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La Izquierda Diario
11 de junio de 2023 Twitter Faceboock

Ideas de Izquierda
[EE. UU.] Manifiesto de Left Voice: Construyamos un partido de la clase trabajadora por el socialismo
Left Voice

Este Manifiesto, publicado recientemente por Left Voice, propone una plataforma de discusión y debate con toda la vanguardia y la izquierda de Estados Unidos, una plataforma para un partido obrero que luche por el socialismo y los derechos de todos los explotados y oprimidos.

Link: https://www.laizquierdadiario.com/Manifiesto-de-Left-Voice-Construyamos-un-partido-de-la-clase-trabajadora-por-el-socialismo

Lo siguiente es un llamamiento y una propuesta

Este documento es un llamado a todos aquellos que a lo largo del país se están sindicalizando en sus lugares de trabajo y luchando contra el racismo, el sexismo, la homofobia y la transfobia. Es un llamado a los miles de activistas que encabezaron los inmensos levantamientos de Black Lives Matter en 2020 y a los miles que han salido a las calles para luchar por el aborto y los plenos derechos reproductivos para todos. Es un llamado a todos aquellos que quieren luchar contra la extrema derecha y sus repugnantes ataques a las personas trans y queer. Es un llamado a todos aquellos que están con el pueblo palestino y los pueblos oprimidos de todo el mundo, incluidos los miles de activistas que en los últimos años se han movilizado contra el imperialismo y en solidaridad con los migrantes de México, América Central, África y el Caribe. Y es un llamado a todos aquellos que están involucrados en tratar de detener la catástrofe ambiental y que entienden que hacerlo es imposible sin acabar con el capitalismo.

Este manifiesto también es un llamado a las bases de Democratic Socialists of America (DSA) y a sus tendencias internas que buscan que esta organización haga una “ruptura limpia” con el Partido Demócrata [1], como el DSA de Boise y el Red Labor Caucus; a organizaciones socialistas como Tempest, Socialist Alternative y Denver Communists; y a las decenas de colectivos socialistas y comunistas de todo el país que luchan a favor del pueblo trabajador y contra el capitalismo.

Como han planteado muchas organizaciones, activistas e intelectuales en los últimos años (y también décadas antes), la clase trabajadora y todos los que padecemos bajo este sistema actual necesitamos nuestras propias organizaciones políticas para promover nuestros intereses, no los de nuestros explotadores y opresores. Ha habido mucho debate sobre lo que esto significa en la práctica en los Estados Unidos, y hemos participado en esos debates y dejado en claro que nos parece que no podemos luchar por nuestros intereses dentro de las fronteras de cualquiera de los partidos capitalistas. Por lo tanto, es nuestra posición que el pueblo trabajador necesita un movimiento amplio y democrático para construir un partido de la clase trabajadora con una perspectiva socialista y antiimperialista, un partido que sea completamente independiente del Partido Demócrata. Hacia ese objetivo, estamos proponiendo que todas las organizaciones mencionadas anteriormente, y todas aquellas que se sientan interpeladas por este llamado, se unan para construir una red por un partido de la clase trabajadora con una perspectiva socialista.

Para ello queremos presentar una plataforma de discusión y debate con toda la vanguardia y la izquierda, una plataforma para un partido obrero que luche por el socialismo y los derechos de todos los explotados y oprimidos. Sabemos que un nuevo partido no se construirá con maniobras organizativas, ni solo por medio de elecciones, sino con la discusión política abierta, el debate, la autoorganización y la lucha de clases. Consideramos este manifiesto como un paso hacia esa discusión abierta. El nuevo partido, a partir del programa que sometemos a discusión, debe, en nuestra opinión, plantear abiertamente una perspectiva revolucionaria para los Estados Unidos.

Parte I: El capitalismo es la expansión de la desesperanza

La Gran Recesión de 2008 inauguró una nueva fase en un ciclo de declive capitalista, abriendo toda una serie de guerras, crisis y conflictos de clase que, una vez más, ha despertado el espectro del socialismo para cientos de millones de trabajadores en todo el mundo. La fase neoliberal del desarrollo capitalista está en su agonía, y las consecuencias más profundas de esto siguen abiertas, pero, parafraseando a Nancy Fraser, queda claro que estamos viviendo un período de crisis económica, ambiental y de reproducción social a nivel mundial como no se han visto en muchas décadas. El capitalismo está en crisis. La globalización está en crisis. El neoliberalismo, como ideología y como agenda capitalista, está en crisis.

Uno de los resultados recientes más palpables e importantes de estos procesos es la lenta retirada de las principales economías, en particular de Estados Unidos, de la forma globalizada de reproducción capitalista que se ha vuelto cada vez más dependiente de las frágiles cadenas globales de valor y suministro, que a su vez han sido gravemente afectadas y debilitadas por el COVID y la guerra actual en Ucrania. En respuesta, las principales economías han comenzado a adoptar políticas proteccionistas que aumentan la competencia económica y militar entre los Estados, un hecho que ha puesto al descubierto la mentira de que el capitalismo puede reproducirse pacíficamente.

A pesar de las importantes transformaciones del capitalismo globalizado contemporáneo, la crisis del neoliberalismo no ha hecho más que revelar cómo la riqueza masiva creada por el desarrollo tecnológico, la apropiación de la naturaleza y el trabajo de la humanidad ha sido utilizada para incrementar la riqueza de una pequeña minoría, mientras que la mayoría de las clases trabajadoras racializadas y atravesadas por la opresión de género en el mundo, particularmente los pueblos del Sur Global, continúan sufriendo pobreza, explotación y represión por parte de los capitalistas locales, así como de las potencias imperialistas. Mientras tanto, la pandemia fue un recordatorio de que toda actividad humana está enraizada en la producción y reproducción socioeconómica. En otras palabras, la pandemia reveló, de la manera más profunda posible, que es nuestro trabajo, y solo nuestro trabajo, lo que hace que el mundo funcione.

Sin embargo, aunque el neoliberalismo puede estar en crisis, las derrotas materiales e ideológicas del período neoliberal todavía pesan mucho sobre los hombros de las clases trabajadoras de todo el mundo, particularmente de aquellas que siguen hallándose en el polo opuesto de la cadena del imperialismo estadounidense. De hecho, la hegemonía estadounidense se reforzó de la mano del neoliberalismo tras el final de la Guerra Fría y las restauraciones burguesas que le siguieron. Impulsado por la extensión de las formas capitalistas de explotación e inversión de capital en los antiguos Estados obreros de Rusia y Europa del Este, y sobre todo en China, el neoliberalismo condujo no solo a la expansión de los mercados sino también a la incorporación de cientos de millones de nuevos trabajadores al sistema de producción de ganancias y de explotación capitalista. Esta ola masiva y relativamente repentina de proletarización facilitó la internacionalización del proceso de producción capitalista, produciendo cadenas globales de valor que devaluaron el precio del trabajo y de los bienes en todo el mundo. Al mismo tiempo, el neoliberalismo significó la privatización de empresas o incumbencias estatales, la liquidación del Estado de bienestar y, sobre todo, la ofensiva contra los derechos del movimiento obrero. Como parte de este proceso, la extracción de recursos naturales aumentó dramáticamente, y las crisis ambientales inherentes a la producción capitalista también pegaron un nuevo salto. Todos estos elementos permitieron una recuperación a corto plazo de la tasa de ganancia y un resurgimiento de la producción capitalista después de la crisis de acumulación de la década de 1970, pero, como deja en claro nuestra crisis actual, esto fue simplemente una solución temporal para la clase capitalista, construida sobre las espaldas de miles de millones de trabajadores.

En términos de lucha de clases, el neoliberalismo se impuso a través de derrotas intensas que acarrearon muertes entre la clase obrera y los movimientos sociales. El capitalismo podría avanzar en este nuevo período solo controlando las aspiraciones y el poder de la clase obrera internacional. Este fue el objetivo de la derrota estratégica de las huelgas mineras en el Reino Unido, por ejemplo, y la derrota del sindicato de controladores aéreos (PATCO) en los Estados Unidos. Con anterioridad a esto, también se impuso a través de una serie de derrotas brutales de las aspiraciones de los trabajadores de todo el mundo. Desde los procesos de masas de 1968 hasta los turbulentos procesos revolucionarios de la década de 1970 que fueron aplastados por despiadadas dictaduras respaldadas por Estados Unidos, como en Chile, el orden neoliberal se impuso en todas partes con sangre y violencia estatal. Estas derrotas fueron seguidas por más de tres décadas de baja lucha de clases, y la idea de revolución social desapareció en gran medida de la conciencia de las masas en todo el planeta. No hay manera de disminuir la importancia de estas derrotas; la debilidad de nuestros sindicatos y organizaciones es el producto directo de esta reconstrucción del orden mundial y sus ataques reaccionarios a la organización obrera y la lucha de clases.

El capitalismo neoliberal también sentó las bases para las muchas crisis que estamos presenciando hoy. Ya sea la desigualdad masiva, el aumento de la guerra, la dominación tecnológica o la catástrofe ambiental, los problemas que enfrentan las masas trabajadoras hoy en día son producto de las contradicciones inherentes del modelo económico global de producción en función de la obtención de ganancias. Parafraseando a León Trotsky, los capitalistas están convirtiendo a nuestro mundo en una sucia prisión.

Guerra perpetua

Durante los años del auge neoliberal que siguió a la desintegración de la Unión Soviética, el imperialismo estadounidense y sus socios en la OTAN lograron crear y reforzar un orden mundial multilateral a través de una serie de conflictos, guerras e intervenciones disfrazadas de “guerras humanitarias” o “guerras contra el terrorismo”. Si bien estos conflictos fueron devastadores para los trabajadores de América Latina, África y Medio Oriente en particular, la guerra en Ucrania marca el comienzo de un nuevo tipo de guerra, que se superpone con la crisis global en la que nos encontramos. Al desafiar las fronteras de posguerra de la OTAN, Rusia ha precipitado una crisis militar cuyo alcance aún es difícil de predecir. Mientras tanto, Estados Unidos y la OTAN, al proporcionar miles de millones de dólares en ayuda y armas a Ucrania, han utilizado la guerra como una oportunidad para debilitar militarmente a Rusia y prepararse para posibles conflictos futuros, tanto contra Rusia como contra China. Por lo tanto, la guerra en Ucrania es el primer conflicto militar y una guerra por procuración entre nuevos bloques económicos y militares en competencia, con Estados Unidos y la OTAN por un lado, y una China emergente con estrechos vínculos con Rusia por el otro.

Si bien hay quienes en la izquierda han saludado este conflicto como un desafío a la hegemonía estadounidense, la creciente confrontación entre Estados Unidos, Rusia y China no puede traer nada bueno para la sociedad en todo el planeta. Gane quien gane la guerra en Ucrania, las consecuencias serán desastrosas para los trabajadores y los oprimidos de todos los Estados involucrados. La invasión rusa de un país semicolonial, infinitamente menos armado que la propia Rusia, no es beneficiosa para la clase obrera rusa ni para los trabajadores y oprimidos ucranianos. La ofensiva de la OTAN, su expansión territorial y el histórico rearme y remilitarización de todos sus miembros, en particular Alemania, no liberarán a nuestros hermanos en Ucrania ni traerán la paz a Europa. Sirven a los intereses belicistas de las grandes potencias en su disputa por la hegemonía y el control global. Los actos de guerra de nuestros opresores solo significan más penurias, más crisis ambiental y económica, y más violencia para las masas de Europa y el mundo.

