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1ro de diciembre de 2024 Twitter Faceboock

Especial Archivo Rojo
Tercera Parte: Revolución Obrera Boliviana de 1952, 9 de abril: La guerra civil en marcha
Gabrielle Girardello
Nancy López | Profesora. Agrupación Nuestra Clase

Transcribimos en 3 partes el capítulo 15 del libro Revolución obrera en Bolivia - 1952, escrito por Eduardo Molina y editado por Ediciones IPS Argentina, con prólogo de nuestro compañero Javo Ferreira. A 71 años de la enorme conmoción desatada por la insurrección encabezada por mineros y fabriles, les traemos esta tercera parte, donde abordamos el combate en Villa Victoria y la "Noche triste" de Siles Suazo, mientras en los barrios velan las armas.

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Para la segunda parte “de”: Revolución Obrera Boliviana de 1952, 9 de abril: La guerra civil en marcha

Combate en Villa Victoria: triunfo de los insurrectos

Un destacamento de soldados, parte de la guarnición del Polvorín de Caiconi, traspasa el cerro Khili Khili para descolgarse al otro lado, sobre el cuartel de carabineros Calama. Ésta posición es importante, se trata de uno de los principales edificios policiales, pero además, la zona de la avenida Armentia en que se encuentra domina la estación del ferrocarril a Guaqui, cerca del nacimiento de la avenida Montes, y las principales vías de subida a la parte norte de la ciudad y a El Alto. Desde allí, es posible avanzar hacia la Estación Central. Su sorpresiva presencia pone en pie de fuga a los policías y militantes del MNR que guardan el cuartel. A pesar del escaso número de efectivos involucrados, el combate es moral y militarmente importante: los rebeldes pierden una posición y la policía sufre un golpe directo en su retaguardia. La derrota militar podría tener efectos morales en las filas de los rebeldes y abrir la posibilidad de enlazar con las tropas que, bajando desde El Alto, refuercen la presión sobre el centro de la ciudad. Se amenaza así con cerrar definitivamente el cerco.

Capturado el Calama, los soldados proseguirán su avance, persiguiendo a los carabineros y los civiles en retirada, hacia la Estación Central y luego, camino a la zona del Cementerio General, entrarán a Villa Victoria. mario Murillo recoge el testimonio de Luis Baldivia, alumno del colegio Ayacucho, un joven participante de aquel enfrentamiento:

Entonces como nos vencieron ahí, (el regimiento de Calama), nos replegamos hacia el lado del Cementerio, con la gente de la Villa Victoria. Y al perseguirnos [...] como hemos pasado por la Villa para ir al Cementerio, entonces la gente de la Villa salió y le dio con todo al ejército [...] ya más tranquilos porque “Villa Balazos” derrotó al Ejército en Villa Victoria [1]

Entre los pobladores de Villa Victoria continúan frescas las experiencias y las heridas de la masacre de 1950, cuando las fuerzas represivas aplastaron la huelga y los valientes fabriles, mal armados, resistieron hasta el límite de las posibilidades el asalto policial y militar. Esas duras lecciones iban a ser bien aprovechadas en ésta ocasión.

Habitan la zona, además, no pocos excombatientes del Chaco. Villa Victoria ocupa una posición estratégica sobre las vías de acceso a El Alto. El estado de energía entre sus pobladores bulle de indignación como en otras zonas populares. Las amenazas de ataque del ejército a sus barrios, a sus hogares, no hacen sino enardecer los ánimos.

El ingreso de los soldados es percibido como una provocación, señal de que esa temida ofensiva comienza a materializarse. Es probable que ya hubiera avanzado la discusión entre los vecinos sobre qué hacer, cómo responder. La espontaneidad popular se apoya en múltiples lazos sociales, aunque a veces invisibles, o mejor dicho, informales. El hecho es que la reacción no se hizo esperar. Los vecinos sorprendieron a la tropa haciendo fuego desde las esquinas, los techos y todo punto favorable, mientras la población entera, con las mujeres al frente, organizaba la ayuda a los combatientes: agua. comida, auxilios, aliento, noticias. En sus recuerdos, Gonzalo Viscarra relata que “Había muchas mujeres, vecinas, que se organizaban para ir detrás de ellos, con medicamentos, comida, refrescos, para ayudarlos y apoyarlos” [2]. Conviene tomar nota que en testimonios como este, y a veces en noticias dispersas de la prensa, se encuentran huellas del gran aporte de las mujeres en la lucha, protagonistas de una revolución de la que serán invisibilizadas por la mayor parte de la historiografía. Solo las mujeres del MNR, es decir, las “notables” por status social encontrarán algún reconocimiento, no así las mujeres del pueblo.

