La elevada abstención el 28M, en particular en los barrios obreros y zonas con peso del independentismo catalán, fueron una muestra de la creciente desafección existente con las dos grandes mediaciones políticas que surgieron como desvío del 15M y el procés.
La campaña de parte de los medios afines al gobierno y amplios sectores del “progresismo” contra quienes opten por abstenerse o votar nulo el próximo 23J es contundente. Después de cuatro años de gobierno de coalición con el PSOE, pareciera que la responsabilidad del auge de la derecha sería de aquellos que se han visto completamente decepcionados por un prometido cambio que no ha llegado.
Pero, que un gobierno de “izquierdas” aplicando políticas de derecha abre el camino a la derecha, no solo no es un secreto, sino que es casi una norma histórica. El social-liberalismo de González y su terrorismo de Estado auparon a Aznar en 1996. El Zapatero de los ajustes de la Troika entronaron a Rajoy en 2011. Si vamos más atrás, la victoria de las derechas en noviembre de 1933 se produjo justamente después de aquel bienio progresista que no desarrolló la reforma agraria y reprimió a sangre y fuego huelgas y protestas obreras y campesinas, con episodios como la matanza de Casas Viejas.
En 2023, el gobierno de “izquierda” cierra su legislatura con una caída del poder de compra de los salarios de un 8%, un aumento del empleo a base de incrementar los contratos a tiempo parcial con sueldos de miseria y un 50% de subida del alquiler y las hipotecas. A su vez, presume de haber liquidado el movimiento democrático catalán “por otros medios” y compra la agenda de la derecha - y hasta la ultraderecha - en política represiva, exterior o lucha contra la inmigración. Ahí quedan los presupuestos militaristas del imperialismo español más grandes de la historia, represiones como la de la huelga de Cádiz - y ahora en Vigo - o matanzas como las de Melilla.
La responsabilidad de que PP y Vox puedan llegar a Moncloa es enteramente de ellos y de quienes han jugado a ser sus palmeros, desde sus socios de legislatura de ERC o EH-Bildu, a la burocracia sindical y de los movimientos sociales que le han otorgado cuatro años de gracia. Justo estos palmeros son ahora parte del coro que menosprecian con todo tipo de insultos y descalificaciones a los que no irán a votar.
Este ambiente hostil ha contribuido a que sean muy pocas las voces que se atrevan a plantear la necesidad de una posición político-electoral independiente de los dos grandes bloques de este neobipartidismo senil por bloques. Decimos “contribuido” porque, en última instancia, las posiciones con las que queremos debatir vienen determinadas por concepciones, o bien oportunistas o bien sectarias y apolíticas, de los grupos que las plantean.
La Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras ha planteado en varias ocasiones a otras organizaciones de la izquierda anticapitalista intentar construir una alternativa en el terreno electoral que defendiera una perspectiva de independencia de clase y socialista. Sin embargo, esta posibilidad ha estado por ahora bloqueada por la ubicación política de la mayor parte de la extrema izquierda del Estado español. Así, la mayoría de organizaciones se han dividido entre quienes se han mantenido en un apoyo a formaciones como la CUP o el reformismo tipo Podemos - algunas de ellas combinándolo con una política otanista en relación a la guerra de Ucrania - y otros sectores que han adoptado posiciones abstencionistas apolíticas.
Aún así, la CRT no ha querido renunciar a disputar también en el terreno electoral a las distintas fuerzas políticas que defienden los intereses de los grandes capitalistas, combatiendo a la derecha reaccionaria y desenmascarando a los falsos “progresismos”. Los tiempos y trabas impuestas por la antidemocrática Ley electoral no nos permitieron poder presentarnos con una candidatura propia. Pero aun así, decidimos hacer una campaña activa contra la lógica del mal menor con una expresión concreta de voto, defendiendo el nulo o abstención para el 23J.
