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La Izquierda Diario
30 de noviembre de 2024 Faceboock

Tribuna Abierta
La forma de la violencia en el “modelo pedagógico ignaciano” del Colegio Juan XXIII, una receta para la impunidad
Jaime Zapata Vega | Ex alumno del Colegio Juan XXlll - IDEC (1998-1999), ex voluntario de la compañía de Jesús (VOSI 2000), fotógrafo y facilitador de Comunicación No Violenta.

La violencia se manifiesta rápidamente como fenómeno complejo y multidimensional en la mística del Juan XXIII, a raíz de la confesión de Alfonso Pedrajas de haber abusado de 85 niños mientras fue profesor en varias escuelas en América Latina y como director del colegio Juan XXIII en la ciudad de Cochabamba, confiesa también que la compañía de Jesús encubrió sus delitos y las denuncias de sus víctimas, dando cuenta de la práctica cotidiana arraigada en las instituciones jesuitas.

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El oscuro legado de Alfonso Pedrajas

Las manifestaciones de violencia en su forma física (el abuso sexual sistemático a menores de edad durante seis décadas), en su forma simbólica (lenguaje y la cultura del Juancho y de la Juancha) y la forma epistemológica reflejada en la edición, el borrón y hasta la anulación de los sistemas de simbolización, subjetivación y representación que el Juancho tiene de sí mismo, como de las formas concretas de representación y registro, memoria de la experiencia Juancha, esta forma particular de violencia traen como consecuencia silencios de muchas víctimas y excompañeros frente a estos delitos.

Desde esta perspectiva, es necesario tener una comprensión profunda de la violencia como fenómeno para abordar eficazmente los casos de pederastia. Un adecuado entendimiento del papel que desempeñan las diversas formas de violencias en la violencia es un elemento central para desarmar la impunidad y resolver la situación actual de manera justa, así como prevenir cualquier forma de abusos que pueda ser perpetrada por quienes se disfrazan de evangelio para entrar en las escuelas, los colegios y los hogares donde desbaratan y mutilan el cuerpo, la mente y el alma de los más necesitados.

¿En qué momento generamos nuestra lealtad y simpatía a nuestros abusadores? a quienes veíamos con “mayor poder” simbólico o real, capaces de truncar nuestro futuro. No había lugar a equivocaciones, quejas, comentarios que plantearan una nueva identidad Juancha, un nuevo pensamiento político, una nueva forma de auto representarnos que no fuera la del buen indígena en vías de modernizarse, cualquier nuevo enfoque era amenazado con la expulsión. Se me ocurre pensar que nuestra lealtad y ceguera se sostenía por la gratitud de la buena educación, techo y las tres comidas que recibíamos, quizás también por gozar de la reputación que gozaba el colegio Juan XXIII.

Si nosotros que no fuimos abusados sexualmente fuimos expuestos a la violencia sutil de esos perpetradores, no puedo ni siquiera imaginar el dolor, el asco, la frustración, el miedo de aquellas compañeras y compañeros de escasos recursos que fueron víctimas. No solo sufrieron a manos de sus agresores físicos quienes amenazaron, expulsaron y chantajearon durante décadas, sino que también fueron víctimas de toda la Compañía de Jesús quienes en pleno conocimiento ocultaron, fomentaron y sostuvieron la violencia en todas sus formas en el Juan XXIII lo que dio lugar a un sistema impune de pederastia.

Es importante reconocer la relevancia de analizar la violencia como un fenómeno complejo y multidimensional en la perpetuación de la pederastia en el colegio Juan XXIII, así como la implicación de la dirección jesuítica en el encubrimiento de los abusos sexuales. La urgencia de distinguir con precisión las diferentes formas de violencia radica en la necesidad de frenar, reparar y prevenir su perpetuación en el colegio Juan XXIII; de lo contrario, se corre el riesgo de devolver al anonimato a las 85 víctimas que el pederasta Alfonso Pedrajas confiesa en su diario y los siete superiores provinciales, una decena de clérigos bolivianos y españoles cómplices de encubrimiento que no hicieron nada, pese a que existían de numerosas denuncias.

