En las últimas semanas, con las declaraciones de Lula en Pekín, hemos asistido a un renacimiento en la izquierda y centroizquierda brasileñas, de las ideas, o mejor dicho, de las ilusiones, en que es posible una política exterior independiente sin un cambio radical en las relaciones internas entre las clases sociales de Brasil y la relación histórica de dependencia -y vasallaje- respecto a las potencias internacionales.
El columnista de Esquerda Diario, André Barbieri, ya analizó las posiciones de los principales medios de comunicación, revisando The Economist, polemizando con las posiciones de Igor Gielow de Folha o William Waack de CNN, por defender a China en las tierras brasileñas, y tejió varias ideas importantes en su artículo Lula en China: la relativa "autonomía estatal" y la doble dependencia. Allí señala un punto crucial que a veces pasa desapercibido en el debate: la doble dependencia del Estado brasileño de Estados Unidos y China. En ese artículo, Barbieri señala el paso de la brutal subordinación a Estados Unidos organizada bajo el gobierno de Bolsonaro a la forma histórica de política exterior del Itamaraty (palacio de la cancillería brasileña).
El autor afirma: "Esta forma conservadora de las relaciones internacionales de Brasil es una expresión de su carácter subordinado en el sistema de Estados: sin un poder de fuego relevante en las grandes disputas, encuentra en los intersticios del sistema los resquicios para alcanzar sus objetivos parciales. Este es el dramático dualismo de la política exterior brasileña al inicio del tercer gobierno de Lula".
Esta búsqueda de intersticios habla también de una política interior. "La política exterior es una continuidad de la política interior", decía el revolucionario ruso León Trotsky en un artículo de 1939. En países con características dependientes, atrasadas y semicoloniales como Brasil, es inseparable pensar la política interna de la penetración del capital extranjero, sus diplomacias, su tecnología e incluso su influencia militar.
Hay una infinidad de intereses materiales que se cruzan en Brasil y en Sudamérica, característica relativamente histórica del continente que más de una vez estuvo en la encrucijada de la dominación, primero entre Inglaterra y Estados Unidos antes de la hegemonía norteamericana, y después, en la encrucijada de la dominación yanqui. Si hay un lugar en las Américas donde la dominación yanqui es más relativa, es en el Cono Sur. Aquí, históricamente, las potencias emergentes han tratado de establecer una disputa mayor. Esto se puede ver antes de la Primera Guerra Mundial, antes de la Segunda Guerra Mundial y en el inicio del declive de la hegemonía norteamericana. Desde por lo menos la dictadura brasileña, se nota una relación diferenciada con las potencias europeas, como Alemania, que ayudó a los militares brasileños a desarrollar la tecnología atómica.
A su vez, también es imposible pensar en el alineamiento proestadounidense de Bolsonaro sin ver la virulencia previa de la operación judicial Lava Jato y su relación con el Partido Demócrata y el Estado profundo estadounidense. Esa operación, además de atacar políticamente al país como parte del golpe institucional y su continuidad, atacó a empresas estatales, actores globales brasileños y apuntó particularmente al dominio de tecnologías propias o en asociación con potencias europeas (las plataformas de perforación de Petrobras con Santander, los submarinos nucleares con Francia y los supercazas con la misma potencia).
También llama la atención el momento en que la general estadounidense responsable de las Américas vino a Argentina a buscar acuerdos sobre el litio justo cuando Lula subía el tono contra Estados Unidos y Europa. Las críticas de Estados Unidos vinieron acompañadas de 500 millones de dólares para el Fondo Amazonia, lo que demuestra que, a pesar de las críticas a las declaraciones de Lula, no están dispuestos a alienar al mayor país de Sudamérica con China y Rusia. La visita de Lula a Portugal y España, por su parte, es presentada por los medios estatales alemanes (DW) como una búsqueda de apoyo de los mayores socios del acuerdo Unión Europea-Mercosur. Las señales cruzadas tanto de Lula (voto prooccidental en la ONU, frases más alineadas con Rusia, entre otras) como de las potencias europeas y americanas se inscriben en un contexto que hemos tratado de describir como una "carrera por la velocidad" entre las potencias en Sudamérica.
