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18 de enero de 2025 Twitter Faceboock

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León Trotsky en América Latina: intersecciones y contrapuntos con René Zavaleta y José Revueltas
Pablo Oprinari | Ciudad de México / @POprinari

León Trotsky pensó profundamente la realidad latinoamericana y nos dejó aportes fundamentales. A partir de algunos de ellos, abordamos posibles intersecciones, contrapuntos, debates y diálogos con dos intelectuales que tienen su lugar en el pensamiento latinoamericano contemporáneo.

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León Trotsky fue, sin duda, uno de los marxistas más prolíficos del siglo XX. Dirigente de la revolución rusa y de la lucha contra la burocratización estalinista, compañero de Lenin y fundador del Ejército Rojo, constructor de la oposición de izquierda y la Cuarta Internacional, su pluma incursionó en múltiples problemáticas teóricas, políticas y estratégicas durante las primeras cuatro décadas del siglo XX.

Si en su juventud logró notoriedad entre los círculos del marxismo europeo, por su primera formulación de la Teoría de la Revolución Permanente que lo convirtió en interlocutor de las dos tendencias fundamentales de la socialdemocracia rusa de esos años, Trotsky ─ya en su madurez biológica y política, después de haber liderado junto a Lenin la revolución victoriosa que conquistó el primer estado obrero de la historia─ alcanzó otra característica distintiva: fue uno de los pocos marxistas nacidos en el viejo continente de aquellos tiempos, que dejó un legado significativo en torno a los asuntos latinoamericanos [1].

Sus reflexiones en torno a ello, a su vez, retroalimentaron y enriquecieron sus elaboraciones previas sobre las formaciones económico-sociales y la revolución en los países dependientes. Parte importante de estos trabajos, realizados durante su exilio mexicano (1937-1940), nutrieron las páginas de la revista Clave–Tribuna Marxista, impulsada por el mismo Trotsky y que contó con la participación de otros intelectuales de la región, como destaca Bárbara Fúnes [2].

Por eso llama la atención que sus escritos sobre América Latina no merecieron demasiada consideración entre los sectores de la academia especializados en los llamados estudios latinoamericanos, que en las últimas décadas han adquirido relevancia en distintas universidades de nuestra región; como, por ejemplo, las carreras y especialidades dedicadas al estudio de Latinoamérica en la UNAM [3].

Esto resulta aún más llamativo si tenemos en cuenta que muchas elaboraciones de Trotsky fueron conocidas, leídas y consideradas por intelectuales que hoy son referentes de los mencionados estudios latinoamericanos.

Aquí iniciaremos una reflexión en torno a algunos de sus aportes teórico-políticos que, a nuestro entender, son muy pertinentes para la comprensión de la historia de América Latina, su estructura económico-social, sus procesos políticos y la lucha de clases en la región: el desarrollo desigual y combinado de las formaciones económico-sociales y los fenómenos políticos bonapartistas.

Lo haremos en un ejercicio de contrapunto e intersección con dos intelectuales que también tuvieron una prolífica producción teórica. René Zavaleta Mercado, quien es uno de los referentes más recurridos en los últimos años en los llamados estudios latinoamericanos y que ha tomado una dimensión casi canónica para sectores de la academia y de la izquierda de la región, lo cual se ha potenciado en la medida que ha sido revalorizado a partir de la emergencia de distintos gobiernos “progresistas” y como un exponente de lo “nacional-popular”. Sin embargo, como plantea Sergio Méndez Moissen, “son pocos los trabajos que den cuenta de la influencia y diálogo de otros pensadores marxistas con la obra del pensador boliviano. Su pensamiento heterodoxo y dinámico tuvo una ruta compleja a saltos y en diálogo con el pensamiento marxista del Siglo XX. Fue un lector creativo de Antonio Gramsci, Vladimir Lenin y de León Trotsky.” [4]

Y José Revueltas quien, a diferencia de Zavaleta, ha sido insuficientemente reconocido por sus aportes teóricos y políticos. Un verdadero “outsider” de la academia, con una labor intelectual que siempre fue acompañada de su militancia política (la cual él mismo consideraba como la más importante), su análisis del régimen posrevolucionario mexicano y de la constitución de su hegemonía tuvo un carácter precursor en el terreno del marxismo y constituye una gran aportación a la teoría social latinoamericana.