Todavía no enfrentamos una guerra global inminente, pero en este momento podemos ver las contradicciones de la época imperialista actuando de forma desplegada en el tablero mundial. El período neoliberal hizo avanzar un proceso de globalización hacia un grado nunca antes visto en la historia del capitalismo, creando una interdependencia cada vez más estrecha, casi simbiótica, entre las economías globales. La expresión más clara de esta codependencia de la economía se puede ver en las cadenas globales de valor y suministro. A pesar de esta internacionalización, sin embargo, la crisis histórica de acumulación de capital ha puesto a prueba las alianzas construidas después de la Segunda Guerra Mundial y durante el avance del neoliberalismo. A medida que la hegemonía de EE. UU. alcanzó nuevos niveles mínimos a raíz de la crisis de 2008, su dominio previamente indiscutible precipitó grietas en las alianzas tradicionales, que se vieron sometidas a una mayor presión durante la administración Trump. En este contexto, la cooperación internacional se ha desplazado hacia un escenario en el que crece el proteccionismo entre las potencias imperialistas, así como una lógica de bloques estratégicos entre los Estados-nación burgueses, que cada vez más adoptan medidas para protegerse a sí mismos y, sobre todo, a sus propias empresas.

Esto es lo que ha motivado y dinamizado a la nueva extrema derecha internacional, que denuncia la globalización y, con un discurso racista, xenófobo y misógino, culpa de la crisis económica a los inmigrantes y trabajadores de los países “enemigos”. Desde Donald Trump y Jair Bolsonaro, hasta Marine Le Pen y Viktor Orbán, el populismo de extrema derecha ha ganado terreno internacionalmente porque se refugia en el descontento que genera la globalización. Pero no es solo la extrema derecha la que cuestiona la globalización. El mismo Biden trazó una imagen negativa de sus beneficios en el discurso que pronunció al anunciar la Estrategia de Seguridad Nacional de su administración, afirmando que ha alimentado pandemias y desinformación, y que ha contribuido a la inestabilidad de las cadenas de suministro.

Por ahora, la continuación de la guerra, aunque implique destrucción para el pueblo de Ucrania y de Rusia, e incluso si interrumpe las cadenas de suministro globales, es algo que sigue interesando a las clases dominantes en conflicto. Para continuar financiando su guerra, los capitalistas necesitan que la economía global siga girando, manteniendo altas las ganancias y extendiendo sus tentáculos a todos los rincones del mundo. Pero dado que son los trabajadores los que hacen funcionar esa economía, son los trabajadores quienes en última instancia tienen el poder de ponerle término a esas ganancias. La organización política de la clase trabajadora en torno a un programa socialista puede forjar el tipo de solidaridad internacional con los trabajadores de Rusia y Ucrania y la clase de movimientos anti-guerra que son necesarios para detener los tambores belicistas.

Desigualdad de masas

Incluso cuando el capitalismo está en crisis, los capitalistas continúan obteniendo ganancias millonarias. Su codicia no conoce límites. Ni el cambio climático ni la pandemia frenaron su sed de lucro. Según un informe de Oxfam publicado recientemente, “las fortunas de los multimillonarios están aumentando a razón de 2700 millones de dólares por día, a pesar de que al menos 1700 millones de trabajadores viven en países donde la inflación supera los salarios”. El mismo informe establece que “el 1 por ciento más rico se apoderó de casi ⅔ de toda la nueva riqueza por un valor de 42 billones de dólares creada desde 2020, casi el doble que el 99 por ciento inferior de la población mundial”. No en vano, el informe de Oxfam se titula “La supervivencia de los más ricos”.

Las consecuencias de la pandemia de COVID, creada por el propio capitalismo, solo exacerbaron esta desigualdad. Según Oxfam, las 1000 personas más ricas del planeta recuperaron sus pérdidas por el COVID-19 en solo nueve meses, mientras que los más pobres del mundo tardarán más de una década en recuperarse de los impactos económicos de la pandemia.

Entretanto, los salarios reales en todo el mundo están cayendo a medida que las empresas aprovechan las tendencias inflacionarias para aumentar sus ganancias mediante el aumento de los precios, lo que genera más miseria económica y desigualdad para las masas y una crisis económica para todos.

Dominación tecnológica

Mientras los Estados de todo el mundo continúan invirtiendo miles de millones en presupuestos militares, millones de trabajadores en todas partes están dejando sus vidas, su energía, su fuerza y su alma en las fábricas, las minas, las refinerías, los almacenes, las tiendas, los restaurantes, las carreteras, las escuelas, los hospitales, los supermercados y todos los lugares de trabajo del mundo.

El desarrollo tecnológico, lejos de disminuir la carga del trabajo humano, la ha exacerbado. La tecnología contemporánea se ha convertido en nada más que un instrumento en manos de los capitalistas para extraer más plusvalía relativa del trabajo humano. En su etapa de desarrollo, el capitalismo ha creado la capacidad tecnológica para reducir el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción y reproducción de bienes y servicios a un nivel antes impensable. Sin embargo, aunque tenemos la tecnología para trabajar mucho menos y proporcionar más para satisfacer las necesidades de miles de millones de personas, cada vez más sectores de la población en realidad trabajan más tiempo y por salarios más bajos, mientras que las ganancias capitalistas se elevan a alturas nunca vistas.

En lugar de liberarnos, la clase capitalista y los Estados que la apoyan han usado la tecnología contra la clase trabajadora, usándola para someternos a peores condiciones de trabajo, para bajar nuestros salarios y para reprimirnos en todo el mundo. En ninguna parte es esto más evidente que en las prácticas de Amazon y otras corporaciones que han desarrollado métodos cada vez más ruines y peligrosos para extraer plusvalía del trabajo de los obreros mediante el uso de sistemas de vigilancia y monitoreo que habrían sorprendido al propio Orwell. Ya conocemos muy bien cómo ocurre: dispositivos para vigilar a los trabajadores en los centros logísticos, rastreando cada uno de sus movimientos. Los trabajadores seguimos siendo esenciales y, sin embargo, durante gran parte de nuestras vidas, experimentamos el "autoritarismo de las máquinas" sobre nuestros propios cuerpos.

Crisis ambiental

La crisis capitalista se ha convertido en una crisis ambiental, como no podía ser de otra manera en una sociedad industrializada y tecnológica regida por la ley de la ganancia. Los capitalistas están convirtiendo el planeta en una cloaca inhabitable. La sobreproducción, la sobreacumulación y la guerra están conduciendo a la sociedad hacia una catástrofe ambiental. Millones en todo el mundo ya se enfrentan a sequías, inundaciones, incendios y fenómenos meteorológicos devastadores.

El modo de producción capitalista está en total contradicción con la naturaleza y sus procesos de desarrollo. La competencia feroz obliga a cada capitalista a buscar constantemente formas de reemplazar a los trabajadores con máquinas que aumenten la productividad del trabajo y la masa de bienes lanzados al mercado. Esto aumenta la cantidad de recursos naturales necesarios para producirlos. La constante producción y reproducción del capital devora sin piedad todos los recursos, sin tener en cuenta el tiempo necesario para su producción y regeneración natural.

Si bien la administración Biden prometió abordar el cambio climático, ha abierto más espacios para el extractivismo y ha dado cabida a los intereses capitalistas que amenazan el medio ambiente. El ala progresista del Partido Demócrata se ha aprovechado de la discusión sobre el clima con sus promesas de un Green New Deal, que Alexandria Ocasio Cortez (AOC) ha vuelto a plantear hace poco. Pero estas reformas son superficiales y es poco probable que se aprueben.

Hay un sector de la economía cada vez más de "capital verde", que se convertirá en un nuevo sector de desarrollo capitalista, en el que China jugará un papel importante. Estas empresas buscan utilizar el subdesarrollo capitalista en tecnología verde y el anhelo de los consumidores por modos de consumo más “éticos” para aumentar sus ganancias y avanzar hacia un nuevo sector de la economía.

Estas medidas, que supuestamente combaten el cambio climático, no son más que paliativos para calmar la indignación pública por la destrucción del medio ambiente y permitir que los capitalistas sigan acumulando ganancias. Los gobiernos capitalistas han demostrado su completa falta de voluntad para tomar las medidas inmediatas y drásticas necesarias para detener esta amenaza existencial. Los conservadores y la extrema derecha niegan la realidad de la ciencia, mientras que los liberales proponen “soluciones” basadas en la lógica del mercado totalmente inadecuadas. La única forma de salvar el planeta es expropiar el capital.

La semilla de la revolución

Las crisis y las guerras son, en palabras de Lenin, parteras de revoluciones. Las crisis económicas y medioambientales, las pandemias y la guerra ya han movilizado a las masas del mundo. Ante estos desastres simultáneos, los trabajadores y los oprimidos solo tienen una salida: expropiar a los capitalistas y construirse un futuro. Ya están plantadas las semillas de este potencial revolucionario, pero necesitan una organización y una dirección independientes de la clase para crecer y florecer.

Las crisis económicas y sociales desde la pandemia han alterado significativamente la conciencia de los trabajadores de todo el mundo, muchos de los cuales se han dado cuenta de la naturaleza destructiva del capitalismo y del valor estratégico de su propio trabajo, es decir, de que son ellos los que hacen funcionar el mundo. Una de las primeras expresiones de esta nueva conciencia fueron los explosivos levantamientos multirraciales de Black Lives Matter contra la violencia policial en 2020, que resonaron en todo el mundo. Las lecciones que se sacaron a partir de estos levantamientos y las luchas por la seguridad de los trabajadores durante la pandemia también contribuyeron a inspirar una oleada de intentos de sindicalización por parte de una nueva generación de trabajadores, que ahora están preparados para construir un movimiento obrero combativo en Estados Unidos.

Mientras tanto, los trabajadores de todo el mundo están sacando conclusiones similares.

En Francia, la lucha contra la reforma de las pensiones movilizó a las masas, a la juventud y a sectores clave del movimiento obrero, como los trabajadores del petróleo. Durante semanas, las calles estuvieron en manos de los manifestantes, que se enfrentaron valientemente a la dura represión policial. Ese proceso se vio obstaculizado por las tímidas políticas de las burocracias sindicales, pero de esas huelgas y manifestaciones ha surgido una nueva generación en el movimiento obrero, más combativa, más radical y más politizada. Las manifestaciones y huelgas fueron las mayores desde 2010, e incluyeron una amplia coalición de sindicatos, estudiantes, inmigrantes, feministas, activistas medioambientales y más. Esta lucha fue un capítulo de las peleas futuras del proletariado francés frente a la crisis del régimen podrido de Emmanuel Macron y la Vª República.

En el apogeo de este acalorado proceso de lucha de clases, nuestros camaradas de Révolution Permanente, una organización revolucionaria que también es el sitio web hermano de Left Voice, como parte de la Fracción Trotskista, demostraron la forma en que la izquierda revolucionaria puede desempeñar un papel en un levantamiento. Desde su sitio web y sus lugares de trabajo y sus barrios, nuestros compañeros se enfrentaron a la política conciliadora de las burocracias sindicales, impulsando la autoorganización del movimiento, poniendo en pie comités por la huelga general y presentando un programa para que el movimiento triunfe, haciendo retroceder la reforma de las pensiones como una manera de transformar la situación en un enfrentamiento con el régimen.

En el Reino Unido, los trabajadores han protagonizado las mayores y más combativas acciones en décadas, exigiendo aumentos salariales frente a una inflación del 14%, que pende como una espada sobre las cabezas de millones de personas.

