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18 de octubre de 2023 Twitter Faceboock

Crisis social
Testimonios desde Ciudad Oculta: “Hay familias que no tienen para comer y sus hijos pasan hambre”
Rosa D’Alesio | @rosaquiara
Celeste Vazquez | @celvazquez1

Foto: Quique en su puesto en la Feria de Ciudad Oculta.

Matías y Quique viven y trabajan en la Villa 15, conocida popularmente como Ciudad Oculta en el sur de la Ciudad de Buenos Aires. Este sistema los condena a trabajar y vivir en la informalidad y precariedad absoluta. “Que los políticos vivan una semana acá para que vean cuál es la realidad de la gente", le cuentan a este medio. El FMI que trajo Macri, y al que el gobierno actual se subordina, nos hunde en la pobreza todos los días un poco más. Y candidatos como Bullrich o Milei nos quieren hacer más pobres aún. La salida es por izquierda.

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Ciudad Oculta es el nombre con que es conocida la Villa 15, ubicada en el barrio porteño de Villa Lugano. Según las estadísticas del Registro Nacional de Barrios Populares en Proceso de Integración Urbana (RENABAP), en el barrio viven 6.600 familias distribuidas en 6.000 viviendas, pero quienes allí residen afirman que la cantidad de habitantes rondan los 40.000.

Es domingo al mediodía y el sol pega de lleno en la feria de la villa donde Matías y Quique hablan con La Izquierda Diario. Ambos trabajan y viven ahí. Matías desde que nació, aunque tuvo durante un tiempo la oportunidad de “vivir afuera” como le dice él, pero en el 2017 volvió. “Desde el 2015 que no paramos de empeorar y no me quedó otra que volver”. En tanto, Quique vive ahí desde que llegó de su Perú natal, hace 8 años, “cuando el dólar valía $ 17 pesos”, dice.

"No tenemos vida, trabajamos solo para pagar cuentas"

Matías tiene 28 años y aunque ahora tiene un solo trabajo para poder seguir estudiando, hasta hace poco tuvo dos, un clásico de los últimos tiempos. “Trabajaba con la moto para Pedidos Ya! y en la barbería que tengo en mi casa. Arrancaba con la moto a la mañana temprano, después venía a casa y mientras comía trabajaba en la barbería, después volvía a salir para después ir a estudiar, pero no tenía vida. Los sábados trabajaba todo el día con la peluquería y a las 22 h salía a laburar con la moto hasta las 24. Y los domingos también tenía que salir para poder mantenerme en el ranking porque te califican por semana. Ahora mi tiempo libre es solo el sábado a la noche y el domingo. Solo trabajamos para pagar cuentas”.

Feria de Ciudad Oculta

Matías estudia una tecnicatura en Higiene y seguridad. Espera recibirse pronto para lograr un mejor trabajo. Pero si mira su presente, está repitiendo la historia de su mamá que laburó toda la vida por su cuenta y hoy no tiene ni jubilación, ni obra social. “Fue carnicería y verdulería. Y después vendió diferentes cosas como productos de limpieza y ropa y ahora yo estoy igual. Yo, por ahora solo puedo pagar el mínimo del monotributo”.

Quique tiene 48 años y también trabaja en la informalidad, pero en condiciones aún más precarias que Matías. “En los días de semana salgo todos los días a trabajar limpiando casas particulares y edificios. Y el fin de semana vengo a la feria a vender ropa. Antes trabajaba en un taller más de 12 horas al día y en condiciones terribles. Pero dejé para poder terminar la secundaria”.

“Acá hay familias que no tienen para comer, que no llegan a la canasta básica y que sus hijos pasan hambre y frío”

Hace tiempo que trabajar de lunes a lunes no es sinónimo de llegar a fin de mes y mucho menos de garantizar la satisfacción de las necesidades básicas como comer. Los datos los dicen y en los barrios se siente. “Acá hay familias que no tienen para comer, que no llegan a la canasta básica y que sus hijos pasan hambre y frío”. Los comedores y las “ollas populares”, que cuenta Quique hacen en el barrio para poder ayudarse entre todo, juegan un rol destacado. “Yo, que no tengo hijos, muchas veces puedo comer gracias a los comedores que me bancan con un plato de comida y otras me dan mercadería como arroz o fideos. ¿Imagínense cómo están las familias con hijos? ¿Saben la cantidad de veces que se acerca la gente y pregunta: ´no quedó un poquito más´. Parte el alma lo que está pasando”.

