Este 3 de noviembre cumple 89 años la institución que rige el deporte más popular de Argentina. Antecedentes y episodios históricos de una entidad que acumula potencia económica e influencia política.
Aunque los orígenes de la primera asociación de clubes que practicaban fútbol en Argentina se remonta a 130 años atrás y aun cuando ya en las primeras décadas del siglo XX varias federaciones tenían un recorrido importante y habían organizado las primeras ligas y campeonatos del fútbol argentino (incluyendo participaciones en Juegos Olímpicos y en el primer Mundial en 1930), fue un 3 de noviembre de 1934 cuando se estableció -configurada tal como la conocemos actualmente- la Asociación del Fútbol Argentino (aún más popular por su acrónimo o sigla, AFA). La efeméride habilita a esbozar algunas consideraciones sobre la institución que en su recorrido de 9 décadas se instaló como una de las más importantes en la vida social y política argentina en lo que al ámbito deportivo respecta.
En el relato de su propia historia, la AFA acierta en ubicar su verdadera génesis en el 21 de febrero de 1893 cuando quien es considerado el “padre” del fútbol argentino, el escocés Alexander Watson Hutton, fundó la Argentine Association Football League con el objetivo de agrupar a los clubes que se habían ido estableciendo hasta el momento, trabajo que ya se estaba realizando desde unos años antes (en 1891) cuando también se agruparon en una liga para organizar un campeonato común, por eso la denominación de esta federación de clubes todavía mantenía el término “League” (liga) en su nombre.
Se trata en realidad de una especie de prehistoria de la AFA, en una época en la que los protagonistas solían ser futbolistas y dirigentes a la vez y cuando esta práctica estaba más bien limitada a círculos de inmigración británica: junto a Hutton participan dirigentes de los clubes Quilmes Athletic Club (el único que sigue directamente afiliado a la actual AFA), Old Caledonians, Saint Andrews, Buenos Aires English High School (el colegio del cual Hutton era director y que sería la base del Alumni, primer gran club de esa etapa del fútbol argentino), junto a los clubes de Lomas Athletic y Flores Athletic. La composición de los clubes y las denominaciones dan la pauta de un deporte hegemonizado casi en su totalidad por emigrados británicos que, aunque el relato de la AFA algo cándidamente sostiene que “Los ingleses buscaban en América una mejor vida y trajeron consigo algo que hacer en los ratos libres”, más que “mejor vida” eran en realidad los ingenieros y arquitectos de infraestructura ferroviaria o directivos de instituciones educativas privadas que le permitieron al Imperio Británico establecer con Argentina los lazos de dependencia económica e influencia cultural que acercaran al país lo máximo posible a una relación de semicolonia (obviamente con esto no planteamos que los pioneros del fútbol tuvieran esas intenciones conscientes, simplemente señalamos que objetivamente el rol social que tenían en la sociedad argentina de fines del siglo XIX iba en ese sentido).
De todas formas, la práctica del fútbol se extendió rápidamente a los suburbios y barrios populares de la mano de trabajadores ferroviarios, portuarios que hacían “picaditos” con marineros europeos y jóvenes estudiantes: para la primera década del siglo XX esto se expresa en el nacimiento de los clubes más importantes de nuestro fútbol actual, ya con un importante componente “criollo”. Aunque ya con experiencias anteriores de mezcla de directivos ingleses y trabajadores criollos como Rosario Central (que nace en 1889) o Argentino de Quilmes (donde futbolistas nativos directamente fundan su club ante el poco peso que lograban en el Quilmes Athletic Club, en 1899), es en la década que va del 1900 a 1910 en la que nacen River, Racing, Boca, San Lorenzo, Independiente y Huracán, cuando el fútbol se hace inexorablemente popular y se va incorporando a la vida social y cultural argentina. Acorde a esos cambios, la federación crece y cambia de Argentine Football Association (denominación adoptada 1903) a la castellanizada Asociación Argentina de Football en 1912.
En la segunda década del siglo XX, cuando en los periódicos de circulación nacional comienzan a aparecer registros y crónicas de partidos de fútbol de campeonatos oficiales, también se produce el fenómeno de escisiones y fusiones en la federación, expresión de una tensión que recorría al fútbol en todo el mundo: la disyuntiva entre amateurismo y profesionalismo. La miniserie Un juego de Caballeros de Netflix (con título original The English Game) expresa claramente esa tensión: para la cosmovisión higienista del pensamiento hegemónico en el Imperio Británico, el deporte en general era parte de la preservación de la salud y el aspecto de la competencia era secundario por lo que el espíritu amateur era esencial. Claro que solamente los “caballeros” (los sectores de la sociedad más acomodados económicamente como empresarios o aristócratas) contaban con el tiempo suficiente como para practicar y dedicarse. Cuando en este deporte colectivo ingresan a la práctica también trabajadores (algunos por su talento, otros por su juego más rústico pero necesario para mejores tácticas defensivas) que contaban con menos tiempo, comienza la tendencia al profesionalismo: los dueños de las empresas que impulsaban sus propios clubes decidían pagarle extra a sus obreros con dotes de futbolistas y liberarlos de algunas horas de trabajo fabril, para pasar luego directamente a la compra y venta de jugadores. Lo que en el siglo XIX para esa cosmovisión higienista era “un escándalo” (aunque a medida que se desarrollaba el fútbol se iba tolerando), para los años ´20 argentinos era un dilema: a fines de 1919 se parte la antecesora de la AFA en dos federaciones; por un lado, la original Asociación Argentina de Football y por el otro la Asociación Amateurs de Football que rechazaba tajantemente lo que se conocía como “marronismo”, es decir, el pago velado a futbolistas en un marco general de amateurismo (la denominación se debía al color marrón de los billetes de la época). Por esta razón, en esos años hubo un gran cisma del fútbol nacional por el cual los grandes clubes jugaban divididos en dos campeonatos diferentes.
