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La Izquierda Diario
1ro de diciembre de 2024 Twitter Faceboock

Gordas las ganas de luchar. A propósito de (h)amor8 gordo.
Jorge Remacha

Más allá del autodesprecio, la desvaloración y los efectos en la salud de sus cánones, vinimos a reventar las costuras de cada norma y a pelear por la vida que nos expropian. A propósito de (h)amor8 gordo (Continta me tienes, 2023), hablamos de presión estética y de mandarla a la basura junto con cada opresión y explotación.

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“Panza. Panza. Panza. Mileurista. Mileurista. Mileurista.”¿Te suena? Youtubers, instagramers, tiktokers y streamers gordofóbicos, misóginos, derechistas y un tanto fantasmas que tratan de vender humo y cryptomonedas, gracias a la precariedad, los prejuicios patriarcales o fundamentalismo liberal. Que hablan de “personas de alto valor” generando millones, lamborghinis y abdominales.

Pero desde un punto de vista marxista, imagina lo que pensamos del concepto de personas de alto valor o bajo valor por su peso. Pensémoslo también sobre la presión estética, la gordofobia, el machismo y clasismo que reúne y los problemas de salud derivados, que han acarreado riesgos y sufrimiento para buena parte de generaciones enteras.

Estas historias aparecen individualizadas y reflexionadas en (h)amor8 gordo, una recopilación de relatos, voces, reflexiones, poemas y conversaciones desde realidades diversas en relación a la gordofobia, su personalización, sus efectos y combate. Esta compilación es la octava entrega de la colección (h)amor, una serie de ediciones coordinadas de extractos breves sobre las relaciones sexoafectivas desde distintos puntos de vista transfeministas.

Cuenta con la coordinación de Tatiana Romero y voces como Irantzu Varela, Lucrecia Masson, Alicia Santurde, Enrique Aparicio, Komando Gordix, Tess Hache, Marta Plaza, Gabriela Contreras y Liz Misterio y desde sus inicios plantea preguntas sobre “¿Cómo se habita el mundo desde un cuerpo no-normativo? ¿Cómo (se) desea? ¿Cómo se establecen vínculos desde la desmesura? ¿Cómo se vive la violencia disciplinaria del mandato de delgadez?”.

La obra resulta un punto de partida para abrir cuestionamientos como estos, conmoverse, reflejarse y repensarse desde estas historias individuales. Y al mismo tiempo la obra empieza y acaba en la potencia literaria de relatos individuales, como voces de la experiencia que transmitirían una reflexión personal y política a través de la vivencia y la corporalidad.
Así, la propuesta del libro apuntaría a la denuncia de los mecanismos del “gordo-odio” y su conexión con mecanismos de opresión patriarcal o racial, desde una propuesta de activismo gordo, porque “el amor propio solo es posible en colectivo”. Y es que, a pesar de la orientación y construcción colectiva de la obra, esta queda circunscrita a la reivindicación de la propia identidad como arma política, a la construcción de redes y a la reflexión de los cánones estéticos en nuestras propias relaciones.

El giro que queremos darle es profundizar su aprovechamiento para pensar salidas colectivas y apoyarse en preguntas colectivas. ¿Qué sentido tiene machacarse así por nuestros cuerpos en una sociedad en la que hay que organizarse y pelear por cualquiera de las cosas buenas de la vida para la clase obrera? ¿Por qué se sostiene semejante basura sobre la autoestima y hacia dónde apuntamos para desterrar un malestar tan amplio e ilógico?

Las coordenadas de este malestar se ubican entre la idea de capital erótico, obediencia de género y posibilidades de éxito en un mundo de desposeídos, de crisis de los cuidados para quienes no producen o reproducen y de falta de tiempo. ¿Cómo son las personas felices de los anuncios? Las invitaciones a un trastorno de la conducta alimentaria y a la competencia en el mercado laboral no son tan diferentes en algunos puntos.

Claramente, no operan con las mismas lógicas de valor nuestra capacidad de vender la fuerza de trabajo que poseemos, que de “vendernos” en un mundo donde operan lógicas de mercado a la hora de relacionarse. Pero existen algunos paralelismos en la reproducción de lógicas capitalistas que impulsan que tengamos que promocionarnos hasta la interiorización de ese mismo carácter de mercancía del que los cánones estéticos son parte.

Históricamente (y la actualidad no escapa) los cánones estéticos son parte de la moral dominante en tanto que evolucionan para reflejar los resultados en el cuerpo de disponer de tiempo libre, energías y recursos sobrantes. O al menos de quien se esfuerza (y se sobreesfuerza si es necesario) para tratar de mostrar que los tiene. Un buen partido para formar una unidad económica familiar, se prefigura como deseable y el deseo en su complejidad queda escondido bajo la norma junto con una parte de la autoestima.