El comprender la violencia significa reconocer la responsabilidad penal tanto en los actos de Alfonso Pedrajas (Pica) como en la conducta encubridora de los profesores del colegio y la institución jesuítica en Bolivia. Ampliar nuestra comprensión de la violencia más allá de sus manifestaciones físicas y directas en nuestras compañeras y compañeros víctimas, nos da entender cómo es que mantuvieron en el anonimato estos hechos, por consiguiente, en la impunidad. Esto implica considerar las otras formas de violencia: psicológicas, simbólicas, políticas, económicas, epistemológicas e incluso sistémicas que han permitido décadas de impunidad en la Pequeña Nueva Bolivia (PENUBOL) o Colegio Juan XXIII.

Dado que no podemos retroceder en el tiempo para observar la violencia en el funcionamiento social, cultural, económico, político, ideológico y religioso de PENUBOL, bajo la dirección del Alfonso Pedrajas, me centraré en la violencia que llego a nosotros a través de sus prácticas cotidianas. Lo pudimos experimentar en carne propia. Quiero centrarme en la violencia simbólica, sistémica, epistemológica y el uso que los jesuitas hacían de ella en las instalaciones del colegio Juan XXIII entre 1998 y 2000, y su relación con el voto de silencio que muchos compañeros exjuanchos y ex-VOSI’s hacen frente a las confesiones de un pederasta y la evidencia de que la compañía de Jesús le asignó a sus depredadores cotos de caza para satisfacer sus más bajos instintos con total impunidad.

Con este fin se me hace preciso entender la violencia como fenómeno complejo y multidimensional:

• Violencia física: Se refiere a la manifestación directa de la fuerza física que causa daño o sufrimiento a otros seres humanos. Implica tanto actos individuales de agresión como formas más amplias de opresión y daño infligido por las estructuras sociales y políticas.

• Violencia simbólica: Se refiere a las formas de violencia que no implican una agresión física directa, pero que operan a través de sistemas simbólicos, como el lenguaje, los discursos, los símbolos y las representaciones culturales. Se manifiesta en la imposición de significados y normas culturales dominantes que excluyen, silencian o desvalorizan a ciertos grupos o individuos. Se produce a través de la creación y mantenimiento de jerarquías sociales y desigualdades simbólicas, donde ciertos discursos y representaciones tienen más poder y legitimidad que otros.

• Violencia epistemológica: consiste en la alteración, negación y/o extinción de los significados de la vida cotidiana, jurídica y simbólica de individuos y grupos, es una forma de invisibilizar al otro, expropiándolo de su posibilidad de representación. Esta forma de violencia se relaciona con la enmienda, la edición, el borrón y hasta la anulación tanto de los sistemas de simbolización, subjetivación y representación que el otro tiene de sí mismo, como de las formas concretas de representación y registro, memoria de su experiencia. Estas formas de violencia traen como consecuencia silencios.

A partir de estas definiciones es necesario distinguir entre la violencia física, la violencia simbólica y la violencia epistemológica, así como el papel que cada forma de violencia le otorga a la otra forma de violencia para su desempeño. La violencia física es aquella que se manifiesta directamente y es visible en los actos de abuso sexual cometido por Alfonso Pedrajas alias Pica, donde se puede identificar claramente a este agente de la violencia. La violencia simbólica es menos evidente pero no menos responsable, y es inherente a la iglesia, en este caso particular, a la Compañía de Jesús en Bolivia. Y por último la violencia epistemológica enmienda, edita, borra formas concretas de representación y registro, anula los sistemas de simbolización, subjetivación y representación que los Juanchos tienen de sí mismo, lo que provoca y sostiene los silencios.

La violencia física se compone, de la violencia simbólica y violencia epistemológica, la cual permite a personas como Alfonso Pedrajas (alias ’Pica’), Francesc Peris (alias ’Chesco’), Carlos Villamil (alias ’Vicu’), Luis María Roma Padrosa, Antonio G.C., Alejandro M., Luis T. Francisco Pifarré (alias Pifa), entre otros, mantenerse en ejercicio de sus depravaciones por más de 6 décadas de violencia sexual. La violencia simbólica configura la narrativa del lenguaje como tal y las relaciones de dominación social. La violencia epistemológica diseña la representación del Juancho como individuo y sociedad.

El año 1998 cuando pise por primera vez como alumno el colegio Juan XXIII Los Jesuitas pusieron énfasis en la calidad académica, su opción por los pobres y su enfoque social, desviando la atención de todo rumor y peligro de su opción sexual por los pobres al que fuimos expuestos y entregados, ya que Pica era encargado de los ejercicios espirituales y Pifa director del Voluntariado de la Compañía de Jesús (VOSI) al cual muchos nos sumamos luego de concluir nuestros estudios.