Las críticas al gobierno “progresista”, especialmente hacia la participación ministerial de Unidas Podemos y la responsabilidad del reformismo en el auge de la derecha, son un punto en común de la casi totalidad de la extrema izquierda. Sin embargo, lo cierto es que la misma está dividida entre quienes se suman al mal menor - con la boca pequeña o a rienda suelta - y quienes han optado por dejar que pasen estas semanas, limitándose a algunas críticas generales al reformismo, sin pronunciarse sobre su posición de voto el 23J. Debatimos en este artículo con los dos principales representantes de estas posiciones.
Anticapitalistas: criticar a Sumar para votar a Sumar
Entre los primeros destacan grupos como Anticapitalistas. Su llamamiento a votar por el reformismo el 23J lo formulan la forma abstracta en un reciente comunicado: “no queremos que vaya ningún voto a la derecha”. Dirigentes de esta organización como Jaime Pastor han sido más concretos sobre qué quiere decir esto. Aunque la izquierda anticapitalista vaya a “estar prácticamente ausente como alternativa política en la próxima confrontación electoral” - considera que - “no por ello debería desentenderse de la necesidad de contribuir a impedir la victoria del bloque de derechas”.
Su apoyo electoral es a la izquierda institucional en general, pues ni siquiera diferencian si esta “contribución” debe hacerse con la papeleta de Sumar, EH-Bildu o el PSOE directamente. Solamente en Catalunya proponen un voto concreto (a la CUP) y allí donde se presenta Adelante Andalucía, candidatura impulsada por ellos mismos.
En el comunicado mencionado, esto se plantea a la vez que señalan cómo, entre las causas de fondo del “giro reaccionario” que a su juicio se viene desarrollando a nivel internacional, se encuentra “la sucesión de derrotas y capitulaciones de las izquierdas surgidas después de la crisis de 2008 y que han provocado el auge de una nueva derecha”. Entre ellas incluyen la de Syriza, el Corbynismo o Bernie Sanders y, en el Estado español, “el transformismo de Podemos y la derrota del ciclo independentista”.
Se lamentan de que “La clase trabajadora y les oprimides carecen de organizaciones políticas fuertes y de una perspectiva estratégica para combatir el capitalismo”. Plantean que será necesario construir una “izquierda independiente del poder” y hacerlo tanto desde la “resistencia social” como “sacando las lecciones pertinentes en el terreno político”.
Sin embargo, el primer paso para esto sería sumarse - aunque sea con la boca pequeña - a la gran campaña del mal menor que vuelve a tener como tarea ser la recolectora de votos de otro gobierno del PSOE. Una gran contradicción siendo que, como Anticapitalistas misma reconoce, ha sido y será un gobierno imperialista, militarista, represivo, racista y en favor de las grandes empresas.
Es un voto por procuración al PSOE. De hecho, la oposición de Anticapitalistas a que Podemos formara parte del gobierno en 2019 - que los llevó a salir amistosamente - se realizaba defendiendo la alternativa portuguesa de dar apoyo en la investidura a los social-liberales y ser su socio parlamentario, la misma línea llevada adelante aquí por ERC o EH-Bildu.
Anticapitalistas sigue marcando el paso en el mismo lugar que lleva haciéndolo desde hace muchos años. Ocultan que en el nacimiento de Podemos su rol fue indispensable y critican su transformismo sin hacerse cargo que ellos siguieron siendo parte del partido, aún cuando en su hoja de ruta ya quedó abiertamente definido que el objetivo era cogobernar con el PSOE en 2015.
Pero que el proyecto de Iglesias y Errejón era restaurar el régimen capitalista español con alguna reforma superficial era manifiesto ya desde su nacimiento en 2014. Así lo advertimos algunos en su momento, siendo tachados de sectarios por los que hoy tienen que reconocer que, efectivamente, estos ocho años de neorreformismo han apuntalado el Régimen del 78, han recompuesto parcialmente el bipartidismo y debilitado la capacidad de respuesta del movimiento obrero y los movimientos sociales.
Anticapitalistas no puede salir del esquema del mal menor y la mejor gestión posible del Estado capitalista porque, justamente, la gestión reformista del Estado capitalista - esa que abre el camino a la derecha y desactiva las fuerzas sociales para enfrentarla - ha sido su política en ocho años de gobierno municipal de Cádiz y lo sigue siendo hoy para sus referencias electorales (Adelante Andalucía o la CUP).
