En los valles del Perú, la sierra, la costa, a 11.000 kilómetros de la capital sueca, como en otras partes de América Latina, se llora la muerte del hombre que durante más de medio siglo fue la voz de los más pobres, de los desheredados y de los olvidados. Durante varias décadas, la vida de Hugo Blanco estuvo entrelazada con el compromiso de los marxistas revolucionarios latinoamericanos, herederos de León Trotsky, de sus debates, de sus apuestas y de sus esperanzas truncadas por un futuro sin explotación ni opresión, sin rendirse nunca, contra viento y marea.
Hugo Blanco nace el 15 de noviembre de 1934 en el Cuzco en el seno de una familia acomodada pero claramente comprometida con los intereses de los más pobres. Su padre, abogado, defiende a los campesinos, a quienes los grandes terratenientes y los gamonales tratan como bestias de carga. Sus hermanos son militantes de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), la organización nacionalista de Víctor Haya de la Torre, y bajo el gobierno de Manuel Prado Ugarteche, que declaró con la asesoría de la embajada de Estados Unidos la guerra a los apristas y a los militantes de izquierda, tienen que exiliarse para escapar de la cárcel. Blanco se reúne con ellos en la Argentina donde emprende la carrera de agronomía en la Universidad de La Plata pero el aprismo no lo convence. En La Plata, entra en contacto con los militantes trotskistas de la agrupación Palabra Obrera, liderada por Nahuel Moreno. A estas alturas, ya sabe que su vida estará al lado de los más humildes, de los explotados y oprimidos.
Para ello, está dispuesto a tirar abajo las etapas de lo que, en aquel momento, se presenta como el único modelo revolucionario posible: Primero la revolución agraria, democrática y antiimperialista, luego, en una segunda fase, el socialismo, siempre postergado, sin que aquel horizonte sea nunca definido ni realmente defendido estratégicamente, ni por el APRA ni por el Partido Comunista Peruano (PCP), que ya no tiene nada que ver con el partido fundado treinta años antes por José Carlos Mariátegui. Blanco sólo tiene veinte años, pero ya la tiene muy clara: sacó el balance del nacionalismo burgués aprista defendido por sus hermanos, y del comunismo oficialista, estalinista y prosoviético. Decide abrazar la causa de la IV Internacional. Para seguir militando, interrumpe los estudios, se “proletariza” y empieza a trabajar de peón en el frigorífico Swift, de Berisso, en las afueras de La Plata. Sin embargo, ni bien lo permite la situación política, opta por volver a Lima para ayudar a reconstruir el Partido Obrero Revolucionario (POR) peruano.
"¡Tierra o muerte!": La lucha campesina
Siendo el POR en el punto de mira de la policía, sobre todo a raíz de una manifestación antiimperialista contra la visita de Nixon, entonces vicepresidente de Estados Unidos, en 1958, y también bajo la influencia de la Revolución Cubana, cuyo eco retumba en toda América Latina, la dirección de su organización decide trasladar a Blanco a su provincia natal. En 1959, en el Cuzco, trabaja como vendedor de periódicos, organizando el primer sindicato del sector, pero es hacia el campesinado que decide entregarse en cuerpo y alma.
A pesar de la vigilancia de las autoridades políticas -que siguen de cerca lo que ocurre en la zonas rurales- y en abierta pugna con la dirección regional del Partido Comunista -que pretende mantener un control férreo sobre las organizaciones campesinas y que persigue a los trotskistas con la misma saña que la policía de Prado Ugarteche-, Blanco y los militantes que recluta logran ganarse la confianza de los dirigentes campesinos locales, sobre todo en los valles de la precordillera andina, en las provincias de Lares y Concepción. Allí viven decenas de miles de familias, en condiciones miserables, "a 4.000 metros sobre el nivel del hambre", según el verso del poeta boliviano Eliodoro Aillón Terán.
Pronto, Blanco y sus compañeros logran conquistar la dirección de la Federación Departamental de Campesinos del Cuzco. Es una época de lucha sin cuartel contra los terratenientes. Los campesinos traducen al quechua y ponen en práctica la consigna acuñada por Emiliano Zapata durante la Revolución Mexicana y retomada por los Barbudos cubanos que acaban de derrocar al dictador Fulgencio Batista: "¡Otaq hallp’a, otaq wañuy!", "¡Tierra o muerte!". A ese lema, Blanco agrega el programa de la IV Internacional, tal como está declinado por el POR peruano y por la corriente trotskista a la cual está afiliado en aquel momento, el Secretariado Latinoamericano del Trotskismo Ortodoxo (SLATO): Plantea la cuestión de la autodefensa campesina, la alianza de clases entre trabajadores de la cordillera y de las ciudades, la perspectiva de un gobierno obrero y campesino y la revolución latinoamericana y mundial como horizonte.