La política exterior como continuación de la política interior
¿Qué política interna continuaba Bolsonaro con su política exterior de saludo a los Estados Unidos, como hizo en la campaña de 2018? Un avance brutal sobre los derechos laborales, sociales e indígenas en nombre del avance de una forma de acumulación de capital para los exportadores de commodities, importadores de artículos de consumo y el avance de las privatizaciones. Incluso Bolsonaro con su impulso de deconstrucción tuvo que usar malos modales con China, como un Trump, pero debido a los intereses materiales del agronegocio brasileño no pudo ir más allá de la retórica.
Hay importantes alas de la burguesía brasileña que ven con buenos ojos el intento de adecuar la política exterior brasileña a su "tradición", una tradición que también se hace eco del intento de sectores de la burguesía brasileña de encontrar su lugar en el mundo: un equilibrio entre múltiples actores y múltiples relaciones de subordinación (o incluso de dependencia). La política exterior de intersticios de Lula busca precisamente una conciliación con los intereses capitalistas que se entrecruzan en el país, un agronegocio brutalmente dependiente de China y Oriente, una inmensa dependencia tecnológica, política y militar de Estados Unidos y un tercer componente con mucho peso material, que lidera la inversión extranjera en el país, pero que no actúa al unísono, el capital europeo que a veces se bandea de manera estadounidense, a veces de manera china y en general, a pesar de la Unión Europea, se articula mucho más como "español", "francés", "alemán".
Es precisamente en las brechas de este tercer mandato de Lula, más estrechas que en el primero o en el segundo, en las que se mueve la política exterior. Intentando llegar a un acuerdo de cooperación en tecnología satelital con China y nuclear con Rusia, cuando por otro lado no se cuestiona la concesión de la base espacial de Alcântara (en el norte del país) a Estados Unidos y la prohibición expresa de su uso por China o en asociación con ella. En otras palabras, Brasil no tendrá ninguna base espacial de la que beneficiarse del acuerdo con China. Este paso aquí y paso contradictorio allá se ve en todos los terrenos, desde el voto en la ONU condenando a Rusia versus la declaración distinta, el discurso contra las privatizaciones para aplaudir la inversión de Emiratos Árabes en ACELEN, precisamente la refinería privatizada en Bahia.
Para entender la política exterior brasileña es necesario relacionarla con la política interior y no tomar un lado de los fenómenos y aislarlos de sus opuestos complementarios. Es precisamente este movimiento polar el que predomina en los medios burgueses (que aumentan los elementos "antioccidentales") y en los medios del PT, que minimizan los elementos proestadounidenses. Por ejemplo, ¿cuántas líneas corrieron en los medios petistas sobre la independencia de Brasil al negar a Alemania componentes del tanque de guerra Leopard que serían cedidos a Ucrania y cuán flagrante fue el silencio ante el golpe de Estado en Perú apoyado por Estados Unidos y el apoyo militar que dio Lula a los golpistas?
He aquí a vuelo de pájaro estos elementos dispares que conforman una política exterior como continuación de contradicciones internas que incluye un mayor alineamiento con China y Rusia que antes, pero en un contexto de búsqueda de no tomar partido, de trabajar en el intersticio. Como bien recordaron parlamentarios estadounidenses en una sesión sobre la presencia china en América Latina, Brasil es uno de los únicos países de Sudamérica que no es signatario del proyecto chino de la Ruta de la Seda.
La relación con China, que incluye inversiones productivas, se ha centrado en la participación en privatizaciones en el sector energético (electricidad y petróleo) y, sobre todo, en la agroindustria y su logística. Es una relación que acentúa la dependencia, pero hay quienes quieren ver un camino antiimperialista. Es lo que defiende un artículo de los neorreformistas de Resistencia-PSOL, que ahora adoptan una visión de las inversiones chinas (capitalistas) como camino hacia la independencia (sic). Han llegado a adoptar un criterio de campos y no de clase en el siguiente análisis, veamos:
"Es una función del gobierno brasileño, así como hoy es una posibilidad que se está abriendo, para llevar a cabo un diálogo estratégico con China. El gobierno Lula debe pensar con el objetivo de llevar a cabo la industrialización de nuestro país, modificar nuestra economía y hacer que Brasil juegue un papel importante como la voz de los países del Sur global en su búsqueda de desarrollo e independencia".