Para la década de los ’30, la tendencia a la comercialización y al desarrollo del fútbol como gran espectáculo deportivo derivó en un acuerdo general para establecer la profesionalización del fútbol argentino en 1931 y la unificación en un campeonato único, con su correlato en el plano institucional: el nacimiento en 1934 de la Asociación del Football Argentino (que en 1939 cambia por el definitivo Fútbol en el nombre, dejando atrás los vestigios del pasado angloargentino).
En esta historia moderna de la AFA y ya desde sus primeros momentos en el contexto de la llamada “Década infame” de predominio conservador y “fraudes patrióticos”, el poder político pone los ojos sobre el fútbol y la relación con laAFAcomo entidad mediadora cobra una relevancia importante. Tanto es así que a poco de asumir el poder ejecutivo a mediados de 1940, el vicepresidente Ramón Castillo (luego formalmente Presidente argentino a partir de junio de 1942) coloca a su hijo como presidente de la AFA, que comandó la institución de la calle Viamonte (con su edificio sede inaugurado bajo su mandato) entre 1941 y 1943. Cada cambio de signo político en el Gobierno, por lo general traía aparejado cambios en AFA, y si de generales hablamos también cuando ocurrían golpes de Estado las fuerzas armadas designaban interventores, que no necesariamente eran militares: por ejemplo, bajo el gobierno de facto de Lanusse, el interventor de la AFA fue Raúl D’onofrio, padre del reciente expresidente de River Rodolfo D’onofrio.
Pero para 1979 cambió el paradigma con el arribo a la Asociación del Fútbol Argentino de Julio Humberto Grondona. Aunque de profesión comerciante (era el dueño de una ferretería en Sarandí), “Don Julio” supo tejer lazos con los clubes de manera tal que no solamente basara su poder en los más poderosos (o “grandes”) sino también en otros más débiles o alejados del centro del país: el ascenso ganó en competitividad e importancia con los torneos del Nacional B (la segunda división) y los clubes del interior del país tuvieron mayores posibilidades de acceder a la Primera (aunque eso ya venía de los campeonatos nacionales de fines de los ´60). Pero sobre todo tuvo la habilidad para edificar una fuente de poder económico: el negocio de la televisación de partidos. Por supuesto que estos cambios no fueron patrimonio exclusivo del fútbol argentino, pero Grondona le aportó su experiencia a la FIFA en su calidad de dirigente de peso (era uno de los vicepresidentes pese a que no sabía hablar ni una palabra en inglés ni francés), que también tejió relaciones análogas habilitando más lugares a las federaciones representativas del fútbol de países menos relevantes futbolísticamente.
A mediados de la década de los ’90, cuando se comenzó a desregular el “mercado” del traspaso de jugadores al exterior y se permitió que adquiriendo la nacionalidad del país europeo al que iban a jugar ya no ocuparan cupo extranjero, explotó el negocio del fútbol: la compra de las habilidades de las grandes figuras del fútbol mundial cada vez se realiza por cifras más astronómicas, lo que aumentó considerablemente el surgimiento de intermediarios de toda índole (representantes, grupos inversores, financistas). En el siglo XXI, el poder económico que concentra fútbol es tal que tanto la FIFA como las federaciones nacionales más fuertes tienen “la llave” para regular la actividad de manera tal que faciliten mayor o menor posibilidad de negocios, con lo que se constituyen como instituciones con una autonomía relativa pero significativa.
Por ejemplo, en el fútbol argentino los torneos están pensados en función de la industria del espectáculo deportivo: ya directamente se arma el fixture de partidos y se establecen las fechas a conveniencia de la televisación, apenas se sortea una instancia y luego se acomodan todas las fechas con el objetivo de tener fútbol todos los días de cada semana, lo que además alimenta a los medios de comunicación deportivos; se permite aleatoriamente el uso de 3 combinaciones diferentes de camisetas (una titular y dos suplentes por equipo) para explotar la comercialización de merchandising, sin importar demasiado la identidad de hinchas con su club (si por ejemplo las necesidades de Adidas plantean que Boca utilice una remera cuadriculada o River una suplente a rombos, ni la AFA ni los clubes ponen peros).
Ese nivel de posibilidades económicas le otorga mayor importancia en cuanto al poder que irradia el “sillón” de la calle Viamonte: cuando falleció Julio Grondona en 2014, el poder que concentraba no era nada fácil repartirlo y dio lugar a papelones inéditos como aquella elección en la que empataron 38 a 38 los candidatos Marcelo Tinelli y Luis Segura (elección que fue anulada por el misterioso voto sobrante, ya que votaban 75 representantes y un empate como resultado era imposible). El único que aprovechó el tiempo para tejer nuevas alianzas en una AFA que atravesó unas breves experiencias de interinatos e intervenciones, fue el entonces yerno de Hugo Moyano: Claudio Chiqui Tapia. Aunque de procedencia muy diferente a la de Grondona, Tapia es otro hábil dirigente que supo cómo moverse en la rosca de mesas chicas de ligas y clubes. A eso se suma que además de ser un personaje con cierto perfil mediático, la obtención de la Copa del Mundo en Qatar 2022 lo colocó en un lugar de prestigio que atempera las críticas.
Luego de 89 años, el poder (económico y simbólico) que es capaz de acumular la AFA todavía parece no tener techo. Aunque ese crecimiento le cueste pérdida de poder a hinchas, personas socias de clubes y protagonistas, las y los futbolistas.