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2 de diciembre de 2024 Faceboock

Tribuna Abierta
Memoria histórica de mi paso por el Juan XXIII
José Oretea Montaño | Ex–estudiante de la Carrera Técnica de Desarrollo Comunal en Juan XXIII-IDEC (1997-1998)

Fuente: Archivo Barricada Socialista - Estudiantil (1997), Colegio IDEC-Juan XXIII.

Habiendo crecido en una familia metodista, cursé casi toda mi formación escolar en el Instituto Americano de la ciudad de Cochabamba. A los 16 años recibí información acerca del colegio Juan XXIII, e interesado en el enfoque social que dicho proyecto educativo proponía, tomé esa alternativa para cursar los dos últimos años de bachillerato.

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Después de haber estudiado en colegios de educación tradicional, me agradó mucho que el Juan XXIII se caracterizará por una diversidad de compañeras y compañeros; en sí, una síntesis del país y también de la sociedad.

El colegio tenía como consigna “la opción por los pobres”, siendo esta la línea marcada por grandes líderes como Pedro Basiana y Luis Espinal entre otros. Siendo de esta manera que empezamos a investigar los lineamientos que estos líderes jesuitas seguían, una búsqueda de explicaciones a los fenómenos sociales, económicos y políticos que inciden en la realidad de los pueblos marginados y explotados.

En aquellos años, el Juan XXIII – IDEC (Instituto de Desarrollo Comunal) ofrecía tres carreras técnicas: Administración, Topografía y Desarrollo Comunal. Fue en esta última, en donde se juntaría un grupo de compañeros, específicamente en la clase de Historia Económica y Social de Bolivia a cargo del Profesor Carlos Peñaranda, quien nos daba pautas y herramientas para realizar un análisis crítico de nuestra historia y para entender nuestra realidad en el presente y poder plantear un futuro distinto.

El resultado de esta dinámica fue la conformación de la Revista Yuyariy Llajta (Memoria del Pueblo) en marzo de 1997, la cual sería el medio de difusión de nuestras ideas, análisis, debates, entrevistas y sugerencias entre otros aportes.

A raíz de las actividades del grupo de estudiantes de Desarrollo Comunal I, la revista Yuyariy Llajta y en un escenario de elecciones internas del Centro de Estudiantes para el colegio, conformamos Barricada Socialista – Estudiantil; siendo este nuestro instrumento político representativo, no sólo de alumnos(as) de Desarrollo Comunal I; sino, también, de inclusión general a cualquier compañero(a) que comparta el posicionamiento ideológico – político de Opción por los pobres. Es decir, Barricada Socialista – Estudiantil se convirtió en el eje aglutinador de compañeras y compañeros comprometidos en la tarea de formarnos para cambiar nuestra sociedad.

Ejerciendo nuestro derecho a la libre expresión de pronunciarnos ante cualquier tipo de injusticia, Barricada Socialista – Estudiantil mantenía debates y reuniones con otros colectivos políticos de la ciudad de Cochabamba.

Así pasamos aquel año escolar de 1997, con la publicación de otros números de Yuyariy Llajta, con el afianzamiento de nuestra Barricada Socialista y la incorporación de más compañeras y compañeros de otras carreras técnicas del colegio.

Hasta qué a inicios del año escolar de 1998, con gran asombro y preocupación recibimos la noticia del despido de nuestro profesor Carlos Peñaranda, siendo este el principio de una serie de medidas de coerción contra el grupo de alumnos que éramos parte o simpatizantes con Barricada Socialista – Estudiantil.

Era evidente que no era del agrado de las autoridades del colegio nuestra puesta en práctica del compromiso con los demás, la teología de la liberación, la libertad de expresión, entre otros valores que dicha institución decía comulgar.

Daba la impresión de que era la primera vez que un grupo concreto de estudiantes tomaban coherencia entre el decir y el hacer, en referencia al conjunto de consignas institucionales que simplemente adornaban las paredes del Juan XXIII, plasmados en coloridos murales.

Nos dimos cuenta que fue nuestro llamado a la acción, para coadyuvar en el cambio trascendental de nuestra sociedad, lo que les molestaba.

Así transcurrieron los días hasta acercarnos al receso de vacaciones invernales, para entonces los representantes del consejo estudiantil llamamos a una reunión con padres de familia para exponer el trabajo realizado durante la primera mitad del año y también pedir su apoyo acerca de una petición a la dirección general del Juan XXIII: contar para nuestra organización estudiantil con el 0.5 % de las ganancias que provenientes de los trabajos técnicos realizados por estudiantes en distintos municipios de Cochabamba a cargo de CEDESCO (Centro de Desarrollo Comunal). Atribución que creímos legítima, ya que de acuerdo al estatuto del Juan XXIII los alumnos nos auto-gobernábamos, lo cual implicaba también la necesidad de auto-gestionarnos.

