Desde el fin de la pandemia se nos ha querido imponer por parte de la casta universitaria una universidad “limpia”, en la que no haya ninguna clase de organización y lucha política que cuestione y enfrente su posición casi feudal y a las grandes empresas cuyos intereses defienden a capa y espada.

La última reforma universitaria, las famosas leyes Castells, que hace unos meses han entrado en vigor, avalan totalmente esta deriva privatizadora y represora, que en realidad lleva ya décadas avanzando, en especial la LCU (ley de convivencia universitaria).

Esta, mientras se planteaba como una reforma progresista que venía a sustituir el antiguo código de conducta franquista de 1954 es en algunos aspectos incluso más represiva todavía, limitando la actividad estudiantil bajo el criterio de “no interrumpir la actividad docente”, que viene a ser cualquier cosa. Una ley muy progresista, para nada una ley mordaza universitaria.

La LCU ya ha empezado a aplicarse este año. Han sido varias las estudiantes reprimidas por esta ley y en situaciones variadas, lo que nos demuestra que no les está temblando el pulso a la hora de aplicarla. Sin ir más lejos a mí misma me intentaron expulsar de la universidad por organizar una charla en la UCM, hace un año en la UAM intentaron expulsar a dos estudiantes por escrachear a un miembro de Vox en el foro de empresas de la universidad, amenazan ahora a estudiantes de la URJC después de un encierro y la lista continúa. Es una amenaza que se repite por todo el estado siempre que rectores y decanos se ven amenazados.

En un momento en el que este gobierno progresista, la casta universitaria y las grandes empresas a las que defienden con todo avanzan en las universidades y aumentan cada vez más la represión a la organización tenemos que pelear más que nunca por un movimiento estudiantil que pelee no en solitario, sino de la mano de las y los trabajadores de la universidad y de fuera de ella. Sufrimos la misma ausencia de democracia en los órganos de gestión, contratos cada vez más precarios para el PAS y profesores asociados, la externalización de servicios básicos como las cafeterías, la limpieza o la reprografía…

Y si algo tenemos que aprender de la lucha contra la reforma jubilatoria en Francia es esta lección de unión entre trabajadores y estudiantes que en el país vecino llevan meses poniendo en jaque al gobierno, ocupando y bloqueando universidades y centros de secundaria y apoyando a los trabajadores en sus piquetes. La juventud que hoy sale a luchar en Francia no solo lucha contra la reforma jubilatoria, sino también contra la precariedad, el sistema educativo, por los derechos de las mujeres y de las migrantes. Es en esta unión entre trabajadores y estudiantes en la que está el potencial de su lucha.

Desde Contracorriente y Pan y rosas no acordamos con esas visiones que piensan que el movimiento estudiantil puede desarrollarse sin contar con la fuerza, la opinión y los intereses del profesorado y el personal laboral de la universidad. Tenemos que construir un movimiento estudiantil que haga frente a estos ataques y para eso debemos integrar las reivindicaciones y demandas del resto de sectores de la comunidad universitaria. Solo así podemos hacer frente a la casta universitaria, las empresas, los gobiernos autonómicos y el gobierno central.

Contra la casta universitaria, las empresas, las reformas universitarias y la represión, ¡organicémonos!