Cabe aclarar que no existen la violencia indirecta en las acciones u omisiones de la compañía de Jesús, ya que para que exista la violencia en primer lugar es necesaria la conciencia, es decir, que la compañía de Jesús en Bolivia sabía de los abusos sexuales de Pica a menores de edad en el Juan XXIII. En segundo lugar, es necesaria la acción, es decir, la compañía de Jesús en Bolivia tomó la decisión de mantener a Pica como director del colegio, además de no advertimos del peligro, dejándonos en manos de los pederastas y, por último, para la existencia de la violencia es necesario la intención, uno o varios objetivos, el para qué dejar de director del Juan XXIII a un pederasta, para qué mantener en el anonimato las violaciones sistemáticas. Por otra parte, para la existencia de la violencia no es necesario que los violentados sean conscientes de ser víctimas de la violencia de los violentos, de ello dan cuenta los silencios de muchos exalumnos y las expresiones:

La iglesia católica está acostumbrada a hacer eso.

Hay que respetar que gente de condición muy pobre gracias al Juan XXIII ha salido adelante

No ensucien la reputación del Colegio.

Dichas expresiones y silencios que intentan desautorizar, justificar las violaciones y las violencias sufridas por miedo a rasgar su reputación moral y su reputación académica, olvidando que no se está cuestionando su reputación ni calidad académica o la calidad moral. Si bien aún no sábenos de algún caso de abuso sexual durante nuestro paso por el Juan XXIII, existía el rumor de que Francisco Pifarré abuso de un (a) estudiante y este rumor se extendió hasta el Voluntariado de la Compañía de Jesús (VOSI) donde se rumoreaba que tenía la mala costumbre de manosear a las mujeres.

La violencia contra las víctimas de abuso sexual en el Juan XXIII ocurre en el trasfondo de una construcción social llamada “Pequeña Nueva Bolivia” (PENUBOL) de la cual Pica fue uno de los impulsores bajo su régimen, un “sistema” que desestimaba ciertos tipos de violencia, y atribuía violencia a las acciones de autodefensa de sus víctimas y a una diversidad de posibles situaciones legítimas de autodefensa y/o reivindicación, ejemplos de estas múltiples formas de violencia abundaron entre 1998 y el 2000.

La violencia simbólica expresada en la expulsión de Carlos Peñaranda y la expulsión de los fundadores de Barricada Socialista, Juan Manual Carry y José Oretea, y el escarmiento y amedrentamiento a miembros y simpatizantes del frente político Barricada Socialista. La violencia epistemológica expresada en la expulsión de Paola Avilés, Jaime Zapata y otros cuatro compañeros que prefieren mantenerse en el anonimato. La violencia económica expresada en el manejo turbio de los recursos y la venta ilegal de las instalaciones del IDEC – Juan XXIII. La violencia política expresada en intervención del cogobierno y autogobierno estudiantil con la imposición del voto ponderado de los profesores en las elecciones estudiantiles.

Estos ejemplos no solo darán cuenta de la violencia simbólica; sino también, del fascismo con que funcionaba la Pequeña Nueva Bolivia, esta sistemática coartación de la libertad de expresión, sostenida por la amenaza de expulsiones y las expulsiones que estuvieron lugar entre 1998 - 2000 en el Juan XXIII y el VOSI no fueron circunstanciales, al contrario, fue y es un método sistemático integrados en el modelo pedagógico de los jesuitas en el Juan XXIII y el VOSI.

La violencia simbólica y la intolerancia ideológica en la sociedad Juancha a la que llegue el año 98 no fue demasiado compleja de entender, el colegio era una síntesis del país con estudiantes de los 9 departamentos en proceso de despolitización, ya que su dinámica jerarquía de mando era capaz de destruir, construir y mantener la estructura política sumisa de nuestros representantes dentro del colegio, al margen del sistema educativo vigente donde sí se podía elegir libremente a sus representantes. Desde luego hay quienes supieron aprovechar este espacio sumiso, no como mecanismo propio de resistencia, sino más bien como testaferros a cambio de disfrutar de los privilegios.

