Estas revueltas que estallaron el martes tienen muchas similitudes con las de 2005. Desde la muerte de Zyed y Bouna, no conocíamos 48 horas de revueltas en más de cincuenta ciudades. Esto marca claramente un salto en el radicalismo después de otra muerte en los barrios, como lo demuestran las acciones que apuntan a las instituciones. Ya sea la prisión de Fresne (comuna de la Región Parisina), la estación de Policía atacada en Mantes-la-Jolie (municipio de los suburbios del oeste parisino), los uniformes policiales robados, todos estos son ataques organizados contra lugares de poder.
El ministro del Interior, Gérald Darmanin tuvo que reconocer que son los "símbolos de la República" los principales objetivos. Así que hay muchos casos aislados de robos de Franprix (cadenas de supermercados con sede en París), sin embargo los enfrentamientos son eminentemente políticos. La generación que se moviliza en general nació después de 2005 y no experimentó lo que sucedió ese año. Sin embargo, la lucha contra la violencia policial realizada durante más de 15 años ha forjado conciencias y ha permitido que los más jóvenes convivan con esta historia. Al enojo por la muerte de Nahel se suma obviamente toda la miseria social, el deterioro de los servicios públicos y el autoritarismo que viven a diario los habitantes de los barrios.
El mismo hecho de que los diputados se sientan obligados a rechazar los llamados a la calma es el síntoma del hartazgo generalizado que se expresa en la población, un ejemplo de eso son las respuestas en las redes sociales. Muchos comentarios se refieren a la historia revolucionaria de este país. Otros muestran entusiasmo al ver que esto explota de verdad y que la Policía y el Estado están siendo atacados.
Estas expresiones de radicalismo encuentran sus raíces en los 7 años que acaban de transcurrir y que han visto una respuesta a la lucha de clases y la radicalización autoritaria del Estado: desde la ley El Khomri en 2016 hasta los movimientos de pensiones pasando por los Chalecos Amarillos en 2018 y su represión violenta, hasta hace poco la disolución de los Levantamientos de la tierra o la continua represión de los activistas sindicales. Hoy el hecho de que el movimiento social y ecologista, la Francia periurbana, la juventud de las grandes ciudades hayan sufrido la represión policial bajo las sucesivas presidencias de Hollande y Macron ha creado un fuerte sentimiento de solidaridad y un vínculo con la lucha liderada por la juventud de los barrios populares de hoy.
Leí un comentario que decía “tienen la valentía de hacer lo que debimos hacer nosotros después de los Gilets Jaunes (Chalecos Amarillos. N de T.)”, es decir que: el movimiento social debió expresar más coraje y radicalismo. Esto realmente testimonia el sentimiento de cercanía que se crea con la muerte de Nahel. Este sentimiento es el resultado de años de luchas antirracistas, luchas de clases, luchas ambientalistas, etc. En 2005 la situación era diferente, porque la situación política y económica del país no era la misma, y la crisis del régimen menos profunda que hoy. Eso permitió a las autoridades aislar la revuelta y dividir a la población señalando con el dedo la "violencia" de los jóvenes.
En ese momento, rápidamente se oponía a los jóvenes al proletario, cuyo auto fue quemado y que no podía ir a trabajar. Pero hoy, este proletario ni siquiera sabe cuál es su futuro, si no morir en el trabajo y dejar un mundo sin perspectivas a sus hijos. Esta narrativa que servía para dividir a esa juventud de la clase trabajadora, será aún más difícil de tragar. Existe una importante oposición y desconfianza hacia el poder, los medios de comunicación y la Policía. Se debilitan las armas que tenía el Estado en 2005 para gestionar la revuelta por la muerte de Nahel.
La gente ha entendido que la Policía mata a los jóvenes de la ciudad igual que mata a la gente que denuncia un impuesto a los combustibles, una megacuenca o una reforma de las pensiones. Han visto lo que hace la Policía con la juventud parisina que se manifiesta en las calles. El futuro dirá, no sé si aguantará como en 2005, que duró varias semanas, sin embargo está clara la crisis del poder y del macronismo, después de 5 meses de lucha por las pensiones y con un inmenso nivel de desprecio, cambia la situación. El mismo hecho de que el Estado se vea obligado a guardar un minuto de silencio en la Asamblea, a pedir justicia y verdad, como hizo Darmanin, o incluso a poner en prisión preventiva al policía que mató a Nahel, muestra la tensión que hay en la cúpula del Estado.
Ahora se trata de ver cómo estas revueltas pueden dar lugar a un bloque de resistencia política, para derrotar al gobierno en sus proyectos de ley racistas y sus deseos de aumentar el autoritarismo. No podemos dejar que la muerte de Nahel se limite a los levantamientos vespertinos en los barrios mientras miramos las cosas en Twitter. Tendremos que actuar políticamente para hacerlos retroceder en todos los frentes, como los movimientos Black Lives Matter durante la muerte de George Floyd.
Por lo tanto, es fundamental formar un frente amplio en el tema de la violencia policial, el autoritarismo y el racismo de Estado, antes de que la maquinaria se ponga en marcha y busque apagar la ira de los barrios. El movimiento obrero, que lleva meses movilizándose y que también ha tenido que hacer frente a los ataques de la Policía durante las manifestaciones y en los piquetes, tiene un papel central que jugar en este sentido, para no dejar que la juventud de los barrios quede aislada.
Pero también tiene la necesidad de levantar un programa que combine esta lucha contra el autoritarismo, la violencia policial y el racismo, con la lucha contra el desempleo, por los salarios o los servicios públicos. Una perspectiva central para construir una respuesta global al gobierno, en el terreno de la lucha de clases. |