Al parecer, los trabajadores de la Villa no habían olvidado el odio a las fuerzas represivas. Preferían arrebatarles las armas a confiar en su supuesto vuelco revolucionario. Cuenta Viscarra:

Los cruentos enfrentamientos duraron todo el día. Como estábamos en una especie de atalaya, pudimos observar un amplio panorama sobre todo lo que ocurría entre la Ceja de El Alto hacia abajo e inclusive las faldas de los cerros. De pronto sentimos una fuerte explosión. La única comisaría policial de la Villa había sido abruptamente intervenida y posteriormente desmantelada por los vecinos combatientes [...] El ronco ruido de morteros y el incesante tableteo de ametralladoras levantaban densas e intermitentes polvaredas. El impacto de los morteros ofrecía un espectáculo que jamás habíamos visto. Mucha gente de la Villa murió en esas escaramuzas que continuaron por dos días [3].

Los protagonistas testimonian que en Villa Victoria “la pelea ha sido totalmente confusa, porque no había una dirección clara” [4]. Pero a pesar de esto, los miembros del ejército se vieron primero sorprendidos por la inesperada resistencia y pronto derrotados. La Villa entera se había alzado en armas al verlos entrar.

Este fue el primer claro triunfo en La Paz contra el ejército; modesto en términos militares, pero de enorme valor simbólico y moral: se podía vencer con coraje, la iniciativa y los métodos de los trabajadores. Cabe pensar que la insurrección paceña tuvo una de sus primeras y más claras manifestaciones como tal en este episodio de Villa Victoria. Este acontecimiento comienza a cambiar: del golpe y los primeros choques de guerra civil a la insurrección obrera y popular generalizada. Y los fabriles de la Villa juegan un papel central en todo esto.

En la tarde del 9 “Todavía el proceso revolucionario no se había convertido en insurrección” [5]. Sin embargo, ésta ya comienza a gestarse en la Villa y en otros barrios populares de las laderas. Por estas horas, la insurrección de los mineros ya incendia Oruro y Potosí, como veremos más adelante.

La “Noche Triste” de Siles Zuazo, mientras en los barrios velan las armas

En tanto se endurece el enfrentamiento en las calles, en la cúpula golpista cunde el desaliento y la confusión. Fallida la apuesta por el apoyo o neutralidad de los jefes militares, no parecen saber cómo seguir. El comando aventurero está cometiendo ya el más obvio y principal error en un levantamiento insurreccional: perder la iniciativa y apostar a la negociación, dejando correr un tiempo precioso, lo que solo puede jugarle en contra.

Desde media mañana, Siles ha tanteado, sin éxito, la posibilidad de lograr un acuerdo con el Alto Mando. Por su parte, el general Seleme ensayará también una negociación por su cuenta con la mediación de la nunciatura vaticana. Las respuestas son rotundamente negativas. El ejército se sabe más fuerte y confía en tener la victoria al alcance de la mano. Las propuestas no serán aceptadas, pero la tregua sirve a los jefes militares para ganar tiempo, algunas horas para continuar concentrando tropas para el asalto a La Paz.

El general Torres Ortiz exige la rendición incondicional y amenaza arrasar la ciudad con el fuego de la artillería. Un primer cañoneo se produce a eso de las 14:00 horas. Por la tarde, desde un avión de la Fuerza Aérea, se dejan caer volantes con un ultimatum de Ortiz:

… si no deponéis las armas y renunciáis definitivamente a ésta insólita actitud, hasta horas 18 de hoy, se verán en el duro trance de ser reprimidos por tropas del ejército y la Fuerza Aérea, que en estos momentos están concentrados en El Alto…. [6]

Según Antezana, los pilotos de la Fuerza Aérea, varios de ellos ligados al MNR como el futuro dictador René Barrientos, han decidido declararse neutrales. Aunque sin embargo, como señala Murillo, varios testimonios indican que durante el día 10 hubo ametrallamientos desde los aviones.