El contenido profundo de su voto con la boca pequeña a Sumar es ese. Su alternativa es una versión algo más de izquierda de una estrategia neorreformista de gestión del Estado capitalista, pero añadiéndole algo de desarrollo de la movilización social para vigilar o presionar. La vieja canción del “un pie en las instituciones, mil en la calle” que ya hemos visto cómo termina.
No es casualidad que en su repaso de la situación y los fenómenos políticos de la izquierda internacional, Anticapitalistas ni siquiera mencione la experiencia del Frente de Izquierda y los Trabajadores - Unidad en Argentina. Cuando en 2014 decidieron tomar como referencia Syriza y apostar por la fundación de Podemos, en otras latitudes la extrema izquierda trotskista venía de agruparse en 2011 en un frente de independencia de clase con un programa transicional y con una lógica: no gobernar el Estado capitalista, sino de desarrollar la lucha de clases y la autoorganización.
Hoy el FITU - y en particular el PTS- con más de 700.000 votos en las últimas presidenciales de 2019, cuenta con decenas de diputados, concejales y figuras que son una referencia para luchas contra la derecha y el “progresismo” gubernamental, al mismo tiempo que plantean una perspectiva de lucha por el socialismo desde abajo. La crisis del peronismo tiene una alternativa desde la izquierda revolucionaria en condiciones de disputar su capitalización a la extrema derecha reaccionaria.
Grupos como la CRT - antes Clase contra Clase - defendimos con diferentes iniciativas promover un agrupamiento de este tipo como un paso para desarrollar una izquierda revolucionaria que llegara mejor preparada a la bancarrota del reformismo y el procesismo, con la CUP como su pata izquierda en Catalunya, y poder pelear porque la decepción y desafección pudieran canalizarse por izquierda. Lamentablemente, Anticapitalistas y otros muchos grupos de la extrema izquierda, prefirieron - y siguen prefiriendo - ser una fuerza auxiliar del neorreformismo.
Movimiento Socialista: una denuncia al rol pasivizador del reformismo sin posición de voto
Las organizaciones que componen el llamado “Movimiento Socialista” conforman un nuevo espacio político producto de diversas rupturas con distintas formaciones reformistas. Gazte Koordinadora Sozialista en Euskal Herria, rompió en 2019 con EH-Bildu, Horitzó Socialista en 2022 con la CUP y el Encuentro por el Proceso Socialista se ha conformado durante ese mismo año a partir de distintos sectores que provienen del autonomismo o incluso la base del PCE, en otras zonas del Estado.
Respecto al 23J, parten de una lectura general muy crítica con las corrientes de las que provienen, las cuales engloban bajo la misma categoría de “socialdemocracia”. Según explican en el último programa de Youtube “Prisma”, estas habrían jugado un rol de contención e institucionalización de los procesos nacidos tras la crisis de 2008 - como el 15M o el procés - o de integración en el régimen del 78 del movimiento de liberación nacional vasco.
Sobre el gobierno “progresista” critican cómo, a pesar de algunas medidas redistributivas, se ha puesto en evidencia la “incapacidad del proyecto socialdemócrata de Podemos para gestionar la situación de crisis”. Esta “incapacidad de las políticas públicas para integrar a cada vez más capas del proletariado” haría que “la gente no sienta que gobierne quien gobierne, le vaya la vida en ello, y no acude a votar”, haya “un desprestigio grande de las instituciones”- y la abstención tienda a crecer, sobre todo en la clase obrera.
Reconocen que “todo este desafecto respecto a la política profesional acaba transformándose en un desapego a la política en mayúsculas. Es decir, que la gente va perdiendo la capacidad de imaginarse otra sociedad diferente, asume la derrota”. A su vez, hace que algunos sectores de lo que denominan como “clase medias”, culpen del “empeoramiento de sus condiciones de vida a ciertos segmentos del proletariado, como puedan ser las personas migrantes o trans”.