SI miramos ejemplos de sociedades agrícolas del pasado, aparece frecuentemente como deseable la palidez, ya que implica no tener que trabajar bajo el sol; o la acumulación de grasa, ya que implica abundancia de alimentos en época de hambruna. Hoy en día es difícil encontrarnos un diente torcido en una publicidad, cuando la salud dental está privatizada y es carísima.

Se supone que después de una jornada agotadora aún tendrías que mostrar energías, salud y tiempo para hacer más ejercicio y atender todo el trabajo doméstico. Al fin y al cabo, estos cánones siguen marcando que un cuerpo “sano” es un cuerpo listo para producir, reproducir y que refleja ganas de mostrarse como una persona esforzada por “cuidarse” y “no abandonarse” ante jornadas agotadoras, falta de tiempo y de dinero.

Pero ¿y si pensamos en soluciones colectivas para cuidarnos y no abandonarnos en una sociedad que nos presiona, atomiza y disciplina a los ritmos de la ganancia capitalista? En ese sentido, la reivindicación identitaria frente a la gordofobia y la presión estética es un punto de resistencia, pero no alcanza ante una sociedad basada en la explotación capitalista y sus cánones que nos atacan física y psicológicamente.

Por una parte, la inflación en el precio de los alimentos ha llevado en los últimos dos años en el Estado español a descensos superiores al 20% en el consumo de carne, de más del 12% en el de pescado, de en torno al 10% en el de frutas, verduras y hortalizas. ¿Y si planteamos medidas como la expropiación de las distribuidoras con comités de plantillas y consumidores para controlar los precios, la reducción de la jornada laboral sin merma salarial con reparto de horas o la subida de pensiones y salarios según el coste de la vida?

La edad media de inicio de trastornos alimentarios en el Estado español es de 12 años, lo sufren más de 400.000 personas, de las cuales 300.000 son adolescentes y 9 de cada 10 son mujeres (siendo un 5% de las mujeres entre 12 y 21 años), con cifras altas también en personas LGBTI. También, en la sanidad pública hay 6 psicólogos y 11 psiquiatras por cada 100.000 habitantes en el Estado español.

¿Y si peleamos por demandas como una sanidad pública bajo control obrero financiada con impuestos a las grandes fortunas donde no pasar meses en listas de espera, con atención suficiente para los problemas nutricionales, la salud mental y los TCA, que no esté orientada a repararnos como animales de carga? ¿O también una escuela bajo control de plantilla y estudiantes en una única red pública donde poder abordar con tiempo y preparación el bullying y la presión estética?

No perdonamos cada vez que este sistema reprodujo que había que sentir culpa por comer o valer menos mientras mata de hambre a una persona cada cuatro segundos. No perdonamos cuando un trabajo nos destroza el cuerpo, pero “al menos vas a adelgazar/ganar músculo ahí, no te quejes”. No perdonamos una relación más de autoexigencia con el cuerpo para ganar más valoración en esta basura de sociedad que nos puntúa como máquinas para producir.

A las coordenadas de clase hay que sumarle las del patriarcado. De ahí que las elaboraciones políticas sobre la gordofobia y la presión estética hayan sido más elaboradas desde los feminismos, tal y como ilustra esta obra entre otras publicaciones de las últimas décadas. Junto a estas dos claves, necesitamos una propuesta que va más allá de la resistencia identitaria, con un programa de salidas colectivas para apuntar hacia el derribo de las condiciones materiales y relaciones sociales que continúan tras este malestar. Para apuntar hacia el cuestionamiento y la crítica a todas las limitaciones que normativizan nuestros cuerpos, nuestros vínculos y nuestros deseos.

Para un combate que no cabe en los estrechos márgenes de lo individual podemos apuntar hacia medidas relacionadas con las condiciones que agravan la presión estética. Y es que transformar el mundo es un buen punto de partida para cambiar la vida, aunque no se trate de cambios en las mentalidades y prejuicios que sucedan de un día para otro.

No nos alcanza con una reparación individual psicológica (y no dejaremos de pelear por su acceso) sino, una revolución psicológica que desborde sus cánones estéticos entre tantas otras normas y preceptos patriarcales, de clase y dañinos. Una que no pueden entenderse por fuera de una revolución que transforme radicalmente las relaciones de producción que han alumbrado estas absurdas ideas sobre nuestro valor.

Tal y como indicaba Andrea D’Atri en un artículo anterior, “cuando se comparten las ganas de acabar con tanta iniquidad, miseria, tantos agravios y esa profunda desigualdad de millones de seres humanos sometidos a la explotación cotidianamente para subsistir, no hay flacidez, ni arrugas, ni canas que impidan nuestra camaradería.” Transformar las opresiones y desprecios interiorizados en esfuerzo y ánimos para combatir toda opresión y explotación es justicia y no es una tarea individual, sino colectiva.

 
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