Posteriormente, al anochecer y hasta altas horas, se reanuda el fuego de artillería desde la Ceja. Los cañones del Bolívar buscan aterrorizar a la población, los obuses caen en la zona del Cementerio, sobre los barrios populares como Villa Victoria, Chijini y otros, y algunos alcanzan al céntrico paseo de El Prado.

El contragolpe militar ocasiona así la crisis del bloque golpista: Seleme busca negociar con Torres Ortiz a expensas del MNR, mientras Siles Zuazo hace lo propio sacrificando a Seleme. Ante la dureza del general, que rechaza cualquier acuerdo, ambos se desmoralizan y dan por perdido el combate. La ambigua consigna que Siles ha lanzado ya antes del mediodía: “Volveremos, venceremos y perdonaremos”, anticipándose al fracaso, revela el verdadero estado de ánimo de los máximos dirigentes, cuando lo que se ha de precisar será iniciativa para romper el impasse. Esto significa organizar la insurrección popular para vencer. Y ésta idea es lo opuesto a la política de negociación de Siles.

Por la tarde, el proclamado, “jefe de la revolución nacional” y presidente provisional, general Seleme, siente que el terreno comienza a faltarle bajo los pies. Entrampado como está, entre el contragolpe militar y la temible irrupción popular, hace un breve discurso por Radio Illimani y anuncia su renuncia. También ordenará a los carabineros volver a sus cuarteles y, finalmente, tomándose el tiempo para las formalidades del caso, redactará su renuncia oficial en una carta a Siles Zuazo. La orden de repliegue significará en la práctica el fin de la actuación organizada y centralizada del cuerpo de carabineros. los jefes se retiran y buena parte de la tropa también -en algunos casos, cediendo sus armas a los civiles-. Algunos oficiales medios y policías de filas deciden seguir combatiendo, mezclados con los civiles. En la noche, tras pasar por la nunciatura buscando refugio, Seleme se asilará en la embajada de Chile.

Siles Zuazo, por su parte, se refugia en la casa de un amigo y aislado, deja a la deriva la dirección práctica del movimiento. Será lo que los escritores movimientistas llamaron su “Noche triste”, tratando de darle épica a su depresión y soledad. El ya citado historiador del MNR, Luis Antezana, escribe que:

A las 11.30 de la noche del 9 de abril la situación de los revolucionarios era extremadamente crítica, las amenazas del asalto militar a la ciudad eran cada vez más enérgicas; los rumores del avance de tropas desde el Sur eran más insistentes; se había apagado la luz en toda la ciudad, los elementos menos decididos se retiraban a hurtadillas a sus domicilios temerosos de las represalias; los carabineros se replegaban a sus bases y entregaban sus fusiles a los civiles; del Estado Mayor se comunicó al General Edmundo Nogales Ortiz que ya no se aceptaba la rendición y que al día siguiente, al cumplirse el ultimátum, a partir de las cuatro de mañana, las tropas entrarían a La Paz a deg*uello, sin contemplación alguna. La hoyada paceña se había convertido en una ratonera.
El Palacio de Gobierno, tomado a primera hora del día sin derramamiento de sangre, al promediar la noche quedó casi abandonado [7].

El golpe se desmorona y la revolución comienza: he aquí la dinámica. La hoyada paceña y Oruro son los hornos en que arden sus fuegos. Si la dura respuesta del ejército daña aún más el ya tambaleante ánimo de los jefes del golpe, su efecto en las masas será opuesto a lo esperado por el comando militar. Los trabajadores y el pueblo de La Paz toman el ultimátum militar y sus didácticos obuses como una declaración de lucha sin cuartel. La amenaza es clara: repetir en gran escala la masacre contra los fabriles de 1950. Estos hechos actuarán como un chicotazo.

