“¿Para qué quiero más tiempo? Para vivir. Vi…vir – dice Hernán remarcando cada sílaba. Para descansar, ir al gimnasio, estar con tu chica, con mi vieja, para estudiar, para lo que sea”. Manotas lo mira y se llena de rabia. “Yo les diría: 30 años ya trabajé, ¡¿cuánto más me querés exprimir?! ¿No ves que no me sale más?” dice tocándose las venas.
Se miran y asienten. Recuerdan a los “viejos” compañeros de fábrica. “Llegan hechos bolsa. A veces uno se entera que a poco de jubilarse se mueren. Entonces nos juntamos en el centro de la planta y hacemos un minuto de silencio”. “Fate es como una fábrica de sueños postergados”, dice Seba, y agarra el bolso para caminar hasta la planta. Hoy les toca armar cubiertas toda la noche. Las 7 noches que siguen también.
Stella aprovecha el descanso en la línea de alfajores y manda un audio. “Si hubiese laburado menos horas hubiese terminado Medicina. De chica quería hacer eso. ¿Ahora? Me gusta mucho el teatro pero no puedo ir nunca. Las obreras no llegamos al teatro. Y tener tiempo para salir a pasear con los chicos, verlos crecer. Eso me gustaría”. Al ratito llega otro mensaje. “Me olvidé. Y me hubiese dedicado a escribir también. Periodismo, pensamientos que tengo acerca de la realidad, cosas que pienso mirando los submundos de la fábrica”.
Ana recién salió de la viña. Manda un audio pero desde Mendoza. “Uff. Si hubiera trabajado 6 horas, ponele, hubiera hecho un montón de cosas. Hubiese estudiado abogacía. O darle tiempo a mis hijos, mis nietos. Ahora también me gustaría tener más tiempo para ellos. Los llevaría a las Cataratas, me hubiera gustado viajar”. Desde los 7 años labura en esas hileras. Tiene 58 pero no se puede jubilar porque siempre laburó “en negro”.
“Chopper” corta un minuto la volanteada en San Pedro, Jujuy, y dice: “En el ingenio se laburaba 12 horas. Si hubiera tenido más tiempo lo habría usado para estudiar, para estar con los amigos. Pero siempre trabajando. Cuando te das cuenta pasó. Ahora quiero tiempo para la militancia y estar con la familia”. Corta y vuelve a arengar. “¡Vecino, no dejemos que le hagan fraude a Vilca, es uno de los nuestros!”.
En cada mensaje hay una bronca. Por ese tiempo robado que sienten no volverá. Por los cuerpos que acusan recibo. Pero la pregunta queda sonando. ¿Qué pasaría si trabajáramos menos? ¿Qué haríamos con ese tiempo recuperado?
Las horas y las vidas
En el programa de TV presentan la nota: Suecia ensayó la jornada laboral de 4 días. Inglaterra también dice un panelista. Otro canal pasa las imágenes de un robot que despacha cajas en una exposición tecnológica de Chicago. La noticia es que en la hora 20 cayó agotado.
El capitalismo se enfrenta otra vez a un dilema. Por un lado, el fantasma de una nueva crisis. El FMI calcula que un tercio de la economía mundial entrará en recesión en 2023. El dato echa más leña al fuego. Las disputas imperialistas empiezan a oler a pólvora y la competencia entre multinacionales se hace feroz. Pero también empuja a reforzar la explotación a la clase trabajadora. Entonces, el malestar por el tiempo y los músculos que millones tienen que dedicarle al trabajo asalariado para poder sobrevivir, también crece al calor de la crisis. Se siente en las venas, como decía Manotas.
Son datos, no solo opinión. Como el informe El tiempo de trabajo y el equilibrio entre el trabajo y la vida privada en el mundo publicado este año por la OIT (Organización Internacional del Trabajo). Dice que en la actualidad “más de una tercera parte de todos los trabajadores trabaja más de 48 horas por semana”.
El dato es preocupante. Los especialistas reconocen que la tendencia a la sobreocupación no es un problema solo de “tiempo”. Se convierte año a año en una cuestión de vida o muerte.
