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La Izquierda Diario
30 de noviembre de 2024 Twitter Faceboock

ELECCIONES 28M
Más Madrid: una política “sin ruido” para mantener el orden
Lucía Nistal | @Lucia_Nistal

Durante esta campaña electoral, Más Madrid ha tomado como mantra la idea de ir contra el conflicto y la crispación: “la política no tiene que estar basada en la bronca, al contrario, debe ser propositiva y útil a la ciudadanía”, plantean en su presentación del programa.

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En uno de sus vídeos de campaña, Rita Maestre se posiciona “contra el ruido y la crispación”, por “una campaña limpia, positiva y propositiva”.

Un discurso y una estética que nos recuerda muchísimo a la de Yolanda Díaz, contra la crispación, el ruido y la política testosterónica, defendiendo la idea de hacer otras políticas en femenino. En otro artículo ya hablamos sobre la trampa de ese feminismo vacío que esencializa a las mujeres, de este razonamiento en el que solo por el hecho de ser mujer se hace política de igualdad o de cuidados, y que resulta tan poco creíble en la comunidad autónoma presidida por Ayuso, por ejemplo.

Podríamos sorprendernos por este rechazo de Rita de la bronca y el ruido para centrarse en mejorar la vida de los madrileños, como repite, mientras apuesta por más policía para los barrios más humildes, policía que de ruido y bronca saben un rato. O, aún más increíble, rechazar discursivamente la confrontación, pero aplaudir que en medio del aumento brutal del guerrerismo imperialista a raíz de la guerra en Ucrania se realice en nuestra ciudad la cumbre del organismo más imperialista del planeta, la OTAN, manchada de guerra, sangre y lodo.

Pero, más allá de esta contradicción evidente de su discurso, veamos qué hay detrás de esta lógica. En su estrategia se puede rastrear la idea populista de que de lo que va la política en democracia es de “domesticar el conflicto”, una de las lógicas estratégicas que buscan domesticar el capitalismo evitando la lucha de clases.

Laclau, Mouffe y otros autores populistas, mal llamados posmarxistas, le quitan el apellido a la democracia burguesa o capitalista, es decir, la separan de sus fundamentos objetivos (el modo de producción y de dominación que sostiene y los intereses de clase que la vertebran), y hablan de una democracia, en abstracto, que no sirve a unos intereses particulares. Esta democracia, como explica Matías Maiello en el segundo capítulo de “De la movilización a la revolución”, se construiría según Laclau en torno a la domesticación del conflicto dentro de los marcos establecidos. Un conflicto que se produce no con un enemigo, sino con un adversario, con el que en todo caso se establece un antagonismo light o agonismo, por usar sus términos.

Es decir, infravaloran absolutamente la dimensión conflictiva de lo político, como si el Estado y la democracia capitalista no respondiera a intereses de clase, como si detrás de su forma superestructural no hubiera un verdadero aparato de represión y coerción que en los momentos de crisis se manifiesta sin velos para mantener el orden establecido. La contracara de esta lógica, es negar también la capacidad de canalización de cualquier contestación o cuestionamiento. Un diagnóstico que comparten con algunas posiciones anarquistas o autonomistas como la de Bookchin. Así, sobre la base de que existe una comunidad política de la que todos formamos parte y que comparte (o puede compartir) una serie de valores ético-políticos democráticos, entienden que los cambios pueden realizarse domesticando la hostilidad y neutralizando el antagonismo.

Como en la democracia no hay determinaciones de clase, según esta lógica, de lo que se trata de agruparse en torno a una serie de demandas insatisfechas que se articulan no como banderas por las que luchar, sino como discurso. Y como la articulación es meramente discursiva, la perspectiva de luchar por su cumplimiento íntegro y efectivo queda fuera del planteamiento. Por eso los verdaderos problemas vitales que tienen las y los trabajadores, las mujeres, la juventud, las migrantes y los sectores populares, se terminan aglutinando detrás de ideas y lemas totalmente vagos y vacíos (“Mónica mola mazo” en la campaña anterior, o “Madrid es la hostia” en esta).

Esta operación discursiva supone crear un enemigo fantasmagórico (la “oligarquía”, la “casta”, los “grupos económicos”, o últimamente “el fascismo” exagerando el peso de la extrema derecha, etc.) para evitar que los explotados ataquen a sus enemigos reales, la clase capitalista, a su personal político - ya sean estos de derecha o “progresistas”- y al Estado. Por esto supone la conciliación entre explotadores y explotados, y por lo tanto una forma en que se mantenga y reproduzca la hegemonía política de la clase dominante.

Por esto en su discurso caben demandas contradictorias o incluso antagónicas, como defender el pago de la deuda y subsidiar a los capitalistas para implementar un plan de reducción de la jornada laboral, a la vez plantear que se va a dedicar más presupuesto a servicios sociales (¿con qué dinero, si se paga la deuda ilegítima y no se plantea tocar un céntimo a los grandes capitalistas?). O reivindicar a Manuela Carmena, responsable del pelotazo de Chamartín, y decir que se va a “recuperar su legado” en un tuit, mientras que en el tuit anterior aparece el punto del programa “no a los pelotazos urbanísticos como el de la Ermita del Santo”.

Este espíritu de diálogo que tanto defienden es al final un diálogo con los que más tienen. Como cuando Yolanda Díaz hablaba de diálogo y se sentaba con la CEOE y la burocracia sindical a dialogar para pactar la Reforma laboral. Y es que es muy importante señalar con quién es ese diálogo y dónde se quiere imponer esa ausencia de ruido, porque si el diálogo es con los grandes capitalistas y el ruido que se quiere silenciar es el de los que cuestionamos su orden impuesto, lo que hay detrás es una política clara de conciliación de clases que opera fuertemente en el mantenimiento del statu quo.

