www.izquierdadiario.es / Ver online / Para suscribirte por correo o darte de baja, haz click aquí
La Izquierda Diario
18 de enero de 2025 Twitter Faceboock

Un debate con Rafael Poch y la utopía reaccionaria de un mundo multipolar
Santiago Lupe | @SantiagoLupeBCN

La invasión rusa de Ucrania, la guerra en curso y la creciente intervención por procuración de la OTAN anima el crecimiento de la visión de China como una alternativa progresiva a la declinación hegemónica estadounidense. Otra política de subordinación a uno de los bloques reaccionarios en constitución. La necesidad de una alternativa independiente y socialista para enfrentar la catástrofe que amenaza a la Humanidad.

Link: https://www.izquierdadiario.es/Un-debate-con-Rafael-Poch-y-la-utopia-reaccionaria-de-un-mundo-multipolar?id_rubrique=2653

Al periodista Rafael Poch de Feliu, su experiencia como corresponsal en Rusia, China, Berlín o París, le dan un extenso conocimiento del mapa geopolítico y las dinámicas internas de las principales potencias. En sus artículos y entrevistas se encuentran datos y argumentos con los que rebatir los relatos que presentan a la UE y la OTAN como los defensores de la libertad ucraniana y las democracias en todo el mundo.

Sin embargo, las posiciones de Poch, lejos de apostar por una salida independiente de los bloques capitalistas enfrentados, toma partido por otras potencias en disputa. El periodista se lamenta de la subordinación alemana y europea a los intereses de EEUU y, ante el pesimismo de que esta posición cambie, se decanta porque una nueva potencia como China, pueda abrir paso a un nuevo orden mundial basado en un “multilateralismo” acordado.

Estas tesis le han convertido en un verdadero reservorio de argumentos para el neorreformismo europeo que defienden que la UE adopte una política exterior propia, como una mejor vía para la defensa de sus propios intereses imperialistas. La reciente Conferencia por la Paz convocada por Podemos, Die Linke o la Francia Insumisa, entre otros, con la que discutimos en este artículo, fue un buen ejemplo de esta posición del pacifismo imperialista europeista.

Pero Poch también es tomado como referencia por grupos más a la izquierda. Recientemente, era entrevistado en Gedar Langile Kazeta, la televisión impulsada por el GKS de Euskadi, en la que todas sus tesis despertaban el asentimiento acrítico del presentador. Su visión idealizada de una China “no hegemónica”, es coincidente con los argumentos de una suerte de nuevo campismo como el que levantan diversos grupos estalinistas y populistas, según el cual los regímenes herederos de la restauración capitalista en Rusia o China, serían una buena (o mejor) alternativa al imperialismo estadounidense en decadencia.

En este artículo queremos debatir con las tesis de Poch y contraponerles la defensa de una política y una salida independiente, desde la clase trabajadora y opuesta por el vértice a cualquier subordinación a uno u otro bando. Tomaremos como hilo conductor la entrevista realizada en Gedar Langile Kazeta a comienzos del mes de marzo.

La Europa “independiente” que no será (al menos de momento)

Poch fue uno de los analistas burgueses que primero explicaron, nada más arrancar el conflicto, que sus raíces iban mucho más allá del 24 de febrero de 2022 y que la responsabilidad no estaba únicamente en el atacante ruso, sino en el expansionismo de la OTAN hacia el este desde finales de los años 90. Además del objetivo de contener y subordinar a Rusia como potencia regional, esta operación de casi tres décadas también apuntaría, de parte de EEUU, a obstaculizar al máximo la hipotética asociación de esta con la Alemania unificada. Para Poch, “si se llega a un acoplamiento entre los ingentes recursos naturales y el potencial científico de Rusia (...) con la potencia económica y tecnológica de la UE, se crea un polo europeo de una gran potencia ¿Cuál es el inconveniente de ese polo? que deja por fuera a EEUU. Eso es algo que los americanos vieron clarísimamente en el minuto uno del fin de la Guerra Fría. Su principal directiva era mantener como fuera a Europa en la OTAN, porque es el instrumento político-militar sobre el continente”.