Desde esta lectura, podemos coincidir con estas organizaciones en tanto que se diferencian por izquierda de gran parte de la extrema izquierda del mal menor, ya que no reproducen los llamamientos a votar al reformismo o formaciones como la CUP. Sin embargo, su posición concreta ante el 23J es cuanto menos ambigua ¿Cómo podría expresarse en estas elecciones una posición que enfrente a la derecha de forma independiente de ese “proyecto socialdemócrata”? No queda claro.
En las posiciones sobre el 23J expresadas en la tertulia de Prisma se plantean que el reformismo alimenta y allana el camino a lo que denominan como “fascismo” - no entraremos en este artículo en la discusión sobre la caracterización de la derecha y extrema derecha - o que la lógica del mal menor lleva a un “desplazamiento político cada vez más a la derecha”.
No obstante, esto se combina con afirmaciones que llevan a señalar varias veces que “no nos da igual que gobierne la derecha que la izquierda” o a lamentarse de que la socialdemocracia no lleve adelante políticas en clave de “cordón sanitario” o ilegalizaciones para combatir el “fascismo” desde “los límites de la institución burguesa”. Sobre todo, falta responder lo que todo el mundo se pregunta en estos días, ¿qué habría que hacer entonces el 23J? ¿Es compatible votar a Sumar, la CUP o EH-Bildu con la pelea por construir una fuerza social que enfrente la derecha y luche por una sociedad socialista?
La renuncia del Movimiento Socialista a responder estas preguntas es en los hechos una renuncia a intervenir en la campaña electoral. Esta falta de una posición de voto clara, que abiertamente llamara a rechazar cualquier apoyo político al “proyecto socialdemócrata” en forma de abstención activa o voto nulo, seguramente esté influida por la presión de la campaña por el “voto contra la derecha” que mencionábamos al principio.
Pero también creemos que es deudora de una concepción antiparlamentaria en general que, de la misma manera que les lleva a no plantearse concurrir a las elecciones, también les hace no considerar que este terreno es, a día de hoy, un terreno fundamental para pelear por una posición de independencia de clase.
Pelear el “voto”, en el sentido de que con este se exprese una posición que se rebele abiertamente contra el mal menor, es parte de la tarea de, tomando sus propias palabras, la “lucha por la hegemonía de las tesis comunistas”. Creemos que es fundamental para tratar que aquellos que ya están en la abstención no caigan en la apatía o despolitización, así como para darle un contenido de independencia de clase al no ir a votar o al voto nulo. Pero, sobre todo, para plantear sin ambigüedades por qué la izquierda socialista no apuesta por el mal menor y no llama a votar al neorreformismo, y así, convencer a quienes estén pensándose votar a la izquierda institucional “con la nariz tapada” a no hacerlo.
La posición de “no meterse”, “no pronunciarse” ... bajo el pretexto aparentemente izquierdista de “las elecciones no son nuestro marco”, dejan un terreno libre a las, podríamos decir, “tesis socialdemócratas”. No es cualquier terreno porque, por más desafección que haya, las elecciones siguen siendo un momento de concentración de la politización de diverso signo. No intervenir en ellas supone regalarles a los reformistas una ocasión de oro para mantener, fortalecer o extender las ilusiones en que no hay otra vía posible que seguir delegando en ellos la resolución de los grandes problemas sociales y las urgencias del momento, como el frenar a la derecha.
Esta posición no es nueva. Otras tradiciones como el anarquismo o el autonomismo la han sostenido históricamente. Desde la CNT en febrero de 1936, cuando dejó correr el voto obrero a las candidaturas del Frente Popular - un hecho que no se puede separar de su claudicación posterior entrando al gobierno republicano y catalán en plena revolución social -, hasta los autonomistas del contrapoder y la ilusión de lo social de los 2000 o el 15M, que se fueron mayoritariamente con Podemos en 2014.
El voto al mal menor es un gran obstáculo para desarrollar la movilización social y evitar su institucionalización
El avance de la derecha y, en menor medida, la idea de que los próximos cuatro años van a estar marcados por políticas más agresivas de ajuste del gasto fiscal - que aplicarán tanto la derecha como el “progresismo” - hace que la necesidad de la vuelta a lo social sea común en casi la totalidad de la extrema izquierda.