Otro autor de la misma corriente, ahora ya no en nombre propio sino de la "redacción" de su grupo dice: "El papel de Brasil en esta nueva división mundial del trabajo y sistema mundial de Estados aún no está claro. Desde Temer y especialmente bajo Bolsonaro, la élite brasileña ha apostado por una ubicación absolutamente subordinada políticamente y dependiente económicamente, con Brasil siempre siguiendo los votos de Estados Unidos en la ONU y suministrando materias primas baratas al mundo. No está claro qué piensa Lula al respecto. Las declaraciones hasta ahora han sido demasiado generales. Un paso práctico es el actual viaje de Lula a China. Veamos en qué se traduce".
Citamos a estos dos autores de esta corriente por la simplificación de los argumentos que podemos ver repetidos en articulistas del PT a veces con mayores giros, resulta que desconocen el lugar de Brasil en la división mundial del trabajo y que con capital chino en asociaciones público-privadas o privatizaciones se iría hacia la "independencia". Esto es, por un lado, una exageración de "autonomía" de la que ningún funcionario de Itamaraty se arriesgaría a hablar y, por otro, una pérdida irreparable de la brújula de clase. Las tareas antiimperialistas no pueden ser llevadas a cabo por manos burguesas y potencias extranjeras, sino por la acción de los trabajadores.
Es necesario reconocer que en una situación de mayor conflicto interestatal, de mayor competencia entre potencias, como la que estamos viviendo, se abren intersticios para las burguesías que intentan equilibrarse entre distintas dependencias. Pero no se pueden resolver tareas que requieren combate mediante maniobras. Ya vivimos el auge y la caída de la ilusión de que Brasil se convertiría en una potencia sin conflictos con los imperialismos. Ahora vivimos un renacimiento senil en una situación mucho más difícil.
Nuestro desafío es entender el juego internacional en curso como parte del juego interno que mantiene inalterada la dependencia y el carácter del Estado brasileño. Mostrar a los trabajadores este juego y aumentar su confianza en que las tareas progresistas deben ser cumplidas por ellos y no por el Estado brasileño.
Es sintomático de la ilusión y desilusión de la "razón de Estado" y no de clase para las tareas antiimperialistas que la misma Federación Única de Trabajadores del Petróleo pasó de celebrar las declaraciones antiprivatizadoras de Lula en China a criticar los elogios de Lula y del gobernador Jerônimo Rodrigues (PT) en su siguiente escala del viaje, en los Emiratos Árabes, donde esta petromonarquía reaccionaria anunció inversiones multimillonarias para continuar la privatización de Petrobras en Bahia.
Como demostró Trotsky en una situación mucho más aguda, ante la Segunda Guerra Mundial, este conflicto de potencias genera espacios para los países dependientes, pero su resolución integral depende del movimiento de masas y de la existencia de partidos revolucionarios y antiimperialistas:
"En el primer periodo de la guerra, la posición de los países débiles puede llegar a ser muy difícil. Pero, con el correr de los meses, los imperialistas se tornarán más y más débiles. La lucha mortal entre ellos permitirá a los países coloniales y semicoloniales levantar sus cabezas. Por supuesto, esto se aplica también a los países latinoamericanos. Serán capaces de lograr su propia liberación si a la cabeza de las masas se colocan partidos antiimperialistas y sindicatos verdaderamente revolucionarios. Uno no se puede escapar de las trágicas situaciones históricas por medio de triquiñuelas, frases huecas o mezquinas mentiras. Debemos decir a las masas la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad". (La lucha antiimperialista es la clave de la liberación. Una entrevista con Mateo Fossa (1938) en Escritos de León Trotsky (1929-1940), CEIP León Trotsky). |