La cultura chicana al igual que muchas otras culturas, ha enfrentado desafíos en cuanto a la aceptación y visibilidad de la diversidad sexual y de género en su interior. A lo largo de los años, ha habido una lucha constante por parte de miembros de la comunidad LGBTIQ+ para ser aceptados y reconocidos en igualdad de condiciones.
Desde la década de 1960 activistas y líderes queer [1] chicanos han trabajado para crear una comunidad más inclusiva y diversa, abogando por los derechos de las personas LGBTQ+ y promoviendo la aceptación y el respeto hacia la comunidad queer dentro de la cultura chicana.
A pesar de que aún hay estigmas y prejuicios arraigados dentro de la comunidad chicana con relación a la diversidad sexual y de género, cada vez hay una mayor visibilidad de sus figuras y sus aportes en distintos campos como el arte, la política, la academia, la ciencia y la tecnología.
Cultura chicana, un jardín de colores
Al igual que el movimiento chicano nacido en Los Ángeles en 1965, el movimiento de liberación gay iniciado con la revuelta de Stonewall en 1969 luchaba por la igualdad y el reconocimiento de derechos civiles y humanos para una comunidad marginada. A pesar de que ambos movimientos surgen de contextos diferentes y con cuatro años de distancia, se encontraron en algunas luchas y objetivos comunes.
En la década de 1970 el movimiento chicano comenzó a integrar la lucha por los derechos de la comunidad LGBT+ en su agenda, reconociendo que la discriminación sexual y de género [2] era una forma más de opresión y exclusión social. Surge el Movimiento de Liberación Gay Chicano (The Chicano Gay Liberation Movement) en Los Ángeles (1971) y destacan activistas queer de ascendencia latina notables como José Sarria —integrante de "La Raza Sexual Minority Caucus" (1973)— y la legendaria Sylvia Rivera, quien en 1970 se unió a la organización Young Lords Party (YLP), grupo de jóvenes que reivindicaban la justicia social y la igualdad para los latinos y otras comunidades marginadas en Estados Unidos.
A pesar de considerarse históricamente conservadora en cuanto a la identidad sexual y de género se refiere, en las últimas décadas ha habido un aumento en la visibilidad y aceptación al interior de la cultura chicana, gracias en parte a la influencia del movimiento LGBTQ+ en general y de figuras como la escritora y teórica lesbiana Gloria Anzaldúa, quien sentó las bases de un marco teórico para comprender las formas en las que estas identidades pueden ser, simultáneamente, excluyentes y entrelazadas.
Además de "Borderlands/La Frontera: The New Mestiza", Gloria Anzaldúa también aboga por la inclusión de múltiples identidades dentro del feminismo en su ensayo "La conciencia de la mestiza/Towards a New Consciousness”, publicado por primera vez en 1987 en la antología "This Bridge Called My Back: Writings by Radical Women of Color", editada por Cherríe Moraga y la misma Anzaldúa.
La diversidad sexual y de género en la cultura chicana ha tenido distintas expresiones a lo largo de su historia.
En la literatura, obras como "Borderlands/La Frontera" de Gloria Anzaldúa y "The Rain God" de Arturo Islas exploran la identidad sexual y de género en el contexto de la cultura chicana.
El libro "Nepantla: An Anthology Dedicated to Queer Poets of Color" (2018), editado por Christopher Soto, incluye una variedad de poesía de autores queer de color, incluyendo varios poemas de escritores trans chicanos. Nombres como el de les autores chicanos Sandra Cisneros, Ana Castillo e Ire’ne Lara Silva o Josué Jennifer Espinoza, toman su lugar junto a muchos otros que han utilizado su arte para desafiar las normas de género y la opresión sistémica, y para crear una mayor visibilidad y representación para la comunidad trans chicana y latina en los últimos 30 años.
Hay personajes secundarios que han sido identificados con representaciones queer tempranas en el cine chicano, como en “Walking the Edge" (1983), dirigida por Norbert Meisel o en "The Border" (1982), dirigida por Tony Richardson, sin que en realidad haya un consenso al respecto.
El nuevo milenio trajo consigo una oleada de producciones cinematográficas que retomó la temática queer desde la perspectiva chicana, latina o de otras etnias en producciones como "La Mission" (2009) de Peter Bratt; "Raspberry Magic" (2010) de Leena Pendharkar; "Mosquita y Mari" (2012) de Aurora Guerrero; "Cicada" (2020) dirigida por Matthew Fifer y Kieran Mulcare.
Algunas figuras trans y queer chicanas destacadas que contribuyen al ámbito académico, científico y tecnológico son la teórica Sandy Stone, la profesora Catriona Rueda Esquibel o la Dra. Joy Ladin.
La otra flor del desierto
Actualmente hay un sinnúmero de colectivos, organizaciones y redes de personas LGBT latinas y chicanas en EU, así como de otras latitudes. Entre las figuras más destacadas de los últimos años se encuentran Bamby Salcedo, Emi Koyama, Alok Vaid-Menon y Julio Salgado, artista visual y activista que utiliza su arte para abogar por los derechos de los inmigrantes y las personas LGBTQ+. En Texas, el colectivo drag king y drag queer chicano Los MENtirosos realiza actividades enfocadas en promover los derechos de las personas LGBTI+ y sus infancias de manera bilingüe. En territorio mexicano, destaca la labor de la activista Alexandra Rodríguez de Ruiz, ícono de las vivencias trans migrantes mexicoestadounidenses y quien publicó este año su libro "Crucé la frontera en tacones: crónicas de una TRANSgresora", editado por la casa española Egales.
Esta labor representa un esfuerzo por la inclusión y visibilidad de las personas queer dentro de la comunidad chicana y es fundamental para poner en discusión temas como la discriminación y la lucha por plenos derechos.
La polémica desatada en torno al mural “Por Vida” (2015) del artista chicano Manuel Paul (Maricón Collective), exhibido por la Galería de la Raza ubicada en San Francisco, California y que mostraba al primer hombre trans en un mural sobre esta cultura, es una muestra de la vigencia de esta lucha. El cuestionamiento de la “exclusividad heterosexual” al interior de la cultura chicana en general y en la imagen del cholo, en particular, representado en el mural “Por Vida” (que no fue el primero pero sí el más atacado) trajo consigo actos de iconoclastia contra una imagen que representa algo que, a decir de su autor, siempre ha existido “pero ha sido silenciado por siglos de patriarcado y machismo que plagan a nuestras comunidades” [3].
A pesar de los estigmas y prejuicios arraigados dentro de la comunidad chicana con relación a la diversidad sexual y de género, cada vez hay una mayor visibilidad de sus figuras y sus aportes en distintos campos que dejan ver que la diversidad, como un valor clave en la cultura chicana y motor de cambio, es fundamental que se respete y celebre en todas sus formas.
*El texto original fue presentado como trabajo final del curso “Latinoamérica en Estados Unidos”, impartido por el Dr. David R. Maciel y albergado por el Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe de la UNAM. Fue adaptado por la autora para su publicación en La Izquierda Diario México.