Otra investigación reciente de la OIT –esta vez junto a la OMS (Organización Mundial de la Salud)– asegura que las largas jornadas de trabajo provocan 745.000 muertes anuales, solo teniendo en cuenta las cardiopatías isquémicas y los accidentes cerebrovasculares. Si lo comparamos con el año 2000, el aumento es del 30 %. Hay otro número brutal en el informe: se perdieron 23,3 millones de años de vida a causa de las discapacidades generadas por esas enfermedades.
El estudio solo tiene en cuenta esas enfermedades, pero deja de lado cánceres y accidentes. El mismo director de la OIT, Guy Rider, dijo en una reciente conferencia que “casi tres millones de personas cada año mueren por culpa del trabajo que hacen o que han hecho en su vida” (julio 2022).
Estamos ante un genocidio lento. Pero sin pausa.
El debate excede a los burócratas de esos organismos. Un reconocido asesor de empresas y profesor en Universidad de Stanford, Jeffrey Pfeffer, publicó un libro titulado Muriendo por un salario (Dying for a paycheck). Allí analiza cómo “el sistema actual de trabajo enferma e incluso pone fin a la vida de las personas”. Calcula que solamente en Estados Unidos esas condiciones empujan a la muerte de 120.000 trabajadores y trabajadoras por año (además de "millonarias pérdidas para las empresas"). Ahora es más fácil entender la “Gran Renuncia” (Great Resignation) que vimos en 2021: millones de trabajadores renunciaron a sus trabajos. Se cansaron de las malas condiciones laborales, los bajos salarios y los ambientes estresantes.
Podríamos seguir con esas estadísticas, pero suficiente ilustración. Detengámonos sí uno minuto en nuestro país. El Gobierno nacional festeja el descenso de la desocupación pero oculta otros datos. El primero, que aumentó el fenómeno de trabajadores ocupados pobres. El segundo, que los nuevos puestos son más precarios (monotributismo e informales). El tercero que cada vez trabajamos más.
Según el último Informe del mercado de trabajo del Indec la sobreocupación, o sea quienes trabajan más de 48 horas semanales, ya se acerca al 30 %. Eso incluye las horas extras pero también el multiempleo. Si proyectamos los datos de esa encuesta sobre el total de la población económicamente activa, nos da 5 millones de personas.
¿Cómo impactan esas jornadas agotadoras? De muchas maneras. Pero un dato sirve para darse una idea: según un estudio de la Universidad Siglo 21 un 29,8 % de los trabajadores sufre estrés laboral crónico. Los investigadores dicen que está creciendo entre un 2 % y un 5 % interanual. Cada vez peor.
Parecen datos fríos. Pero son las enfermeras que trabajan 14 horas en distintos hospitales y las maestras que tienen dos o tres turnos y después siguen en sus casas. Son los pibes que pedalean repartiendo pedidos, las obreras que “fabrican Oreo a morir” y los cosecheros que se doblan las espaldas cargando limones a destajo.
“Morir por un salario”. Morir trabajando. Una actividad creativa de los seres humanos, la capacidad para transformar la naturaleza y la materia para satisfacer necesidades comunes, en manos del capitalismo se convierte en algo que nos aliena, nos animaliza, nos enferma el cuerpo y la mente.
Irracional
Los estudios internacionales arrojan otros dos datos impactantes.
Uno lo arroja el mismo informe de la OIT. Mientras un tercio sufre el sobrempleo, “una quinta parte está subocupada, es decir, trabaja menos de 35 horas semanales. Esto afecta en mayor medida a quienes están en la economía informal”. O sea que trabajan horas menos de las que necesitan para comer y vivir.
Los mismos porcentajes encontramos en nuestro país. Son tendencias mundiales. El capital exprime hasta secar y enfermar los cuerpos de miles de millones, mientras a otros tantos les impide vender su fuerza de trabajo para sobrevivir. ¿No es irracional?
El otro dato lo arroja la OCDE (Organización de Comercio y Desarrollo Económico) en sus Perspectivas de Empleo 2022. Dice que “los datos sobre el tiempo medio dedicado al ocio y en la productividad horaria sugieren que el aumento de la productividad no ha dado lugar a un aumento del tiempo libre”. Muestra que las horas dedicadas al “ocio” cayeron en casi todos los países “desarrollados”. Ni hablar en África o América Latina.