Dicho de otro modo, detrás de la operación de autonomizar en forma absoluta lo “político” con respecto a los intereses materiales de las clases sociales fundamentales, descansa la (re)afirmación de la primacía de la hegemonía burguesa. Y lo hace reforzando la operación de dominio por excelencia de la clase capitalista: el ocultamiento de sus intereses particulares de clase detrás de un supuesto “interés nacional”, o de cualquier otro “significante vacío”.

Esto se ve también claramente en ese discurso de limitarse a lo posible, como repitió Mónica García en el debate sobre la Comunidad, destrozando la famosa consigna de mayo del 68, “seamos soñadores, hagamos lo posible”, dejando claro que no van a sacar los pies del plato, y reforzando el discurso de que no se puede salir del marco establecido. Por esos son tan útiles para recomponer el orden burgués en tiempos de crisis y, por esa vía, abrirle el camino a la derecha, hija favorita de este orden que los populistas normalizan como el único posible.

Pero las trabajadoras de Inditex tienen intereses contrapuestos a los de la familia Ortega, y cuando “las de abajo” queremos arrancar medidas para mejorar nuestra vida, es contra “los de arriba”, que no van a soltar la cadena ni un poquito si no les obligamos, porque les van los beneficios y privilegios en ello.

Y todo discurso que oculte este antagonismo entre la clase trabajadora y los sectores oprimidos con las clases poseedoras y explotadoras, solo está perpetuando el orden establecido. Porque cada vez que nos cuentan que las cosas se cambian votando a los que no van a hacer ruido y van a gestionar el ayuntamiento, la comunidad o lo que toque para los vecinos, no solo nos están engañando y no van a poder darnos más que migajas en el mejor de los casos, sino que nos alejan un paso más de la toma de conciencia del carácter de las instituciones capitalistas, de este antagonismo entre las clases y de dónde están nuestras fuerzas.

¿Cómo le arrancaron las trabajadoras de Inditex una mejora de sus condiciones a Marta Ortega? Con el ruido y el conflicto, con la movilización y la huelga. ¿Y cómo hemos conquistado derechos a lo largo de la historia? ¿Cómo logramos la jornada de 8 horas? ¿Cómo se echó a la monarquía de este país antes de que nos la volviera a imponer Franco con la ayuda inestimable del Partido Comunista, las burocracias sindicales y todos los “padres de la democracia” en la Transición? Con conflicto directo y lucha de clases. En definitiva, esa lucha de clases que dice Ayuso que es un invento de la izquierda para perpetuarse, pero más bien no darla es la vía para que los suyos se perpetúen.

Es curioso escuchar estos días a Pablo Iglesias en lo mítines, tratando de correr por la izquierda a Más Madrid y Sumar, reivindicando el conflicto dentro de lo político, incluso recordando cómo se han logrado avances como el derecho al voto a través del conflicto. Aquí hay tres elementos, por lo menos, que señalar. Primero, lo contradictorio, por no decir hipócrita, que resulta escucharle hablar de la conquista de derechos con el conflicto y no con el acuerdo, cuando era el vicepresidente de un gobierno que nos mandó reprimir cuando salimos a denunciar el asesinato LGTBIfóbico de Samuel, cuando salimos el 8M a las calles a pesar de sus prohibiciones, el gobierno que mandó tanquetas a reprimir a los trabajadores en Cádiz. Se ve que no estábamos luchando por conquistar derechos ahí. O más bien, es que hay conflictos que aceptan y conflictos que no. Segundo, toda esa reivindicación del conflicto la hace para argumentar la importancia de que formen parte del gobierno con el PSOE. Aquí ya nos quedamos sin palabras ante un salto argumental difícil de seguir. Ah, que el conflicto del que hablaba es ese paripé de “debate” que hace con el PSOE, mientras juntos como gobierno reprimen en la frontera, suben el presupuesto militar o reforman el código penal para reprimir más y mejor. Y tercero, ligado a lo anterior, se cuida mucho de hablar del verdadero conflicto con el que se arrancan conquistas, porque el papel de su formación ha sido y sigue siendo precisamente desviar y limitar ese conflicto, como llevan haciendo junto a las burocracias sindicales toda la legislatura e incluso antes, pidiendo el abandono de las calles para canalizar el descontento hacia el voto. De lo que se cuida de hablar Pablo Iglesias es justamente de lucha de clases.

Esa lucha con las herramientas de la clase obrera que tanto se han esforzado los neorreformistas por apaciguar y que es el único camino para arrancar conquistas a los capitalistas en este sistema, como los trabajadores, la juventud y los sectores populares están mostrando de nuevo en Francia en los últimos meses, tomando en sus propias manos la lucha porque sean los capitalistas los que paguen las crisis. La lucha de clases como articulador de la política es el único medio por el cual la clase trabajadora, por su ubicación en las relaciones de producción y explotación, puede hegemonizar al conjunto de los sectores explotados y oprimidos para enfrentar y derrotar este sistema decadente.

Frente a las lógicas que niegan la posibilidad de combatir contra el capitalismo, tenemos que ser capaces de ir más allá de los límites de lo instituido, los límites de lo posible que los de Más Madrid nos repiten incansables, se trata de atacar los intereses capitalistas y enfrentarnos al Estado burgués.

Para eso tenemos que prepararnos. Esa preparación pasa por combatir el neorreformismo que desarma a la clase trabajadora y oculta el carácter de clase de las instituciones y del Estado, y por construir una alternativa política que desnude los mecanismos perversos de esta democracia para ricos, se enfrente a la derecha y a sus políticas, ponga el centro en la autoorganización independiente de las instituciones y en la lucha de clases. Una alternativa política que esté dispuesta a romper el tablero.

 
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