En Perú, el golpe militar encabezado por Dina Boluarte ha encontrado una feroz resistencia por parte de los trabajadores y las masas, uniendo a obreros, campesinos, estudiantes e indígenas contra el régimen político. Aunque se enfrenta a una represión renovada y a contradicciones adicionales para llevar adelante sus reivindicaciones, el levantamiento peruano tiene el potencial de terminar despertando una verdadera revolución social. En Irán, el asesinato de Mahsa Jina Amini llevó al movimiento feminista, así como al movimiento obrero, a desafiar al régimen dictatorial, lo que fue respondido con acciones de solidaridad en todo el mundo.

El camino abierto a la guerra, la crisis económica, la crisis medioambiental, la precariedad de millones de seres humanos, el crecimiento de la extrema derecha y la incesante reproducción de la opresión racial y de género son signos de una crisis mayor que ha puesto en cuestión los fundamentos mismos del sistema social mundial del capitalismo, una crisis en la que la clase trabajadora debe desempeñar un papel fundamental si quiere evitar la catástrofe.

En la segunda década del siglo XX, en vísperas de la Gran Guerra, la socialista revolucionaria alemana Rosa Luxemburg lanzó un llamamiento y una advertencia en su Folleto Junius:

El triunfo del imperialismo conduce al aniquilamiento de la cultura, algo que es esporádico durante el transcurso de una guerra como las modernas, pero que se vuelve definitivo si el período de guerras mundiales ahora iniciado se prolonga sin freno hasta sus últimas consecuencias. Así que hoy, tal y como lo predijo Friedrich Engels hace una generación, hace cuarenta años, nos enfrentamos a la siguiente disyuntiva: que triunfe el imperialismo y se hunda toda la cultura, como en la antigua Roma trayendo despoblación, desolación, degeneración y un gran cementerio. O que triunfe el socialismo, es decir, que se imponga la movilización de lucha consciente del proletariado internacional contra el imperialismo y su método: la guerra [2].

En una situación muy diferente, un siglo después del Folleto Junius de Luxemburg, el mundo se enfrenta a una elección similar. Y este manifiesto es un llamamiento de emergencia a pensar y actuar para que las ideas y la organización socialistas puedan florecer en todo el mundo y aquí mismo, en el corazón del imperialismo estadounidense. Este manifiesto es también una invitación: a sumarse a nosotros para preparar las nuevas revoluciones que se avecinan, las revoluciones que, sin duda, serán los acontecimientos extraordinarios de nuestro tiempo y que casi con toda seguridad determinarán el futuro de la humanidad y de nuestro planeta. Es la revolución de los de abajo, de los explotados, de los más oprimidos, la que puede, parafraseando a Walter Benjamin, activar el freno de emergencia de este tren aparentemente imparable que nos conduce a la barbarie capitalista.

Parte II: Por un partido independiente de la clase trabajadora con una perspectiva socialista

Para muchos en la izquierda, incluidos los antiguos votantes de Bernie Sanders y la minoría de quienes se consideran socialistas que apoyaron la campaña de Joe Biden en 2020, la elección de este último era un paso necesario para resolver las crisis políticas producidas por el ascenso de Trump y su desastrosa presidencia. Una gestión de Biden, decía el argumento, sería mejor para la clase trabajadora, y su elección estabilizaría el sistema político y pondría fin a la política de extrema derecha del trumpismo. Aunque muchos de estos defensores de la lógica del mal menor juraron que lucharían contra Biden ni bien asumiera el cargo, la mayoría de ellos, incluido todo el Caucus Progresista del Congreso respaldado por DSA, se alinearon detrás del presidente y se han tenido que disculpar por casi todas las medidas de Biden. Ahora, a pesar de sus numerosos fracasos, prometen apoyar su reelección. Como ha demostrado la historia, la elección de Biden, aunque puede haber debilitado temporalmente algo a Trump, ha hecho poco para debilitar el poder político del trumpismo como ideología reaccionaria de extrema derecha. La gestión de Biden también ha hecho poco por mejorar el continuo sufrimiento de las clases trabajadoras y los oprimidos a nivel interno, mientras que ha aumentado dramáticamente el sufrimiento de las clases trabajadoras globales a nivel externo. Claramente, la creencia de que Biden sería un reformista y el Partido Demócrata un instrumento de las demandas de la clase obrera ha demostrado ser poco más que una ilusión.

La presidencia de Biden nunca tuvo ningún vínculo con el empoderamiento de los trabajadores o de los oprimidos. De lo que se trataba era de desviar las luchas de la clase obrera que estallaron durante los años de Trump, encauzándolas hacia las aguas tranquilas del establishment político. Biden ganó las elecciones presidenciales de 2020 solo después de que el Partido Demócrata lanzara poderosas maniobras para bloquear a Sanders durante las primarias y para desviar y cooptar el movimiento Black Lives Matter tanto por medio de la represión, por un lado, como de la retórica antirracista y las promesas vacías de reformar los departamentos de policía, por el otro. La victoria de Biden también fue impulsada por millones de personas hartas de la administración de Trump, y fue decisivo el último año de su gestión. La clase obrera y las masas oprimidas sufrieron pérdidas increíbles durante la pandemia en función de generar ganancias sin precedentes para la clase capitalista. El rechazo de Trump en las urnas en gran parte fue un resultado de su respuesta abiertamente reaccionaria y represiva al movimiento Black Lives Matter, que incluyó el llamado a los militares para detener las protestas, con la ayuda de gobernadores demócratas y republicanos por igual. El Partido Demócrata utilizó la rabia acumulada durante cuatro años de gobierno de Trump para asegurarse una victoria en las urnas postulándose como una alternativa y jugando con la llamada lógica del mal menor.

Durante los primeros meses de su mandato, Biden se presentó como un “gran reformador” y heredero de Roosevelt y del New Deal. Prometió rescatar la economía e impulsar un nuevo New Deal que supuestamente revertiría la miseria de la pandemia y los años de penuria económica y que las condiciones cambiarían en un sentido favorable a los trabajadores, el medio ambiente y la justicia social. Más de dos años después, está claro que no se ha llevado a cabo ninguna reforma seria para mejorar a largo plazo las condiciones de los trabajadores y los pobres. De hecho, las únicas promesas que Biden ha cumplido son las que hizo a sus aportantes multimillonarios cuando les dijo que “nada en lo fundamental cambiaría”.

Los mayores logros pregonados por la administración han sido el Plan de Rescate Estadounidense, la ley consensuada con los republicanos sobre Inversión en Infraestructuras y Empleo, y la Ley de Reducción de la Inflación, pero esta legislación estaba destinada casi en exclusividad a salvar la economía capitalista, sentar las bases para ser más competitivo frente a China, y mitigar algunas de las consecuencias económicas más graves de la crisis neoliberal que se vieron exacerbadas por la pandemia. A largo plazo, estas medidas aliviarán poco el sufrimiento de los trabajadores; por el contrario, le facilitarán aún más a la clase capitalista seguir saqueando el planeta y encontrar nuevas formas de explotar a quienes trabajan en Estados Unidos y en todo el mundo. El Green New Deal de los progresistas es ahora una quimera del pasado, y el régimen bipartidista sigue más preocupado por apuntalar a las grandes empresas que por detener el cambio climático.

Mientras tanto, los departamentos de policía de todo el país, lejos de ser desfinanciados, han sido recompensados con mayores presupuestos, incluso en ciudades y estados gobernados por demócratas. El 27 de enero de 2023, el vídeo del brutal asesinato de Tyre Nichols fue publicado por la policía de Memphis, provocando escalofríos en toda la nación, como un terrible recordatorio de los asesinatos de Michael Brown, George Floyd, y todas las demás vidas que la policía asesina arrebató. Bajo la administración de Biden, los departamentos de policía también siguen recibiendo armamento de tipo militar para utilizar contra los ciudadanos, con el objetivo de sofocar disturbios, como hicieron en 2020. Y en Atlanta, la policía asesinó al activista ambiental conocido como Tortuguita, mientras protestaba por la construcción de un centro de entrenamiento policial en el bosque Weelaunee.

Biden y los demócratas, que han intentado sistemáticamente presentarse como pro-sindicatos, ni siquiera han aprobado la limitada Ley de Protección del Derecho de Sindicalización. Los derechos laborales, incluido el derecho a sindicalizarse, son pisoteados cada día en Amazon, Starbucks y lugares de trabajo de todo el país. Y el pasado noviembre, Biden, con el apoyo de todo el Partido Demócrata, incluidos varios miembros del Squad de los progresistas respaldados por DSA, estranguló una eventual huelga ferroviaria con la intervención directa del Congreso, forzando la aprobación de un contrato que ignoraba las demandas centrales de los trabajadores.

En lugar de aprobar reformas para facilitar la inmigración a Estados Unidos, el gobierno de Biden ha reforzado su orientación antiinmigrante, desplegando más tropas y más agentes federales en la frontera, donde se sigue separando a las familias y encarcelando a millones de personas en centros de detención del ICE (Servicio de control de la inmigración y las aduanas). Mientras tanto, las leyes antiinmigrantes del gobernador Ron De Santis se aprueban con escasa oposición gubernamental.

También fue durante la presidencia de Biden que la reaccionaria Corte Suprema aprobó el mayor ataque a los derechos reproductivos desde que se el fallo de Roe vs. Wade en 1973. La sentencia del caso Dobbs v. Jackson Women’s Health Organization ha obstaculizado el acceso al aborto de millones de personas en 14 estados, y es probable que al menos 10 más sigan su ejemplo. Con la anulación incluso de las disposiciones limitadas de Roe vs Wade, los republicanos tienen el camino despejado, estado tras estado, para ilegalizar y limitar el acceso al aborto. Esto representa uno de los ataques de mayor alcance hasta hoy en Estados Unidos contra la posibilidad de disponer del propio cuerpo, orquestado por la extrema derecha y consentido por los demócratas, que prefieren mantener la promesa del aborto frente a las expectativas de sus bases durante la campaña electoral. Mientras la derecha avanza en su reaccionaria agenda para limitar los derechos de millones de personas, son la clase trabajadora y los pobres –en particular la gente de color y queer– quienes ya están sufriendo las peores consecuencias de estos ataques. El gobierno de Biden también ha hecho poco para terminar con los brutales ataques contra las personas trans, en particular contra los jóvenes trans. De hecho, los republicanos, alentados por su base de extrema derecha, han propuesto más de 400 leyes antitrans solo en el último año, todas dirigidas a restringir los derechos más básicos de las personas trans, y Biden ha respondido con poco más que expresiones de simpatía por los millones de personas trans cuyas identidades son borradas en diferentes estados de todo el país.

Mientras que Biden no ha protegido para nada a los trabajadores y oprimidos de una mayor explotación y violencia, ha tenido un gran éxito en la supervisión del fortalecimiento de la expansión de la OTAN en Europa, encabezada por Estados Unidos bajo el pretexto de defender al pueblo ucraniano de la reaccionaria invasión rusa. Esto ha llevado a la expansión de la OTAN a Finlandia, mientras probablemente la siga Suecia, y a un rearme histórico de varios países de los países miembros. Biden también ha solicitado miles de millones de dólares para financiar al ejército ucraniano y ha aumentado el gasto interno en defensa para armar aún más a Estados Unidos para futuros conflictos y ofensivas en un mundo donde su hegemonía está siendo cuestionada. Mientras tanto, Biden ha continuado con las políticas antichinas de Trump y ha seguido defendiendo la sagrada alianza de Estados Unidos con el Estado-apartheid de Israel.

