Hace un año, tras un incendio en el barrio Cabezas que dejó tres niñxs fallecidxs, nos dábamos cuenta de que el alambrado que separa nuestras facultades (psicología y humanidades) de los barrios aledaños no sólo es simbólico, sino que también es material. Es real, tan real como la desigualdad y la marginalidad, tan real como gráfico de la distancia que se intenta interponer entre ellxs y nosotrxs.
Un joven tuvo que romper el alambrado en esa situación de vida o muerte, para que lxs vecinxs pudieran llevar a lxs niñxs a una avenida pavimentada; porque desde el barrio no tienen acceso a ella, pero la facultad sí, y porque los bomberos y la ambulancia no llegan a tiempo a sus puertas, pero a las del ExBIM3 sí. El muro que separa la facultad del barrio cumple una función de barrera estética, excluyendo el barrio y su marginalidad de la imagen de la facultad.Los servicios de emergencia no llegaban porque el Barrio Cabezas es un barrio no reconocido, ni por el municipio de Ensenada ni el de Berisso que, manteniéndolo en la informalidad y la precariedad, no garantiza medidas básicas de acceso ante emergencias.
Lo que sí llega, y ese día llegó bastante más rápido que otros servicios, es la policía: un patrullero y unidades motorizadas. Esto no es casual.
Bien sabemos que la función de la policía como institución funcional al estado es reprimir a quienes se organizan y amedrentar a lxs vecinxs del barrio, llevándose la vida de lxs pibxs. Son el brazo armado del Estado que primero dispara y después pregunta, el que, además, no duda en entrar a los tiros al predio. ¿Por qué mayormente es la policía la que acude cuando hay situaciones de emergencia sanitaria, y no la ambulancia?
Porque los gobiernos de turno han decidido destinar mayor presupuesto a su aparato de represión y control social, que a la salud pública para garantizar un acceso integral a ella.
Esto es algo que se reproduce por medio de las autoridades de nuestra facultad que, según el testimonio de las familias afectadas, no se acercaron a asistirlxs. Fuimos lxs estudiantes quienes llenamos la facultad de solidaridad difundiendo la situación, haciendo una gran colecta y exigiendo que la facultad brinde efectivamente ese espacio requerido por los propios familiares.
El problema es territorial, porque ¿Cuántas veces hemos sabido de actividades desde la universidad en ese barrio y podido decidir cuándo y dónde llevarlas a cabo? ¿Por qué no nos relacionamos con ellxs como vecinxs? ¿Qué tipo de subjetividad se construye en la facultad, puerta a la formación profesional y a los privilegios, que se halla tan alejada de una comunidad tan próxima y a la vez tan vulnerada? ¿Qué pasa con las herramientas y espacios gremiales de lxs estudiantes que no han logrado organizar la solidaridad para este barrio?
Lo que ocurre es que responden a los mismos espacios políticos, a ese conglomerado de peronistas y radicales que desde hace años ajustan nuestras condiciones de vida. Para ellxs es más sencillo tirarse la pelota de quién administra mejor la miseria, y militar el sálvese quien pueda o la resignación ante la crisis, desdibujando cualquier tipo de lazo comunitario posible.
Es para analizar, la respuesta a la problematización que surgió tras la falta de saberes para poder actuar en esas situaciones, ante la impotencia sentida por la imposibilidad de hacer algo frente a tal situación de emergencia humana.
Ante el interrogante sobre el rol de lx psicólogx, las autoridades de la facultad sostuvieron que en esa situación unx psicólogx no tiene nada para hacer más que ayudar como cualquier otra persona podría hacerlo, lo que resulta preocupante, ya que ese discurso es en la práctica el desdibujamiento que implica del rol de lx psicólogx como trabajadorx de la salud.