Hay que destacar que ambos autores leyeron a Trotsky y en distintos momentos establecieron un diálogo crítico con él. El boliviano Zavaleta ─quien como militante del nacionalismo revolucionario durante los años ´50 y ´60, fue adversario del trotskismo y luego entró a las filas del Partido Comunista Boliviano─ establece un debate con Trotsky en su obra El Poder Dual en América Latina de 1979, y dialoga con aquél en torno a distintas cuestiones como el bonapartismo.

Revueltas, por su parte, quien inició su actividad política en el estalinismo mexicano, después de su última y definitiva ruptura en 1960, se orientó hacia la izquierda y se convirtió en un crítico agudo de aquella corriente. En ese camino, recuperó muchas de las elaboraciones de Trotsky -como su critica del proceso de burocratización estalinista- y reivindicó su figura y trayectoria política, en particular a partir de 1966 y durante los años posteriores.

El contrapunto, el reconocimiento de las diferencias ─en muchos casos profundas y estratégicas─ y de las posibles intersecciones constituyen una tarea apasionante que puede ampliar el horizonte intelectual y aportar herramientas para la comprensión y la transformación revolucionaria de nuestra realidad.

Abigarramiento y desarrollo desigual y combinado

Resulta sugerente recuperar el método y la conceptualización con que una generación de marxistas europeos a inicios del siglo XX pensó la dinámica de las formaciones económico-sociales y el proceso histórico, particularmente con relación a los países de desarrollo capitalista atrasado. La elaboración de Vladimir Ilich Lenin en torno al desarrollo desigual como una característica de la evolución capitalista, fue continuada luego por la formulación de la ley del desarrollo desigual y combinado de Trotsky, que concentró mucho del pensamiento dialéctico de los mayores exponentes de esta generación, y en particular su intención de escapar de la concepción predominante en el marxismo de la II Internacional, que veía el desarrollo de los países atrasados como una repetición del curso recorrido por los países capitalistas adelantados. En su Historia de la Revolución Rusa, planteaba que

Las leyes de la historia no tienen nada en común con el esquematismo pedantesco. El desarrollo desigual, que es la ley más general del proceso histórico, no se nos revela, en parte alguna, con la evidencia y la complejidad con que lo patentiza el destino de los países atrasados. Azotados por el látigo de las necesidades materiales, los países atrasados se ven obligados a avanzar a saltos. De esta ley universal del desarrollo desigual se deriva otra que, a falta de nombre más adecuado, calificaremos de ley del desarrollo combinado, aludiendo a la aproximación de las distintas etapas del camino y a la combinación de distintas fases, a la amalgama de formas arcaicas y modernas. Sin acudir a esta ley, enfocada, naturalmente, en la integridad de su contenido material, sería imposible comprender la historia de Rusia ni de ningún otro país de avance cultural rezagado, cualquiera sea su grado. [5]

Esto implicó la emergencia de formaciones económico-sociales complejas y heterogéneas, ya que

El retraso histórico no significa seguir simplemente las huellas de los países avanzados a una distancia de cien o doscientos años. Más bien da lugar a una formación social combinada de muy distinto modo, y en la que los adelantos más recientes de la técnica capitalista y de su estructura están integrados en las relaciones sociales de la barbarie feudal y prefeudal, transformándolas, dominándolas y moldeando una singular relación entre las clases. Igual sucede con las ideas [6].

Cabe mencionar que la noción de desarrollo desigual y combinado supone, dentro de la complejidad, determinación. La cual se da primero en la relación con el mercado mundial, y esto conlleva a que, en el terreno nacional, las relaciones de producción capitalistas ordenan el conjunto de la estructura económico-social, sin que eso implique invisibilizar o suprimir las formas productivas precapitalistas ni las consecuencias sociales y políticas del atraso. Esto resulta muy importante, por ejemplo, para acercarse al desarrollo histórico del capitalismo dependiente en América Latina, articulando la comprensión de la evolución interna ocurrida durante el siglo XIX, con la progresiva penetración del capital extranjero y un salto en la integración al mercado mundial. Proceso sobre el que distintos autores trabajaron, como es el caso del mismo Zavaleta en torno a Bolivia, con la importancia de la producción de la plata y el estaño, o José Revueltas respecto a México, quien buscó entender cómo ─en sus palabras─ la vinculación al mercado mundial alteró la constitución de la nacionalidad mexicana y le imponía nuevos ritmos. Hablamos entonces de una determinación específica entre la estructura capitalista internacional y nacional y, articulado con ello, entre el desarrollo capitalista y las formaciones precapitalistas existentes en el terreno del propio país, donde las segundas son conservadas, a la vez que moldeadas por las primeras.

