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La Izquierda Diario
26 de febrero de 2023 Twitter Faceboock

Análisis
A un año de la guerra en Ucrania
Claudia Cinatti

@RomPTS

A un año del inicio de la guerra en Ucrania se hace necesario reevaluar definiciones, actualizar análisis y sobre todo, volver a los debates políticos que dividen a la izquierda internacional, ante un conflicto de dimensión estratégica que ha repuesto en el horizonte el enfrentamiento entre grandes potencias en el corazón de Europa.

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Apuntes sobre el estado de situación. Balance y perspectivas

Sin pretender hacer un análisis exhaustivo de la evolución del conflicto, y solo para pensar los escenarios más probables, resulta útil puntualizar algunas de las cuestiones que podrían definir el curso de la guerra que está entrando en su segundo año.

Empecemos por dos definiciones generales desde las cuales creemos que se deben leer los distintos momentos de la guerra.

La primera, que a pesar de la lógica de escalada que subyace, la guerra aún sigue circunscripta al territorio ucraniano, aunque a medida que se prolonga la guerra y se profundiza la participación de Estados Unidos y las potencias de la OTAN, crece el riesgo de escalada o incluso de algún un accidente involuntario.

Siguiendo una lógica incremental, la OTAN va accediendo a entregarle a Zelenski cada vez más y mejores armas –finalmente Alemania aceptó enviar sus tanques Leopard a Ucrania y Biden hizo lo propio con los tanques Abrams-, pero sin cruzar el delgado límite que podría llevarlos a un conflicto militar directo con Rusia, en particular la provisión de armamento y municiones con capacidad de alcanzar el territorio ruso. Por ahora Biden se viene negando a entregarle al ejército ucraniano aviones de combate F16. Pero varios analistas especulan que si sigue la misma tendencia, tarde o temprano va terminar aceptando.

En síntesis, la guerra tiene una dimensión internacional y se continúa como “guerra económica” a través de las sanciones impuestas contra Rusia por las potencias occidentales, pero no estamos ya en la “tercera guerra mundial”. Esto no quita que la guerra de Ucrania significa un salto con respecto al tipo de guerras asimétricas anteriores llevadas adelante por Estados Unidos (y algunos aliados) como las guerras de Irak y Afganistán. El involucramiento de las grandes potencias imperialistas tradicionales y potencias emergentes –por un lado Estados Unidos/OTAN y por otra una alianza de China y Rusia con aliados variables- en cierta medida le da un carácter anticipatorio de futuros enfrentamientos en la disputa por la hegemonía.

La segunda, que a pesar de involucrar a las dos mayores potencias nucleares –Estados Unidos y Rusia– y de la retórica, hasta ahora la guerra de Ucrania sigue siendo una “guerra convencional”. Putin hizo alusiones indirectas a la utilización de armas no convencionales, y suspendió la participación rusa en el Tratado Start III, aunque no se retiró del único tratado vigente de reducción de armas nucleares entre Estados Unidos y Rusia. No se puede descartar el riesgo nuclear, incluso algunos teóricos de la corriente “realista” como John Mearsheimer especulan con que Putin podría usar armas nucleares tácticas contra tropas ucranianas si se viera por ejemplo acorralado en Crimea. Sin embargo, hoy el “Armagedón nuclear” no parece estar en el interés político de ninguno de los involucrados.

Desde el punto de vista estratégico-militar, la guerra podría dividirse en dos etapas que expresan la reformulación de los objetivos del Kremlin. Una inicial, en la que Rusia intentó una táctica de “blitzkreig” con el objetivo supuesto de forzar la caída del gobierno prooccidental de Volodimir Zelenski y reemplazarlo por uno más amigable. Ante el fracaso en conseguir los objetivos, se abrió una segunda fase caracterizada por una brutal “guerra de posiciones” concentrada en la región del Donbas, al este del río Dnieper, que con distintas coyunturas continúa hasta ahora.

Lo que ha mostrado este primer año de la guerra es que las conquistas territoriales son inestables y difíciles de defender para el ejército ruso, que ha evidenciado importantes vulnerabilidades y problemas logísticos. Desde la última contraofensiva ucraniana y el retiro de las tropas rusas de la ciudad de Jersón, en noviembre de 2022, Rusia parece haberse estabilizado en defender la ocupación de un 18-20% del territorio ucraniano, lo que incluye Crimea (anexada en 2014), regiones rusoparlantes del Donbas y la ciudad de Mariupol, que ha quedado reducida a ruinas aunque conserva valor estratégico como puente entre los territorios bajo control ruso y como salida al mar de Azov.