Recordemos que –y esto nombrando partes de nuestra formación, de la materia Psicología Preventiva, por ejemplo- hablar de salud mental es redundante: la salud mental es parte de la salud tanto como la salud del organismo. Por lo tanto, creer que la psicología no tiene injerencia en situaciones de emergencia sanitaria por fuera de los establecimientos de salud es un grave error incluso a nivel conceptual. Pensar en unx profesional de la salud implica pensar en unx profesional formadx para el abordaje integral de la salud, lo que conllevaría una formación básica en primeros auxilios psicológicos, por lo menos.
Sería sumamente cuestionable que unx psicólogx, profesional de excelencia de la licenciatura de psicología de la UNLP, terminara causando un daño iatrogénico a una persona en la calle por no tener claro cómo se debe abordar un ataque de pánico, por ejemplo.
Esto es algo a lo que nos enfrentamos lxs estudiantes cuando llegamos a sexto año y vemos que hay muchas cosas para las que no se nos ha formado, y situaciones para las que no nos han preparado, como lo son ataques de pánico, intentos de suicidio y depresión, que son algo básico -y cada vez más urgente- para quien se forma en salud.
Es inconcebible que unx psicólogx ante una intervención en contexto de catástrofes y emergencias tenga que contar más con su intuición y ciertos conocimientos teóricos de base que con herramientas más ajustadas a la tarea. Por ejemplo, no hay siquiera un solo texto en la carrera en que se nos enseñe a decir “inhalá: 1, 2, 3, 4… exhalá: 1, 2, 3, 4”.
Sin ir muy lejos, en nuestra carrera se enseñan conceptos que son completamente articulables con relación al atravesamiento de diversas situaciones, que se termina intentando resolver como se puede cuando se cuenta con escasas herramientas.
Además de acompañar, mostrar a la otra persona que no se encuentra sola en esa situación, hay un rol muy importante que se puede cumplir en relación con prevenir las situaciones traumáticas, así como recomponer la subjetividad en situación, siempre en un marco de respeto hacia la persona y los límites que ponga explícita o implícitamente a nuestra intervención.
Se puede también cumplir una función de alojo, de comprensión y contención.
Este rol fundamental es ubicable en lo que Fernando Ulloa llamaría la institución de la ternura, que tiene que ver con la empatía, el miramiento y el buen trato.
Es importante adoptar esa posición, por ejemplo, a través de la escucha activa, porque en esos momentos cada unx hace lo que puede, y no siempre hay alguien que pueda asumir el rol de ser quien está atentx a cómo se sienten las personas en esa situación tan desbordante.
La prevención de la salud en general y de la salud mental en particular, en el sentido de cómo puede intervenir unx estudiante o trabajadorx de la salud, se da sobre todo involucrándose, construyendo lazos de solidaridad con disposición para pelear por condiciones de vida dignas, por trabajo con derechos y ambientes donde las infancias puedan jugar libres de peligros.
Porque lo del Cabezas no fue un caso aislado, sino que se trata de realidades que suceden todos los días en la mayoría de los barrios precarios del país. Por eso, prevenir implica profundizar en formación en Atención Primaria de la Salud y romper con el modelo de la exclusividad del dispositivo clínico individual, pero también ser parte de la lucha y la organización junto a lxs vecinxs.
Es contradictorio desde un punto de vista práctico y teórico que la enseñanza de esos contenidos no se orienten a tejer lazos con nuestrx vecinxs del Barrio Cabezas.
Ante todo la solidaridad
El año pasado, luego de la tragedia hubo que recurrir a alternativas por fuera de la institución para acceder a la formación en primeros auxilios.
Fue necesario contactar a la filial de La Plata de la Cruz Roja para que coordinara el dictado de cursos de primeros auxilios con la secretaría de extensión de la facultad, sin que ésta se tratara de una iniciativa de las autoridades de la facultad ni de secretaría de extensión -estos cursos breves se replicarán este año, desde luego, incluyen una capacitación en primeros auxilios psicológicos.