Actualmente, la posibilidad de conformación de este nuevo bloque no la ve factible. Considera que “todas las veleidades de la UE de autonomía y de un papel independiente en el mundo han saltado por los aires” con la actual guerra en Ucrania, ya que “el eje franco-alemán ha sido sustituido por un eje político-militar Washington-Londres-Varsovia-Kiev”. Esta sumisión militar y diplomática a EEUU, incapacitaría a Europa, al menos de momento, a poder ofrecerse como mediadores en el actual conflicto en Ucrania y abrir así el camino a una solución que, necesariamente para Poch, debería incluir un cierto repliegue del expansionismo otanista.

El “sueño roto” de Poch de una Europa “independiente” es muy parecido al acariciado durante décadas por una parte nada desdeñable de la clase dirigente alemana - promotora de un acercamiento y acuerdos estratégicos con Rusia hoy dinamitados, literalmente, como los gaseoductos del Mar del Norte -, a las ínfulas gaullistes de Macron previas al conflicto - cuando declaraba la “muerte cerebral” de la OTAN- o al programa de “otra política exterior” para la UE que defienden desde Melenchon a Die Linke, pasando por Podemos, Syriza o el Bloco d’Esquerdes.

Que hoy esta no sea la línea abierta de ninguno de los gobiernos de la UE no quiere decir que no pueda serlo en el futuro. Posiciones como la ultraderechista Alternativa por Alemania, que denuncian la voladura del Nord Stream como un acto de terrorismo de EEUU, expresan a su manera la tensión que empieza a existir entre alas de la burguesía europea, y alemana en particular, en torno a qué alineación de bloques es más conveniente para sus intereses nacionales.

Pero además, aunque respecto a Rusia se mantiene la unidad atlantista, con China vemos gestos de parte de Alemania o Francia para tener línea propia. Lo vimos con el viaje de Scholz a Beijing a finales de 2022, para reafirmar que no se produciría ninguna desvinculación germano-china [1] . Lo hemos visto también en las declaraciones de Macron tras su encuentro con Xi Jinping a comienzos de abril, señalando que “lo peor sería pensar que los europeos debemos convertirnos en seguidores en este tema y seguir el ritmo de Estados Unidos y una reacción exagerada de China” y lamentándose de que Europa quede “atrapada en crisis que no son nuestras, lo que le impide construir una autonomía estratégica.”

Como vemos, esta posible autonomía europea deseada por Poch, no sería más que una alternativa de defensa de los intereses del imperialismo europeo que busca, por otros medios, el mejor posicionamiento de los Estados y empresas propias en un orden mundial en discusión en todos los terrenos: económico, geopolítico y también militar. Los pueblos de África, Asia y América Latina nada bueno tienen que esperar de esto. Como tampoco la clase trabajadora y los sectores populares del viejo continente, pues para una mejor competencia fuera, las recetas son las que vemos hoy en Francia: contrarreformas sociales y bonapartización de los regímenes.

La fantasía de un imperialismo “win-win” made in China

El pesimismo de Poch sobre la autonomía europea para conformar un bloque imperialista alternativo al de EEUU, le lleva a buscar otra “salida” a los “grandes retos de la Humanidad” en la emergente China. Para ello ofrece una visión de su ascenso y sus rasgos imperialistas en la que el gigante asiático pareciera un amable y pacífico comerciante.

Describe como algo “asombroso” el pase de un país tan grande del “tercer al primer mundo” y que lo haya “logrado jugando en el terreno de juego del adversario, de la globalización capitalista, diseñada por Occidente para su propio beneficio”. En este proceso China “no solo no ha caído en lo que era el plan occidental, de la integración de China en la globalización y convertirla en una potencia subordinada, sino que le ha dado la vuelta a eso y ahora los occidentales están rompiendo la baraja de la globalización porque China les está ganando la partida”. Su peso económico le habría llevado a poner sobre la mesa un “proyecto de integración euroasiática - la nueva Ruta de la Seda - que es integrar económicamente, con redes de transporte, comerciales, energéticas… todo Eurasia, desde el Pacífico y el mar de China Meridional, hasta Lisboa”. Una iniciativa que estaría poniendo en riesgo el dominio global de EEUU.