En la coyuntura actual, es el ejército ruso el que está a la ofensiva librando un combate sangriento por hacerse del control de la ciudad de Bajmut. Varios analistas militares hablan de una “ofensiva de primavera”, que en el caso ruso ya habría comenzado mientras que del lado ucraniano se iniciaría con la llegada de tanques y municiones de las potencias occidentales. Pero la gran mayoría coincide en que difícilmente esto cambie la situación de la guerra, ya sea que permita una victoria a alguno de los bandos o que precipite una negociación. Por lo tanto, aunque toda hipótesis es provisoria, el escenario más probable parece ser el de una guerra de desgaste prolongada de la que por ahora todos sacan rédito.

Ni el bando ruso ni el de Ucrania/OTAN parecen estar en una situación en la que lo que se puede perder en un acuerdo de paz es menos oneroso que lo que perdería con la continuidad del combate. Aunque claramente Ucrania se lleva la peor parte empezando porque la guerra se libra en su territorio, lo que implica una gran destrucción de la infraestructura civil y un hundimiento de su economía.

Para Putin la guerra de Ucrania en términos existenciales está en el mismo nivel que la guerra contra Napoleón y la Alemania nazi. Para Zelenski solo sería aceptable la vuelta a las fronteras ucranianas de 1991. Lo que implica la recuperación del Donbas y Crimea.

En público Biden y los líderes de las potencias occidentales sostienen que “Ucrania puede ganar”, pero en privado varios reconocen que ese es un objetivo no realista y que se está acercando el momento de que Zelenski acepte equivalentes a una victoria en sus propios términos. Estas discusiones sobre la verdadera situación en el terreno, más allá de los discursos triunfalistas, fueron centrales en la Conferencia de Seguridad Munich en la que el consenso al menos de las principales potencias imperialistas y proveedoras de armamento para Ucrania es que ese armamento más que para recuperar los territorios en poder de Rusia sirva para sostener una ofensiva que permita mejorar la posición ucraniana, con la casi certeza de que hoy el tiempo juega en contra de Zelenski.

Más allá de estas discusiones, quien dirige a la alianza occidental “anti Rusia” es Estados Unidos. Y por ahora, para Biden prolongar la guerra es buen negocio. En el plano externo es funcional a la recomposición de la hegemonía norteamericana sobre sus aliados tradicionales, aunque ha evidenciado también hasta dónde ha perdido liderazgo más allá de “occidente”.

En el plano doméstico, la ayuda a Ucrania (limitada a dar apoyo material sin envío de tropas) sigue contando con consenso preponderante de la opinión pública, el complejo militar industrial aplaude por sus ventas de armas y municiones, y el partido republicano por ahora apoya, aunque una minoría vocal de extrema derecha se opone. Es que si bien en números absolutos puede parecer una cifra abultada, en términos relativos es un vuelto comparado con el costo en “sangre y tesoro” de una acción militar directa contra Rusia.

La OTAN que como dijo el presidente francés Emmanuel Macron había quedado con “muerte cerebral” después del vendaval aislacionista de la presidencia de Donald Trump, se recompuso y recobró cohesión interna, aunque persisten grietas y divisiones entre los estados, con Europa del Este cobrando mayor preponderancia. El invierno más benigno de lo esperado ayudó a disimular la crisis energética y a mantener contenida la inflación.

Estados Unidos recompuso la hegemonía sobre Europa, en particular sobre Alemania que se alineó con los objetivos de Washington aunque comprometiera intereses nacionales. No es un secreto que bajo los gobiernos de Merkel Alemania había hecho una suerte de pacto faustiano con Putin, que le proveía gas y energía baratos para alimentar la maquinaria de la potencia económica europea. Con la guerra de Ucrania y la presión norteamericana Alemania se vio obligada a cancelar los gasoductos Nord Stream I y II (incluso según el periodista Seymour Hersh Estados Unidos estaría detrás del sabotaje contra el gasoducto). En gran medida, el presidente norteamericano se considera el artífice del Zeitenwende alemán, una palabra fuerte que indica el “cambio de era” hacia el militarismo. Aunque a nadie se le escapa que este giro alemán hacia el militarismo plantea contradicciones a mediano (y quizás más corto) plazo.

Sin embargo, esta recomposición del liderazgo no alcanza a revertir la tendencia a la decadencia hegemónica del imperialismo norteamericano, que se expresa en los límites que ha puesto de relieve la misma guerra. En un sentido hoy “occidente” es una entidad geopolítica y militar que abarca Estados Unidos, Europa, Japón, Australia y Corea del Sur, en un mundo muy diferente al de la inmediata pos Guerra Fría, en el que no solo emergió China como principal competidor, y Rusia cuestionando el “orden liberal” sino también una serie de potencias regionales con cierta capacidad de actuar según sus intereses.