El año anterior a mi llegada al Juancho, un grupo de estudiantes se había propuesto revivir y poner practica la “opción por los pobres” y la teología de la liberación, líneas marcadas por los líderes Pedro Basiana y Luis Espinal; comenzaron buscando una explicación a los fenómenos sociales, económicos y políticos del país. Adquirieron pautas y herramientas para profundizar en el análisis crítico de la realidad boliviana guiado por el Profesor Carlos Peñaranda. Como resultado de estos análisis y debates deciden conformar la Revista Yuyariy Llajta (Recuerda Pueblo) desde donde haciendo uso de su libertad de expresión difundían sus ideas, análisis, debates, entrevistas y el sentimiento ideológico político de la opción por los pobres. Más tarde fundan el frente político Barricada Socialista, desde donde se pronunciaron frente a cualquier tipo de injusticia, a través de este instrumento mantenían debates y reuniones con otros colectivos sociopolíticos de la ciudad y el campo en Cochabamba.

En esta pequeña sociedad burbuja, compleja, diversa, multiétnica, multicultural y autoritaria a la que tuve el privilegio de pertenecer, rápidamente, simpaticé con Barricada Socialista ya que, un año antes había empezado reconocerlos en las manifestaciones de reivindicación de los más vulnerables, es decir los más pobres. El año escolar comenzaba con la emoción de los nuevos y la tristeza de los antiguos por el despido del profesor Carlos Peñaranda como medida de escarmiento a todo pensamiento divergente que en palabras del director reproducidas Carlos Peñaranda –Antonio Menacho el director me dijo– te despedimos porque “usas metodología marxista y eso no va con nosotros”.

El compromiso con la opción del pobre por los pobres y la teología de la liberación, la libertad de expresión, entre otros valores con los que comulgaba la compañía de Jesús, tenía su primera baja. El atrevimiento de Barricada Socialista que rebasó el vaso fue la solicitud del 0.5 % de las ganancias que provenían de los trabajos técnicos que tomaban lugar en distintos municipios de CBBA a cargo del IDEC. Solicitud legítima, puesto que según el estatuto del Juan XXIII, los alumnos nos auto-gobernamos y auto-gestionamos. Esta solicitud ponía en aprietos a los directivos pues para otorgar el 0.5% debían revelar el total de esas ganancias que jamás sabremos a cuánto ascendía, eso en el ejercicio de la violencia económica de los directivos.

La tarde del último día de clase del primer semestre del año 1998, sin previa advertencia, la dirección de carrera había citado a los padres de Juan Manuel Carry y José Oretea para expulsarlos bajo el argumento “Bajo rendimiento académico”. Los padres, como era de esperar, argumentaron que tal cosa no era posible a lo que Antonio Menacho dijo tajantemente - Lo que pasa es que estos alumnos se han propasado en sus atribuciones, y para salvar el cesto lleno de manzanas es necesario desechar las podridas” a lo que una madre volvió a objetar - “No será que ustedes me lo quieren botar a mi hijo por cómo piensa, no será que están actuando como Inquisidores. A lo que Menacho contestó - ¡Sí, así es Señora! Les entregaron unas libretas con bajas calificaciones que no correspondían con la realidad de dichos alumnos y frente a la interpelación de los alumnos con los profesores de cada materia les volvieron a entregar otras libretas con mejores notas.

La violencia política fue evidente el año 1999, en la elección estudiantil que, a pesar del temor a ser expulsados e intentando continuar con el legado de Barricada Socialista, junto a un grupo de estudiantes se funda el Frente Estudiantil Revolucionario (FER) de corriente Guevarista, lo que provocó nuevamente el terror en los administrativos por lo que resolvieron imponer el voto ponderado de los profesores en la elección de nuestros representantes, siendo esta una medida interventora en el autogobierno; si bien ganamos en voto estudiantil, nos robaron la victoria por 5 puntos a pesar del voto ponderado de los profesores. Sin embargo, eso no quedó allí, fui objeto de muchas formas de violencia simbólica, como fundador del FER, fui expulsado por la manipulación de un docente encargado de despolitizar a los estudiantes: unas semanas más tarde, fui readmitido con severas advertencias y más tarde no me permitieron entrar en el acto de graduación y tampoco permitieron que mi fotografía este en el mosaico conmemorativo, con suerte solo dejaron mi nombre en el mosaico.