Obvia en este elogio al “milagro chino” que este fue posible gracias a un nivel de super explotación de su proletariado -de la mano de las grandes empresas imperialistas que relocalizaron parte de su producción y en una asociación virtuosa con EEUU que entró en barrena con la crisis del 2008- o el rol de la dictadura férrea del PCCh contra su pueblo. Pero, sobre todo pierde toda la objetividad periodística de la que presume cuando trata de explicar - o vender - cuál sería el nuevo orden mundial al que apuntaría esta expansión internacional de China.

Denuncia el modelo de hegemonía estadounidense, basado en valerse de su enorme poderío militar para el mantenimiento de alianzas económicas de dependencia y estar arrastrando al mundo a una dinámica belicista impredecible. Sin embargo, le contrapone un supuesto modelo chino que sería “una alternativa a la militarización que proponen los americanos”. Este no se sustentaría en el militarismo ni en la búsqueda de la hegemonía, sino en una suerte de “win-win” (ganar-ganar) - como acuerda en definirlo con el presentador - por medio de acuerdos con el resto de Estados y países, no basados en la injerencia política o relaciones desiguales, sino en un beneficio mutuo. Una visión totalmente edulcorada de la proyección imperialista del capitalismo chino que no se sostiene a poco que rasquemos.

Para Poch esta excepcionalidad china se explicaría porque “la tradición política china es diferente, es una tradición muy endógena, muy de salvaguardar la estabilidad interna, sobre todo, de no intervenir en los asuntos de los otros… y eso se está proyectando”. Sobre “los posibles peligros de que esta Ruta de la Seda pueda convertirse a largo plazo en un nuevo proyecto hegemonista, con tendencias imperiales…” se queda en un vago “puede ser, no lo podemos excluir”. Como si no hubiera ya elementos suficientes sobre la mesa que muestran claramente los rasgos imperialistas de esta extensión internacional.

Poch, solo considera que “hemos de observar que tipo de relaciones China mantiene con aquellos países a los que les compra recursos naturales, como queda la deuda ecológica en Africa o América Latina”. Pero ya hay datos que dan cuenta de como emplea su papel de nuevo banquero e inversionista global para beneficiar a las grandes empresas exportadoras chinas, el abastecimiento de materias primas y la paulatina relocalización de algunas actividades super contaminantes.

Hasta el momento sus préstamos no incluyen algo similar a los planes de contrarreformas y ajustes asociados a los del FMI. Sin embargo, el tipo de interés al que se conceden es el de mercado, por lo tanto, más altos y en el futuro inmediato tenderán a ser cada vez más asfixiantes para los Estados deudores, por la política general de subidas de tipos de los bancos centrales. Así, por ejemplo, los créditos asociados a la Ruta de la Seda que se renegociaron en 2021 por estar en riesgo de default, se hicieron con nuevos préstamos a un interés medio del 5%.

Las inversiones se concentran en sectores como el transporte (un 30%), la energía (25%) o la minería (13%) [2], y su distribución geográfica sigue los seis corredores terrestres (con ejes por Indochina, Banglades-India, Pakistán, Rusia, Kazajstán y Turquía) y el gran corredor marítimo (que trascurre por Asia, África Oriental, canal de Suez y Grecia) [3], articuladores de su proyecto de la Ruta de la Seda, que tiene como epicentro las zonas industriales y portuarias de China.

Los acuerdos financieros y comerciales le aseguran también el acceso privilegiado a estratégicas materias primas. Un intercambio de créditos por derechos de explotación de recursos que es especialmente importante en África, el continente que tiene el 30% de reservas minerales mundiales. La Congo DongFang International Minning, asociada a la china Zhejiang Huayou Cobalt, exporta el 90% del cromo de la República Democrática del Congo (que suministra el 60% del total global). Se trata de un material imprescindible para la fabricación de móviles, GPS o satélites. Unos 100 mil mineros, de los que Amnistía Internacional considera que el 40% son niños, trabajan a las órdenes de capataces chinos y en condiciones de hiper explotación. En Sudán los acuerdos permiten el acceso de las compañías chinas a sus yacimientos petrolíferos. En Chad, Mauritania, Guinea Ecuatorial se lleva a cabo la explotación de diversos hidrocarburos. En Angola los yacimientos de la costa del Índico y en Namibia las empresas chinas explotan su depósito de uranio. China se va convirtiendo en una de las grandes potencias extractivistas que expolían el continente a cambio de su participación en infraestructuras que, muchas veces, son imprescindibles para facilitarle dicho expolio (como puertos o redes de transporte de los yacimientos a la costa).

