potencias en todos los órdenes -económico, geopolítico y militar- que se ha visto tensionado aún más desde la crisis derivada de la pandemia.
Una guerra sin bando progresivo
Si estas son las dos grandes políticas enfrentadas en su continuación bélica, la pregunta que cabría hacerse es ¿cuál es el bando progresivo? Ni la victoria de Putin, ni la victoria de Ucrania bajo el paraguas de la OTAN, ofrece una salida progresiva a este conflicto y a este enfrentamiento en todos los órdenes entre potencias que es lo que lo ha provocado, y que tiene como trasfondo una pelea por un mercado mundial cada vez más estrecho.
La brutalidad de la ocupación rusa no genera ningún tipo de duda de que una victoria de las fuerzas ocupantes supondría el refuerzo de un régimen que seguirá usando la ocupación militar de países limítrofes para garantizar regímenes amigos o sofocar rebeliones, como vimos en Kazajistán solo unos meses antes de la invasión a Ucrania. Pero la segunda, una victoria de Zelenski y la OTAN tampoco significaría un triunfo de la “democracia” y el “respeto a la soberanía nacional”, como nos cuenta el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell. Ucrania vería reforzado su papel de semicolonia de la UE y portaviones de la OTAN en Europa del Este, bajo un régimen aún más bonapartista y reaccionario. Además, el imperialismo europeo y norteamericano mejorarían sus posiciones para su enfrentamiento con otras potencias, mantener el expolio de millones de pueblos y unas fronteras minadas.
Sin embargo, una buena parte de la izquierda europea se ha dividido entre quienes se han convertido en auténticos lacayos de Putin y aquellos que lo han hecho de la OTAN y Josep Borrell.
En el primer bloque se han destacado algunos grupos estalinistas y populistas, nostálgicos de un campismo de postguerra, en el que los regímenes chino y ruso supondrían una suerte de alternativa progresiva a la hegemonía del imperialismo estadounidense. El hecho de que se trate de dos autocracias gestoras de la herencia de la restauración capitalista en los dos mayores Estados obreros deformados, es un detalle que no puede estropear este relato mágico del rol progresista llamado a jugar por Putin y Xi Jinping.
En el segundo, se ha ubicado una parte de la izquierda reformista y también algunos grupos de la extrema izquierda, como Corriente Roja - LITCI o Lucha Internacionalista - UITCI en el Estado español. Su apoyo a lo que denominan como “resistencia ucraniana”, ha venido acompañado de lemas formales como la abolición de la OTAN y la independencia del gobierno Zelensky. Sin embargo, su política bien concreta es la exigencia permanente a que los países de la Alianza suministren todavía más armas, tanques, e incluso aviones y lo que haga falta al Ejército ucraniano, bajo las órdenes de Zelensky y subordinado de principio a fin al alto mando de la OTAN.
El pacifismo de la diplomacia no puede detener las tendencias a nuevas y peores guerras
Otra posición muy extendida es la asumida por la mayor parte de la izquierda reformista del continente, como Die Linke de Alemania, La France Insumise, Syriza en Grecia, Podemos y el PCE en el Estado español o líderes como el laborista Jeremy Corbyn. Critican tanto a la invasión rusa como a la reacción de la OTAN – aunque esto último de forma parcial - y abogan por un alto el fuego y la mediación de la UE para facilitar unas negociaciones de paz.
El pasado 17 de febrero se reunieron estos y otros partidos en Madrid, en la III Conferencia Europea por la Paz, bajo estas premisas. El anfitrión del evento era Podemos, miembro de uno de los gobiernos de la OTAN que es parte de la escalada imperialista y artífice de los Presupuestos para 2023 que contienen un incremento del 26% del gasto militar, en el camino a llegar al 2% del PIB acordado en la Alianza Atlántica. Los de Ione Belarra e Irene Montero, así como el PCE de Enrique Santiago también presente, tratan de cubrir con actos de postal de este tipo el hecho de ser parte activa y orgánica de esta escalada imperialista como parte del gobierno junto al PSOE.
Pero, además de este nivel de impostura al que ya nos tiene acostumbrado el neorreformismo, y en particular el ibérico ¿Es este pacifismo de la diplomacia una salida para la escalada iniciada hace doce meses? Lo cierto es que tampoco.
Su apelación es a que la “Europa democrática” - en referencia a la UE - facilite un alto el fuego y una mesa de negociación. No se trata de un agente neutro o interesado en la “paz entre los pueblos”, como nos quieren vender. Es la misma UE del Frontex, la Troika o el acaparamiento de mascarillas y vacunas durante la pandemia. Es también un bloque de potencias, involucrado directamente en la disputa creciente por el mercado mundial y el posicionamiento estratégico de sus estados en el orden internacional.