El desarrollo desigual y combinado adquiere también, en Trotsky, una dimensión social y política. En los países atrasados, las clases fundamentales son transformadas en todos los sentidos: desde lo estructural hasta el despliegue de las ideas predominantes. Su evolución y desarrollo es acelerado y trasmutado. Por ejemplo, la burguesía nativa en ascenso es incapaz de ajustar cuentas con el pasado y encabezar las tareas de la revolución democrática ─en particular la independencia nacional efectiva y la liquidación de la propiedad terrateniente─, como se verificó, por ejemplo, en el caso mexicano en vísperas y durante la Revolución de 1910 [7]. Antes de que la revolución democrático-burguesa pudiera ser realizada, surgían nuevas clases sociales, en particular la clase obrera localizada en la gran propiedad extranjera y en los sectores orientados a la exportación, como se vio en distintos países de América Latina desde fines del siglo XIX.

Esta dinámica se expresó tempranamente en procesos disruptivos de movilización de masas en la región; como fue en Bolivia 1952, con una revolución donde el protagonismo central estuvo dado por la clase obrera [8]. En Trotsky esto abrió el camino para una estrategia y una teoría de la revolución alternativas al etapismo propio del marxismo vulgar y del estalinismo en particular, la cual se concentró en su Teoría de la Revolución Permanente, que destaca para los países atrasados y dependientes el rol central de la clase obrera ─como caudillo de la nación y en alianza con los oprimidos del campo y la ciudad─, en la lucha por las tareas democráticas negadas por las burguesías nativas, las cuales solo pueden realizarse íntegramente a partir de su llegada al poder, y la transformación de la revolución democrática en socialista.

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Pasemos ahora a una de las aportaciones más valoradas de René Zavaleta: la noción de “abigarramiento”, con la cual el intelectual boliviano se acercó a la comprensión de aquellas sociedades latinoamericanas donde las estructuras capitalistas conviven con formas precapitalistas, haciendo hincapié en la historia y las características de la formación social boliviana. Hablando sobre ello, nos dice, por ejemplo,

una formación abigarrada es porque en ella no sólo se han superpuesto las épocas económicas (las del uso taxonómico común) sin combinarse demasiado, como si el feudalismo perteneciera a una cultura y el capitalismo a otra y ocurrieran sin embargo en el mismo escenario o como si hubiera un país en el feudalismo y otro en el capitalismo, superpuestos y no combinados sino en poco. Tenemos, por ejemplo, un estrato, el neurálgico, que es el que proviene de la construcción de la agricultura andina o sea de la formación del espacio; tenemos de otra parte (aun si dejamos de lado la forma mitima) el que resulta del epicentro potosino, que es el mayor caso de descampesinización colonial; verdaderas densidades temporales mezcladas, no obstante, no sólo entre sí del modo más variado, sino que también con el particularismo de cada región [9].

Con la noción de abigarramiento, Zavaleta enfatiza lo que entiende en términos de heterogeneidad, complejidad e incompletitud de las sociedades latinoamericanas, distintas de las sociedades capitalistas occidentales con altos niveles de industrialización, y con relaciones que no son armónicas entre la economía, los fenómenos políticos, sociales y de la lucha de clases.

Una de las características centrales de este concepto ─y un aspecto de evidente contrapunto con la noción de “desarrollo desigual y combinado” con la cual Zavaleta discute explícitamente en algunos pasajes─ es que no considera que exista una determinación o una articulación jerarquizada entre las distintas formas económicas. Esto está claro en la cita anterior cuando afirma que éstas se muestran “sin combinarse demasiado… como si hubiera un país en el feudalismo y otro en el capitalismo, superpuestos y no combinados sino en poco”.