En 2017 ya eran 42 los países para los que los créditos de China superan el 10% de su PIB [4]. Esta creciente dependencia de terceros países es empleada para aumentar su influencia internacional, algo que ya se ha dejado ver en numerosas votaciones en la ONU. Pero también es creciente su mayor vocación a la injerencia en los asuntos internos. Sirva de ejemplo el nombramiento en 2020 de un enviado especial para el Cuerno de África, para tratar de intervenir como mediador en los conflictos regionales que son un obstáculo para el fondeo de sus buques en el Mar Rojo, o el reciente papel de mediador entre Irán y Arabia Saudí.

Pero la extensión internacional también tiene sus propios objetivos militares y de rearme. El gasto militar chino se ha multiplicado por cinco desde el año 2000, hasta los 300 mil millones de dólares en 2021, aunque es aún menos de la mitad que el de EEUU. En los últimos meses, estos preparativos vienen acelerándose con episodios como las recientes maniobras alrededor de Taiwán, en un conflicto que está avanzando peligrosamente. Pero Poch justifica esta escalada como una reacción defensiva al cerco que EEUU y algunos de sus aliados asiáticos como Australia o Japón, vienen estableciendo en la región. Lo cierto es que lo que demuestra es que su ascenso será de todo menos pacífico y que contiene en potencia una vocación guerrerista que no tardará en convertirse en acto.

Que hoy China no tengan la agresividad y belicosidad del modelo de la declinante hegemonía estadounidense, tiene para Poch un valor casi absoluto. Sin embargo, esto no es una foto fija, sino que da cuenta más bien de una dinámica de competencia en la que China tiene, por ahora, que mostrarse como un amo más atractivo que el de siempre. Que los préstamos chinos a países dependientes tengan algunas condiciones más ventajosas que los del FMI, no se debe al supuesto paradigma cultual oriental menos intervencionista al que se refiere Poch, sino que es parte de intentar ofrecer una relativa “mejor oferta” para avanzar en este terreno respecto a sus competidores. Igual que el hecho de que hoy China no se haya embarcado todavía en ninguna aventura militar - aunque se esté preparando cada vez más para ello - no es tampoco por pacifismo confuciano.

La ilusión de una salida “china” a la crisis civilizatoria

Este embellecimiento del modelo chino da pie para que Poch lo presente abiertamente como una “integración mundial no militarista” que sería la única alternativa actual a la reacción violenta de occidente, y en particular EEUU, ante su pérdida de peso económico y geopolítico.

El actual conflicto en Ucrania sería el escenario anunciatorio de esta reacción violenta que, para Poch, serían los preparativos de EEUU para la III Guerra Mundial. China, por su parte, considera que no dejará caer a Rusia - porque la debilitaría a ella misma frente a EEUU - y a la vez prepara ya un plan de paz, al que el periodista ya veía en marzo pocas posibilidades de salir adelante por la imposibilidad de que Biden y Zelenski acepten cualquier concesión territorial, y el carácter casi existencial para el régimen de Putin de tener que obtener una victoria aunque no sea total.

A pesar de esta coyuntura empantanada, Poch considera que el modelo chino debería motorizar una suerte de nuevo bloque en el que podrían jugar un papel relevante, entre otros, gobiernos latinoamericanos con cierta proyección internacional como el del brasileño Lula Da Silva. Se trataría, por medio de la emergencia de esta alternativa, de lograr, nada menos, que la titánica tarea - que él mismo considera poco posible - de que EEUU renuncie a sus ambiciones y se conforme con compartir una segunda posición en un nuevo orden mundial en la que nadie ocuparía la primera.

Esto daría paso a un mundo multipolar en el que, casi por arte de magia, la competencia entre Estados inherente al sistema capitalista, quedaría contenida por un gran acuerdo mundial entre las principales potencias para establecer un reparto de mercados, zonzas de influencia y políticas de defensa acordadas. Solo así, la Humanidad podría encontrar una solución cooperada para los grandes los retos civilizatorios como el calentamiento global, la sobrepoblación o la creciente desigualdad social y regional.