En estos hechos se puede evidenciar la violencia simbólica planificada y consciente, con la intención deliberada de causar daño y sufrimiento en el profesor y los estudiantes expulsados, los actores de la violencia, es decir, la dirección académica del Juan XXlll (Antonio Menacho y Cristóbal Condori) tuvieron la clara intención de ejercer violencia que genere un impacto específico en las víctimas directas y en los simpatizantes que quedaban en el colegio. El chantaje del bajo rendimiento académico, la expulsión del profesor a inicios del año académico y la expulsión de nuestros compañeros en último día de clases del primer semestre dan cuenta de la planificación anticipada y calculada del daño. Por un lado, quien iba a contratar un docente ya iniciado el año escolar, la manipulación antojadiza deliberada de las notas que pretendía bloquear a los estudiantes el acceso a una buena escuela y donde buscar una escuela para continuar los estudios con una libreta con malas calificaciones en vacaciones cuando las escuelas están cerradas, la negación a la autodefensa en la expulsión en el último día de clases son expresiones del ejercicio de la violencia sistémica en el modelo pedagógico del Juancho. El último caso, si bien existen formas recurrentes de violencia simbólica y sistemática, deja evidencia de manera clara y concreta la violencia psicológica.

La violencia epistemológica también formaba parte de la pedagogía cotidiana del Juan XXIII como podremos evidenciar en las expulsiones de cuatro compañeros, si bien este caso se originó por la curiosidad (probar cannabis) no fue el motivo real de sus expulsiones, por un lado se permitía compartir bebidas alcohólicas entre alumnos y profesores fuera del colegio, por otro, se permitía la exposición de los alumnos a los pederasta Alfonso Pedrajas (Pica) y Fráncico Pifarre (Pifa), el primero encargado de los ejercicios espirituales del colegio y el segundo director del voluntariado de la compañía de Jesús (VOSI).

El incidente marcaría de por vida a dos compañeras y un compañero involucrados por el mismo profesor encargado de despolitizar el colegio, el cual no tenía ninguna fijación a la hora de compartir bebidas alcohólicas fuera del colegio, cada vez que alguna situación lo ameritaba.

Los compañeros involucrados fueron inicialmente expulsados, en el caso de las compañeras se les readmitió después largos llantos, ruegos, cartas, reuniones de profesores y muchas condiciones; lejos de recibir asistencia, se les impuso la condición de asistir a terapia psicológica debido a que se les consideraba que tenían problemas mentales. Las compañeras recuerdan que:

Cristóbal, el director, nos dijo que nuestros compañeros nunca nos perdonarían por lo que habíamos hecho, y así queríamos redimirnos, al menos un poco, deberían hacer muchas cosas. Entre esas cosas, se nos pedía que preparar una exposición para todo el colegio sobre el tema de las "drogas" y así lo hicimos, pero esto resultó ser una trampa para humillarlos frente a todos y hacernos sentir aún más rechazadas…Fuimos tratados de formas muy violentas, esta situación fue magnificada y manipulada convenientemente por el director Cristóbal que no dudo en decir que traficábamos sin pruebas.

Todo era una persecución, castigo en las clases, humillación, desprecio y rechazo en las indirectas de los profesores y compañeros, eran muy fuertes.

En el segundo retiro espiritual guiado por Pica, el Director Cristóbal mandó a sus señoritas de confianza (las que solía invitar a su departamento en horario de clases) a que revisarán nuestras cosas. Encontraron una piña colada sin alcohol, 100 bs en mi billetera y mi diario en el que narraba algunos problemas de casa y la depresión por la que estaba atravesando, el Director Cristóbal dijo sobre el dinero que seguro era por la venta de drogas; sobre lo que decía el diario, dijo que lo escribí bajo la influencia de drogas; y sobre la piña colada, dijo que era un preparado para ofrecerlo entre los compañeros para después drogarlos.

Un día me reuní con Menacho, el superior del colegio, le conté todo lo que había pasado y este dijo que ya lo sabía, que siempre sabía todo. Me dijo que lo mejor sería que me vaya del colegio y que nunca le diga a nadie los motivos, que si me quedaba la pasaría muy mal, que ya nadie me quería.

Si tú te vas por tu cuenta, es mejor a que nosotros te expulsemos.

Nos satanizaron hasta el cansancio por sugerencia de los directivos, los profesores nos dijeron que si bien no nos expulsaron eso no significaba que éramos bienvenidos al próximo año, por eso no volvimos, no nos graduaron en el Juan XXIII. Oí decir al cura Menacho en una entrevista que nunca expulsaron a nadie en su período y bajo la dirección de Cristóbal, es una gran mentira, se encargaron de sembrar el terror y sacar a los alumnos bajo una fachada de moralidad.