Esta es una cuestión que debería considerarse como parte íntegra de la formación en salud en general, en seminarios y cursos gratuitos, así como la libertad de cátedras que debería aplicarse en nuestra facultad, como también la apertura de la tecnicatura de acompañante terapéutico que hace años se aprobó, pero que nunca se abrió en La Plata.
Vemos, además, cómo se termina excluyendo a un estudiantado al que le cuesta llegar cada vez más a fin de mes, muestra clara del ajuste que desde hace años se viene llevando a cabo en la educación pública, al que las autoridades responden especulando con el vaciamiento de las aulas a través de la deserción y falta de cupo docente para poder enseñar acerca de estas cuestiones.
Por supuesto que no es casual esta separación tan tajante entre psicología clínica y, por ejemplo, psicología de catástrofes o psicología comunitaria.
En la facu sabemos muy bien que la dictadura cívico-militar-eclesiástica del 76 no sólo desapareció psicólogxs e impuso el cupo cero en nuestra facultad, sino que también quiso desaparecer teorías y prácticas psicológicas –más allá de psicoanalíticas- de abordaje comunitario, lo que desembocó en la reclusión de gran parte de la praxis de la psicología al ámbito privado, al consultorio individual.
Como herencia de la dictadura, los sistemas de salud se encuentran cada vez más vaciados, con gobiernos que favorecen los intereses de la industria farmacéutica y vacían de presupuesto los planes de salud, atentando contra la posibilidad de los abordajes integrales que tengan en cuenta la singularidad de lxs usuarixs.
Vacío que se ve incluso a la hora de repensar nuestro plan de estudios –el que se construyó recién terminada esta dictadura, en 1984- que hoy, sin estar exento de materias enmarcadas en la psicología comunitaria, tiene una fuerte orientación a la psicología clínica individual, pensándose en una formación para la inserción en el mercado laboral.
Este recorte teórico se manifiesta en nociones sostenidas por las autoridades de la institución que sólo piensan intervenciones desde la psicología en el ámbito público para los casos en los que se puede habilitar la palabra en relación con lo acontecido, cuando el trauma ya ha sido ocasionado y el malestar puede ser elaborado en un dispositivo dentro de cuatro paredes, en la tranquilidad de un consultorio y con un diván si es posible.
Si bien el programa de la licenciatura en psicología como está planteado aporta ciertos recursos conceptuales para pensar estas intervenciones, como futurxs profesionales de la salud deberíamos poder contar con una instancia oficial y permanente de capacitación en cuestiones básicas de primeros auxilios.
Son lxs laburantes de la salud, de la salud mental y de todos los hospitales quienes día a día garantizan el acceso a la salud, peleando por la desmanicomialización y más presupuesto para implementar todos los dispositivos que la ley de salud mental propone de manera integral. Por esto, consideramos central la exigencia de más recursos en los hospitales y centros de salud, para poder abordar situaciones que pueden ocurrir en la guardia de un hospital, así como en la calle o los barrios de la ciudad, lo que en términos de poder garantizar el acceso a la salud pública debería tenerse en cuenta: ampliar la promoción de la salud más allá de las puertas del hospital de una manera efectiva.
Mientras, por el lado de la academia, es urgente que podamos ir más allá del enfoque individual y elitista del ejercicio de la psicología de consultorio privado, y que la psicología comunitaria y de grupos sea más la regla que la excepción, en función de la salud y los intereses de las clases populares, en sus espacios.
Es necesaria una reinvención del ejercicio de nuestra profesión, no sólo al servicio de la salud pública, sino también para hacer frente a tanta precariedad, que es la causa estructural de este trágico incidente, que habría sido imposible en condiciones adecuadas para la recreación de esas infancias.
Queda claro que esta precariedad no es casualidad, sino producto de las políticas de ajuste llevadas a cabo desde hace años por el estado –y sus gobiernos- en favor de los grandes grupos de empresarios, y en perjuicio del pueblo, el medioambiente y la clase trabajadora en particular. |