La utopía reaccionaria de un mundo multipolar

El carácter utópico de la propuesta de Poch lo demuestra la propia historia del capitalismo. Ni existe tal modelo de imperialismo del win-win chino, ni mucho menos la competencia que puede suponer China al declinante hegemón estadounidense se va a dirimir sin cada vez mayores choques comerciales, geopolíticos e incluso militares.

El mismo Poch hace uso de ejemplos que justamente lo que demuestran es que no hay “renuncias a ambiciones” o recambios pacíficos. Como el del fin de las potencias coloniales europeas, sobre las que reconoce “lo que les costó irse, y la de gente que tuvieron que matar, la de millones de vidas humanas que costó la guerra de Argelia o Vietnam para Francia, la enorme mortandad en la India del Imperio Británico, en Kenia y otros lugares, en la pequeña Holanda…”. A lo que podríamos añadir que su declinación y la consolidación de una nueva hegemonía mundial, la de EEUU, necesitó nada menos que de dos guerras mundiales.

La crisis de 2008 hizo entrar en crisis lo que hemos definido como la “restauración burguesa” de la ofensiva neoliberal posterior a los 70. Desde entonces el capitalismo no ha logrado establecer un nuevo patrón de acumulación virtuoso, la estrechez del mercado mundial se hace cada vez más patente, la integración global llevada adelante bajo la hegemonía estadounidense está en crisis y amenazada por el desafío de otras potencias emergentes. Esta es la situación estructural que está detrás de la cada vez mayor y más agresiva competencia entre Estados en todos los órdenes, económico, geopolítico y también militar, y que actualiza las tendencias a mayores y peores crisis y guerras entre potencias. [5]

El carácter reaccionario de su propuesta es que alentar a buscar una solución en uno de los bloques, aunque sea el que ha desarrollado menos los rasgos imperialistas por haber llegado más tarde al reparto, conduce necesariamente a una política en el que los pueblos del mundo y la clase trabajadora solo puede ser un convidado de piedra o mera base de maniobra, de los intereses de los diferentes potencias en pugna y quedar maniatada para poder enfrentar las tendencias a la guerra inter-imperialista inscriptas en la situación.

La consecuencia política del análisis de Poch lleva, por ejemplo en Europa, a combatir la política de seguidismo a EEUU de nuestros gobiernos y presionar para que establezcan una propia que defina su propia relación de amistad o buena vecindad con Rusia y, sobre todo, China. Algo totalmente coincidente con las propuestas del imperialismo europeísta del neorreformismo del continente o, aún peor, con algunas de las posiciones en clave soberanista o europeísta que comienzan a levantar sectores abiertamente reaccionarios como la extrema derecha alemana.

En otras latitudes, como América Latina, esta visión lleva a apoyar que los gobiernos de la región pasen de su histórica sumisión al imperialismo norteamericano y europeo a apostar a alinearse con la emergente China. En este sentido, valora muy positivamente la posición de Lula respecto a la guerra de Ucrania, al que llega a imaginar pudiendo jugar un papel de mediador a favor del plan de paz chino. Precisamente el nuevo mandato del presidente brasileño acaba de comenzar marcado por gestos que apuntan a fortalecer sus lazos de dependencia con el gigante asiático, como el reciente viaje con 200 empresarios a Beijin y su encuentro con Xi Jinping, que ha llevado a medios como el Washington Post a lamentar, exageradamente, que Lula se esté convirtiendo en un socio con “sus propios planes”.

Este campismo en favor de uno de los bloques o potencias es, por lo tanto, completamente impotente para frenar las tendencias a la guerra inscriptas en la situación. Más bien termina siéndole funcional y, en un posible conflicto, dejaría a la clase trabajadora detrás de alguno de los esfuerzos bélicos reaccionarios. Lo vemos en la izquierda “amiga de la OTAN”, que pide más intervención del imperialismo estadounidense y europeo en Ucrania, o en la “amiga de Putin”, que se niega a rechazar la invasión rusa por considerarla un hecho defensivo progresivo. El mismo Poch cae en la justificación del creciente militarismo chino como una reacción defensiva ante el otro bloque que le cierra el cerco en el Pacífico. Confundiendo el derecho a la defensa con su aspiración reaccionaria a poder llevar adelante ella misma un expolio y dominación con claros rasgos imperialistas.