La verdad es que Biden no representa ninguna alternativa seria a la derecha. El pasado noviembre, el Partido Republicano recuperó la Cámara de Representantes, y ha utilizado esa posición para sostener ataques cada vez más reaccionarios contra los derechos democráticos de los trabajadores en EE.UU. Poco después de las elecciones de 2022, un grupo de 25 republicanos de extrema derecha –organizados en el Freedom Caucus– bloquearon el nombramiento de Kevin McCarthy como presidente de la Cámara hasta que aceptara asumir lineamientos de una agenda reaccionaria y asignarles nombramientos clave en los comités parlamentarios; sus acciones demostraron que una minoría decidida puede hacer girar todo a la derecha dentro del Congreso independientemente de quién sea el presidente.

Bajo las narices de Biden y del Partido Demócrata, la extrema derecha está consolidando un programa que se basa en ataques contra la clase trabajadora y los grupos marginados. Mientras un pequeño grupo de políticos ultrarreaccionarios intenta impulsar este programa y arremeter contra el wokismo [3] a nivel nacional, los gobernadores de extrema derecha han retomado este programa en sus estados, aprobando ataques reaccionarios contra las mujeres, las personas LGBTQ+ y el derecho al voto, y contra la enseñanza de la historia del racismo sistémico en las escuelas. Mientras tanto, sus bases –algunas de ellas organizadas en organizaciones supremacistas blancas, antiinmigrantes y protofascistas– siguen activas, aunque se vieron algo frenadas y obligadas a reconstruirse tras el 6 de enero y los procesos judiciales que le siguieron. El poder de Trump también se ha visto algo limitado por los intentos del establishment de disciplinarlo a través de medidas legales, pero simplemente presentar algunas denuncias penales contra Trump no es suficiente para cambiar la naturaleza de este sistema, que existe para justificar legalmente el sistema capitalista, que es criminal en sí. De hecho, si hay algo que nos demuestran los años de la administración Biden, es que la derecha no ha desaparecido y que los demócratas se empeñarán más en hacerle señales positivas que en luchar contra su agenda reaccionaria, especialmente porque si lo hicieran implicaría desafiaría las instituciones fundamentales del régimen. Los demócratas tienen más en común con el trumpismo y el establishment republicano que con su base social, y esta alianza de clases es la base del régimen bipartidista.

Reformismo sin reformas

Mientras que muchos en la izquierda vieron el apoyo a Biden en 2020 como una mera cuestión táctica, hay un sector amplio e influyente de socialistas y gente de la izquierda que opina que trabajar dentro del Partido Demócrata es una parte esencial de la estrategia para construir el socialismo en Estados Unidos. Utilizando esta estrategia, creen que pueden (1) mejorar las condiciones de vida de la clase obrera creando una masa crítica de candidatos socialistas afiliados al Partido Demócrata que impulsen reformas dentro del Congreso, y (2) ganar influencia dentro del Partido Demócrata para hacerlo girar a la izquierda. Pero esta estrategia ha sido un rotundo fracaso. Biden no ha demostrado ser el reformista que la mayoría de la dirección nacional de DSA y los voceros del reformismo en la revista Jacobin esperaban, ni el Partido Demócrata ha girado a la izquierda como resultado de las acciones de los autoproclamados socialistas en el Congreso (también conocidos como The Squad). Al contrario, los miembros de DSA en el Congreso y los congresistas respaldados por DSA se han acercado más a los demócratas del establishment en los dos últimos años de la administración Biden, alineándose con su programa y renunciando a las reformas por las que fueron elegidos. Y aunque esta puede haber sido una primera experiencia para millones de personas que se han radicalizado y desplazado a la izquierda en los últimos años, este resultado no es una mera casualidad. No podría haber sido de otro modo. No se puede gobernar “pacíficamente” con el establishment demócrata sin comprometer hasta los más básicos principios socialistas.

En noviembre pasado, los miembros de DSA se enfrentaron al hecho de que sus representantes, incluyendo a Alexandria Ocasio-Cortez, Jamaal Bowman y Cori Bush, respaldaron la propuesta de Biden para liquidar una huelga ferroviaria. Sus votos no fueron producto de un error individual o de un error de juicio; no se trató de un error táctico, sino del resultado inevitable de una estrategia de colaboración de clases. Es imposible que los políticos rindan cuentas si forman parte de un partido capitalista como los demócratas. Este partido rinde cuentas ante sus patrones, como Warren Buffet, que es uno de los superricos que aportan al Partido Demócrata y que tiene miles de millones en acciones en los ferrocarriles.

Este voto, abiertamente favorable a la patronal, que exigía que Biden interviniera, se suma a una actuación legislativa cada vez más subordinada al establishment demócrata y a los intereses capitalistas. Con algunas excepciones, The Squad ha votado sumisamente a favor de los presupuestos militares para incrementar la maquinaria de guerra imperialista de EE.UU. a nivel internacional y nacional, incluyendo la financiación de la policía. Estos congresistas, que se suponía que representaban algo distinto a las políticas descaradamente procapitalistas de los demócratas del establishment, también respaldaron –abiertamente en el caso de Bowman y por omisión en el caso de AOC– el presupuesto de mil millones de dólares concedido por Estados Unidos para ayudar al Estado asesino de Israel.

Los dirigentes de DSA y la revista Jacobin han presentado su estrategia de trabajar dentro del Partido Demócrata como la única manera de triunfar y de garantizar que la política progresista siga siendo “relevante” a nivel nacional. Pero como su estrategia pone en sintonía las ideas socialistas junto con los intereses de la patronal, la “relevancia” de la que hablan no hace más que desvanecer las esperanzas de millones de personas que desean fervientemente un cambio social, llevando a asociar la idea de “socialismo” con los fracasos del reformismo.

El problema no son simplemente determinados actores políticos concretos y sus defectos. En realidad se trata de los límites fundamentales de todo intento de reformar el sistema capitalista o de utilizar el Estado capitalista para cambiar de raíz el sistema económico y social que este resguarda. La experiencia de los últimos años, y más allá también, demuestra que no hay reformas reales sin lucha. Y no hay manera de defender esas reformas y mantenerlas prescindiendo de un horizonte que incluya la transformación radical de la sociedad. En esto estamos totalmente de acuerdo con Rosa Luxemburg:

Es por ello que quienes se pronuncian a favor del método de la reforma legislativa en lugar de y en oposición a la conquista del poder político y la revolución social, en realidad no optan por una vía más tranquila, calma y lenta hacia el mismo objetivo, sino por un objetivo diferente. En lugar de tomar partido por la instauración de un nuevo orden social, lo hacen por cambiar cosas no esenciales de la vieja sociedad. Siguiendo las concepciones políticas del revisionismo, llegamos a la misma conclusión que cuando seguimos sus concepciones económicas: ya no es la realización del socialismo sino la reforma del capitalismo; no es la superación del trabajo asalariado, sino reducir un poco la explotación, es decir, la supresión de los abusos del capitalismo en lugar de la del propio capitalismo [4].

Un partido propio, basado en la lucha de clases

Tanto los demócratas como los republicanos son enemigos acérrimos de la clase obrera y los oprimidos. Representan a los ricos que nos dominan. Todo su palabrerío sobre la “democracia” contrasta directamente con un régimen que aprueba y facilita la escalada de ataques a los derechos democráticos básicos. No podemos depender de ningún partido capitalista para defender nuestros derechos. Ambos partidos coinciden en defender a ultranza las instituciones de esta democracia para ricos porque su carácter intrínsecamente antidemocrático les permite gobernar para los capitalistas y contra los trabajadores y los oprimidos.

Del mismo modo, todas las instituciones del régimen en este país son intrínsecamente antidemocráticas. El Tribunal Supremo, formado por nueve jueces no elegidos que ejercen sus cargos de por vida, liquida nuestros derechos de un plumazo, desafiando la voluntad de cientos de millones de personas. El Senado, que puede vetar lo que se vote en la Cámara de Representantes, fue creado para salvaguardar la influencia política de los propietarios de esclavos, y otorga en forma antidemocrática a todos los estados la misma representación independientemente de su población. Por su parte, la Cámara de Representantes funciona con otros mecanismos antidemocráticos, como el gerrymandering [5] desenfrenado que sirve para controlar quién se sienta en los recintos del poder. De esta forma, no son más bien los votantes los que eligen a sus representantes, sino los políticos de ambos partidos quienes “eligen” a sus votantes, remodelando los distritos electorales cada 10 años en función de sus intereses.

Quizá uno de los aspectos más antidemocráticos de la “democracia” estadounidense sea la dificultad para el surgimiento de terceros partidos, especialmente si se trata de partidos independientes de la clase trabajadora. En cada elección, la clase obrera y los oprimidos se ven obligados a elegir entre la abstención, el voto simbólico a terceros partidos que carecen de los recursos y de la llegada como para llevar a cabo una campaña seria, y el voto a uno de los dos principales partidos del capital. Esto significa que los trabajadores y los oprimidos no tienen el derecho democrático básico de votar a representantes que realmente expresen y defiendan sus intereses.

No hay nada que el régimen bipartidista estadounidense tema más que la aparición de un partido obrero independiente que organice políticamente a millones de trabajadores de todas las razas y que tenga su centro de gravedad en el desarrollo de la lucha de clases. Esto significaría nada menos que un desafío a todo el sistema y a sus intereses.

Por todas estas razones, y frente a una extrema derecha en ascenso, es urgente que el movimiento obrero, el movimiento antirracista y otros movimientos sociales rompan con el Partido Demócrata y las instituciones del régimen bipartidista, y en su lugar abracen una perspectiva de independencia de clase fundamentada en las lecciones de que en este país nunca se ha logrado ninguna reforma, ninguna concesión sin la lucha decidida y persistente de la clase obrera y los oprimidos.

Necesitamos un partido propio que luche por nuestras reivindicaciones más básicas y por todo lo que merecemos. Desde nuestra perspectiva, necesitamos un partido independiente de la clase obrera y los oprimidos para acabar con este sistema de explotación y opresión, para transformar la lucha por nuestros derechos básicos en una fuerza capaz de crear una sociedad en la que todas las necesidades estén cubiertas y podamos prosperar. En resumen, necesitamos un partido que luche aquí y ahora contra el capitalismo y por el socialismo.

Solo con la fuerza propia, una organización propia y una política propia podremos mejorar nuestras condiciones de vida y cambiar este sistema de raíz: no más explotación en los lugares de trabajo, no más opresión por el color de nuestra piel, no más opresión por nuestra identidad. No más policía, no más cárceles. No más fronteras. No más guerras imperialistas. La clase obrera y los oprimidos de Estados Unidos merecen un futuro socialista. Una revolución socialista en Estados Unidos contribuiría a la liberación de todos los pueblos oprimidos del mundo. No dejemos que los capitalistas nos digan que esto es imposible. Es el único camino realista para la clase obrera y los pueblos oprimidos.

En el momento actual, gran parte de la clase obrera y los oprimidos siguen confiando en el Partido Demócrata, aunque lo consideren el mal menor. Por otro lado, un sector de las masas ve a Trump y a la extrema derecha como alternativas al neoliberalismo.

Pero un sector de la clase obrera, un sector del movimiento de liberación negro y, sobre todo, grandes sectores de la juventud, ya no confían en los demócratas. Algunos de ellos están organizados en la izquierda dentro de DSA u otras organizaciones; otros permanecen desorganizados.

