Eduardo Lorenzo junto a Tucho Fernández en la parroquia de Gonnet donde abusó de varios menores
Para confirmar que su papado es un cúmulo de puros gestos, Bergoglio pone un alfil de su confianza como Prefecto para la Doctrina de la Fe (la antigua Inquisición), el cargo que ocupó, entre otros, Ratzinger previo a ser papa. Como arzobispo de La Plata, Fernández se destacó por despreciar a las víctimas y encubrir a los abusadores.
La corresponsal en Italia del conservador diario argentino La Nación la calificó este sábado como una “noticia bomba” y una “designación inesperada”. Probablemente lo sea para quienes se alinean con los sectores más reaccionarios, ultramedievales y más oscurantistas (en definitiva todos lo son) de la curia romana. Pero si se consideran las movidas realizadas por Jorge “Francisco” Bergoglio en los últimos años, no debería sorprender mucho.
La noticia en cuestión es que el Vaticano acaba de publicar en su Boletín Oficial que el arzobispo de La Plata Víctor Manuel “Tucho” Fernández fue elegido por el papa nuevo “prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe”, tal y como informó el boletín de la llamada Santa Sede. Fernández asumiría el cargo en septiembre, en reemplazo del cardenal Luis Francisco Ladaria Ferrer.
El Dicasterio es sucesor directo de la Santa Romana y Universal Inquisición creada en 1542 por Pablo III y cuyo legado para la humanidad fue haber regado de sangre parte del mundo con sus cazas de “brujas”, torturas y vejaciones a “herejes” y demás métodos sanguinarios para controlar a la población díscola con la “doctrina católica apostólica y romana”. Entre algunos de sus hitos, la Inquisición juzgó y condenó a Galileo Galilei por sus teoría heréticas.
Si bien los inquisidores modernos ya no mandan a sus verdugos a extirpar confesiones satánicas bajo tortura ni calcinar mujeres en hogueras montadas en plazas públicas (eso hoy lo hacen más civilizadamente los Estados y sus gobiernos) sigue siendo el “ministerio” del Vaticano que controla, censura y sanciona todo lo relacionado con los “valores” del catolicismo oficial. Eso incluye el plan sistemático de encubrimiento de miles y miles de violaciones a niñas, niños y adolescentes en colegios, institutos y parroquias de todo el planeta.
Precisamente, Tucho Fernández es un especialista, entre otras cosas, en garantizar ese encubrimiento sistemático al tiempo de sacar comunicados y boquear homilías en las que, como Bergoglio manda, se condena culposamente los abusos cometidos por sus empleados de sotana. Los pocos que logran romper el silencio de los muros eclesiásticos y saltan a la opinión pública, claro.
Tarea muy valiosa
El Boletín Oficial del Vaticano publica una carta que Francisco le manda a Tucho. Allí dice que le encomienda una tarea “muy valiosa”, como lo sería “custodiar la enseñanza que brota de la fe para ‘dar razón de nuestra esperanza, pero no como enemigos que señalan y condenan’”. Como para “aclarar”, el papa reconoce que el Dicasterio “en otras épocas llegó a utilizar métodos inmorales” y que “fueron tiempos donde más que promover el saber teológico se perseguían posibles errores doctrinales. Lo que espero de vos es sin duda algo muy diferente”, le dice a su ladero.
Curiosamente el monarca romano hace explícita la intención de liberar al nuevo prefecto de tener que hacerse cargo de “atender” las denuncias de abusos sexuales que llegan a Roma. “Dado que para las cuestiones disciplinarias –relacionadas en especial con los abusos de menores– recientemente se ha creado una Sección específica con profesionales muy competentes, te pido que como Prefecto dediques tu empeño personal de modo más directo a la finalidad principal del Dicasterio que es ‘guardar la fe’”, ordena.
En rigor, esa nueva “sección” de la que habla es una oficina dedicada a recepcionar el puñado de denuncias “oficializadas” contra obispos, curas y monjas que las diócesis de todo el mundo consideran que el Vaticano debe “investigar” y “dar sentencia”. Pero es una oficina que responde directamente al Dicasterio que conducirá en breve Fernández. Puro cuento.
Moviendo fichas
La movida del papa parece ir en línea con otras de los últimos años en los que el sumo pontífice argentino fue colocando en lugares clave del Vaticano a hombres de su confianza que, además, adhieren a su “teología del pueblo” (vertiente doctrinaria que, apelando a tópicos populistas, se distancia estéticamente de los sectores más ultraconservadores de la Iglesia). Consciente de que su salud declina con el paso del tiempo, el llamado “papa peronista” ya planifica su sucesión llenando la plaza de San Pedro con un funcionariado adicto.
El caso más emblemático es el del exobispo de Orán, Salta, Gustavo Zanchetta, hombre de extrema confianza de Bergoglio. Entre diciembre de 2018, cuando trascendieron las denuncias contra él de dos seminaristas abusados (las víctimas podrían haber sido muchas más) y marzo de 2022, cuando fue condenado a cuatro años y medio de prisión; el misericordioso papa buscó “salvar” a Zanchetta poniéndolo al frente de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica.
