La operación político-ideológica que pretende negar la última dictadura genocida se despliega abiertamente en la escena nacional. Encabezada públicamente por Victoria Villarruel, propone el rescate de una supuesta “memoria completa” que no se condice con los hechos históricos. Su registro elige dejar de lado hechos tan dramáticos como los cientos de niños y niñas apropiados por los represores y sus cómplices civiles. “Olvida”, asimismo, los más de 800 centros clandestinos de detención montados en todo el país, incluidos aquellos que se ubicaron en predios de grandes empresas. Al negar con persistencia la cifra de 30.000 detenidos-desaparecidos, apunta a silenciar la magnitud del accionar represivo.
Este retorno activo del negacionismo y sus defensores aparece vinculado a la profunda crisis política que golpea a las grandes coaliciones políticas patronales, empujándolas en el camino de la disgregación. Una profunda crisis de representación que las PASO catalizaron en el voto a Milei. La derecha fascistoide -presente desde hace décadas en los márgenes de la vida política nacional- se asocia a la empresa libertariana, apostando a reconstruirse como parte de esa falsa “novedad”.
Este crecimiento no implica, sin embargo, simpatía masiva hacia los crímenes de la dictadura genocida. La crisis de los llamados valores democráticos es, ante todo, creciente frustración con un sistema político incapaz de garantizar un plato de comida sobre la mesa o una estufa prendida en invierno. En ese Aleph de malestares hacen nido las diversas variantes de la derecha reaccionaria. El fenómeno ocurre aquí y en diversos puntos del planeta. Cambian rostros y particularidades.
Volver a discutir los 70: una batalla político-ideológica ineludible
El debate en curso obliga a la reflexión crítica, tanto sobre la última dictadura como sobre el proceso político y social que le precedió.
En La Córdoba revolucionaria , libro de próxima aparición, concentramos nuestra mirada en ese intenso ciclo previo a marzo de 1976. El terror genocida que se desplegó en el conjunto del territorio nacional es indisociable del agudo proceso de lucha de clases precedente. Del ascenso obrero y popular que ocupó la escena nacional desde mayo de 1969, cuando aconteció el Cordobazo.
En ese largo ciclo de lucha de clases, la provincia mediterránea ocupó un lugar destacado. Allí se libraron enormes combates de clase. A recuperar la memoria de esas durísimas peleas dedicamos parte importante de nuestro trabajo. Concentramos nuestra mirada en las batallas que debieron asumir el sindicalismo de liberación, el clasismo y el llamado neoclasismo, corrientes político-sindicales destacadas del período. Por las páginas de La Córdoba revolucionaria desfilan figuras emblemáticas de aquellos combates como Agustín Tosco, René Salamanca, Gregorio Flores y el Petiso Páez, entre otros y otras.
A nivel nacional, ese enorme ciclo de lucha de clases abrió el camino al retorno del peronismo. Tras 18 años de exilio, el viejo líder volvió al país para intentar ordenarlo. Con ese objetivo, apeló al Pacto Social y a la violencia estatal y paraestatal. López Rega y la Triple A aparecieron como siniestros símbolos de ese accionar represivo, dirigido por el mismo Perón. Córdoba no fue ajena a esa represión. La sufrió, con notoria crudeza.
La dictadura genocida llegó al poder cuando el peronismo gobernante se evidenció incapaz de capear ese enorme proceso de movilización social. La brutal violencia estatal desplegada bajo Videla, Massera y Agosti emergió como respuesta de la clase dominante a ese accionar desde abajo, traducido -entre otras cosas- en multiplicidad de huelgas, rebeliones antiburocráticas y levantamientos locales.
Recorriendo aquel convulsivo ciclo, nuestro trabajo apunta a ilustrar ese enorme despliegue de fuerza social que evidenció la clase trabajadora. A calibrar sus potencialidades y sus límites. A analizar, críticamente, la actuación de las corrientes político-sindicales que tuvieron protagonismo en el periodo.
La Córdoba revolucionaria debe leerse como continuidad de una indagación marxista sobre la historia nacional que el PTS en el Frente de Izquierda despliega hace años. Una labor militante evidenciada, entre otros textos, en publicaciones como Insurgencia obrera en la Argentina 1969-1976, de Facundo Aguirre y Ruth Werner; Cien años de historia obrera en la Argentina 1870-1969, de Alicia Rojo, Josefina Luzuriaga, Walter Moretti y Diego Lotito; y de Villazo, la gran gesta obrera en Villa Constitución, de Octavio Crivaro.
Un combate político por la historia
Retornemos al presente. Tergiversando cifras, la operación de Villarruel y cía. centra su discurso público en las víctimas de las organizaciones guerrilleras. Al hacerlo, silencia los crímenes de Estado cometidos por las Fuerzas Armadas y sus cómplices civiles.
Este negacionismo contiene una función político-ideológica: trabaja por la relegitimación plena de las Fuerzas Armadas. Lo hace, también, en la construcción de un mayor consenso a todo accionar de las fuerzas represivas. Su discurso sobre la dictadura enlaza con sus propuestas actuales en el terreno de la llamada inseguridad. Entronca, también, con el persistente intento por criminalizar la protesta social, focalizando enemigos en movimientos sociales, trabajadores ocupados y desocupados, pueblos originarios o movimientos ambientalistas.
Frente a ese discurso reaccionario, emerge una defensa casi acrítica del régimen democrático capitalista. La correcta condena al genocidio aparece como cuasi justificación de estas cuatro décadas, donde la democracia capitalista incumplió todas sus promesas iniciales. Esa defensa, en el terreno electoral, llega al punto de proponer un voto a la ultraderechista Patricia Bullrich para “enfrentar” al ultraderechista Javier Milei. No hay ni puede haber épica en un relato de ese tipo.
La reemergencia prepotente del negacionismo ancla en un malestar social profundo, donde “la democracia” -así, en general- como valor queda asociada a una creciente pauperización de la vida para las grandes mayorías. A un horizonte carente de futuro que convoca a la decepción.
Peronismo y kirchnerismo no son ajenos al ascenso de ese malestar: han sido gestores del Estado capitalista por muchos años. Desde hace tiempo, para una porción de la población, la defensa de los derechos humanos aparece vinculada a una fuerza política que ha venido degradando las condiciones de vida de las grandes mayorías populares.
La disputa por la historia es, también, parte de los combates políticos e ideológicos en curso. Recuperar los años 70 desde el punto de vista de la lucha de clases implica rescatar lecciones revolucionarias para un presente que se anuncia aún más crítico y convulsivo. Para un futuro -más que cercano- que se presenta cargado de luchas y resistencias. Parte de nuestro aporte a preparar esos combates está condensando en las páginas de La Córdoba revolucionaria. |