La delegación argentina que el fin de semana pasado culminó su visita a China al mando del ministro de Economía, Sergio Massa, se trajo algo de aire en las valijas: logró la renovación del swap (intercambio de monedas) y una ampliación de la disponibilidad de yuanes para pagar importaciones provenientes del gigante asiático por el equivalente a U$S5 mil millones. También, eventualmente, esos recursos se podrían utilizar para intervenir en el mercado de cambios con el objetivo de evitar una devaluación brusca. Para la escasez de reservas del Banco Central es como agua en el desierto. Por otro lado, Massa se trajo algunos compromisos de ingresos de divisas por parte de empresas chinas que tienen proyectos en el país: en este caso, la fluidez en el ingreso de esas divisas es más difusa.
En el acumulado a abril de 2023, nuestro país realizó exportaciones por U$S1.533 millones al gigante asiático y recibió importaciones por U$S4.130 millones: de este modo, el déficit comercial argentino alcanzó a U$S2.597 millones. China es el segundo socio comercial de Argentina, pero se ubica en la primera posición del ranking de esos socios cuando se mide solo el déficit comercial. El patrón que se configura en el comercio exterior indica que nuestro país ocupa su tradicional rol de exportador de materias primas e importador de bienes industriales. Pero, incluso las exportaciones desde nuestro país son, en gran parte, realizadas por las propias empresas asiáticas: el grupo chino Cofco se ubica entre los primeros agroexportadores que envían cereales y oleaginosas desde la región pampeana al mundo, en particular al este asiático.
Durante la gestión de Cristina Fernández de Kirchner se alcanzó un acuerdo bilateral que fue aprobado en el Congreso y, a pesar de algunas rispideces por el alineamiento con Donald Trump, ese acuerdo continuó durante el Gobierno Mauricio Macri. Lo pactado coloca a nuestro país en una “asociación estratégica integral” con China. Entre otros avances en nuestro territorio, el gigante asiático posee una estación espacial en Neuquén: todo indica que no se dedica estrictamente a cuestiones científicas. China también disputa con Estados Unidos el control de la Hidrovía Paraná-Paraguay, que es la ruta de salida de las riquezas del país; la introducción de la tecnología 5G para la cual Huawei ya tiene una alianza con el Grupo Clarín (dueña de la empresa de telefonía celular Personal); y el control del litio con acuerdos con YPF Litio.
El resultado de las negociaciones de Massa es que China logra afianzar su presencia en estas pampas: garantiza el ingreso de sus mercancías con el crédito en yuanes, que además reporta una ganancia financiera; y avanza con proyectos estratégicos en energía, transporte e infraestructura, tal cual los objetivos perseguidos con la Ruta de la Seda.
El reinado del FMI
Mientras tanto, la economía continúa en situación de estrés a la espera de definiciones políticas en vistas de la elección presidencial y de definiciones económicas sobre el acuerdo con el FMI. Los desequilibrios acumulados podrían desembocar en un descontrol cambiario, en un desborde inflacionario mayor y en una caída abrupta de la actividad si no ingresan dólares frescos del Fondo. Es lo que negocia el equipo económico. Pero ese eventual ingreso de dólares tampoco son una garantía de que no sucedan nuevas corridas hacia el dólar en el camino al recambio presidencial.
Al borde del cierre de listas, previsto para el 24 de junio, Massa intentará sellar un nuevo programa en Washington con el Fondo. De lograr que ingresen dólares a partir de envíos del FMI, Massa podrá dar mayor cimiento al puente que quiere construir hasta las PASO de agosto. Es un puente endeble en un país acostumbrado al tsunami de la fuga de capitales que se desata en cada período electoral donde se vota presidente. Para octubre falta una eternidad y para diciembre dos eternidades.
El acuerdo con el FMI tuvo que reperfilarse a los pocos meses de haberse sellado en marzo de 2022. Entre otros factores, a ese fracaso se debió la renuncia que presentó en julio del año pasado el ingeniero de ese acuerdo: Martín Guzmán. Ahora, Massa se enfrenta a un incumplimiento de casi todas las metas. Tiene la excusa de la sequía, que es cierto que significó un golpe fuerte al ingreso de divisas por exportación y en las arcas de la AFIP. No obstante, los acuerdos con el Fondo, en su propia formulación, están destinados al fracaso. Eso mantiene a los países en las redes del organismo multilateral.
Es la historia eterna de los planes fallidos con el FMI que conducen al abismo económico y social, pero son muy útiles a los objetivos estratégicos del imperialismo de los Estados Unidos de saque de los bienes comunes naturales del país, como bien lo conoce la jefa del Comando Sur del ejército yanqui, Laura Richardson, quien le tomó el gusto a visitar estas pampas. La ruptura con el FMI y el desconocimiento de una deuda plagada de irregularidades es urgente para no repetir siempre la misma historia.