Hay decenas de miles en todo el país que ven esta necesidad. Organizados, podemos convertirnos en una fuerza que gane influencia entre el movimiento sindical y en los movimientos sociales, interviniendo en cada lucha, en cada huelga, en cada proceso de sindicalización, en cada elección, planteando siempre una estrategia de independencia de clase y autoorganización.

Si bien nuestra tarea estratégica es ganar a millones para una política de independencia de clase, no podemos lograrlo sin lucha de clases, levantamientos y procesos revolucionarios. Hoy tenemos la oportunidad de reorganizar la vanguardia con un objetivo común: crear un partido independiente de la clase obrera para luchar por el socialismo.

¿Qué significa luchar por una perspectiva socialista? Significa levantar un programa, una plataforma que vincule nuestras reivindicaciones más básicas con nuestra lucha por el socialismo y por la transformación revolucionaria de la sociedad.

Parte 3: Por qué luchamos

La construcción de un partido de la clase obrera en Estados Unidos, que luche por el socialismo, requerirá lucha de clases y autoorganización. También, y esto es importante, requerirá una intensa discusión, debate y organización colectiva entre los sectores de la clase obrera que están luchando o preparándose para la lucha. Una parte esencial de esas conversaciones será entender claramente por qué luchamos, contra qué luchamos y, lo que es más importante, para qué luchamos. El programa que sigue pretende ser una primera contribución a ese debate.

El núcleo de este programa es la comprensión de que la explotación y la opresión están íntimamente ligadas. La explotación diaria, alienante, frecuentemente deshumanizadora y a menudo violenta de los trabajadores que sustenta al capitalismo solo puede mantenerse dividiendo a la clase trabajadora. Esto se consigue mediante la constante reinvención de nuevas formas de ideologías reaccionarias, racistas, sexistas, homófobas y xenófobas, que se promueven y sostienen mediante el uso de la violencia y la opresión estatal o avalada por el Estado. Por lo tanto, si queremos liberarnos de los horrores del capitalismo y conquistar incluso las condiciones de dignidad más básicas esbozadas en este programa, debemos luchar tanto contra la patronal como contra el Estado. Creemos que eso requerirá un horizonte y una estrategia de revolución socialista.

Educación pública de calidad, sanidad y vivienda para todos

A diferencia de otros países del mundo, Estados Unidos no ofrece educación ni sanidad universales y gratuitas. Los hijos de la clase trabajadora, sobre todo en las comunidades negras, morenas e inmigrantes, tienen dificultades para pagar la universidad, y ellos y sus padres a menudo se endeudan durante décadas para pagarla. Un partido de la clase obrera en Estados Unidos debe exigir la cancelación de toda la deuda estudiantil y la provisión de educación gratuita y de calidad para todos, desde el preescolar hasta la universidad.

Al mismo tiempo, los planes de estudio de las escuelas públicas están siendo atacados por la extrema derecha y sus representantes, quienes, como el gobernador de Florida, Ron De Santis, niegan la existencia misma de la historia negra y prohíben que las escuelas enseñen sobre racismo, sexismo, historia queer y el legado de la esclavitud. En este empeño cuenta con el apoyo de instituciones del Estado que han seguido destripando el financiamiento de la educación y de instituciones privadas como el College Board, que siguen modelos de lucro en lugar de uno que refleje las necesidades de los estudiantes. Un partido independiente de la clase trabajadora debe luchar contra estos ataques e impulsar un plan de estudios diverso, inclusivo e históricamente preciso para las escuelas, que sea debatido democráticamente por los profesores, los estudiantes y sus comunidades.

A pesar de la Ley de Asistencia Sanitaria Accesible, aprobada en 2010, más de 30 millones de personas siguen sin seguro médico en Estados Unidos. Mientras tanto, las aseguradoras privadas con fines de lucro, que a menudo cobran tarifas y copagos desorbitados, cubren a la gran mayoría de quienes sí tienen seguro médico. Las familias trabajadoras más precarias luchan por conseguir un seguro médico a través de empresas que, o bien no ofrecen prestaciones, o bien tienen planes de salud que no cubren las necesidades sanitarias de la población trabajadora. Los demócratas impulsaron la Ley de Asistencia Sanitaria Accesible, alegando que resolvería el problema del acceso a la atención sanitaria, pero solo ha beneficiado aún más a las compañías privadas de seguros sanitarios y ha reforzado aún más el modelo de atención sanitaria con fines de lucro.

En enero de 2023, las mayores aseguradoras del país, UnitedHealth Group y Elevance Health, declararon ganancias por un 28% y un 7% superiores a los del mismo periodo del año anterior, respectivamente. UnitedHealth recibió 5.300 millones de dólares, mientras que Elevance se llevó 1.600 millones. Estados Unidos invierte casi el 20% de su producto bruto interno en el sector sanitario, pero esto no se traduce en absoluto en un acceso universal a la atención sanitaria. Por el contrario, este dinero va a parar directamente a los bolsillos de las grandes farmacéuticas, las compañías de seguros, los fabricantes de dispositivos médicos y los ejecutivos del sector sanitario. La clase trabajadora, y especialmente las familias negras e inmigrantes, también sufren, ya que luchan por encontrar ciertos medicamentos que no están cubiertos por el seguro y que siguen siendo inaccesibles debido a los altos precios fijados por las grandes farmacéuticas. Atención médica para todos ha sido un grito de guerra para millones de personas hartas de que sus necesidades sean transformadas en negocios con los cuales lucrar. Debemos construir un movimiento que luche por atención médica para todos, que incluya atención reproductiva completa, de salud mental y de afirmación de género para todos. Pero ese movimiento debe luchar por más: No queremos un sistema sanitario con fines de lucro controlado por los capitalistas que utilizan nuestros cuerpos para ganar millones. Necesitamos un sistema sanitario nacionalizado bajo el control democrático de los trabajadores y sus comunidades. Esto significa expropiar las patentes y la tecnología de las grandes farmacéuticas para que los medicamentos que salvan vidas sean gratuitos para todos.

Debido a la tendencia del capitalismo de mercantilizar incluso las necesidades más básicas de la vida, millones de personas en todo Estados Unidos no tienen el derecho fundamental a la vivienda. La falta de un plan de vivienda pública que permita a las familias trabajadoras y a la gente de color acceder a una vivienda ha allanado el camino a la gentrificación, la segregación y el desplazamiento de familias de clase trabajadora y de raza negra, latina y asiática de sus barrios. Al menos 600.000 personas carecen de hogar en Estados Unidos. Los negros y las personas queer están sobrerrepresentados en esas estadísticas. En Estados Unidos hay más casas vacías que personas sin hogar. Todas las grandes ciudades se han gentrificado a medida que los grandes desarrolladores se expanden y se benefician de la especulación inmobiliaria, haciendo que esas ciudades sean inasequibles para todos, salvo para los más ricos. Un partido de la clase obrera debe luchar por garantizar viviendas públicas y gratuitas para las familias obreras, construyendo nuevas edificaciones y expropiando a las empresas inmobiliarias. Debemos gravar a los ricos para obtener los recursos necesarios para pagar estos programas. Y en lugar de poner estas decisiones en manos de políticos y empresas capitalistas, estos planes deben ser controlados por las organizaciones de inquilinos, los trabajadores y sus comunidades.

Derechos indígenas y autodeterminación

Mientras la clase trabajadora se ve obligada a pagar alquileres exorbitantes solo para sobrevivir, a las comunidades indígenas de Estados Unidos se les ha robado literalmente su tierra para la expansión de las colonias y del capitalismo estadounidense. El genocidio de los pueblos indígenas, el intento de erradicar sus culturas y, actualmente, de arrebatarles la poca tierra que les queda, los convierten en uno de los sectores más oprimidos de la sociedad de hoy. Los indígenas estadounidenses también se enfrentan a niveles desproporcionadamente altos de suicidio, pobreza y problemas de salud asociados a la malnutrición y la falta de atención sanitaria. Las tasas de mortalidad entre los nativos norteamericanos son preocupantemente altas, y a menudo mueren de enfermedades que son curables o tratables, como la diabetes, la tuberculosis y el alcoholismo. En 2019, la alta incidencia de violaciones seguía afectando a las mujeres indígenas estadounidenses y a las nativas de Alaska. Según algunos investigadores, más del 80 por ciento de las víctimas indígenas identifican a su agresor como no indígena. Las tasas de femicidio también son desproporcionadamente más altas entre los nativos norteamericanos.

Un partido de la clase obrera que luche por el socialismo debe defender los derechos de los pueblos indígenas a sus tierras y a la autodeterminación. Estados Unidos se construyó sobre la esclavitud y la opresión violenta de los negros; también se construyó mediante la colonización, el desplazamiento y el genocidio de los pueblos indígenas del continente.

La crisis medioambiental y el despojo capitalista han privado a los nativos americanos de sus recursos naturales. Además de defender sus tierras, debemos luchar codo con codo con las comunidades nativas para tener plenos derechos sobre el agua; para conquistar derechos de caza, pesca y recolección; y para impedir que las grandes empresas que les roban sus tierras extraigan minerales y otros recursos naturales. También debemos exigir salud pública y gratuita, vivienda, derechos de voto y civiles, así como derechos de libertad religiosa.

Un poderoso movimiento obrero

Una minoría pequeña pero significativa dentro del movimiento obrero ha surgido de los sectores abrumadoramente jóvenes y precarios de la clase trabajadora. Esta nueva generación de activistas sindicales se ha enfrentado a una decepcionante realidad: que la burocracia sindical ha vendido su alma al Partido Demócrata y no tiene ninguna otra perspectiva de renovar el movimiento sindical que no pase por atrincherarse aún más en el Estado. En todas partes, desde Bessemer, Alabama, hasta Boston y Staten Island, miles de nuevos jóvenes activistas y trabajadores están viviendo sus primeras experiencias de lucha de clases, sindicalizándose y luchando por mejores condiciones laborales y salariales. Esta generación tiene el potencial de construir un movimiento nacional para organizar a decenas de miles de trabajadores desde abajo.

La formación del Sindicato de Trabajadores de Amazon (ALU) y la victoria en el almacén de Amazon en Staten Island, así como los cientos de tiendas de Starbucks que se han sindicalizado en los últimos dos años, muestran el poder y el potencial de la organización de base. La reciente victoria de la huelga de enfermeras en dos hospitales de Nueva York, que se tradujo en importantes mejoras de las condiciones laborales, demostró que la huelga sigue siendo la herramienta más eficaz de la clase trabajadora. Y las recientes luchas planteadas por los trabajadores de la enseñanza superior, desde los adjuntos a los estudiantes-trabajadores y el personal, han demostrado que los sectores de la clase trabajadora –aquellos que se enfrentan directamente a las consecuencias del aumento de la precariedad y la falta de financiación en la educación– tienen bronca y están dispuestos a luchar. Parte de este fenómeno se expresó en Chicago en la conferencia Labor Notes de 2022, que fue la más concurrida de la historia. Alrededor de 4.000 trabajadores, sindicalistas, activistas, periodistas laborales y académicos se reunieron para debatir estrategias y tácticas para hacer avanzar al movimiento obrero.

A pesar de la energía de estos jóvenes trabajadores, el movimiento sindical sigue enfrentándose a enormes retos. Solo un almacén de Amazon se ha sindicalizado con éxito, y las corporaciones y empresas de todo el país siguen resistiéndose a los intentos de agremiación mediante tácticas antisindicales, represalias, intimidación y despidos. Mientras tanto, las leyes antiobreras y antihuelga obstaculizan a los trabajadores a cada paso, aunque mucha gente tiene fe en la NLRB [equivalente a una secretaría o ministerio de Trabajo] como institución que lucha por los intereses de los trabajadores contra los de los empresarios, la verdad es que por lo general opera para facilitar la destrucción de sindicatos y para mantener la legislación antihuelga y antiobrera.