Incluso algunos sectores a favor del voto acrítico al reformismo reconocen que estos cuatro años ha habido demasiada “relajación” del músculo de la movilización social. Hasta el mismo Podemos repite demagógicamente este mensaje, obviando el enorme papel pasivizador que supuso su apuesta de institucionalización del ciclo de luchas del 15M en adelante.
Sin duda, volver a abrir un proceso movilización social y organización es fundamental. Solamente la lucha de la clase trabajadora y la juventud, junto al resto de movimientos sociales, pueden ser un dique de contención a esta ola reaccionaria y los ataques vengan de donde vengan. Pero, al mismo tiempo, sin pelear por una perspectiva política de independencia de clase estas movilizaciones podrán ser nuevamente derrotadas o desviadas, como ya pasó con el 15M o el procés.
Entre quienes llaman a votar al reformismo desde una posición crítica, como Anticapitalistas, se plantea la necesidad de que está vuelta a lo social “no puede ser simplemente salir a las calles”, sino que “necesitamos una izquierda independiente del poder” y que esta alternativa “tendrá que construirse mediante la resistencia social, pero sacando las lecciones pertinentes en el terreno político”.
Como máxima general podemos coincidir, pero su respaldo electoral a Sumar y el contenido neorreformista del proyecto del que son parte central - Adelante Andalucía no es más que un revival en clave soberanista andaluza del Podemos de los orígenes - es repetir el camino andado. Esta vuelta a la casilla del manifiesto fundacional que acordaron con Iglesias, “Mover Ficha”, que Anticapitalistas aún reivindica, concibe la vuelta a la movilización en aras de volver a generar una nueva “ventana de oportunidad” en clave de presión y reforma del régimen.
El mal menor no es solo un problema que se expresa en el terreno electoral. Como lógica política lleva instalada, al menos, desde el ciclo electoral tras la moción de censura de 2018. La consecución de un gobierno “progresista”, primero con el PSOE en solitario y con Unidas Podemos a partir de 2019, instaló la idea de la necesidad de defenderlo ante la amenaza de una vuelta del PP aliado con la extrema derecha.
Esta idea, justificación para que grupos como Anticapitalista llamen a votar de nuevo al reformismo, es la que ha estado detrás también de la enorme pasivización de estos años y de que muchos elementos que hasta 2019 generaban un profundo rechazo social, hayan sido ahora relegitimados. Este gobierno ha podido revalidar las reformas laborales de Rajoy y Zapatero, el pensionazo de 2011, ha concluido el rescate a la banca con la privatización de la SAREB, ha consolidado las devoluciones en caliente, dejado ahogar a miles de migrantes en el Atlántico y adoptado un guerrerismo otanista que rivaliza con el Aznar de las Azores. Le han lavado la cara al Régimen del 78, desactivando el independentismo y represtigiando la Corona, podríamos decir que “sin despeinarse”. Incluso los brutales efectos de la crisis del covid primero y la escalada inflacionaria después no han generado apenas respuesta.
La idea de “no movilizarse demasiado” para no favorecer a la derecha es la misma que lleva ahora a decir que lo que toca el 23J es votar de nuevo al “progresismo” como mal menor. Si PSOE y Sumar revalidan gobierno, posiciones como las de Anticapitalistas habrán contribuido de nuevo a que esta losa se mantenga. Pero si es la derecha la que consigue ganar, también el mal menor nos desarma, como ya demostraron las elecciones de Madrid de 2021 y la “épica” campaña “antifascista” de Iglesias, para después marchar a su casa. El represtigio del “recambio progresista” como freno a la derecha alienta la confianza a “esperar a 2027” y es todo lo contrario a recuperar la confianza en que solo con la movilización independiente de la clase trabajadora y los sectores populares se le puede poner freno.
Aún así, en caso de un gobierno del PP y Vox, es muy posible que la respuesta de los movimientos sociales y el movimiento obrero se reactive. Esto lleva a otro problema ligado a las lecciones del ciclo que se cierra: ¿cómo evitar que un nuevo proceso de movilización, incluso uno que pueda reabrir la crisis de régimen, no vuelva a ser desviado por el reformismo hacia el círculo vicioso de institucionalización-restauración?