El acuerdo de intercambio de información fiscal con los Estados Unidos que firmó el ministro de Economía da cuenta de los lazos estrechos que sostiene con los amos del norte. En función de ese acuerdo, esta semana envío al Congreso un proyecto de ley para que quienes evadieron impuestos y fugaron capitales sean perdonados: pagarán una tasa mínima para blanquear su patrimonio. Los Panamá Papers, los Pandora Papers o Bahamas Leaks, dan cuenta que toda la elite empresaria y política utiliza los paraísos fiscales (como el estado de Delaware en Estados Unidos) para ocultar su patrimonio: la familia Macri, Lázaro Báez, Blaquier (Ledesma), Coto, Garfunkel, Cristóbal López, Martín Redrado, Arcor, Magnetto, Antonio de la Rúa, Techint y la lista sigue.
Investigaciones del Congreso y develaciones de exempleados de J.P. Morgan y HSBC dejan expuesto cómo es el sistema bancario tiene una aceitada estructura para facilitar la evasión de impuestos y la fuga de capitales de la élite. En lugar de perdonar a los que saquean el país y conspiran contra los intereses de las mayorías es necesaria la nacionalización del sistema bancario y financiero, con la expropiación de los bancos privados, pero no para apropiarse de los ahorros de los sectores populares, sino para preservarlos. El sistema bancario, bajo gestión de sus trabajadores, puede ser una herramienta potente para garantizar el crédito barato para acceder a la vivienda, para impulsar microemprendimientos o para los pequeños comerciantes golpeados por la crisis.
Algún distraído podría pensar que Massa es un hábil jugador que aprovecha las tensiones geopolíticas entre Estados Unidos y China para sacarle un poquito a cada uno. O, al menos, esa es la imagen que parece querer vender el marketinero ministro. Hay quienes compran. La realidad es bien distinta. Bajo las urgencias del presente, para construir ese puente que necesita en la transición hasta el recambio presidencial, Massa profundiza la dependencia a dos bandos: con Estados Unidos, la potencia en decadencia que es la accionista mayoritaria del FMI, y con el gigante asiático que se ilusiona con seguir en su camino ascendente.
En esta situación, la mayor amenaza que tiene la economía es el propio Massa. El ministro amaga con retirarse de la conducción económica si el Frente de Todos decide definir la candidatura presidencial en las PASO: esta amenaza está destinada a Alberto Fernández. El presidente, de tanto empatizar con Raúl Alfonsín, no debe desconocer cómo concluyó aquél gobierno radical. Un recambio ministerial producto de un desacuerdo en la forma de definir las candidaturas elevaría la incertidumbre económica a la enésima potencia: el fantasma de una pérdida de control de la evolución de la crisis asecha. El mensaje no tan subliminar del tigrense parece ser claro: “soy yo o nadie”.
El fracaso neoliberal
Entre las fuerzas políticas que defienden el actual orden económico capitalista se configuran diversos proyectos que aspiran a ganar la elección presidencial.
En el extremo derecho, el libertariano Javier Milei propone la absoluta libertad de las grandes empresas para explotar fuerza de trabajo asalariada: promete contrarreformas laborales esclavistas y privatizaciones rabiosas. La experiencia que reivindica el economista despeinado es el menemismo de la pizza con champán. Su ídolo es Domingo Cavallo, el padre de la convertibilidad que estalló 2001 en una de las peores crisis económicas en la historia del país y con más del 20 % de desocupación y más de 50 % de las personas pobres.
Milei va mostrando sus cartas: está rodeado de economistas menemistas reciclados, como Carlos Rodríguez y Roque Fernández, formados con la doctrina de los Chicago boys, aquellos jóvenes chilenos soñadores que vieron realizado su ideal de “libertad” en la dictadura de Augusto Pinochet. Esta tribu representa una versión extrema del credo liberal que promueve el mercado autorregulado, la “mano invisible”, como el mejor mecanismo de asignación de recursos económicos.
La organización OXFAM estimó que, en todo el mundo, la riqueza de los milmillonarios aumentó más durante los veinticuatro primeros meses de la pandemia que durante los veintitrés años que transcurrieron entre 1987 y 2010. Es evidente que el mercado autorregulado como el “mejor asignador de recursos económicos” es muy efectivo para concentrarlos en unas pocas manos: las de los grandes capitalistas. El capitalismo se mostró más voraz cuando la humanidad más necesitaba de la solidaridad.
La ideología libertariana entra en el terreno de lo que Karl Marx llamó economía vulgar: es apologética del capitalismo, justifica la concentración obscena de riqueza en manos de unos pocos en simultáneo que existe un mar de pobres. Justifica la propiedad privada como producto del esfuerzo empresario cuando, en términos genéricos, en realidad es fruto de un robo originario operado en los inicios del capitalismo (como en nuestro país ocurrió con el despojo de la tierra a los pueblos originarios) e incrementado con el robo cotidiano del trabajo no pago a los trabajadores, que conforman la única clase social productora de riqueza.