Los trabajadores responden poniéndose en pie de guerra. ¡Los militares no pasarán!, parecen decirse. ¡Ahora es cuando!, esa consigna que marcará décadas más tarde la insurrección alteña de octubre de 2003 contra el odiado Gonzalo Sánchez de Lozada, muy bien podría haber sintetizado, en las Jornadas de Abril, la decisión y la iniciativa de las masas. Se tensan todas sus fuerzas, se organizan, desempolvan algunos viejos fusiles y exigen nuevas armas, echan mano de los métodos de lucha que le son propios y de toda la experiencia de combate acumulada. Se aprovechan también del aporte técnico y militar de ésta conspiración en crisis por sus fracasos ante el ejército, desbordada ahora por la masa combatiente.

El derrumbe del esquema golpista de los carabineros y el MNR cede paso a la insurrección de fabriles y mineros, lo que da cuenta de la dinámica de clase que tiene la insurrección. La lógica del golpe en frío, que apuesta a un recuento de fuerzas regulares con escaso enfrentamiento, resguardando en la medida de lo posible la cohesión de las instituciones armadas, es reemplazada por la lógica y los métodos de la insurrección espontánea de las masas.

En su libro de memorias sobre la llamada desde entonces “Villa Balazo” escribe Viscarra:

El dilema era triunfar o perecer. Pasadas las seis de la tarde, se reinició con más intensidad el bombardeo sobre la Villa Victoria, Villa Nuevo Potosí, Chijini, Villa Pabón y otras zonas populares. Entre tanto, se multiplicaba la organización, reparto de armas y municiones en la Villa [8].

Ángel López España, antiguo militante del MNR y excombatiente del Chaco, relata aspectos de estos combates. Aún bajo su óptica movimientista, surgen elementos importantes de la dinámica de la crisis del esquema conspirativo: el papel de los cuadros medios del MNR, ligados a la masa, que se radicalizan bajo su influjo; la irrupción de sectores obreros y populares mucho más amplios.

Para la noche del 9, López España habrá acordado con el capitán Téllez, al frente del arsenal. El militar continúa actuando como una suerte de coordinador de operaciones, organizando una incursión a El Alto. El propio López España cuenta en primera persona que:

… sugerí al Cap. Téllez la idea de armar a los que estaban pidiendo armas, y salir por Achachicala y tomando la vía férrea flanquear al Ejército; ésta idea fue acogida, y procedimos a seleccionar a los que habían hecho el servicio militar a un número de 80, a quienes repartimos fusiles Vicker de la Guerra del Chaco y bien amunicionados partimos saliendo por la calle Beni-Chacaltaya [9].

Secundados por el dirigente de la fábrica de vidrios, N. Torres, y un grupo de militares inician el camino a pie. Al pasar por la planta hidroeléctrica de Achachicala logran que los carabineros que la custodian corten la energía, sumiendo a la ciudad en la oscuridad, para dejar sin puntos de referencia a la artillería que dispara desde la Ceja. Finalmente, tras una larga caminata y subiendo a El Alto sin toparse con las tropas, realizarán un breve ataque de hostigamiento a la base aérea, incluyendo algunos dinamitazos lanzados por los mineros de Milluni. Tras este ataque, alrededor de las dos de la madrugada y casi sin municiones, el grupo deberá retroceder. Ya en este relato se muestra que ante el inminente riesgo de derrota, los cuadros deben apelar a armar a los trabajadores que así lo exigen y que son estos quienes aportan las reservas de coraje y determinación para encarar las acciones ofensivas. Es un nuevo actor que ha entrado plenamente en escena y asume las tareas de la lucha.

La defensa a toda costa del territorio, tanto del que se sabe valioso -pues encierra los símbolos del poder político o resguarda su acceso-, como del más vital -los barrios populares que albergan a los propios hogares-, la toma de instalaciones militares y policiales para armarse, el echar mano de todos los recursos disponibles, el heroísmo y la improvisación… Todo esto reemplazará la falta de plan, de organización previa y un comando eficaz.

De ésta manera las masas han entrado en acción con los métodos revolucionarios del proletariado, aunque parcialmente deban hacerlo bajo el esqueleto técnico provisto por los golpistas.

La noche del 9, fría y clara bajo la luna, pasa en vigilia. La tensión de todas las fuerzas es enorme y los barrios de las laderas velan las armas esperando la batalla del próximo día.

 
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