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La Izquierda Diario
20 de mayo de 2023 Twitter Faceboock

No somos una hermandad
Huelga de amores
Celeste Murillo | @rompe_teclas

El género del poder, masculinidad y los relatos confortables de la derecha. Las Moiras, las casamenteras y la guerra.

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El poder es una novela distópica de Naomi Alderman. Se publicó en el Reino Unido en octubre de 2016 (en castellano salió en 2017 por Roca Editorial) y su premisa es sencilla: las mujeres desarrollan la capacidad de generar una descarga eléctrica. Cuando ya no pueden ser sometidas mediante la violencia se quiebra uno de los pilares en los que se basa la sociedad. ¿Qué pasaría si las mujeres tuvieran el poder? ¿El mundo sería un lugar de paz, igualdad y empatía? Spoiler: no, es algo más complicado.

Al principio y al final leemos un intercambio de cartas entre Naomi y Neil, un miembro de la “Asociación de Escritores Masculinos”. Neil le envía un manuscrito, al que Naomi responde “creo que me va a gustar ese ‘mundo gobernado por hombres’ del que hablas. Seguro que sería más amable, más atento y —¿puedo decirlo?— un mundo más sexy que el que vivimos”. Lo trata de forma condescendiente y llega a proponerle que lo publique con nombre de mujer para escapar de la etiqueta de “literatura de hombres”. En ese juego de reveses absurdos ya aparece la pregunta de dónde está el problema: ¿en la relación jerárquica que se establece entre los géneros o en las características supuestamente innatas de hombres y mujeres? En El poder hay menos lugar para los esencialismos y más preguntas sobre qué rol juegan los géneros en la arquitectura del poder en las democracias capitalistas.

En varias entrevistas, le preguntan a Alderman si un matriarcado sería mejor por definición y la autora responde que no. Es tentador pensar lo contrario cuando la movilización feminista expuso cuán vital sigue siendo la opresión patriarcal (y la violencia machista como expresión extrema aunque no la única) para el funcionamiento del mundo tal como lo conocemos. Pero nada indica que el género de las personas en los lugares de poder conlleve un cambio radical. ¿Son pocas las mujeres en esos lugares? Sí, pero creo que es importante no confundir la crítica al sexismo con que más presidentas o ministras de Defensa trastocarían los pilares sobre los que se construyen nuestras sociedades (sí desiguales por definición, porque implican la explotación de la fuerza de trabajo de la mayoría de las personas sin importar su género).

Viste cómo son los tipos

En marzo de 2023, Amazon Prime estrenó una serie basada en la novela. Muchas imágenes parecen hechas a medidas para este momento: las marchas en Irán, grupos de ultraderecha alimentándose de miedos y prejuicios y gobiernos avanzando sobre la autonomía de las mujeres. Entre las historias que destaca la serie está la de Matt, el hijo adolescente de Margot Cleary-López, una política progresista en la distopía de Alderman.

Matt empieza a escuchar a Urbandox, bloguero y referente de un grupo de ultraderecha que dice que las mujeres son una amenaza (básicamente porque pueden defenderse) y buscan arrebatar el lugar “natural” de los hombres en la sociedad. Al margen de los elementos de ficción, no es difícil asociarlo con figuras como Javier Milei en Argentina o Donald Trump en Estados Unidos, entre otros. Como pasa en la vida real, Urbandox apela a la nostalgia de un “pasado mejor” cuando no se cuestionaban instituciones como la familia o los roles de género tradicionales. Así canalizan una parte de la insatisfacción y el descontento de muchas personas, especialmente varones jóvenes, receptivos a discursos reaccionarios que les ofrecen un relato confortable y seguro en una sociedad que no les promete nada.

Varias de las preguntas que aparecen hoy en Argentina surgieron hace algunos años en Estados Unidos y varios países de Europa, donde “outsiders” y “nuevas derechas” se presentaron como respuesta a las agendas neoliberales (no quería exagerar con las comillas pero es todo muy relativo). No se trata solo de economía sino de un arco amplio de problemas para los que las derechas tienen una combinación de respuestas y culpables (más que soluciones) ante el desinterés de los gobiernos que hacen uso y abuso del "neoliberalismo progresista".