Estudiosos de su obra como Luis Tapia sostienen que, aunque tenga puntos de contacto con la idea de formación económico-social en el marxismo, no habla de lo mismo [10]. Zavaleta habría pretendido explicar aquellas sociedades que consideraba como muy distintas a las formaciones económico-sociales donde existía un claro ordenamiento bajo la égida del modo de producción capitalista; distinto a éstas, en aquellas existía un débil desarrollo del capitalismo, como en el caso de la región andina. Además, las características del abigarramiento no se limitan al terreno económico, sino que asumen distintas dimensiones: desde lo geográfico, histórico y lo cultural, hasta su expresión en el terreno de la forma política estatal, donde destaca la distancia que existe entre las mismas, su incompletitud, y las formas propias de la democracia burguesa en las sociedades capitalistas avanzadas.

En Zavaleta ─distinto también al enfoque de Trotsky─ no existe una clara relación de determinación entre el desarrollo capitalista a nivel internacional y las formaciones nacionales. Su perspectiva buscaba privilegiar las determinaciones locales, lo cual lo llevó a debatir con otra de las grandes expresiones del pensamiento latinoamericano de su tiempo, la llamada Teoría Marxista de la Dependencia [11].

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Dicho esto, es justo reconocer qué, en algunos pasajes de su obra, esta visión fue complejizada. Por ejemplo, cuando afirmaba que

Se hablaba entonces de la feudal-burguesía y también del Estado minero-feudal. En rigor, empero, no existía feudalismo en Bolivia sino formas precapitalistas combinadas de un modo sui géneris, por debajo del capitalismo dependiente y al servicio de él, incluso como parte de él. La definición aquella (en relación con “feudal-burguesía”) cumplió un papel político, pero hay que convenir en que no es rigurosa [12].

Esto podría denotar cierta flexibilidad conceptual ante un proceso histórico que, en el caso boliviano, mostraba una determinación, bastante difícil de negar, respecto del mercado capitalista mundial desde inicios del siglo XX e incluso antes, y también el correcto cuestionamiento a ciertas formas de referirse a las formaciones precapitalistas como “feudalismo”. La categoría de abigarramiento es, evidentemente, un tema abierto al debate. Como ejemplo de ello podemos referirnos a las aportaciones de dos autores que consideran, desde el marxismo revolucionario, las conceptualizaciones de Zavaleta y sus consecuencias en el terreno de la teoría y estrategia política.

Juan Dal Maso, por ejemplo, plantea que la idea de abigarramiento podría ser un caso particular, una variante del desarrollo desigual y combinado, extrema podríamos decir, donde prima la desigualdad por sobre la combinación; no llegando a constituirse como una teoría alternativa al desarrollo desigual y combinado, la cual por otra parte se propone un nivel de generalización superior. Y, junto a ello, considera que es parte de una óptica de corte etapista, “no tanto por el reconocimiento de un uso taxonómico de épocas económicas, sino, sobre todo, porque la idea de feudalismo y capitalismo superpuestos y no combinado apunta al carácter impropio de una estrategia de revolución permanente o socialista, por la prioridad de la revolución nacional por sobre aquella.” [13].

Javo Ferreira, por su parte, considera que el concepto de sociedad abigarrada, en tanto amalgama inorgánica de formas precapitalistas que se articulan con la estructura capitalista, emerge en oposición radical a la noción de desarrollo desigual y combinado. Y sostiene que el abigarramiento ─justamente por esta indeterminación de lo capitalista sobre el resto de la formación económico-social─ “están explícitamente formuladas para dar un sustento teórico y otorgar legitimidad a la ’revolución nacional’, negando de antemano la posibilidad de la transformación de esta revolución en una revolución socialista sobre la base de la ruptura de la clase obrera con el MNR” [14]. En este trabajo, la recuperación de Zavaleta por parte del “progresismo” pretende fortalecer la negación de toda posibilidad de superar un capitalismo nacional, por parte de la clase obrera, en clave socialista.

