No hace falta leer las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para saber que la depresión es el padecimiento psicológico y la principal causa de suicidio de nuestros días. Todes tenemos una amiga, un hermano, un conocido cuya hermana o amigo re joven decidió… No sabemos cómo decirlo, cómo tratarlo, cómo hablar. Es difícil.
Algunas personas escribieron sobre el tema y con eso nos dejaron buenos recursos para pensar. Uno de ellos es Mark Fisher y publicó en 2009 Realismo capitalista. Ahí discute que la depresión no es un padecimiento individual sino una epidemia social y política que afecta en mayor o menor grado a millones de personas en el planeta. Dice que mucho de ese padecimiento se puede rastrear en la política neoliberal que se impuso en todo el mundo en los años noventa. La idea neoliberal de que “no hay alternativa” al capitalismo violento, represor, desigual y antiecológico nos deprime. Como para no…
Lo sorprendente es que se puedan leer conclusiones parecidas a las de Mark Fisher en una novela de 1935, publicada durante Gran Depresión que se inició en 1929 en los Estados Unidos: una crisis pampa que disparó los índices de desocupación y pobreza no solo en el gigante anglosajón sino en todo el mundo.
¿Acaso no matan a los caballos?, de Horace McCoy, se considera una de las novelas fundadoras del género negro y además tiene una adaptación fílmica de 1969, dirigida por Sidney Pollack y protagonizada por la impecable de Jane Fonda.
La novela cuenta unas semanas en la vida de Robert Syverten (un optimista) y Gloria Beatty (una depresiva) que se anotan como pareja en un concurso de resistencia al baile a cambio de comida y la promesa de dinero a futuro. Con el resto de los concursantes, Robert y Gloria son sometidos a jornadas extenuantes de movimiento continuo con lapsos de descanso de apenas diez minutos. Todo para placer del público y las estrellas de Hollywood que se acercan a ver los pobres corriendo cómo caballos atizados (porque además los hacen correr carreras cada noche).
Al finalizar la novela, Robert ya no es un optimista sino lo contrario y Gloria está más deprimida que nunca: le pide a Robert que la mate, quiere morir, ya lo intentó alguna vez y no se atreve a jalar el gatillo. Enajenado tras 879 horas de movimiento continuo y brevísimos sueños de los que despertaba oliendo amoníaco o siendo hundido en agua helada, Robert apunta y dispara. Es encarcelado y condenado a morir. Esto no es un spoiler porque desde el principio de la novela ya sabemos que la mató, la clave es entender por qué.
¿Por qué la psicología de Robert, que era optimista, se convierte en su contrario, mientras que la psicología de Gloria, que ya era depresiva, se radicaliza? Conviene detenerse en el mundo social en el que los personajes se mueven.
Así como la novela construye una metáfora que vincula la situación de Gloria con la de un caballo que se quebró la pierna y “hay” que matarlo para que no sufra (y más allá de los elementos patriarcales que sustentan la metáfora) la ficción también representa el mundo social, a pequeña escala, en la pista del concurso de resistencia de baile. Los concursantes, todos pobres, parecen caballos que corren carreras. Su sufrimiento es un espectáculo para un público que, según el inescrupuloso presentador del evento, es “reflejo del mundo” (lo que podría aplicarse al efecto que buscan las redes sociales) y, por eso, “cada noche alguna pareja tiene que perder” (o ser bullineada en redes). Como si anticipara un discurso de Margaret Thatcher, el presentador agrega: “No quiero escuchar lamentaciones, ya saben que no puede ser de otro modo. Todos tienen las mismas oportunidades”.
Fisher apuntó contra el discurso neoliberal globalizado en los ’90: la idea de que “no hay alternativa al capitalismo” (Thatcher dixit), acompañada de la mentira de que existe una igualdad de oportunidades (hoy seguimos escuchando “es pobre el que quiere”) constituyen una raíz política de la depresión contemporánea y esa sensación de ser un Bueno para nada (título de otro texto de Fisher). Es lo que siente Gloria al final de la novela, cuando le ruega a Robert que la mate: “Soy un fracaso. No he conseguido nada y no puedo ofrecer nada a nadie”.
Puede sumarse una lectura de género. Gloria no empieza la novela siendo depresiva por un azar de la química del cerebro. Pasó la infancia con un tío abusador y la juventud en compañía de hombres desagradables y violentos. No es bonita según los estereotipos del momento (este dato se pierde en la película porque Jane Fonda es una diosa amazona) ni confía en prosperar como actriz. Robert, en cambio, tiene más posibilidades de ser optimista. Es un hombre blanco cuyo abuelo tenía una propiedad, al menos un caballo, herencia por la cuál su nieto se permite soñar con ser director de cine.
Desde esta posición optimista (y que rápidamente será destruida en 879 horas de baile), Robert busca esperanzar a Gloria en distintos momentos de la novela, y en uno la quiere esperanzar con la posibilidad de un matrimonio. Ella no se muestra entusiasmada. Un poco después, los organizadores del concurso les proponen que se casen “de mentira”, como un show, a cambio de dinero: total después se pueden divorciar. Gloria, a pesar de que necesita desesperadamente esa plata, vuelve a rechazar. Inmediatamente ocurre una situación de violencia de género: otro de los concursantes, Pedro, intenta matar a su pareja a quien la acusa de engañarlo con otro, acto por el cual ni siquiera es expulsado de la competencia (con lo que asumimos que la chica tiene que seguir bailando con su femicida). Desde aquí se puede comprender por qué la perspectiva del matrimonio puede no encender la esperanza de una mujer. Según la OMS, la depresión es un 50% más frecuente entre las mujeres: McCoy parece haber dado en la tecla al personificarla con rostro de mujer.
Esa pista de baile, este mundo, donde “todo lo sagrado es profanado”, donde los débiles son reducidos a animales de carga y tanto un matrimonio como un asesinato son mera publicidad, representa un mundo que fagocita la depresión de Gloria mientras quiebra el optimismo de Robert. El devenir psicológico está lejos de ser un problema individual. Como escribe Fisher: “La tarea de repolitizar el ámbito de la salud mental es urgente si la izquierda quiere ser capaz de desafiar al realismo capitalista”.
Libros citados:
Horace McCoy (1935). ¿Acaso no matan a los caballos?, Barcelona, Planeta, 1985.
Mark Fisher (2009). Realismo capitalista, Caja Negra, Buenos Aires, 2016. |