Esto ha llevado a que algunos analistas hablaran del surgimiento de un nuevo “movimiento de no alineados”, aunque la analogía no parece apropiada, sobre todo teniendo en cuenta que a diferencia de la guerra fría, la mayoría de los países ha desarrollado una “dependencia cruzada” de Estados Unidos, China y Rusia, por lo que van cambiando sus posicionamientos, administrando sus alineamientos en función de intereses económicos, de seguridad o incluso de afinidad política. Esto dificulta la constitución de un bloque más o menos permanente con un liderazgo reconocido.

Del otro lado, hay un “bloque en construcción” menos consolidado y en estado fluido que tiene en el centro una alianza entre Rusia y China que empezó a tomar más forma y que ha actuado como un polo de atracción para varios países “emergentes” del llamado “sur global”, entre los que se encuentran potencias regionales como India gran parte de África, Asia y América Latina (nada menos que Brasil y México), e incluso aliados históricos como Arabia Saudita (y hasta Israel), que por diversos intereses nacionales, no siempre convergentes, no se ha alineado con Estados Unidos en votaciones de las Naciones Unidas.

China sostiene a Rusia pero públicamente se ubica en una posición de pretendida neutralidad. Hasta ahora no se ha jugado por Putin como lo hace el bloque de la OTAN con Ucrania. Sin embargo, la visita de Wang Yi, el máximo diplomático del gobierno chino a Moscú –que coincidió con el viaje de Biden a Kiev y Varsovia– podría estar indicando un giro hacia una colaboración más estrecha.

Aunque la comparación que hacen varios analistas entre aquel bloque de países que mencionábamos con el Movimiento de Países No Alineados no parece adecuada, su existencia disminuyó los efectos de las sanciones occidentales contra Rusia y limitó el impacto del aislamiento internacional que pretendía imponer Estados Unidos. China e India reemplazaron en gran medida a los mercados europeos absorbiendo gran parte de las exportaciones de petróleo y gas rusos. Sudáfrica fue sede de ejercicios militares navales comunes con Rusia y China nada menos que en el aniversario de la guerra de Ucrania. En el primer mes y medio de 2023 Rusia recibió la visita oficial de nueve países de África y el Medio Oriente.

En este panorama se inscribe el debate con la izquierda.

Si parafraseando a Clausewitz, la guerra es la continuidad de la política por medios militares (ver el ensayo Más allá de la “Restauración burguesa”(Quince tesis sobre la nueva etapa de la situación internacional en contrapunto con las elaboraciones de Maurizio Lazzarato) de Emilio Albamonte y Matías Maiello), la guerra de Ucrania es una guerra reaccionaria.

La política de Putin de invadir Ucrania e incluso negar su derecho a la existencia (Putin sostuvo que Ucrania fue un “invento de Lenin y los bolcheviques”) es absolutamente reaccionaria. Putin encabeza un régimen autoritario y despótico al servicio de los oligarcas de su círculo íntimo que impide la organización independiente y democrática de los trabajadores y persigue con cárcel a los que se oponen a la guerra en Ucrania. Con la guerra busca como mínimo restaurar un estatus geopolítico de “gran potencia” en beneficio del capitalismo ruso. Partiendo del cerco de las potencias occidentales sobre Rusia y el avance de la OTAN un sector de la izquierda considera que como China y Rusia se oponen a la hegemonía de Estados Unidos y abogan por un “orden multipolar”, son antiimperialistas. Esta defensa de izquierda de la “multipolaridad” es la base de una posición “campista” que se traduce en el apoyo a Rusia en su guerra reaccionaria la guerra y de hecho a un bloque capitalista dirigido por China que busca emerger como potencia profundizando sus rasgos imperialistas.

El gobierno ucraniano está completamente alineado con Estados Unidos, la UE y la OTAN. Su política es transformar a Ucrania en un vasallo de Estados Unidos y la UE en lugar de ser vasallo de Rusia. La política que guía a este bloque no es la “autodeterminación nacional de Ucrania”, como sostiene un sector de la izquierda que se ha alineado con este bloque dirigido por el imperialismo y exige más armas para Ucrania. Estados Unidos manipula a su favor la cuestión nacional ucraniana, arma a Ucrania porque a través suyo busca consolidar su hegemonía, debilitar a sus competidores y alistar un bloque para su disputa con China. Por lo tanto, el triunfo de este bloque fortalecería a Estados Unidos y a la alianza occidental.

La alternativa a posiciones como las de la “izquierda otanista” o la “izquierda de la multipolaridad capitalista” es enfrentar la guerra y el militarismo de las potencias imperialistas, que augura futuras guerras y enfrentamientos, desde una perspectiva internacionalista y socialista. Contra la invasión rusa y contra la OTAN levantamos la perspectiva de una Ucrania independiente y socialista, y de la unidad internacional de la clase trabajadora. Esta perspectiva se reactualiza en momentos en que se han puesto en movimiento importantes sectores de la clase obrera, sobre todo en los países centrales como Gran Bretaña y Francia, que en gran medida enfrentan en las calles las consecuencias de la guerra.

 
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