¿Podría proponerse una política “por la paz” como la que le piden desde el reformismo europeo? Sí, aunque no es hoy la posición de ninguno de los gobiernos y estados. Solamente lo haría si consideran que sería la mejor política para hacer valer sus intereses frente a sus competidores. De hecho, una posición de este tipo es similar a la que intenta llevar adelante una de las potencias que es parte de la pugna por el reordenamiento mundial, China, que trata de ubicarse como un “tercer actor” que propicie una salida negociada.
De lograrse algo así ¿Cuál sería el resultado de una mesa de negociación entre Rusia, Ucrania y los “observadores internacionales” designados por otras potencias? Simplemente un acuerdo entre ambos bandos en función de la correlación de fuerzas establecida en el campo de batalla. Las dos grandes salidas reaccionarias - la defensa de la oligarquía rusa o de los intereses de EEUU y la UE - avanzarían tanto como pudieran, logrando una suerte de tregua en el combate, pero sin resolver ni mucho menos el problema de fondo: las tendencias a una competencia cada vez mayor y en todos los órdenes. El antecedente de los Acuerdos de Minsk - suscritos entre Rusia y Ucrania en septiembre de 2014, e incumplidos por el gobierno Zelensky con el apoyo de la OTAN - son una constatación de la vía muerta que supone depositar en la diplomacia entre estados capitalistas una solución de fondo a la guerra y la escalada de enfrentamiento.
Esta salida ha sido también compartida por otros grupos a la izquierda del neorreformismo. Es el caso de Anticapitalistas en el Estado español, que, si bien sostiene correctamente una posición de “Ni Putin Ni OTAN”, tampoco ha resistido a sumarse a las voces que pedían a los gobiernos de la UE, en concreto al español, el “contribuir a los esfuerzos diplomáticos en favor de una solución negociada”.
Esto es lo máximo que puede brindar la diplomacia entre los Estados y potencias capitalistas. Si el reformismo de manos vacías solo puede ofrecer en el terreno nacional algunas migajas sociales o un ritmo más lento de ataques -como vemos a diario con el gobierno “progresista” en el Estado español -, en el terreno internacional, solo promete una paz acordada entre bandidos para seguir preparándose a nuevos y peores choques.
Un pacifismo que también es imperialista
Pero los límites de este pacifismo de la diplomacia no vienen dados por el carácter ingenuo o naïf de sus peticiones. Los partidos neorreformistas acompañan su retórica en favor de una salida negociada del lamento por la sumisión de la UE a los intereses de EEUU, algo por otro parte cierto. Pero este análisis no lo hacen para condenar a su propio imperialismo, sino para exigirle un cambio de rumbo que le permita ganar posiciones en el concierto internacional de naciones. El contenido de clase de las propuestas de Podemos, La France Insumise o Die Linke, es la defensa abierta de “otra política exterior” más efectiva para la defensa de los intereses de los estados de la UE, es decir de su propio imperialismo patrio.
La apertura de la mencionada III Conferencia Europea por la Paz, a cargo de Lilith Vestrynge, Secretaria de Estado para la Agenda 2030 y dirigente de Podemos, fue clara y sincera en este sentido:
“La guerra de Ucrania puede ser una oportunidad para que la UE como bloque político pueda tomar ciertas decisiones que marquen un antes y un después en cuanto a la definición de sus intereses y de su visión de la defensa y de la seguridad colectiva. En un momento de transición global, en el que ya es un lugar común decir que las relaciones internacionales están cambiando y que el mundo está cambiando, Europa tiene que tener la capacidad de definir por sí misma cuál quiere que sea su relación con EEUU, con la OTAN, con Rusia, con Ucrania, con China, y por qué valores y principios merece la pena empujar.”
Por eso tampoco es extraño escuchar a Pablo Iglesias en su podcast de La Base, usando como referencia del realismo de sus propuestas las declaraciones de Emmanuel Macron antes del inicio de la guerra, en las que decía que la OTAN estaba en “muerte cerebral” y que había llegado el momento de que Europa actuara como una “potencia mundial estratégica”. O que Oskar Lafontaine - el histórico fundador de Die Linke, aunque hoy ya fuera de la organización - afirme en una reciente entrevista en CTXT que el miedo al rearme de Alemania “es infundado”, ya que “la preocupación fundamental de los europeos debe ser cómo liberarse de la tutela estadounidense”. Queda muy claro que la Europa de la que esta izquierda reformista no es ya la de “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, sino de la “Infantería, Caballería y Artillería” - Marx dixit -.
Una política independiente y socialista: luchar contra los Estados capitalistas responsables de la guerra y la escalada
Las tres posiciones con las que hemos debatido terminan ubicándose del lado de alguno de los bloques reaccionarios en pugna. Unos justificando la invasión rusa, otros aplaudiendo la intervención indirecta de la OTAN y los pacifistas europeístas trabajando para que su propio imperialismo logre un mejor posicionamiento por otras vías.
