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La Izquierda Diario
2 de septiembre de 2023 Twitter Faceboock

No somos una hermandad
Feminismo o peluca
Celeste Murillo | @rompe_teclas

El sexo, raza y clase de Mariátegui. ¿La única reforma que la sociedad necesita es la reforma feminista? Autonomía política, colores y tendencias. La reina hawaiana, millonarios en el espacio y una huelga.

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Hace unos días me crucé con un texto del marxista peruano José Carlos Mariátegui que hablaba de feminismo y decía que le parecía más interesante que las pelucas (suena bastante lógico, pero me pareció curioso porque parecía un chiste interno con sus lectores y lectoras: “el feminismo es la categoría, la peluca es la anécdota”). Podría mentir para quedar bien y decir que estaba leyendo sus obras completas, pero la verdad es que llegué ahí por algo que escuché en la presentación de un libro sobre él: Mariátegui. Teoría y Revolución de Juan Dal Maso.

En esa presentación, la docente e investigadora Natalia Romé mencionó el interés de Mariátegui en el feminismo. Hice una nota mental porque me gusta saber por qué tipos reconocidos en ámbitos intelectuales y políticos hacían pública su adhesión al feminismo “fuera de contexto” (es decir, no en un mitin del 8 de marzo), sobre todo en momentos en que el consenso era que las mujeres no tenían por qué participar de nada que las acercara a la ciudadanía o a la igualdad. Mariátegui creía que el capitalismo había creado “involuntariamente las condiciones y las premisas morales y materiales” para la emancipación de las mujeres pero -explicaba- la democracia burguesa había sido “exclusivamente masculina” de la Revolución francesa en adelante.

En 1924 publicó “Las reivindicaciones feministas”, un texto muy entusiasta sobre la presencia creciente del feminismo en Perú y su lazo con la lucha por una nueva civilización. Polemiza, se burla de los conservadores y los que agitan la “extranjerización” (una patadita sutil al nacionalismo) y afirma que “el feminismo, como idea pura, es esencialmente revolucionario” porque cuestiona el orden social. Lo que más me gusta del texto es que su defensa de la causa feminista ante las posturas reaccionarias no veta observaciones o reflexiones críticas (algunas podrían aparecer en debates actuales): “nadie debe sorprenderse de que todas las mujeres no se reúnan en un movimiento feminista único. El feminismo tiene, necesariamente, varios colores, diversas tendencias”.

Le reconoce al movimiento su carácter político y policlasista, que todavía hoy se ve opacado en ocasiones por narrativas del deseo o la sororidad. “La lucha de clases -hecho histórico y no aserción teórica- se refleja en el plano feminista. Las mujeres, como los hombres, son reaccionarias, centristas o revolucionarias. No pueden, por consiguiente, combatir juntas la misma batalla”. Y en un pasaje resume con una sencillez que le envidio algunas de las contradicciones de clase, agudizadas hoy por la integración de una elite de empresarias, políticas y funcionarias a las democracias capitalistas. “Las feministas de la burguesía [hoy lo llamaríamos feminismo liberal] aceptan todas las consecuencias del orden vigente, menos las que se oponen a las reivindicaciones de la mujer. Sostienen tácitamente la tesis absurda de que la sola reforma que la sociedad necesita es la reforma feminista”. Termina diciendo que una protesta así es “demasiado exclusiva para ser válida”.

Creo que es interesante volver a poner ideas como estas en discusión, cuando el desafío (por ahora de palabra) a las demandas y conquistas feministas en Argentina encuentra al movimiento en un letargo institucional. El resultado de las elecciones primarias encendió varias alarmas pero no está escrito que tengamos que aceptar ninguna derrota de antemano. ¿Por qué la movilización feminista no puede ser un motor para enfrentar a la derecha? Quizás es una oportunidad para reabrir el debate acerca de la autonomía política, para que ningún sector nos reduzca a porcentaje electoral y discutir abiertamente, sin esconder los colores ni las tendencias.

Al final no conté lo de la peluca. En “La civilización y el cabello”, Mariátegui hace un recorrido histórico acerca del pelo, las barbas, los peinados y hasta de las patillas. Sus observaciones acerca del avance del concepto de higiene y la ausencia de cabello en el rostro, las diferencias culturales y las pelucas, hasta sobre los cambios en la vestimenta de las mujeres, fascinarían a más de una lectora o lector del siglo XXI. Creo que la definición que hacía él mismo de su trabajo (una mirada “entre periodística y cinematográfica”) se ajusta a la perfección.

Obviamente, Mariátegui es muchísimo más que estos textos, que solo abarcan solamente algunos de sus intereses. En general, sus reflexiones contienen muchos elementos que siguen siendo interesantes hoy y mantienen su vigencia, incluso dialogan con corrientes contemporáneas como el indigenismo, el poscolonialismo o las que se denominan de la interseccionalidad. Juan Dal Maso lo explica mejor en su presentación de Mariátegui. Teoría y revolución: “dejan planteados importantes elementos teóricos para comprender situaciones marcadas por la inestabilidad política y la crisis económica y cultural”, y agrega que “su concepción de la crisis como una crisis ‘civilizatoria’ resulta muy adecuada para pensar el mundo actual”. Creo que más vigente no se consigue.

La reina hawaiana, millonarios en el espacio y una huelga

A principios de agosto un incendio destruyó la zona forestal de Lahaina, la antigua capital del reino hawaiano. Más de un centenar de personas murieron y el fuego arrasó con lugares históricos. El incendio es un capítulo más de la historia de destrucción que significó la invasión y ocupación primero británica y más tarde estadounidense, que terminó anexando Hawai como estado en 1959 con bases militares en todo el territorio. No fue la primera anexión, la primera fue como colonia en 1898 después de que la “Liga Hawaiana” (una sociedad secreta de comerciantes blancos), con la ayuda de la marina de Estados Unidos, derrocara y encarcelara a la reina Liliuokalani, la jefa del gobierno soberano de Hawai.

Hablando de bases militares, en 2015 se estrenó la película Aloha (Bajo el mismo cielo). Es una comedia romántica bastante floja (que por supuesto vi), pero tiene dos subtramas interesantes y muy actuales: la invasión de los multimillonarios en la carrera espacial y la relación del Estado con los pueblos originarios. Bill Murray interpreta a un millonario que está obsesionado con poner en órbita un satélite con falsos fines filantrópicos y para eso llama a un exmilitar devenido contratista privado. El contratista (Bradley Cooper) tiene que conseguir un permiso de la Nación de Hawai, un grupo de pueblos Kanaka Maoli que reclaman su soberanía y se organizan en el territorio libre Pu’uhonua O Waimanalo. Para eso, se reúne con Dennis “Bumpy” Kanahele (interpretado por él mismo), líder de la nación, a quien todos llaman “El Rey”. No importa cuánto quieran endulzarla, la historia siempre es de subordinación y engaño. Hubo algunas denuncias de apropiación cultural: “tomaron nuestra palabra sagrada [aloha] y van a ganar mucho dinero con ella”. Así funciona la apropiación cultural y Hollywood es experto en el tema, solo que en este caso no sucedió porque la película fue un fracaso comercial.

El 23 de agosto, se votó en el Congreso la media sanción que modifica la ley de alquileres y empeoró un escenario ya pésimo para más de 10 millones de personas que alquilan en Argentina. También un día de agosto pero de 1907, la municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires decretó un aumento de impuestos y los dueños de las casas de inquilinato lo trasladaron al precio de los alquileres. No lo sabían pero ese aumento iba a ser el disparador de la huelga de inquilinos que marcó un hito en las protestas de la época.

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