En Juntos por el Cambio reside el mismo proyecto de libertad absoluta del capital para empobrecer a todos, en algunos casos coqueteando con los planteos de Milei como hacen los halcones Patricia Bullrich y Mauricio Macri. Pero las palomas con sus “buenos modales”, como Horacio Rodríguez Larreta, intentan disimular los fines últimos. El experimento jujeño del socio de Larreta, Gerardo Morales, exhibe el objetivo de cocinar un régimen.
La experiencia cambiemita, con los CEO tomando el gobierno, con el mejor equipo de los últimos cincuenta años, pasó de la promesa de “pobreza cero” a aumentar en diez puntos porcentuales la población bajo la línea de la pobreza. La prometida lluvia de inversiones gracias a la liberalización del movimiento de capitales resultó en un récord de fuga de capitales a guaridas fiscales, en mayor parte financiadas con deuda externa que hoy ahoga a las mayorías trabajadoras en la miseria.
Esa deuda externa, que benefició a unos pocos grandes empresarios, ahora el Frente de Todos la cargó sobre las espaldas de las mayorías trabajadoras que por décadas pagarán los compromisos que hizo Martín Guzmán con el FMI (que Massa busca extender) y con los lobos de Wall Street.
El fracaso neodesarrollista
En contraposición a la idea del mercado autorregulado, la visión intervencionista del Estado remite en América Latina a las teorías desarrollistas o estructuralistas que reconocían la tensión entre el centro y la periferia, o entre países dependientes y potencias imperialistas, según las diversas versiones. En sus orígenes, esas teorías proponían la transformación estructural de los países en favor de mayor industrialización, de conquistar una mayor complejidad de la estructura económica, aún al costo de provocar desequilibrios macroeconómicos. El resultado de la aplicación de políticas en base a esas concepciones arrojó una industrialización limitada: no logró superar el atraso en relación a las potencias ni rompió la subordinación al imperialismo. Ese “modelo” entró en crisis en los años 1970 y 1980.
El neodesarrollismo reactualizado a principios del siglo XXI, y que reside como un resabio del pasado en el Frente de Todos, es una degradación de las versiones originales: abandonó la intención de promover el cambio estructural en favor de alabar la búsqueda de los equilibrios macroeconómicos. Ahora contribuye a que se imponga la razón fondomonetarista: ajustar a todos para alcanzar el superávit fiscal y pagar la deuda; juntar dólares en el Banco Central para pagar la deuda, rifar los bienes comunes para pagar la deuda.
El año pasado, en su visita a Chaco, la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, reivindicó el capitalismo de Estado. El kirchnerismo obtuvo como resultado de sus tres gestiones una economía más primarizada con la expansión de los agronegocios. La falta de políticas industrialistas que Matías Kulfas le criticó a CFK en el libro Los tres kirchnerismos, es la política actual. Mientras tanto, la intervención del Estado frentetodista mejoró de manera fabulosa las condiciones para la realización de ganancias empresarias, aumentó la tasa de explotación de la clase trabajadora y empujó a que la pobreza se establezca en un nuevo nivel, incluso más alto que el heredado del macrismo.
A 20 años de la asunción de Néstor Kirchner, en el acto de Plaza de Mayo, el clima celebratorio no evitó que se destaquen las indefiniciones de CFK sobre las candidaturas. La vicepresidenta intenta exorcizar el hecho maldito de haber postulado a Alberto Fernández, el hombre equivocado, para la tarea correcta, con una exaltación del programa.
“Tiene que haber cuadros que tomen la posta y lleven adelante el programa de gobierno que necesita la Argentina. Miren: créanme que la Argentina necesita imperiosamente tres o cuatro ejes sobre los que desarrollar ese programa. El primero, y en esto quiero dirigirme no solamente a los que piensan como yo o están en esta plaza. Si nosotros, los argentinos y argentinas no logramos que ese programa que el Fondo Monetario impone a todos sus deudores, sea dejado de lado y nos permita elaborar un programa propio de crecimiento, de industrialización, de innovación tecnológica, va a ser imposible pagarlo por más que digan lo que digan”, explicó la vicepresidenta en Plaza de Mayo.
El “candidato es el programa” parece pregonar CFK. El programa sería el reaseguro para que, sea quien sea el candidato, no haya sorpresas en un eventual futuro gobierno del FDT, o como se llame esa coalición en las próximas elecciones. Es la misma fórmula de 2015, cuando el kirchnerismo apelaba a que “el candidato es el proyecto” para defender la candidatura de Daniel Scioli. En 2019, aunque no fuera a través de una gran pieza literaria ni de propuestas profundas, en la campaña se prometió llenar la heladera y que regresaría el asado al menú de los argentinos. Y también se prometió cuestionar el acuerdo con el FMI. Ese programa fue simplemente papel mojado.