En estados como Nueva York, las leyes impiden a los trabajadores del sector público ir a la huelga, y los burócratas consienten alegremente estas leyes antidemocráticas. Un partido de la clase obrera en Estados Unidos debe exigir el derecho de sindicalización para todos los trabajadores del país, es decir, el cese total de la represión sindical y la derogación de todas las leyes antiobreras y antihuelga. Un partido de la clase obrera en EEUU debe estar siempre del lado de la lucha de clases y estar dispuesto a desafiar las leyes de los capitalistas para luchar por los intereses de su clase.

La burocracia sindical obstaculiza el desarrollo de organizaciones de base y de gremios combativos. Quizá nada haya mostrado hasta qué punto la burocracia sindical y el Partido Demócrata son obstáculos y enemigos en el desarrollo de un movimiento obrero combativo como la intervención del Congreso ante la posibilidad de una huelga ferroviaria en noviembre pasado. La estrategia de Biden de bloquear a toda costa la huelga ferroviaria pasando por encima de las demandas de los trabajadores fue respaldada por la burocracia sindical de ocho de los grandes sindicatos ferroviarios y el “ala progresista” del Partido Demócrata, encabezada por Bernie Sanders y The Squad. Durante décadas, la central sindical nacional AFL-CIO ha colaborado y transigido con el Estado para controlar y limitar la actividad de la clase obrera, siguiendo una estrategia de sindicalismo empresarial basada en la idea de que lo que es bueno para las grandes empresas y el Estado es bueno para los trabajadores. La AFL-CIO ha apoyado todas y cada una de las grandes guerras de Estados Unidos, incluida la invasión y ocupación de Irak, así como muchos de los golpes reaccionarios patrocinados por Estados Unidos en Asia y América Latina desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Estos supuestos dirigentes obreros no han sido históricamente más que herramientas cooptadas de la ofensiva patronal contra las condiciones de vida de los trabajadores en todas partes. Su tarea, nueve de cada diez veces, ha sido desvirtuar y neutralizar el poder real de la clase trabajadora, desalentando las peleas en los lugares de trabajo y acordando leyes y contratos que limitan la capacidad de los sindicatos para hacer huelga y para golpear juntos. Ni siquiera durante la pandemia, cuando millones de trabajadores esenciales fueron enviados a la “guerra sin armas”, a contraer COVID y a morir, la burocracia sindical movió un dedo para preparar una contraofensiva.

Y mientras millones de jóvenes de todo el mundo salían a las calles para condenar el asesinato racista de George Floyd a manos de la policía, estos dirigentes seguían permitiendo que la policía se organizara en defensa del asesino de Floyd dentro de la central sindical negándose a echar a su gremio. En un momento en que la clase obrera desorganizada y precaria está cada vez más interesada en formar sindicatos, es crucial que luchemos contra la burocracia para recuperar nuestros sindicatos como herramientas para la defensa de nuestros intereses y derechos colectivos. Un partido independiente de la clase obrera debe intervenir en el movimiento obrero para desafiar a la burocracia sindical tradicional, planteando tácticas para recuperar nuestras organizaciones para las bases, para construir un movimiento obrero de base, y para democratizar nuestros sindicatos con el fin de romper el control de la burocracia sobre la clase obrera.

El renovado interés por los sindicatos y la organización de la clase trabajadora, especialmente entre los jóvenes, está siendo impulsado por toda una serie de crisis que no han hecho más que incrementarse desde el colapso económico de 2008. La profunda desigualdad económica y la especulación desenfrenada que condujeron a ese colapso revelaron el fracaso del capitalismo a toda una generación de jóvenes que se incorporaban a la población activa, y el creciente interés por el socialismo que le siguió ha llevado a jóvenes activistas a enfocarse de nuevo en la organización de la clase trabajadora como solución.

El otro aspecto muy prometedor de este nuevo activismo obrero es un mayor entendimiento de cómo se vinculan la explotación y la opresión, que se está materializando en la lucha. Forjada al calor del movimiento Black Lives Matter y el levantamiento de 2020, esta nueva generación de organizadores obreros entiende la relación que hay entre el hecho de carecer de poder y de capacidad de acción en el ámbito de trabajo y su falta de libertad y seguridad en las calles; ven de primera mano las vinculaciones entre la explotación y la opresión racial. Saben que el Estado, y la policía en particular, no comparten sus intereses, y saben que pueden utilizar su fuerza de trabajo para luchar por algo más que salarios y prestaciones para sí mismos.

Esta nueva generación de trabajadores, muchos de ellos miembros de grupos oprimidos, están dejando claro que quieren construir organizaciones que estén dispuestas a defender a los sectores más oprimidos de la clase trabajadora –inmigrantes, gente negra, de color y queer– en un momento en el que los derechos trans y los derechos reproductivos están siendo atacados por la extrema derecha.

El sindicato de portuarios y estibadores ILWU, por ejemplo, tiene un largo historial de acción sindical radical en torno a cuestiones de opresión y justicia social. En 2020, se declararon en huelga el 19 de junio [el día en que se conmemora la emancipación de la esclavitud negra] en apoyo a Black Lives Matter, y también se han declarado regularmente en huelga contra la ocupación israelí y la destrucción de Palestina. Ese mismo año, los conductores de autobús sindicalizados de Minneapolis y Nueva York también defendieron el derecho a la vida de los negros al negarse a cooperar con la policía para transportar a manifestantes detenidos. Mientras tanto, los miembros del sindicato de empleados de servicios (SEIU) están organizando una campaña para echar a los policías de su sindicato y también existen campañas similares para echar a los policías de la AFL-CIO.

Muchos de los trabajadores y organizadores del sindicato de Starbucks (Starbucks Workers United) se están organizando para resguardar y defender la atención sanitaria transinclusiva para ellos y sus compañeros. En Nueva York, donde los grandes sindicatos como la AFL-CIO se han negado rotundamente a apoyar los derechos reproductivos, varios de los nuevos sindicatos de Starbucks se han movilizado por el derecho al aborto: sumándose a las acciones, publicando declaraciones y llevando esta política a los conflictos en sus lugares de trabajo.

Llevar a cabo una huelga o un paro contra los ataques a los derechos de las personas trans y por la atención a la salud reproductiva, especialmente en los estados donde se está aprobando una legislación regresiva, sería un paso lógico en el proceso de hacer incrementar el ánimo de lucha y organizar más comercios, y podría ser un faro a seguir por otros activistas gremiales y sindicatos.

Quienes militemos en un partido de la clase trabajadora debemos, desde nuestros lugares de trabajo, alentar a organizarnos para luchar contra la extrema derecha, a echar a los policías de nuestros sindicatos y a conquistar una ley nacional por el aborto a demanda libre, seguro y legal para todos. Luchar por nuestros derechos laborales y contra la opresión implicará que recuperemos nuestra herramienta más poderosa: la capacidad de paralizar nuestro trabajo. Nuestro poder reside en la huelga y el abandono de tareas; utilizando estas herramientas, podemos detener la producción, la reproducción y las ganancias capitalistas.

Un mundo libre de racismo y de la policía racista

El racismo está enquistado en los orígenes del capitalismo estadounidense y de la policía, y persiste como un hilo que atraviesa el tejido de la sociedad. Es parte integrante de la ideología capitalista y debe ser combatido rigurosamente como enemigo económico e ideológico de la clase obrera.

Históricamente, el racismo fue promovido y utilizado por los capitalistas y los propietarios de esclavos para hiperexplotar a los negros esclavizados y para crear división y opiniones intolerantes entre los trabajadores y pobres blancos con el fin de dividir a la clase obrera. Y aún hoy, la hegemonía capitalista se mantiene y reproduce por medio de la estratificación y la desigualdad raciales. Los trabajadores negros y morenos, por ejemplo, como los que componen el grueso de los trabajadores peor pagos de los almacenes de las empresas como Amazon y UPS, siguen ganando en promedio más de un 20% menos que los trabajadores blancos. Pero el racismo impregna todos los aspectos de la sociedad. Las personas de color siguen teniendo un acceso desproporcionadamente menor a la atención sanitaria y al agua potable, a una vivienda asequible y a recursos educativos, y siguen siendo encarceladas de forma desproporcionada por el Estado. Por eso fueron tan importantes los levantamientos de 2020. Porque fue en esas protestas donde multitudes de trabajadores multirraciales tomaron en sus manos el problema del racismo y el papel opresor de la policía de forma sistemática, demostrando que la unidad racial de la clase trabajadora es una poderosa amenaza para el sistema económico y político.

Además de disciplinar y acosar a los negros y a la gente de color, los departamentos de policía modernos, como los que surgieron en los centros urbanos a principios del siglo XIX, siempre han tenido la tarea central de proteger la propiedad privada y el orden capitalista, lo que incluye romper huelgas y hacer cumplir las leyes que protegen las ganancias de los patrones. El brutal asesinato policial de Tyre Nichols expuso una vez más el carácter inherentemente racista, autoritario y violento de la policía. Independientemente de la raza a la que pertenezcan los agentes de policía, son el brazo armado del Estado capitalista aquí y en todo el mundo.

Ninguna reforma policial pondrá fin a la violencia perpetrada por el Estado contra los negros y toda la clase trabajadora. Acabar con la brutalidad policial requiere la completa abolición de la policía y de todo el sistema de “justicia” penal al que sirve, incluyendo el complejo de la industria carcelaria. Pero para lograrlo es necesario enfrentarse al sistema capitalista y derrumbarlo con todo el poder de la clase obrera, la única clase que está en condiciones de acabar con la sociedad capitalista.

Desencadenados por los horribles asesinatos policiales de George Floyd y Breonna Taylor, los levantamientos multirraciales contra la brutalidad policial que estallaron en 2020 –los mayores de este tipo en la historia de Estados Unidos– transformaron el panorama político, llevando a las calles de las principales ciudades de todo el mundo a sectores recién radicalizados y desafiando los cimientos mismos del sistema capitalista. Estos manifestantes se ganaron el apoyo de la mayoría de la población estadounidense, y Black Lives Matter se convirtió en un movimiento mundial contra la brutalidad policial, con protestas que se extendieron a cientos de ciudades de todo el planeta. Una nueva generación se ha radicalizado con el movimiento BLM y se ha puesto como objetivo acabar con el racismo sistemático. Las consignas de “desfinanciar la policía” y “abolir la policía”’ ya no son reivindicaciones marginales. Sin embargo, las manifestaciones masivas y la lucha contra la represión no bastaron para mermar el poder policial. Aunque Derek Chauvin fue a la cárcel como consecuencia directa de las protestas, la policía sigue matando impunemente y las víctimas de la brutalidad policial y sus familias siguen exigiendo justicia.

El Partido Demócrata y los dirigentes de las fundaciones surgidas de BLM cercanos a él consiguieron sofocar las protestas y sacar al movimiento de las calles en dirección a las urnas con promesas de desfinanciación de los departamentos de policía, por un lado, y con la represión abierta por parte de las fuerzas policiales, la Guardia Nacional y el incremento de las penas, por el otro. Tras la revuelta, los departamentos de policía han aumentado sus recursos de tipo militar para sofocar los disturbios, el Estado ha tomado medidas en muchas ciudades para restringir el derecho a protestar y los activistas se enfrentan a figuras penales escandalosas. Por su parte, la burocracia sindical de la AFL-CIO también contribuyó decisivamente al proceso de desmovilización y domesticación del movimiento, impidiendo que los sindicatos participaran decisivamente en la lucha contra el racismo y limitando su apoyo a declaraciones. Al mismo tiempo, borró todavía más las líneas de clase al defender a los sindicatos policiales, afirmando que los policías también son trabajadores, cuando en realidad son los instrumentos a sueldo del capital, cuyo principal cometido es la opresión de quienes viven de su trabajo.