La cuarta posición es la que defendemos quienes abogamos por una salida independiente, que ponga en el centro el desarrollo de la movilización y autoorganización obrera y popular para imponer su propia agenda, en una lucha frontal con los Estados capitalistas responsables del conflicto y que nos conducen a otros nuevos y peores.
En Ucrania, lo que se está dando a día de hoy es una lucha entre un bando subsumido a la OTAN y el otro a Rusia. La histórica división de la burguesía ucraniana en un sentido u otro, que llevó a la guerra civil reaccionaria en 2014 y que continúa en una guerra a otra escala desde 2022. Por eso una política revolucionaria para Ucrania pasaría por oponerse a la ocupación rusa y al mismo tiempo enfrentar al gobierno de Zelensky subordinado a la OTAN. Todo lo contrario a lo que hace la llamada "resistencia ucraniana" de la que habla la "izquierda de la OTAN". Una política que apueste al desarrollo de la autoorganización obrera y popular; al combate de las políticas económicas de sumisión al FMI y la UE y todas las medidas represivas contra la izquierda y las organizaciones sociales. Que se proponga avanzar sobre la oligarquía, tanto la prooccidental como la prorrusa, para que la economía pase a manos de la clase trabajadora y el pueblo y así atender las necesidades de la población. Que se oponga a la rusofobia y reconozca plenos derechos, incluida la autodeterminación, de aquellos territorios de mayoría rusófona. Solo así se podrá adelante una lucha común e independiente, contra Putin, sus títeres locales y el régimen reaccionario de Kiev, por una Ucrania obrera y socialista.
En Rusia, por una política que pugne por desarrollar una gran movilización obrera y popular para, en primer lugar, detener la maquinaria de guerra, las proscripciones forzosas, exigir la retirada de las tropas y que defienda la independencia de Ucrania. Que a su vez ataque los intereses de la oligarquía rusa y combata las consecuencias económicas del conflicto que se están descargando sobre el pueblo ruso. Una lucha que sea el punto de partida para terminar en forma revolucionaria con el régimen reaccionario de Putin.
En los países imperialistas europeos y EEUU, una política independiente de este tipo pasa por impulsar un fuerte movimiento contra la guerra que levante un programa independiente de “Ni Putin, ni OTAN”, por la retirada de tropas rusas, por el derecho al asilo de todos los refugiados ucranianos y rusos que huyan de la persecución o deserten de la movilización militar, por el levantamiento de las sanciones económicas, la paralización y retirada de la intervención militar sea con el envío de armas y tanques o tropas a la Europa del este y contra la escalada de rearme de los ejércitos imperialistas
En un momento en el que vemos el retorno de la lucha de clases, con el movimiento obrero en el centro, en países como Reino Unido o Francia, una política así pasa por intervenir en estos procesos peleando contra las burocracias sindicales que los conducen a desvíos o derrotas. Abogar por la autoorganización y por la ligazón de las demandas salariales, sociales y económicas, con el rechazo a la escalada imperialista. Es decir, porque la clase trabajadora tome en sus manos de una forma hegemónica la lucha contra la agenda estratégica su propio Estado imperialista. Un buen ejemplo de esto lo hemos visto este sábado 25 de febrero en los portuarios italianos, que han ido a la huelga detrás del lema “Abajo las armas, arriba los salarios” y llamaban a bloquear el puerto de Génova para evitar la llegada de un barco con armas dirigidas a la guerra de Yemen.
En definitiva, necesitamos una cuarta posición, internacionalista y socialista que apueste por la lucha conjunta de los distintos pueblos y la clase trabajadora contra nuestros propios gobiernos, para detener la actual escalada e imponer un programa que descargue sus consecuencias sobre los capitalistas. Frente a las izquierdas reformistas y las que se dirimen detrás de qué bando reaccionario debe ubicarse la clase trabajadora, necesitamos una izquierda revolucionaria que retome la perspectiva de imponer gobiernos de trabajadores que pongan fin a un orden social que solo nos conduce a la barbarie.
Luchar por expropiar a quienes nos expropian cotidianamente el fruto del trabajo de millones para mantener el lujo de una minoría, se torna cada vez más urgente. No solo para garantizar las mejores condiciones de existencia posibles al conjunto de la sociedad, sino también para que se pueda desarrollar la cooperación entre pueblos y no la competencia destructiva que amenaza la propia supervivencia de la Humanidad.
Tanto una cosa como la otra no será una concesión de gracia de los gobiernos capitalistas. Para conseguirlo, necesitamos terminar con esos gobiernos y sus estados, e imponer formas de democracia muy superiores, basadas en organismos de autoorganización de la clase trabajadora y los sectores populares. Solo luchando por una sociedad socialista construida desde abajo, podremos lograr dar una salida a una crisis que tiene cada día más el carácter de civilizatoria.
Tenemos las bases para hacerlo. Millones las hacemos mover todos los días. No queremos que se empleen para empobrecernos o preparar nuevas guerras. Para evitarlo, esas bases deben cambiar de manos. |