El objetivo es recuperar las tierras comunitarias, arrebatadas después de la Conquista, un proceso que se profundiza bajo la República independiente que consolidó el dominio de los latifundistas tanto peruanos como extranjeros en detrimento de los pequeños campesinos en la Sierra, en la costa y en la Amazonia peruana. Para ello, Blanco crea sindicatos, defiende el método de la acción directa, conforma milicias de autodefensa campesina y se empiezan a tomar las haciendas. Desde las alturas de Chaupimayo, cuartel general de los revolucionarios, los militantes lanzan “desde abajo” la reforma agraria en el departamento del Cuzco. Se apoyan en lo que Blanco define como una suerte de dualidad de poder basado en una administración alternativa de las comunidades campesinas. Durante casi tres años se libra una verdadera guerra contra los hacendados protegidos por la policía y sus guardias blancas.
Desbaratando la persecución del ejército, tendiendo emboscadas a las fuerzas de represión, organizando asambleas en los "ayllus", Blanco y los suyos luchan sin descanso. En 1962, varios miles de campesinos marchan sobre el Cuzco pero Blanco cae en manos de las autoridades el 15 de mayo de 1963. Sin embargo, aunque la dirección de las milicias de autodefensa de la Federación campesina departamental queda desarticulada, el experimento deja una huella profunda y trasciende las fronteras. En agosto de 1963, desde Argel, donde realiza una de sus viajes fuera de Cuba, el mismo Che Guevara declara, en una entrevista a El Moudjahid, órgano del Frente de Liberación Nacional argelino que “Hugo Blanco (…) luchó enérgicamente, pero la represión fue fuerte. No sé cuál era su táctica, pero su caída no significa el fin del movimiento. Hugo Blanco dio un ejemplo, un buen ejemplo, y luchó todo lo que pudo. Pero sufrió una derrota, las fuerzas populares sufrieron una derrota. Esta es sólo una etapa pasajera. Después vendrá otra etapa”. En efecto, el espíritu de revuelta y de lucha por la dignidad perduran y se fortalecerán en los años siguientes con la multiplicación de ocupaciones de tierras en el Cuzco, en la región de Puno, extendiéndose progresivamente a todo el Sur de Perú.
"¡Hugo Blanco no debe morir!
Después de su captura, Blanco es sentenciado a la pena de muerte. Sin embargo, gracias a una intensa campaña a escala internacional en la que participan, entre otros, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir y decenas de intelectuales, se le conmuta la pena por 25 años de prisión. Es tal su popularidad que sigue siendo elegido para la dirección de la Federación Campesina del Cuzco, a pesar de estar encarcelado en el penal de máxima seguridad de la isla del Frontón, ubicada frente al Callao, a mil kilómetros de distancia.
Blanco es finalmente liberado tras una amnistía decretada por el gobierno bonapartista de izquierda del general Velasco Alvarado en 1970. Pero éste se apresura a expulsar al militante que, en todos los valles andinos, sigue siendo considerado como el representante indiscutible de las luchas campesinas. Alvarado pretende llevar a cabo una reforma agraria, iniciada un año antes, pero "desde arriba". El gobierno quiere organizaciones campesinas sometidas al régimen, no sindicatos autónomos y clasistas que lucharían junto a los trabajadores de las ciudades por un socialismo auténtico. Exiliado primero en México, Blanco es enviado a Argentina, donde es detenido por la dictadura militar. Una nueva campaña le permite llegar al Chile de la Unidad Popular. En Santiago, sigue militando con los trotskistas y, en particular, junto a los Cordones Industriales, a partir de octubre de 1972, tanto para luchar contra la reacción patronal como para enfrentar las vacilaciones del gobierno de Salvador Allende que terminará finalmente derrocado por aquellos en quienes el presidente y el Partido Comunista chileno habían depositado su confianza, las Fuerzas armadas lideradas por Augusto Pinochet.
Nuevo exilio y regreso a Perú
Comienza una nueva larga historia de exilio, primero en Argentina y luego en Suecia. A lo largo de estos años, Blanco participa en los debates en el seno del Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional (SU). Uno de los principales puntos de discusión está relacionado a la cuestión latinoamericana y la línea política adoptada allí por las organizaciones revolucionarias afiliadas al SU. Por un lado, la Tendencia Mayoritaria Internacional (TMI) encabezada por Ernest Mandel, Livio Maitan y la dirección de la Liga Comunista de Francia, defiende una estrategia basada en gran medida en la lucha armada. Por el otro, la minoría, la Tendencia Leninista Trotskista (TLT), integrada por la corriente dirigida por Moreno y el Socialist Workers Party estadounidense, defiende una estrategia basada en la perspectiva de la huelga general y de la insurrección, siendo los elementos de autodefensa -como los llevados a cabo por Blanco en Perú en 1961-1963- subordinados a esta perspectiva general.