Desarrollar una movilización independiente contra la derecha es una gran lucha política contra el reformismo
En el último programa de Prisma, el Movimiento Socialista coincide en la necesidad de volver a las calles, pero da una gran importancia a “no permitir que la socialdemocracia vuelva a capitalizar este posible ciclo de luchas para luego alimentar otro nuevo proceso electoral y que sea así como la rueda que nunca acaba”. Coincidimos, por lo tanto, en la necesidad de prepararse para tratar de romper ese círculo vicioso al que nos referíamos.
Sin embargo, en el cómo creemos que los compañeros y compañeras del EPS, GKS o HS apuestan por una estrategia que lleva a rehusar la intervención en el terreno de la lucha de clases tal cual se da, con una lógica similar a su rechazo a hacerlo en el terreno electoral. Apuestan por desarrollar la “organización independiente del proletariado” y señalan como principal tarea “socializar las tesis comunistas”. Para ello, defienden crear espacios autogestionados propios bajo su perspectiva socialista para progresivamente aumentar el control del proletariado sobre diferentes esferas de la sociedad, fundamentalmente ligadas al consumo y la reproducción social.
Esta concepción les ha llevado a rechazar la intervención en luchas importantes por el hecho de ser movimientos donde predominan reivindicaciones parciales o están dirigidas por sectores reformistas. Por nombrar algunos ejemplos, destaca que en Euskal Herria - donde reúnen a miles de jóvenes en actos y algunas manifestaciones por el socialismo - hayan estado ausentes de las principales luchas obreras. En Madrid, el EPS optó por separarse de las enormes movilizaciones en defensa de la sanidad pública siguiendo la misma lógica. Igualmente, HS rechazó dar apoyo a las huelgas de las trabajadoras y trabajadores de la educación pública en Catalunya. En el caso de la cuestión nacional, su concepción de la independencia de clase se traduce en rehuir ser parte del movimiento por la autodeterminación existente, dado que este sigue teniendo al frente a la dirección burguesa procesista.
Esta ubicación ultimatista no solo impide que se pueda pelear porque estos movimientos se desarrollen y avancen, sino que deja el terreno libre para que las opciones de conciliación de clases puedan precisamente capitalizar las luchas que se den. Una lógica abstencionista, en este caso en el terreno de la lucha de clases, que tiene también una continuidad con la que sostienen en el terreno electoral que discutíamos arriba.
No podemos aspirar a quebrar el círculo de movilización-institucionalización-restauración sin disputar la conciencia de la clase trabajadora allí donde se construye. Eso significa, en primer lugar, intervenir en las distintas luchas que se desarrollen, sin ningún sectarismo y sin ninguna condescendencia con las direcciones reformistas de los movimientos sociales o los sindicatos. Solamente siendo parte de estas experiencias, peleando por la más amplia unidad para el combate y el desarrollo de la autoorganización, se puede dar la condición de posibilidad para que rompan el corsé de estas burocracias que buscan contener y dividir. Esta tarea la tenemos que vincular a la defensa de un programa transicional que resuelva íntegra y efectivamente los problemas de las grandes mayorías sin detenerse ante la propiedad privada de los capitalistas, que al mismo tiempo que unifique a la clase trabajadora y teja alianzas con los sectores populares.
El desarrollo de la hegemonía obrera no es un hecho que venga dado por el mero peso social o numérico de nuestra clase ni se logra gradualmente por medio de la propaganda, sino que únicamente puede ser producto de esta pelea sobre todos los terrenos - el de las ideas, la política y la lucha de clases- llevada a cabo por quienes luchamos por una sociedad socialista. Para ello la construcción de una organización revolucionaria de vanguardia es el elemento consciente central que puede hacer carne esta estrategia. Esta acumulación de fuerzas no se puede realizar en círculos aislados de las luchas y la experiencia concreta de nuestra clase, sino fusionando las ideas del marxismo revolucionario con los sectores más conscientes de ella. |