Las principales lecciones del levantamiento antirracista de 2020 son claras: incluso en Estados Unidos hay potencial para levantamientos de masas. No obstante, para aprovechar al máximo esas instancias, necesitamos una izquierda que esté a la altura de la tarea de desarrollar una perspectiva revolucionaria en estos procesos, y que tenga claro qué se necesita para conquistar las demandas de los movimientos sociales. Más específicamente, para derrotar la brutalidad policial racista, es imperativo organizarse independientemente del Partido Demócrata y establecer nuestras propias organizaciones en base a la democracia directa que representen verdaderamente a la clase obrera y a los oprimidos, donde podamos discutir, debatir, decidir y organizar la lucha contra el Estado racista y capitalista. Esta lucha debe abarcar al movimiento obrero y sus métodos de lucha, incluyendo huelgas, piquetes y paros.

Oponerse o separar la lucha contra el capitalismo de la lucha por la liberación de los negros es malinterpretar la pelea que estamos librando y lo que se necesita para ganar. Esto se debe a que la explotación y la opresión son dos caras de la misma moneda, y cada una es utilizada por el Estado capitalista para dividir y mantener a raya a las masas. Si queremos acabar con el racismo, debemos luchar también contra el sistema capitalista que lo perpetúa, y viceversa.

Si tuviéramos representantes independientes de un partido de la clase obrera en el Congreso, votarían en contra de todo presupuesto que dé un solo centavo a cualquier institución que proteja la propiedad capitalista reprimiendo a la clase obrera y a los oprimidos. Un partido independiente de la clase obrera haría agitación por la desfinanciación total y el desarme de la policía, y exigiría que esos fondos se utilizaran en cambio para salud pública y gratuita, vivienda y educación. En lugar de jugar el juego de la política burguesa en beneficio de los intereses capitalistas, representantes políticos así tendrían claro que esto no es posible de conquistar a través de medidas en el Congreso, sino solo mediante la acción en las calles, las escuelas y los lugares de trabajo; y plantearían que para sacarse de encima el sistema policial hay que desafiar al sistema capitalista en su conjunto.

Un partido independiente de la clase obrera debe plantear la lucha por justicia para Tyre Nichols y todas las víctimas de la brutalidad policial. Debemos exigir el encarcelamiento de los policías asesinos que, con la bendición del Estado, asesinan y persiguen impunemente a negros, marrones, queer y a la clase trabajadora. Debemos luchar inmediatamente para expulsar a todas las organizaciones policiales de nuestros sindicatos, brindar reparaciones a las víctimas de la violencia estatal, que se paguen con los fondos previamente asignados a los presupuestos policiales, y luchar para desfinanciar totalmente a la policía, lo que significa la abolición del sistema capitalista que la policía defiende.

Un partido independiente de la clase obrera también lucharía contra el enorme complejo industrial penitenciario que tiene como objetivo obtener ganancias del encarcelamiento de millones de personas, especialmente negros y marrones. Exigimos la liberación inmediata de todos los presos políticos y que se retiren todos los cargos contra ellos. Esto incluye la libertad para todos los revolucionarios del poder negro que languidecen en la cárcel, así como los de los movimientos chicano, indígena y otros movimientos de liberación. También debemos luchar por la liberación de todos los acusados de delitos no violentos o delitos de “ventana rota”, para poner fin a la utilización de mano de obra esclava en las cárceles, para garantizar que no se abra ni una sola cárcel nueva para alimentar el complejo industrial penitenciario, y para construir una sociedad comunista sin cárceles.

Democracia obrera genuina

Rechazamos a los dos partidos del capital y al imperialismo estadounidense. Luchamos por el derecho de la clase obrera y de los oprimidos a tener su propio partido y sus propios representantes electos. Un partido independiente de la clase obrera utilizaría las elecciones no como fines en sí mismas, sino para ampliar su influencia política, ganando bancas en el Congreso para amplificar la lucha de clases y hacer agitación por una política socialista. Utilizaríamos nuestras bancas para denunciar implacablemente la ofensiva de la extrema derecha contra los derechos democráticos, y para luchar contra todas y cada una de sus leyes conservadoras. Utilizaríamos las elecciones para difundir las ideas socialistas y amplificar la lucha de clases. Lejos de una “vía electoral al socialismo”, esto formaría parte de una estrategia más amplia para derrumbar el capitalismo y establecer un gobierno obrero, que no puede lograrse en el marco del actual régimen imperialista.

Aunque un partido de la clase obrera debe defender todos y cada uno de los derechos incluidos en la Constitución y conquistados por la lucha de clases, rechazamos la Constitución estadounidense y el sistema profundamente antidemocrático y opresivo que esta defiende. Un documento escrito por propietarios de esclavos hace más de 200 años no debe erigirse como la ley suprema del país. El poco espacio en la política burguesa que los trabajadores y los pobres han conquistado está limitado y manipulado por el gobierno de EE.UU. en todo momento, y así ha sido desde el origen del país. El derecho al voto no está garantizado en la Constitución. El Colegio Electoral neutraliza de hecho el voto popular, silenciando a millones de votantes. Pero, además, las tácticas de supresión del voto a nivel estatal y local impiden que millones de personas –principalmente de color– voten. Estos ataques contra el derecho al voto –muchos de ellos nacidos en la era de Jim Crow [de la segregación racial legal en el “sur” estadounidense] y sostenidos por el racismo sistémico– están destinados a reforzar el control de la clase dominante.

Aunque luchamos por tener representantes y hacer oír nuestra voz dentro del sistema político actual, nuestra lucha por los derechos democráticos debe ir mucho más allá. Esto significa el derecho al voto para todos los mayores de 16 años, incluyendo a todas las personas encarceladas actualmente y en el pasado, independientemente de su estatus migratorio; el registro automático de votantes de todos los residentes en todo el país una vez que alcancen la edad de votar; que la jornada electoral sea un día no laborable nacional y pago; abolir todas las leyes discriminatorias de identificación de votantes; y garantizar el acceso a las urnas y al debate para todos los partidos con el fin de romper el bloqueo que ejercen los demócratas y los republicanos.

Un partido de la clase obrera y los oprimidos también debe exigir la abolición del Colegio Electoral, el Senado y la Presidencia. Utilizando el ejemplo de la Comuna de París de 1871, debemos luchar para que todas las funciones legislativas y ejecutivas se concentren en un órgano de representantes elegidos, mientras que las decisiones legales deben ser tomadas por jurados compuestos por trabajadores. Los representantes tendrían que ser elegidos directamente y ser también revocables instantáneamente por sus votantes, y no deberían ganar más que un trabajador medio. Sin embargo, ese sistema no es aún la sociedad socialista, que es nuestro objetivo final. La democracia obrera es imposible en el capitalismo. Pero como socialistas tenemos la responsabilidad de plantear demandas democráticas para proteger los derechos que nuestra clase ya ha conquistado y para revelar la naturaleza antidemocrática del Estado capitalista, que no brinda el poder a los trabajadores. Al plantear estas demandas, el movimiento obrero y los movimientos sociales se verán obligados a enfrentarse a la necesidad de luchar por una democracia radical y a llegar a la conclusión, según en su propia experiencia, de que la clase obrera debe organizarse y derrocar al Estado capitalista.

Una solución obrera a la crisis económica

Aunque la economía estadounidense y mundial se recuperó ligeramente después de la pandemia, la clase obrera y los oprimidos de todo el mundo y de Estados Unidos son hostigados por la inflación, el alto costo de la vida y nuevos recortes presupuestarios. En Estados Unidos, la Junta de la Reserva Federal ha tenido cierto éxito en moderar la inflación, pero solo mediante un aumento significativo de las tasas de interés en un intento de enfriar la economía y limitar el crecimiento salarial. Aunque esto ha reducido algo la inflación, también puede estar conduciendo a otra recesión o, peor aún, a otra gran crisis económica.

Donde más se vuelve palpable esta amenaza es en la crisis bancaria que está ocurriendo, impulsada en parte por estas tasas de interés más altas. El First Republic fue el tercer banco en quebrar, luego de Silicon Valley y Signature en marzo. Está previsto que la Corporación Federal de Seguros de Depósitos gaste unos 35.000 millones de dólares en rescatar a los clientes ricos de estos bancos y en prestar apoyo a instituciones de por sí enormes como JP Morgan para que compren sus restos. Aunque el gobierno de Biden insiste en que se trata de una solución privada a la crisis, en realidad es otro rescate del sistema bancario y de los más ricos financiado con fondos públicos.

Los fondos públicos y los ahorros de la clase trabajadora y de los propietarios de pequeños negocios no pueden seguir estando a disposición de las corporaciones financieras y los bancos privados movidos por la obtención de ganancias. Un partido independiente de la clase obrera por el socialismo debe exigir la nacionalización de los bancos bajo el control de los trabajadores y sus comunidades. Como dice Michael Roberts:

La propiedad pública, gestionada democráticamente, acabaría con la banca como máquina de hacer dinero dilapidadora, corrupta e inestable, que paga grotescos salarios, primas y ganancias de capital a una pequeña camarilla de especuladores superricos (que especulan con nuestros depósitos) y, en su lugar, la convertiría en un servicio público para sus clientes, hogares y negocios, cuyas ganancias irían a parar al conjunto del país.

Junto con la crisis bancaria, algunos economistas advierten del peligro de estanflación, mientras que otros sostienen que el mayor peligro es la recesión. Aunque todavía no está claro en qué dirección puede girar la economía, en cualquier caso, la clase capitalista se está preparando una vez más para asegurarse de que la crisis la paguen la clase trabajadora y los pobres.

Solo una clase obrera unificada puede luchar contra los ataques que se avecinan y hacer que los capitalistas paguen por las crisis que ellos mismos crean. Un partido independiente de la clase obrera debe exigir aumentos salariales inmediatos para todos los trabajadores, iguales o superiores a la inflación; la ampliación y el aumento de las prestaciones por desempleo para todos los trabajadores desocupados o subempleados, incluidos los inmigrantes indocumentados, los estudiantes y los que ya estaban desempleados antes de la crisis actual; la cancelación inmediata de todas las formas de deuda personal, incluida la deuda estudiantil y médica; congelar todos los despidos para evitar más desempleo y proteger los medios de subsistencia de los trabajadores; y la redistribución de las horas de trabajo a todos los trabajadores disponibles sin reducción salarial.

Partiendo de estas demandas, la única perspectiva realista para evitar que se les robe una vez más a la clase trabajadora y los pobres es expropiar sin indemnización a todas las corporaciones que han seguido beneficiándose –o que incluso han aumentado sus ganancias– a costa de los trabajadores. Debemos tomar las ganancias que Amazon, General Electric, Walmart, Boeing y otros han obtenido durante la pandemia, y redireccionarlas hacia la ayuda a los millones de trabajadores y pobres que están peleando por salir adelante.
Los 50 estadounidenses más ricos poseen ahora casi tanta riqueza como la mitad de la población de Estados Unidos. Los programas sociales que necesitamos para salvar a la clase trabajadora deben financiarse mediante impuestos a la riqueza de estos parásitos. Pero esto por sí solo no es suficiente; es una medida básica e inmediata que debe conducir finalmente a la expropiación de los grandes monopolios de la industria y los servicios y a la planificación racional y democrática de toda la economía bajo el control de la clase obrera.