A manera de conclusión, podríamos aportar la idea de que la noción de abigarramiento ─en la medida que busca explicar concretamente y dando cuenta de su complejidad a las formaciones económico-sociales─, se contrapone a visiones esquemáticas, vulgares y mecanicistas, como se expresa en los debates que el propio autor estableció, como el ya referido de la “feudal burguesía”. Como afirma un ensayo ya referido previamente: “Su pensamiento se alejó de las tradicionales y acartonadas lecturas de Marx (en particular de la tradición estalinista, aunque militó en el Partido Comunista de Bolivia al final de su vida) y cruzó de forma creativa nuevos caminos y conceptos teóricos que innovaron en el campo de la producción académica dentro del marxismo en América Latina.” [15]

La noción de desarrollo desigual y combinado de Trotsky, por su parte, se basa en una comprensión profunda del proceso histórico bajo el capitalismo y sus consecuencias en los países atrasados, articulando la idea de determinación con la dinámica concreta y compleja que adquieren las sociedades capitalistas dependientes, en una perspectiva genético-estructural. Esto ofrece un punto de vista revelador y significativo para la comprensión de la historia y la realidad de las sociedades latinoamericanas, que debería ser recuperado.

La diferencia entre ambos autores es evidente, expresada en el énfasis puesto por Zavaleta en la indeterminación, lo cual puede encontrarse en gran parte de sus referencias al abigarramiento. Dicho esto, resulta sugerente (y un camino por recorrer) el contrapunto y el diálogo que puede establecerse entre la categoría de sociedad abigarrada y la de desarrollo desigual y combinado.

El otro aspecto por considerar es, efectivamente, la relación entre la comprensión de las formaciones económico-sociales y la estrategia política. Como ya explicamos, en Trotsky la ley del Desarrollo Desigual y Combinado se articula con la necesidad de la revolución socialista en los países atrasados y dependientes, cuyas primeras acciones deben orientarse a resolver las tareas democráticas pendientes, ante el carácter reaccionario de las burguesías nacionales y su subordinación al imperialismo. Para Zavaleta, la revolución que inició con la insurrección obrera del 9 de abril de 1952 debía adquirir un carácter nacional antes que socialista. Si la diferencia en esto es notoria e innegable, un debate a profundizar es si existe una correlación férrea entre el abigarramiento social, el carácter de la revolución y el etapismo que asoma en las elaboraciones zavaletianas, o si la existencia de esto obedece a otros elementos condicionantes de la perspectiva teórica y política del autor.

El bonapartismo en las sociedades latinoamericanas

La discusión sobre bonapartismo en América Latina tuvo (y tiene) gran importancia a la luz de la propia historia de la región. Al calor de la opresión imperialista, se sucedieron, con particular intensidad en determinados períodos, la crisis económica, la inestabilidad social y diversos fenómenos políticos burgueses ─desde nacionalismos y populismos hasta gobiernos dictatoriales─, que, inclinándose a la derecha o a la izquierda, respondieron a procesos revolucionarios y ascensos de la movilización de masas.

La revolución mexicana, ese gigantesco incendio campesino que destrozó el viejo estado oligárquico liderado por Porfirio Díaz y mostró uno de los puntos más altos de la movilización campesina en nuestra región durante el siglo XX, dio lugar a uno de los regímenes bonapartistas más sólidos y longevos de la historia, el cual se basó en la estatización de las organizaciones de masas y en el despliegue de una ideología nacionalista revolucionaria, concentrada en la noción de “la revolución hecha gobierno”; la cual se fue degradando con el correr de las décadas. No es casual que León Trotsky hiciera uno de sus principales aportes a la teoría del bonapartismo en su exilio mexicano, mientras presenciaba, como espectador privilegiado, las movilizaciones en defensa de la expropiación petrolera. También fueron esos los años en los que surgieron, en Bolivia, los mal llamados “socialismos militares” de Busch y Toro, también con evidentes rasgos bonapartistas, como ejemplo de la convulsiva década del `30 que tuvo en nuestra región múltiples y álgidas expresiones tanto en la lucha de clases como en el terreno de las formaciones estatales y los regímenes políticos.