Siendo el último viernes de clases, a dicha reunión de padres de familia llegaron mi madre y la madre de mi compañero Juan Manuel Carry. Siendo en ese mismo momento mi madre y mi persona citados a la oficina de la Dirección General en la cual nos esperaban Cristóbal Condori, Director Académico del IDEC, y Antonio Menacho, Director General del Juan XXIII.

Haciendo uso de la palabra, Cristóbal Condori dijo que la repentina reunión era para informarnos que mi persona, desde ese instante, ya no era parte del consejo estudiantil ni del alumnado del Colegio, pues me estaban expulsando del Juan XXIII.

Mi madre inmediatamente pidió explicaciones sobre las causas de aquella determinación. El argumento era “bajo rendimiento académico”, argumento refutado por mi madre que cuestionó:

¿Acaso no es un requisito básico que un alumno cumpla satisfactoriamente sus labores académicas para poder ejercer un cargo representativo?

Menacho intervino, dirigiéndose a mi Madre y le dijo:

Lo que pasa es que estos alumnos se han propasado en sus atribuciones, y para salvar el cesto lleno de manzanas, es necesario desechar las podridas.

Mi Madre volvió a cuestionar:

¿No será que ustedes me lo quieren botar a mi hijo por cómo piensa, no será que están actuando como Inquisidores?

Menacho respondió:

¡Sí, así es Señora!

Sin más que decir, salimos de las oficinas e inmediatamente fueron citados Juan Manuel Carry y su madre. Sabíamos lo que ocurriría, lo corroboramos, siendo que el libreto y la sincronía del proceso fueron casi idénticos, de manera concisa, expresa y tajante, sin ningún interés ni reflexión de lo que significaría una expulsión para nuestro futuro.

En mis manos, una libreta de aplazo, sugería que me encontraba en una situación complicada y lo que vendría sería muy difícil.

El día lunes siguiente a la expulsión, empecé a ir colegio por colegio, estando la mayoría de ellos en vacaciones y conmigo tratando de inscribirse en más de una decena. Todos afirmaban que era muy tarde para recibirme y que con una libreta de aplazo la única opción era salir bachiller de algún CEMA (Centro de Educación Medio Acelerada).

Acerca de las notas en mi la libreta, antes de irme del colegio Juan XXIII, logré hablar con el profesor Wilder de Matemáticas, al que pregunté por mi nota de aplazo, respondiendo este que ese no era el promedio que él me había colocado. Eso confirmó lo que siempre sabíamos ¡Mis notas habían sido cambiadas!

Eso motivó un nuevo retorno al Juan XXIII para hablar con Cristóbal Condori acerca del atropello y terminó en la entrega de otra libreta, con mejores notas.

En ese transcurso de tiempo me sugirieron ir a ver si los de La Floresta, Comunidad Educativa en el Municipio de Tiquipaya, podrían aceptarnos cursar los últimos meses para así poder salir Bachilleres.

Gracias a la sensibilidad y el compromiso de esta comunidad, se iluminó otra vez la senda, y egresé de la misma con un reconocimiento académico por mi desempeño escolar.

Esta rememoración histórica que hago acerca de mi paso por el Juan XXIII – IDEC, emerge a raíz de la crisis institucional que ha protagonizado la Compañía de Jesús.

Como ex alumno del Juan XXIII – IDEC, condenó los abusos sexuales; pero también, llamo a un análisis más profundo del problema, si bien los casos de pederastia abrieron la brecha al ojo público, es necesario categorizar y denunciar toda clase de atropellos y crímenes cometidos por dicha institución.

El abuso de poder en todas sus dimensiones ha sido apañado por los altos mandos de dichas instituciones y también del Estado boliviano, lo cual debe determinar si es que queremos lo mejor para nuestro futuro inmediato y el de los que vienen.

Los modos de coerción hacia las víctimas de estos abusos son los mismos aplicados por cientos de años, siendo presa de estos los mismos de siempre, los que dicen ellos defender y estar de su lado.
Se visten de evangelio para entrar a lo más profundo de nuestros hogares y desbaratar, mutilar el cuerpo, la mente y el alma de los más necesitados.

Llamamos al análisis de la memoria histórica de nuestros pueblos y el rol de estas instituciones, para poner en una balanza los aportes y las desdichas propiciadas al pueblo de Bolivia y el mundo.

Un abrazo solidario a todas las víctimas; que sea el pueblo boliviano y la ley internacional quienes se impliquen en defender estas causas, que acompañados de fe, amor y verdad se pueda limpiar nuestra sociedad de ciertas instituciones (lobos vestidos de ovejas).

 
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