Que no haya más guerra salvo la guerra de clases

El capitalismo estadounidense mantiene su poder no solo oprimiendo a la clase obrera en su propio país, sino a través de sus intervenciones en todo el mundo –tanto directamente mediante acciones militares, sanciones económicas y embargos– como indirectamente patrocinando y apuntalando regímenes represivos e instituciones internacionales de represión contra la clase obrera. Esto se suma a toda una red de acciones encubiertas destinadas a sustituir a los gobiernos que se niegan a cumplir las órdenes de Estados Unidos. En la actualidad, las acciones del imperialismo estadounidense se centran especialmente en un intento brutal de restablecer el dominio de su capitalismo nacional en todo el mundo, lo que expone a los pueblos de todo el planeta al riesgo de más guerras y privaciones.

Un ejemplo de esto es la participación de Estados Unidos en la guerra de Ucrania, que no es, como se argumenta comúnmente, por la liberación o defensa de su pueblo, sino que tiene como objetivo rearmar y expandir la OTAN, liderada por Estados Unidos, y preparar una mayor confrontación con China. Un partido independiente de la clase obrera debe luchar contra la guerra, contra Putin y la invasión rusa, contra el reaccionario régimen antiobrero de Zelensky, y contra el rearme imperialista y el avance de los Estados miembros de la OTAN, incluyendo el suministro de armas estadounidenses y de la OTAN a Ucrania. Los partidarios de la guerra en Ucrania quieren hacernos creer que los trabajadores rusos y chinos son de alguna manera los enemigos de los trabajadores de Estados Unidos. Pero nada más lejos de la realidad; se trata de una forma de despiste, que se basa en un chovinismo extremo para justificar una lucha por la hegemonía mundial. El inmenso proletariado chino es amigo del poderoso proletariado de Estados Unidos. Un partido obrero independiente en Estados Unidos debe rechazar el discurso chovinista de los dos partidos imperialistas y abrazar una perspectiva de solidaridad internacionalista con las clases trabajadoras de todo el mundo. En Estados Unidos debemos apoyar todas las luchas de la clase obrera china contra su propio gobierno, como las recientes luchas explosivas en Foxconn y la pelea contra la política autoritaria de COVID Cero, así como los combates de la clase obrera rusa para resistir los esfuerzos bélicos del Kremlin.

Mientras tanto, republicanos y demócratas están en una carrera para ver quién puede adoptar una postura más dura contra China para proteger la hegemonía y los intereses capitalistas de Estados Unidos, y ambos están unidos en sus esfuerzos por imponer más sanciones a Irán, Venezuela y Cuba, exacerbando los efectos de la actual crisis económica y sanitaria mundial para millones de trabajadores en un intento por afianzarse en esas regiones.

Las políticas de “EEUU primero” de Trump y la imposición del unilateralismo en política exterior fueron una manifestación agresiva de un imperio en declive. Pero Biden también ha sido increíblemente agresivo en términos de revigorizar el multilateralismo tradicional detrás del rearme de las potencias de la OTAN. El enorme presupuesto asignado al ejército estadounidense para perpetuar la dominación imperial también afecta a las masas de Estados Unidos, que carecen de salud, educación y vivienda públicas. La lucha contra el imperialismo es internacional y unifica al conjunto de la clase obrera y los oprimidos de todo el mundo. En Estados Unidos, es esencial construir una fuerte oposición a la agenda imperialista bipartidista. Apoyamos las luchas de la clase obrera y los oprimidos de todo el mundo, buscando la unidad internacional que necesitamos para hacer que los capitalistas paguen por la crisis y poner fin a las guerras reaccionarias.

Un partido independiente de la clase obrera en Estados Unidos debe exigir el fin inmediato de las guerras imperialistas. Pero esto no significa dar apoyo político a otros regímenes capitalistas, incluidos los gobiernos ruso y chino. Debe exigir la retirada inmediata de todas las fuerzas militares de EE.UU. en todo el mundo y el cierre inmediato de las casi 750 bases militares en el extranjero, ya sea que se trate de dotaciones en tiempos de paz o participando activamente en guerras. No debe proporcionarse ayuda militar estadounidense a otros países que –como Israel– cuentan con las armas y el dinero de Estados Unidos para mantener el poder y reprimir a la población en sus propios países y en otros lugares.

Un partido de la clase obrera en Estados Unidos debe luchar por un Estado palestino democrático, laico y único que abarque todo el territorio palestino histórico, desde el río Jordán hasta el Mediterráneo, y por el cese inmediato de cualquier nueva anexión de Cisjordania. La única manera de hacer realidad esta exigencia del pueblo palestino es luchar por el desmantelamiento del Estado israelí como enclave proimperialista y colonial en la perspectiva de una Palestina obrera y socialista en la que árabes y judíos puedan vivir en paz.
También debemos llamar a levantar todas las sanciones de Estados Unidos contra todos los países. Estas sanciones –desde Irán y Cuba hasta Venezuela, Corea del Norte y Gaza– impiden que millones de trabajadores reciban alimentos, medicinas y otros artículos que necesitan desesperadamente.

Debemos denunciar la injerencia encubierta o abierta de Estados Unidos en Venezuela, y mostrar nuestro apoyo a la clase obrera venezolana en su lucha contra la agenda imperialista de Estados Unidos. Esto no significa, sin embargo, dar apoyo político a los gobiernos capitalistas, procapitalistas o totalitarios de ningún país. Por el contrario, luchamos por la libertad de los presos políticos de los trabajadores y los oprimidos, y exigimos el fin de la represión contra la clase obrera y los oprimidos en Venezuela y en todos los demás países donde Estados Unidos ejerce su influencia, saquea los recursos y juega su competencia con China.

También exigimos el fin de la injerencia y las operaciones militares de Estados Unidos en África, incluyendo el desmantelamiento de AFRICOM y la intervención financiera en todo el continente que continúa el legado de la colonización.

Un partido de la clase obrera en EE.UU. debe luchar para poner fin a la “guerra contra las drogas” en México y América Latina, y oponerse fervientemente a la militarización en esos países, ordenada por la Casa Blanca y armada por las corporaciones estadounidenses. Debemos luchar por cancelar toda la deuda externa, una herramienta de opresión que el capitalismo utiliza para mantener a la mayoría de las naciones del mundo dependientes de los países imperialistas a través de los bancos y las instituciones financieras internacionales (como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional).

Oponerse al imperialismo también significa exigir el respeto a la autodeterminación de todas las colonias estadounidenses en el Caribe y el Pacífico –lo que el gobierno llama territorios–, incluidos Puerto Rico, Guam y las Islas Vírgenes estadounidenses.

Fronteras abiertas e internacionalismo obrero

El imperialismo ha creado condiciones insoportables para las masas de los países semicoloniales por medio del militarismo, la guerra contra las drogas y la penetración masiva del capital transnacional. Es la causa más profunda de la migración a Estados Unidos, principalmente desde Centroamérica, México y el Caribe.

El régimen bipartidista estadounidense siempre ha impuesto la opresión de las comunidades inmigrantes y racializadas dentro de sus fronteras. La historia de Estados Unidos está impregnada de violencia estatal y racismo sistémico contra las personas de color. Desde la colonización, el desplazamiento y el genocidio de los pueblos indígenas del continente, hasta la esclavización masiva de los negros secuestrados en África, los pueblos del mundo y de dentro de Estados Unidos tienen el mismo enemigo. Por eso la lucha por un mundo sin fronteras es internacional.

El gobierno de Biden ha desplegado recientemente tropas y agentes de la patrulla migratoria en la frontera sur, mientras que, en estados como Florida, el republicano de extrema derecha Ron De Santis ha emprendido una despiadada y oportunista ofensiva antiinmigrante.

Por lo tanto, cualquier partido de la clase obrera debe tener también una perspectiva internacionalista, que luche contra los ataques a los migrantes y por la apertura y desmilitarización inmediata de todas las fronteras. Debemos luchar partiendo de la consigna de “¡que entren todos!”. También debemos exigir que no se destine ni un centavo más para construir un muro en la frontera sur de Estados Unidos, un proyecto racista y antihumanitario para convertir en chivos expiatorios a los migrantes que huyen de la pobreza y la delincuencia en países que han sido diezmados por el imperialismo estadounidense; el cese inmediato de todas las deportaciones y medidas represivas contra los migrantes; la abolición del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE); y el cierre de todos los centros de detención del ICE, que funcionan como campos de concentración para los inmigrantes más vulnerables del mundo. Y también debemos legalizar plenamente y afirmar los derechos de los inmigrantes indocumentados que viven en Estados Unidos, independientemente de su país de origen o del color de su piel.

Hagámoslo realidad: Por una red para un partido de la clase obrera por el socialismo

Como hemos explicado y argumentado a lo largo de este documento, es evidente que el mundo se encuentra una vez más en una encrucijada. Enfrentados a una nueva fase de degeneración económica capitalista, degradación medioambiental, guerras, crisis, levantamientos y luchas globales emergentes, es imperativo que nosotros, la clase obrera de Estados Unidos, en el corazón del mundo imperialista, tomemos ahora nuestro futuro en nuestras manos construyendo en forma rápida y audaz el tipo de partido independiente de la clase obrera que se necesita para empezar a transformar esta situación de catástrofe inminente en una de posibilidades y de esperanza.

Como parte de este proceso, queremos invitar a todas las organizaciones a las que hemos dirigido este llamamiento y a todas aquellas que se sientan interpeladas por él a debatir cómo crear una red para un partido independiente de la clase obrera que luche por el socialismo. Esta red organizaría, como primer paso, un debate y una discusión amplios y democráticos con la izquierda, con los activistas sindicales y del movimiento social, y con todos los que luchan en nombre de la clase obrera y los oprimidos, sobre el tipo de partido que necesitamos y cómo construirlo. Este llamamiento y este debate son para todos los que quieren organizarse por fuera del Partido Demócrata y construir la hegemonía de la clase obrera por medio de la independencia de clase, y para todos los que creen que necesitamos un partido para luchar por el socialismo con los métodos de la lucha de clases. Además de este manifiesto, queremos facilitar este diálogo abriendo las páginas de nuestra publicación, Left Voice, a todos aquellos que estén interesados en debatir y discutir esta importante cuestión de forma constructiva y camaraderil. También alentamos y estaríamos dispuestos a participar en discusiones públicas, paneles y debates sobre la construcción de un partido de la clase obrera que luche por el socialismo.

Al mismo tiempo, queremos hacer un llamamiento a la izquierda socialista –DSA, Socialist Alternative, Tempest y otras organizaciones– para que, siempre que sea posible, intervengamos en forma conjunta y colectiva para fortalecer la voz de los socialistas revolucionarios en las luchas en curso en las que todos estamos involucrados, ya sea en el lugar de trabajo, en las escuelas o en las calles. Creemos que no hay tiempo que perder y que se dan las condiciones para que la voz de los socialistas revolucionarios llegue lejos y sacuda a las nuevas generaciones que luchan por tener sindicatos, por los derechos laborales y contra la opresión racial y de género.

Si el capitalismo es la extensión de la desesperanza, entonces que esta discusión sea el comienzo de la esperanza.

Traducción: Guillermo Iturbide

 
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