El kirchnerismo votó el ajuste a los jubilados en la ley de “solidaridad”, apenas asumió Alberto Fernández, es decir antes de la pandemia. También apoyó la reestructuración de deuda en favor de los lobos de Wall Street en 2020. Mantuvo el silencio mientras el exministro de Economía, Martín Guzmán, desde que asumió hasta cerrar el acuerdo con el FMI, pagó a este organismo U$S 7.500 millones, entre capital e intereses, según consta en la Oficina de Presupuesto del Congreso. El kirchnerismo, además, acompañó la votación de todos los presupuestos de ajuste, incluido el Presupuesto 2023, formulado plenamente bajo los lineamientos del último acuerdo con el Fondo. Más allá del desplante de Máximo Kirchner con su renuncia a presidir el bloque del Frente de Todos, los pibes para la liberación de La Cámpora no pudieron, no quisieron, no los dejaron, enfrentar el avance de los planes fondomonetaristas.
A veinte años de la asunción de Néstor Kirchner y su negativa a dejar sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada, CFK busca mantener centralidad política a pesar de un evidente balance negativo sobre un aspecto vertebral del ideario peronista, de su programa; el que remite a la construcción de una burguesía nacional. No lo hizo notar la izquierda. Quien lo expuso fue Alfredo Zaiat en el diario Página 12: “El saldo negativo de la propuesta ha sido notable. No logró que la elite empresarial, en un entorno económico favorable, incrementara la inversión reproductiva, reinvirtiera utilidades y disminuyera la fuga de capitales. El kirchnerismo lo intentó de diferentes maneras sin respuesta favorable”.
CFK carga con el lastre de ese fracaso que tiene una dimensión superior al fracaso en la elección de los hombres equivocados (primero Scioli, después Alberto ¿ahora Massa?). Se trata del fracaso en reconstruir una burguesía nacional. Sea como sea que se complete el álgebra de la fórmula presidencial que impulse la vicepresidenta, el factor Massa asociado a La Cámpora es la expresión acabada de ese fracaso: se trata del hombre de las relaciones aceitadas con la burguesía prebendaria de los Vila-Manzano (Edenor), de los Brito (Banco Macro), entre otros tantos, y que hoy despliega toda su energía en profundizar los lazos de dependencia con las potencias económicas.
En los últimos cuarenta años, las fuerzas políticas que defienden el sistema capitalista condujeron a la decadencia económica y social actual. El régimen político buscará en el proceso electoral legitimar al encargado de los ataques que vendrán. El futuro que prometen repite las recetas del pasado.
La clase trabajadora y el pueblo pobre tienen que oponer su propio programa frente a las fuerzas capitalistas. La propuesta de reducir la jornada laboral a 6 horas, 5 días a la semana, sin reducción salarial, sin flexibilización, con plenos derechos, para repartir las horas de trabajo entre ocupados y desocupados, se ubica en el horizonte de elevar las aspiraciones de la clase trabajadora, combatir la división que todo el tiempo busca imponer el gran capital y darle un golpe a la precarización laboral. No se puede vivir solo de un plan social, con trabajo precario o con bajos salarios que llevan al pluriempleo o a dejar la vida en las fábricas. De aplicarse en las 12 mil grandes empresas la reducción de la jornada laboral podría crearse en lo inmediato 1,1 millón de nuevos puestos de trabajo.
La inflación es una máquina de generar pobreza. Es una necesidad de la clase trabajadora la actualización mensual automática de salarios, jubilaciones y planes sociales según el aumento de la inflación. Desde diciembre de 2015 hasta marzo 2023, los salarios del sector registrado (privado y público) perdieron 20 % del poder de compra. En el sector informal, el retroceso entre octubre 2016 (donde empieza la serie de datos de Indec) y marzo de este año, es aún mayor: 40 %. Es prioritario recuperar lo perdido y que nadie cobre menos de lo que cuesta la canasta familiar.
Contra toda resignación a la miseria de lo posible, la clase trabajadora es la única que puede reorganizar la economía sobre nuevas bases. La nacionalización integral de los recursos estratégicos del país (comercio exterior, petróleo, gas o litio) bajo control y gestión de los trabajadores y comunidades involucradas, para avanzar en las mejores formas de producción garantizando el cuidado del agua y el ambiente, permitiría reorganizar el país desde abajo. Esto requiere impugnar la propiedad privada del gran capital, poner la ciencia y todos los recursos estratégicos en función de atender las necesidades sociales.
Una versión de este artículo fue publicada en El Juguete Rabioso, el newsletter de economía de La Izquierda Diario, el día 8 de junio de 2023. |