Y aquí queremos introducir a José Revueltas. Aunque este intelectual militante, nacido en Durango en 1914, no profundizó en torno a la categoría de bonapartismo, su análisis de la emergencia del Estado posrevolucionario en México y de las formas políticas que adoptó, así como de la particular constitución de la hegemonía, resultó novedoso y abrió un puente a dicha conceptualización. Sostuvo la magistral idea de que la burguesía logró imprimirle al desarrollo histórico (durante y después de la Revolución) la marca de que el Estado era una entidad al margen de la lucha de clases y que, a la par y en su programa, se expresaba “la revolución hecha gobierno” y que esto se combinó con distintos mecanismos de control del
movimiento de masas, que descansaban en la subordinación de las organizaciones obreras y campesinas y el evitar la concurrencia entre las clases explotadas y oprimidas. Si esto puede encontrarse hoy en muchos otros autores, los trabajos de Revueltas (cuyo mayor exponente fue el Ensayo sobre un proletariado sin cabeza) fueron realizados a “contracorriente”, en los años cuando los intelectuales del nacionalismo revolucionario y su relato histórico eran absolutamente hegemónicos, en tanto que, en el espacio de la izquierda, primaba el comunismo estalinista y su adaptación ideológica y política a la burguesía y su estado posrevolucionario.

Fue sobre la base de este proceso analizado por Revueltas que surgió el bonapartismo mexicano en una dinámica compleja y tortuosa, particularmente durante la década del ’20 [16]. El cual apareció, coherente con la definición clásica de Marx ─esto es, un régimen de excepción al cual recurre la burguesía para mantener su dominación─, elevándose por encima de las clases y, en su perfeccionamiento, fue apuntalando el desarrollo capitalista y permitiendo la emergencia de una capa política y burocrática que se hizo cargo de la gestión estatal.

Manuel Aguilar Mora ─quien desde el marxismo ha realizado un amplio desarrollo sobre el concepto del bonapartismo y su posible utilización en México─, partiendo de entender su carácter clasista [17], sostenía, por ejemplo que

el bonapartismo mexicano se fue forjando con sus dos tenazas centrales, con una política que combinaba en dosis igualmente importantes el enfrentamiento duro y represivo con sus enemigos y la negociación y manipulación de sus bases sociales, en primer lugar, por supuesto las vastas capas campesinas, pero con el transcurso del tiempo se fueron haciendo más importantes las bases de las masas proletarias [18].

Esto nos conduce a la definición que plasmó León Trotsky cuando concibió al gobierno de Cárdenas como un bonapartismo sui generis (o de tipo muy especial o peculiar). Él consideraba que el carácter especial de este bonapartismo estaba dado por el rol decisivo del capital extranjero y la debilidad relativa de la burguesía nacional en relación con las clases explotadas, una innovación ─dada por las condiciones particulares de los países dependientes y semicoloniales─ respecto a los análisis sobre el bonapartismo decimonónico o los regímenes bonapartistas (o semi bonapartistas) de la Europa de los años 30. Esto, decía Trotsky,

creaba condiciones especiales de poder estatal. El gobierno oscila entre el capital extranjero y el nacional, entre la relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista sui generis, de índole particular. Se eleva, por así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación con los capitalistas extranjeros [19].

y concluía ubicando al cardenismo en la primera opción, como un “bonapartismo sui géneris de izquierda”. La riqueza del análisis de Trotsky, su fineza analítica, que representa una aportación profundamente actual para el estudio de los populismos latinoamericanos del siglo XX y XXI, contrasta con las teorías de los comunistas de esos años que pasaron de considerar burdamente a Cárdenas como “fascista”, para luego alinearse acríticamente con su gobierno, en una acción que obedeció a las directrices recibidas desde Moscú.

Por su parte, René Zavaleta, en un texto poco conocido y recuperado en una compilación reciente, abordaba el concepto de bonapartismo y su pertinencia para momentos concretos en América Latina. Siguiendo a Gramsci en su conceptualización clásica, que identificaba al bonapartismo/cesarismo con el empate catastrófico, lo asocia con el proceso de autonomización relativa del estado. En dicho texto sostiene que “en el análisis político latinoamericano ha habido una suerte de sobreutilización de la categoría de bonapartismo, aunque no se puede decir que el cotejo de procesos estatales entre la Francia de entonces y la América Latina del momento de los bonapartismos fuera imposible” [20]. Puede rastrearse aquí una preocupación constante de Zavaleta: evitar la búsqueda de una teoría general del Estado, privilegiando el enfoque histórico y concreto para entender cada experiencia estatal. Con relación a México, sin embargo, y con una valoración más favorable de las elaboraciones del exiliado ruso, afirma que

Trotsky prefirió, con cierta prudencia, llamar semibonapartista al régimen de Cárdenas que, sin duda, hizo una combinación de gran arte político de movilización de masas y de ’neutralización’ o reconstrucción corporativa del movimiento de masas [21].