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La inflación devora con más fuerza los bolsillos de los que perciben menos ingresos y están en la informalidad, como Matías y Quique. “Vengo sintiendo la inflación desde el 2015” expresa Matías que a pesar de su juventud ya experimentó cómo durante los últimos gobiernos empeoraron sus condiciones de vida. “En ese momento vivía afuera de la villa, tenía el local acá y vivía afuera, pero después empecé a no llegar a fin de mes y me tuve que volver a la casa de mi mamá y ahí empecé a construir arriba”. Para eso tuvo que vender su auto. “No quería volver y estar hacinado otra vez”, pero no hubo otra opción.

“Hay mucho hacinamiento y las casas se construyen para arriba. Entonces se termina viviendo en habitaciones de dos por dos sin ventilación”

El hacinamiento y la precariedad habitacional son una constante en los 5.687 barrios populares que hay en todo el país. “Vivo en una piecita, sin baño ni cocina porque eso es compartido con el resto de las familias, y pagó 25.000 pesos. Era eso o vivir en la calle”, cuenta Quique.

Villa 31, Retiro

En el barrio el alquiler de una pieza va de los $ 20.000 a los $ 40.000 y el de una casa puede rondar los $ 80.000. No hay cloacas, ni tendido eléctrico, ni red de gas. “La mayoría de las cosas recae en la posibilidad que tiene cada uno de hacerlo, por ejemplo, si me doy maña o puedo pagar a alguien que me cuelgue, hago un tendido eléctrico un poco menos precario que otros. Hay partes que están llenas de cables colgando”. Precisamente por esa precariedad, se producen a menudo cortocircuitos sobre todo en verano. A Matías se le quemó su casa hace unos años. “Justo había salido y me avisaron mis vecinos. Gracias a ellos solo se prendió fuego la parte de adelante”. Al hacinamiento, se le suma la poca o nula ventilación. “Hay mucho hacinamiento y las casas se construyen para arriba. Entonces se termina viviendo en habitaciones de dos por dos sin ventilación”, sigue Matías.

Somos la mayoría trabajadora y podemos cambiar la historia

Las historias de Matías y Quique no son las únicas. Son parecidas a la de los millones que forman parte de la mayoría trabajadora y sectores populares que sufren el deterioro en sus condiciones de vida por responsabilidad de una ínfima minoría. Quique señala algunas responsabilidades. "Son todos unos hipócritas porque dicen muchas cosas, pero no entran a las villas. Que los políticos vivan una semana acá para que vean cuál es la realidad de la gente, no les importamos”, apuntando a los dirigentes políticos responsables de las políticas gubernamentales de los últimos años.

La pobreza, que durante los años´70 era de un 4 % aproximadamente fue en aumento, y se convirtió en un problema estructural que hoy afecta a más de 18 millones de personas en nuestros país y casi el 60 % de nuestras niñas y niños. Durante estos años, a pesar de altas y bajas, se mantuvo alta. Su pico fue de 55 % luego de la devaluación realizada por Eduardo Duhalde en 2002. Incluso, a pesar del crecimiento a tasas chinas, el kirchnerismo dejó un tercio de pobres. Como señala Pablo Anino, economista de este diario en esta nota, con el FMI de vuelta, gracias a Macri que lo trajo, la pobreza pasó de 27 % en el primer trimestre del 2018 a 40,1% durante este año.

Hay otros responsables además de quienes gobiernan. El Fondo, como ya vimos. Y también los sectores empresarios, como los de la alimentación que remarcan precios sin parar, y hasta retiran productos de las góndolas, para tener mayores ganancias. Especulan con el hambre del pueblo.

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“Tiene que haber un cambio radical, siento que falta más luchar", son las palabras con las que Matías finaliza su charla. En estas elecciones, solo la lista encabezada por Myriam Bregman y Nicolás del Caño plantea claramente que es la mayoría trabajadora la que tiene la fuerza para cambiar la historia. Si nos unimos tenemos la fuerza para derrotar el ajuste, para que los salarios y jubilaciones no pierdan con la inflación, para generar trabajo con derechos y repartir las horas de trabajo entre todas las manos disponibles, para terminar con el extractivismo contaminante y defender los derechos de las mujeres.

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