Más conocida como “la inmobiliaria” del Vaticano, esa oficina maneja más de cinco mil propiedades en todo el mundo con un valor estimado de U$S 3 mil millones. Finalmente Zanchetta debió regresar a Argentina para someterse al juicio. Eso sí, hoy goza de una prisión domiciliaria que se le niega a cualquier cristiano por delitos mucho menos graves.
Hasta el momento se desconoce si Tucho Fernández abusó directamente de menores, de seminaristas o de alumnas y alumnos de la Universidad Católica Argentina cuando fue su rector. Lo que sí se sabe es que en los últimos años se encargó de encubrir a cuanta oveja descarriada fuera denunciada por esos crímenes, doblemente agravados por tratarse de representantes de un culto religioso (con el nivel de vulnerabilidad de la víctima que eso implica).
En un informe especial que publicó La Izquierda Diario en diciembre pasado (realizado junto a Pulso Noticias), se detallan once de los casos denunciados, hasta el momento, en La Plata y en los que, de diversas formas, “Tucho” cumplió un claro rol de encubrimiento de sus curas. Un encubrimiento que va de la mano con la deshumanización y desprecio hacia las víctimas y sobrevivientes.
Los casos son los del ex capellán general del Servicio Penitenciario BonaerenseEduardo Lorenzo (suicidado en diciembre de 2019 en una sede de Cáritas a minutos de ser detenido), el creador de la congregación Miles ChristiRoberto Yanuzzi (único excomulgado por el papa, aunque por sus diferencias doctrinales y no por sus abusos), Héctor Giménez (denunciado pero impune), Rubén Marchioni (denunciado públicamente pero no judicialmente), Maximiliano Di Virgilio (la familia de su víctima desistió de una denuncia penal), el ex capellán de Gendarmería en Misiones Raúl Sidders (con una absurda prisión domiciliaria y cerca de un juicio oral) y cinco excapos del Instituto Provolo de La Plata (Nicola Corradi, Horacio Corbacho, Giuseppe Spinelli, Giovanni Granuzzo y Eliseo Primati).
Junto a Fernández, en casi todos esos casos cumplió un papel central en los planes de encubrimiento el obispo auxiliar de La Plata, Alberto Bochatey, un servidor formado por el ultrareaccionario Héctor Aguer, antecesor de “Tucho”. Si bien sobre él tampoco hay denuncias conocidas y pese a la “enemistad” entre Bergoglio y Aguer, en 2017 el papa nombró a Bochatey “comisario apostólico” para investigar las denuncias de abuso sexual en la sede del Instituto Provolo de Mendoza. Obviamente no investigó nada y mucho menos colaboró en la causa judicial que terminó condenando a Corradi y Corbacho a casi cincuenta años de prisión.
“Tucho” y Bochatey, entre otras aberraciones, organizaron la “misa homenaje” (y de cuerpo presente) al suicidado Lorenzo en la misma parroquia de Gonnet en la que el cura, durante años, abusó de adolescentes a los que corrompía y extorsionaba para satisfacer sus deseos de opresión.
Del propio papa no se podría esperar menos. Además de haber sido cómplice de varios crímenes de la última dictadura cívico-militar-eclesiástica (cuando ya tenía un alto cargo en la Curia argentina), en su país lleva años protegiendo a criminales de la talla de Julio Grassi, Zanchetta, Justo Illaraz, Agustín Rosa Torino y decenas de curas y obispos con investigaciones canónicas que sólo dieron impunidad. Con la excepción del mafioso Yanuzzi, ni siquiera a los pocos curas condenados penalmente los echó de la Iglesia.
Otra característica de Víctor Fernández es su vocación de “mediar” en conflictos sociales, cuando éstos amenazan al poder político de turno. Por caso, en 2018 acudió raudo en ayuda de la entonces gobernadoraMaría Eugenia Vidal cuando desde las entradas del Astillero Río Santiago de Ensenada partieron cientos de obreros para ocupar la sede del Ministerio de Economía en La Plata en repudio a los planes de ajuste y entrega de la empresa por parte de la gestión de Cambiemos. Para ello, el arzobispo pergeñó una maniobra desmovilizadora junto a parte de la dirigencia sindical de la región que avalaba (por acción u omisión) los planes de Vidal.
Ahora, tras un lustro “limpiando” (a base de cosméticos litúrgicos y silencios comprados a buen precio) la arquidiócesis platense de los resabios ultraconservadores que había dejado Aguer, a “Tucho” le toca trasladar parte de su experiencia al Vaticano.
Claro, para ocupar un cargo que supieron detentar intelectuales como Joseph Ratzinger, a Fernández no le falta currículum. Llegará a ser prefecto para la Doctrina de la Fe luego de haber sido decano de la Facultad de Teología de Buenos Aires, presidente de la Sociedad Argentina de Teología y de la Comisión de Fe y Cultura del Episcopado argentino. Y antes de asumir en al Arzobispado de La Plata, fue rector de la Pontificia Universidad Católica Argentina. Lo que se dice un verdadero cuadro para todas las necesidades y urgencias que tiene el Vaticano en su particular etapa bergogliana.