El debate continuará después, sobre todo en el contexto del ascenso revolucionario en Centroamérica que conduce, entre otras cosas, al derrocamiento de Somoza en Nicaragua por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (Fsln). En aquellos años, sin embargo, Hugo Blanco se distancia de la TLT y se integra a la mayoría del SU. Mientras tanto, desde Suecia, organizando varias giras internacionales, Blanco sigue siendo activo en las campañas de solidaridad con las luchas contra las dictaduras que, una a una, bajo los auspicios de la administración estadounidense y con la complicidad de los gobiernos de Europa Occidental, habían llegado al poder desde mediados de los años sesenta.
A partir de 1976, el régimen militar peruano empieza a tambalearse bajo los golpes de un amplio proceso de lucha y la dictadura del general Francisco Morales Bermúdez busca una salida a través de una "transición controlada". En este contexto, Blanco es elegido diputado a la Asamblea Constituyente por el Frente Obrero Campesino Estudiantil y Popular (FOCEP), que obtiene el 12% de los votos en las primeras elecciones libres de 1978. A pesar de la represión y del exilio, Blanco es el diputado de izquierda más votado y su elección le permite regresar a Perú. Utilizando la Asamblea Constituyente como tribuna, como haría después como diputado del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), hasta mediados de los años ochenta, se hace el portavoz de las luchas obreras, campesinas y populares. Elegido senador en 1990, esta vez por la coalición Izquierda Unida, el autogolpe de Alberto Fujimori en 1992 le obliga a exiliarse de nuevo.
A finales de los años ochenta, Blanco comienza a distanciarse de las distintas corrientes del trotskismo organizado de las que, hasta entonces, había sido una de las figuras. Posteriormente, con la caída del muro de Berlín, el desmantelamiento de la URSS, la crisis de las izquierdas tradicionales a escala nacional e internacional, Blanco pasa a reivindicarse indigenista y ecosocialista, inspirándose, entre otros, por el neozapatismo mexicano del EZLN, cercano, durante un tiempo, al chavismo venezolano y al MAS de Evo Morales. Defensor hasta el final de la causa de las naciones indígenas, de sus luchas contra la depredación de las multinacionales, en defensa del medio ambiente y contra el expolio extractivista, Blanco repartió los últimos años de su vida entre "sus" tierras del Cuzco, desde donde seguía dirigiendo la revista Lucha indígena, giras internacionales, en defensa de las causas que sentía como centrales para el Siglo XXI, y Suecia, donde viven dos de sus hijas y donde finalmente murió, no sin haber apoyado en estos últimos meses la resistencia peruana contra el gobierno golpista de Dina Boluarte.
"¡Kutimunqan p’unchay!"
En 1969, mientras estaba apresado en El Frontón, Blanco compartió un intercambio epistolar, en quechua, con José María Arguedas. En la primera carta, fechada el 11 de noviembre de 1969, Blanco recuerda la toma del Cuzco por las autodefensas campesinas, más de siete años atrás: “Cuánta alegría habrías tenido al vernos bajar de todas las punas y entrar al Cuzco, sin agacharnos, sin humillarnos, y gritando calle por calle: “¡Que mueran todos los gamonales! ¡Que vivan los hombres que trabajan!”. Al oír nuestro grito, los mestizos hispanohablantes [Mistichakunataqh, en la versión original], como si hubieran visto fantasmas, se metían en sus huecos igual que pericotes. Desde la puerta misma de la Catedral, con un altoparlante, les hicimos oír todo cuanto hay, la verdad misma, lo que jamás oyeron en castellano; se lo dijimos en quechua. Se lo hicieron oír los propios campesinos [maqt’as], esos que no saben leer, que no saben escribir, pero sí saben luchar y saben trabajar. Y casi hicieron estallar la Plaza de Armas esos maqt’as emponchados. Pero ha de volver el día, taytáy, y no solamente como aquel que te cuento, sino más grande. Días más grandes llegarán; tú has de verlos. Muy claramente están anunciados.”
Sin más fronteras ni más patria que la causa de los explotados y oprimidos, Blanco ha muerto, y la revolución ha perdido a uno de sus militantes. Para quienes cruzaron su camino o se identifican con las luchas que han sido suyas, toca retomarlas donde él las dejó. Para que, nuevamente, “días más grandes lleguen” y que las y los que “trabajan y saben luchar" puedan volver a tomar por asalto todos los Cuzcos que existen, tanto en los Andes como en el mundo entero. |