La única salida realista ante la barbarie que nos amenaza es independiente, obrera y socialista

Las posiciones de Poch, como las de la inmensa mayoría de la izquierda y la extrema izquierda europea y mundial, terminan ubicándose en alguno de los “campos” reaccionarios enfrentados. En medio de una escalada militarista entre las potencias sin precedentes desde el final de la Segunda Guerra Mundial, este tipo de posturas están llamadas a ser un total obstáculo a que pueda emerger una alternativa realmente capaz de frenar este horizonte catastrófico.

Cuando decidimos que la situación post 2008 actualiza los rasgos de la época imperialista del capitalismo, no nos referimos solamente a la perspectiva de nuevas y peores crisis y guerras. También el padecimiento al que prometen someter los distintos Estados capitalistas a sus pueblos va a ser partero de agudos procesos de lucha de clases, nuevas revueltas y revoluciones. Sri Lanka, Perú o el proceso abierto en Francia son ejemplos de que los desafíos y oportunidades venidas desde la acción de la clase trabajadora y los sectores populares van a ser cada vez más frecuentes e intensas.

Este factor de la lucha de clases es justamente el que acostumbra a no existir en los análisis de intelectuales como Poch, deudores de una visión del orden mundial en la que se unilateralizan los factores geopolíticos y económicos. Por distintas razones, también buena parte de la extrema izquierda mundial parece haber desechado la interrelación entre geopolítica, economía y lucha de clases del método marxista. Una herramienta que no solo es imprescindible para entender el panorama de conjunto, sino sobre todo para poder definir una posición que pelee porque el factor subjetivo de la intervención revolucionaria de las masas pueda jugar un papel decisivo para detener las tendencias a la barbarie del capitalismo.

Las y los revolucionarios tenemos el reto y la necesidad urgente de levantar una verdadera salida independiente de las potencias y bloques en constitución, y de todos los gobiernos capitalistas. Una salida que solo puede venir de la lucha unida de la clase trabajadora y los pueblos a nivel internacional, con una política que ponga en el centro el desarrollo de la movilización y autoorganización en una lucha frontal con los Estados responsables del conflicto y el resto que se irán alineando, con mayor o menor regateo, detrás de los bloques en conformación.

Ante el actual conflicto no se trata de alentar ilusiones en ninguna de las salidas que pondrán sobre la mesa los Estados implicados, sean esta la “ofensiva ucraniana” con la que sueña la izquierda del “armas para la resistencia ucraniana” o la “conferencia de paz” de Ji Xinping que aplaudirían los admiradores de Poch. Lo que urge es empezar a poner en pie un polo internacional que pelee por la retirada de las tropas rusas y el fin de las proscripciones forzosas en Rusia, y aliente porque la clase obrera y los sectores populares terminen en forma revolucionaria con el régimen reaccionario de Putin. Que se oponga a la OTAN, su creciente intervención por procuración y los planes de rearme imperialista, y al gobierno de Zelensky, su negación de los derechos democráticos y nacionales a la población rusófona y su proyecto de convertir Ucrania en una suerte de protectorado de la UE y la OTAN. Solo así se podría abrir camino a una lucha por una Ucrania obrera y socialista, en la perspectiva de la lucha por los estados unidos socialistas de Europa.

Frente a las izquierdas reformistas y las que discuten sobre qué bando reaccionario debe ubicarse la clase trabajadora, necesitamos una izquierda revolucionaria que retome la perspectiva de imponer gobiernos de trabajadores que pongan fin a un orden social que solo nos conduce a la barbarie. Hoy, luchar por expropiar a quienes nos expropian cotidianamente el fruto del trabajo de millones para mantener el lujo de una minoría, es condición de posibilidad no solo para garantizar las mejores condiciones de existencia posibles a las grandes mayorías sociales, sino también para que se pueda desarrollar la cooperación entre pueblos y no la competencia destructiva que amenaza la propia supervivencia de la Humanidad.

 
Izquierda Diario
Síguenos en las redes
/ IzquierdaDiarioEs
@iDiarioES
[email protected]
www.izquierdadiario.es / Para suscribirte por correo, haz click aquí