En Cultural Backlash: Trump, Brexit, and Authoritarian Populism (Reacción cultural: Trump, Brexit y el populismo autoritario), la politóloga Pippa Norris habla de los “perdedores” de la globalización y cómo muchos varones de esos sectores terminan nutriendo alas y partidos de ultraderecha. En Of Boys and Men (Sobre chicos y hombres), el investigador Richard Reeves explora la sensación de no lugar de muchos varones jóvenes (como Matt en la serie), que no crecieron con los prejuicios de sus padres pero tampoco se ven representados en los movimientos que luchan contra la desigualdad y la opresión (un problema que los afecta, una lucha que los comprende y también de la que pueden ser sujetos porque oponerse a la opresión no tiene que ver con la biología).

Reeves dice que “el problema con los hombres es que se plantea típicamente como un problema de los hombres (...) son los hombres a quienes hay que arreglar, uno a la vez. Este enfoque individualista es equivocado”. Si te suena es porque hace décadas que el movimiento feminista insiste en que la discriminación o la violenia machista no se tratan de problemas individuales o personales, sino de desigualdades sociales y condiciones materiales. En definitiva, no importa cuál sea tu género o si no te identificás con ninguno, lo que importa es lo que hacen las sociedades capitalistas con ellos y con nosotrxs.

Volviendo a El poder, ante la pregunta de si los feminismos buscan un mundo en el que las mujeres sean las poderosas (y eso se transforme por definición en una amenaza para los varones), respondería como Mary Wollstonecraft en su Vindicación de los derechos de la mujer: “No deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre sí mismas”.

Amor, matrimonio y guerra

En Las Moiras, primera parte del proyecto El Dibuk, dos covers (una obra de teatro escrita por Tamara Tenenbaum y dirigida por Mariana Chaud), tres casamenteras judías atienden sus asuntos mientras toman té y juegan burako. Como en la mitología griega, las Moiras definen el destino. Todo parece andar sobre ruedas hasta que una chica cuestiona la autoridad de esta especie de sabias del amor y el emparejamiento y amenaza con hacer una huelga de casamientos, “nadie se casa por un año”. ¿Quiénes son ellas para decidir quién es la elegida? ¿En base a qué toman decisiones? ¿Por qué no usar un algoritmo?

El choque se verá atravesado por la aparición del espíritu del Dibuk, una figura folclórica judía, para completar una historia de rupturas y continuidades, tradiciones y novedades. El universo de Las Moiras podría sonar exclusivo de la ortodoxia religiosa pero en las preguntas y las angustias sobre el amor (¿es mejor arder o durar?) encontramos de alguna manera las nuestras, las de cualquiera, sobre cómo nos relacionamos en un mundo en el que te dicen que sos libre para elegir lo que quieras (pero cuando ves la letra chica no es tan así).

Hablando de casamenteras, Netflix estrenó La celestina del judaísmo, un reality show en el que la gente acude a la casamentera Aleeza para formar una pareja. Algoritmos y tradición forman parte de lo que a priori parece un diálogo imposible. Como su par india (que ya tiene más de una entrega en la plataforma), La celestina llega a un público que excede los confines de una cultura o religión. Porque no habla solamente de instituciones como el matrimonio sino sobre las formas múltiples en las que las personas entienden el amor romántico y la pareja en el siglo XXI.

Y hablando de la ultraderecha, la película Brexit the Uncivil War cuenta cómo se armó la campaña a favor de la salida del Reino Unido de la Unión Europea (conocida como Brexit). En las reuniones de asesores y estrategas ves cómo eligen el eslogan “Irnos de la Unión Europea para recuperar el control” (Leave. Take Back Control) para explotar esa nostalgia de la que hablaba antes. Y algo que se ve muy bien es la construcción de la idea de que el descontento de la mayoría con el neoliberalismo tiene algo en común con los partidos reaccionarios.

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