Posiblemente, Zavaleta consideraba como “semibonapartista” la categoría de bonapartismo sui generis, por su inclinación hacia la izquierda del arco político, en contraposición al clásico bonapartismo de corte policíaco. Lo que resulta sugerente es la asociación entre los mecanismos propios del bonapartismo y la movilización controlada y corporativa del movimiento de masas, característica de este bonapartismo sui generis de izquierda que busca explotar los márgenes de maniobra con el imperialismo. Aspecto que también Revueltas consideraba, como ya hemos adelantado, en términos de “filamentos organizativos que recorren al movimiento de masas y que buscan controlar la concurrencia entre las clases explotadas y la independencia de clase” [22].

Zavaleta continuaba en el mismo texto diciendo que “Nada de eso habría sido posible sin la gestación previa de una clase política o clase general que había sido el producto de la disponibilidad estatal proveniente de la catástrofe revolucionaria.” Definición que responde a la emergencia de una capa burocrática, a partir del desvío de la revolución iniciada en 1910, que, aunado a la existencia de una figura carismática, permitió darle una apariencia “impersonal” al estado y a la par interpretar consecuentemente los intereses históricos de la clase dominante, en un proceso que se fue perfeccionando en el seno del propio aparato estatal durante los sexenios posteriores.

Las reflexiones de Zavaleta sobre el bonapartismo (en particular las que mencionamos en torno a México) representan un aporte lúcido e interesante. A la par, hay que considerar que los fenómenos bonapartistas plantean constantemente la importancia de la independencia política de la clase trabajadora y sus organizaciones respecto a aquellos, en particular en aquellos casos donde se combinó “la movilización de masas y la ’neutralización’ o reconstrucción corporativa del movimiento de masas” y se adoptó una orientación hacia la “izquierda” o el “progresismo”. Ese fue el caso de las experiencias latinoamericanas de los años ´30 y ´40 (como es el caso de Vargas, Cárdenas o Perón) y en los ´70, como los gobiernos militares a los que el orureño se refirió ─también en términos de bonapartismos─ en otros escritos, como es el caso de Ovando o Torres, ante lo cual se requería una perspectiva política alternativa a la que sostuvo tanto el nacionalismo revolucionario como los partidos comunistas oficiales, a los que Zavaleta adhirió en su momento.

Y en ese sentido, es efectivamente en el caso de Revueltas y su análisis precursor donde encontramos una preocupación constante por la independencia de clase y su expresión político-organizativa. Asimismo y de manera evidente, en Trotsky, la riqueza de su análisis del cardenismo y del equilibrio que busca establecer entre las masas y el imperialismo, se articulaba con la definición de que se trataba de un régimen que respondía a los intereses de la burguesía nativa y que descansaba en el control y la estatización de las organizaciones de masas. Así también, que sus políticas ─aún aquellas que podían ser consideradas como “progresistas y de defensa nacional”─ no salían de los marcos de un capitalismo de estado. Ante ello, era fundamental una actitud de independencia política y organizativa de la clase obrera, así como de las y los revolucionarios. La lucha por la resolución íntegra
y efectiva de las demandas democráticas (como el reparto agrario y la independencia nacional) y su articulación con una perspectiva socialista, requería que el proletariado lograse la alianza de los campesinos, y eso suponía una competencia permanente con la burguesía nacional [23].

En el presente, algunas de las experiencias gubernamentales en nuestra región pretenden inspirarse en los regímenes políticos a los que nos referimos; es el caso de Cárdenas y la administración de Andrés Manuel López Obrador. Más allá de las evidentes diferencias y distancias existentes entre unos y otros, volver sobre los debates mencionados tiene una importancia cardinal, no solo para comprender la historia, sino para analizar el presente y la actitud que debemos tener los marxistas y la clase trabajadora, ante las nuevas experiencias identificadas con el progresismo.

Una tercera cuestión que aspiramos a desarrollar refiere al contrapunto que puede establecerse entre las reflexiones de Trotsky sobre la revolución en los países capitalistas dependientes y las distintas elaboraciones de José Revueltas y René Zavaleta Mercado en torno a dos procesos revolucionarios claves. Pero eso lo abordaremos en una próxima entrega.

 
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