Las acciones de la dirección académica que hacen gala de la violencia y la ignorancia pedagógica expresadas en la de expulsión inmediata, la sobre exposición, el aislamiento, la persecución, el chantaje, el amedrentamiento, la discriminación y la explotación laboral al que fueron expuestas estas compañeras ya eran prácticas cotidianas de violencias simbólicas en la contención de las víctimas de abuso sexual en el colegio.

Es interesante cómo las percepciones de la violencia cambian drásticamente cuando se es víctima y/o victimario ¿Por qué algo tan inocente como fumar mariguana por primera y única vez se castigaba con tanta premeditación, alevosía y ventaja? Era una pregunta recurrente hasta que los profesores comenzaron a decir que simplemente “no encajan aquí”, no se está concatenando el atrevimiento fumar yerba si no su atrevimiento a ser diferencia, el pecado de estas compañeras fue haberse representado de la forma y la manera en que se sentían cómodas y por qué no divas. Solían venir a clase producidas ambas uniformadas con atavíos accidentales unos días con corbatas, siempre de manera elegante y atractiva. Lo que rompía con el estereotipo de Juancho humilde. A pesar de ser hijas de estratos bajos, proyectaban en su empoderamiento su propia identidad estética o aspiración social y fue esa y no otra la razón por lo que las indujeron a no volver al colegio, una expulsión disfrazada de deserción.

Esta violencia la justificaron afirmando que era por el bien de ellas mismas y del resto de sus compañeros, no solo hay violencia psicológica y simbólica en la imposición de significados y normas culturales dominantes como el Juancho superdotado de orígenes humilde o indígena que excluyeron y silenciaron o desvalorizan a estas compañeras, hay también una fuerte violencia epistemológica que altera, niega y extingue los significados de la vida cotidiana de las compañeras, esta forma de ninguneo silencia su voz y su derecho a la auto representación, silencia también la voz de muchos ex juanchos frente a la violencia y las revelaciones en el diario del pederasta Pica por miedo a ensuciar la reputación del colegio.

Las violencias en sus diversas formas dan cuenta de que la dirección académica jesuítica en el Juan XXIII confundió la libertad de expresión por la dictadura de su expresión antojadiza y conveniente fuese cual fuera está. Confundió la opción por los pobres por la opción sexual de sus pederastas y la teología de la liberación por la opresión de los alumnos y los abusos sexuales.

Si bien su opción por los pobres se materializaba en nosotros, los mejores estudiantes de los colegios fiscales, hijos de albañiles, comerciantes, amas de casa, campesinos e indígenas que ya teníamos el mérito de ser mejores alumnos, ¿no habría sido más meritorio acoger a los peores estudiantes y convertirlos en los mejores?

La educación y la oportunidad que se nos dio en el Juan XXIII se agradecen; sin embargo, estar agradecido no silencia la indignación, el asco frente a las violaciones y el ejercicio de la violencia multinacional del modelo pedagógico en el Juan XXIII.

En solidaridad con las víctimas, se hace público algunas formas de violencia a los que fueron y fuimos sometidos para mantener el statu quo y satisfacer los apetitos sexuales de los pederastas de la compañía de Jesús. A las víctimas las honramos, creemos en ellos, entendemos su sufrimiento, nos solidarizamos con su búsqueda de justicia, reconocemos y condenamos esos mecanismos de violencia y coacción aún vigentes en el Juan XXIII que mantuvieron y mantiene en la impunidad a tantos agresores sexual como: Alfonso Pedrajas (alias ’Pica’), Francesc Peris (alias ’Chesco’), Carlos Villamil (alias ’Vicu’), Luis María Roma Padrosa, Antonio G.C., Alejandro M., Luis T. Francisco Pifarré (alias Pifa) y otros más.

En la búsqueda de justicia exigimos se investigue e identifique a los responsables y cómplices de los pederastas en la Compañía de Jesús, para prevenir la perpetuación de la violencia en las instituciones religiosas donde de manera sistemática se crearon condiciones para que se cometan tales delitos.

Bibliografía

Rizo-Martinez, L. E. (2018). El Síndrome de Estocolmo: Una Revisión Sistemática. Clínica y Salud, Vol. 29, No. 2, pp. 81-88. En: https://dx.doi.org/10.5093/clysa2018a12

Žižek, S. (2009). Sobre la Violencia – Seis Reflexiones Marginales. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica S.A.

Belasteguigoitia Rius, M. (2001). Descarados y Deslenguadas: El Cuerpo y la Lengua India en los Umbrales de la Nación. Debate Feminista, vol. 24, págs. 237 y 238).

 
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