Los especialistas ya crearon el concepto de "pobreza de tiempo" y debaten cómo impacta. Por ahora lo único que tienen claro, por obvio, es que el capitalismo en crisis avanza con toda su furia sobre el “tiempo libre” y la vida social y personal de la mayoría de la humanidad.
Las obreras no llegamos al teatro
Lourdes camina entre una hilera de viñedos en Rivadavia, Mendoza. Tiene 20 años. Es la primera vez que cosecha. Esta noche no va a poder ver a Lali Espósito, que toca en la Fiesta de la Vendimia. “Pero te digo: este año estoy cosechando pero el año que viene voy a ser reina, ah”, se ríe. “Viste que las reinas andan con esos vestidos, llenas de gliter. Yo voy a ir con el vestido sucio para dar representación a lo que es trabajar en esto. Vas a ver. Perá que la ayudo a mi hermana a cargar el tacho”. Y sale corriendo por los surcos.
Volvamos a los datos duros. Según la última Encuesta Nacional de Consumos Culturales, realizada por el Ministerio de Cultura de la Nación, la asistencia a espectáculos y otras formas de recreación viene bajando año a año. Ese descenso tiene una marca de clase: es mucho más abrupta en los “niveles socioeconómicos bajos” que en los altos.
Por ejemplo, desde 2013 la asistencia a recitales para los sectores “medio bajos” y “bajos” cayó a la mitad e incluso más. La explicación que daban los encuestados: “falta de tiempo” y “falta de dinero”. Para los sectores “altos” sigue igual.
La asistencia al cine cayó un tercio solo en un año. La asistencia a los teatros cayó un 40 %. Otra vez, los principales motivos son falta de plata y de tiempo. Otra vez, la caída es mucho mayor en los sectores obreros y populares, que son 1 de cada 10 espectadores. El sesgo de clase se nota también en otros datos: a la ópera y conciertos de música clásica solo tuvo acceso un 10% de la población. En carnavales y ferias participó el 60 %.
Un estudio de la Universidad Austral de este año actualiza los datos. Dice que el 65 % de los encuestados no ha ido ni puede ir a recitales o museos. “El resultado es 1 de cada 4 personas en una sociedad de más de 50 millones de habitantes” concluye.
El capital busca convertir el tiempo libre y el ocio también en una mercancía. Pero la tendencia a aumentar la explotación obrera, desde las empresas a las tareas de cuidado no remuneradas, conspira contra su propio negocio.
Es como dice Stella.
Los que hablan y los que luchan
“Se podría bajar la jornada de 8 horas a 6 para que esos 3 puestos de trabajo pasen a ser 4". El que habla es Carlos Acuña, uno de los integrantes del Triunvirato de la CGT.
Si uno olvida que esos hombres sobre el escenario son cómplices de todo lo que venimos contando, hasta los aplaudiría. El chiste entre dos periodistas pinta la situación: “le robaron el Power Point a Del Caño”.
Pero el giro discursivo del sindicalismo peronista es un dato de la realidad sindical y política. Ante el malestar con el salario, el multiempleo, la desilusión con un gobierno que prometió que íbamos a “vivir mejor”, las cúpulas sindicales empiezan a manotear banderas que hace poco miraban de mala gana.
Ese reacomodamiento tendrá estas semanas un nuevo capítulo. El Frente de Todos dice que “intentará tratar en el Congreso” sus proyectos que plantean la reducción de la jornada laboral. En Diputados hay uno de Hugo Yasky (CTA) que plantea reducir la jornada legal a 40 horas semanales y otro de Claudia Ormaechea y Sergio Palazzo (Corriente Federal) que plantea reducirla a 36. En el Senado hay uno Mariano Recalde que plantea el mismo objetivo con el argumento de que “incrementa la productividad, disminuye costos empresarios y accidentes, y permite una mejor distribución del empleo”.
Con esos argumentos intentan seducir a la Unión Industrial y a las bancadas de la oposición de derecha. Pero ambas ya dijeron que no quieren ninguna "reducción". Al contrario: van por una reforma laboral.
La presentación del sindicalismo kirchnerista tiene tanto tufillo electoral como el de la CGT. ¿Por qué no los presentaron antes? ¿Por qué no los “bajaron” a sus sindicatos de base para discutirlos y ver cómo imponerlos? Como dijo Myriam Bregman estos días, “la CGT está muy desacreditada y el debate por la jornada se va instalando socialmente. Pero no se trata de dar discursos, si están de acuerdo tendrían que convocar a un plan de lucha por esa demanda. Nosotros planteamos que hay que repartir esas horas para generar trabajo con derechos y solo se puede hacer tocando los intereses de las grandes empresas”.
El proyecto del PTS en el Frente de Izquierda, firmado por Bregman junto a Nicolás del Caño y Alejandro Vilca, propone la reducción de la jornada a 6 horas, 5 días, sin bajar el salario y que este cubra la canasta familiar. Para repartir esas horas con los desocupados. Para evitar que las patronales la incumplan o busquen “recuperar” terreno aumentando la productividad, proponen crear en cada lugar de trabajo comisiones que ejerzan el control obrero.
La política que criticamos acá es parecida a la que impulsa el neoreformismo en otros países. Estos días circuló un video de campaña de Iñigo Errejón, diputado de Más Madrid (una ruptura del Podemos español). Hay que reconocer que conmueve: propone reducir la jornada para “ganar tiempo para la vida”. Pero cuando conocemos su verdadero plan nos desilusionamos. Plantea incluir en los presupuestos “subvenciones por 10 millones de euros para costear parte de los gastos de empresas que presenten un plan para reducir a partir de un 10 % de la jornada semanal al 25 % de la plantilla”.
Es que el debate está lleno de trampas. El famoso caso sueco se limitó a un municipio y algunas empresas de punta y finalmente fue retirado “por costoso”. La prueba del Reino Unido incluyó a 3000 trabajadores de un total de 45 millones. En todos los casos lo único que festejan los gobiernos es “el aumento de la productividad”.
Nadie quiere tocar realmente las ganancias del capital y aliviar los músculos de la clase trabajadora.
Contra el látigo y el cronómetro, por una vida mejor
“Me acuerdo cuando empezamos a luchar por las 6 horas. El tío de mi señora no se animaba a discutirme pero me decía: Martín, ¿ustedes cuanto quieren laburar? Él tenía la idea de que había que morirse laburando. ¿Ese sentido común quien te lo puso? No puede ser que vos trabajes toda la vida, encima en un lugar insalubre que te enferma como me enfermó a mí. Y cuando decís “voy a disfrutar por lo menos el descanso de la jubilación” vivís un año, dos años más”.
El que habla es Martín Paredes. Es uno de los trabajadores del Subte que se enfermó por el asbesto cancerígeno que hay en talleres y vagones. Además de exigir que descontaminen, junto a sus compañeros y el sindicato exigen trabajar 5 días a la semana, 6 horas, con dos francos.
Retoman así una de las tradiciones de la clase trabajadora que le disputó a los explotadores el despotismo sobre sus días y sus cuerpos. Con los mártires de Chicago como su gesta más conocida. Una tradición que en la Argentina gestó la primera huelga, impulsada por el gremio gráfico, y otras en las que fue dejando sus propios mártires. Porque, como decía Marx, “la fijación de una jornada laboral normal es el producto de una guerra civil prolongada y más o menos encubierta entre la clase capitalista y la clase obrera”.
Desde el PTS en el Frente de Izquierda somos orgullosos y orgullosas herederas de esas luchas. Porque el capitalismo nos mata trabajando mientras millones mueren por no tener trabajo. Porque embrutece nuestras vidas y cuerpos. Porque, como dice Sebastián, es una fábrica de sueños frustrados.
Hay que tomar el guante en este debate, alentando a una nueva generación que levante esas banderas y haga historia. Que gane a toda la clase trabajadora para esa idea y esa lucha.
Porque ante la barbarie a la que nos lleva el capitalismo hay que decir con orgullo que peleamos por una vida mejor. Peleamos por más tiempo para dormir hasta tarde o una siesta. Para que el deseo explote con los cuerpos descansados y liberados. Para no tener que elegir entre comer o ir al cine. Para pasarse la tarde con tus hijas en el potrero o el planetario. Para aprender a pintar (o por lo menos sacarse las ganas de llenar un lienzo de colores). Para rendirse en el pasto de los parques y mirar el cielo hasta descubrir la Cruz del Sur. Para tener tiempo de participar en la vida política y reorganizar la nueva sociedad desde abajo.
Porque los días felices serán socialistas.
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