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La Izquierda Diario
5 de noviembre de 2023 Twitter Faceboock

A 50 años
El “Aguilarazo”: lucha, resistencia, democracia y control obrero
Hugo Echeverre

De la Revista “El Descamisado”, en “Rebeliones Mineras”, de Delia Maisel.

La historia lo recuerda como “El Aguilarazo”, en Jujuy. Una de las crónicas destacadas de la lucha de la clase obrera argentina, que vale recordar (y recuperar); que será, además, uno de los últimos llamados “azos”, que abrió y define el auge obrero iniciado en los años ’60 y ’70.

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“Antes de huir quería ver lo que dejaba, cargar mi corazón de imágenes para no contar ya mi vida en años sino en montañas, en gestos, en infinitos rostros; nunca en cifras sino en ternuras, en furores, en penas y alegrías. La áspera historia de mi pueblo”. [1]

La historia lo recuerda como “El Aguilarazo”, [2] una de las crónicas destacadas de la lucha de la clase obrera argentina, que vale recordar (y recuperar); que será, además, uno de los últimos llamados “azos”, que abrió y define el auge obrero iniciado en los años ’60 y ’70.

Son los días de la vuelta del peronismo al poder tras años de resistencia obrera y popular, bajo un régimen burgués en profunda crisis, que juega sus últimas cartas tratando de contener y desviar el ascenso revolucionario que ha abierto el Cordobazo en 1969.

Corre noviembre de 1973, 50 años atrás en tierras jujeñas.

Esquema de organización de la planta y producción, del libro “Rebeliones Mineras…”

Demandas de una comunidad obrera

La zona geográfica es la Puna: montañas, mesetas, salares y alturas que superan los 4000 metros. Región de riquezas naturales, donde se mezcla una cultura andina ancestral de pueblos originarios, trabajadores, campesinos, artesanos, músicos, peregrinos…

Una región de una comunidad obrera curtida en la lucha; de mineros y mujeres mineras. Con un andar en conflictos sindicales que viene del año 1964, y que para finales de 1973 se tensa. Los trabajadores demandan aumento de salarios ante la eliminación de las horas extras, mejoras laborales en la producción, mejor atención médica y un plan de construcción de viviendas.

La empresa, en manos de capitales norteamericanos y gerenciada por capitalistas argentinos, rechaza las demandas. Y los mineros en asamblea general, con la participación clave de las mujeres mineras, van a la huelga y marchan hacia el campamento de Mina Aguilar. La población obrera que da vida y produce en la mina son más de 6000 personas. Las condiciones de trabajo son terribles, problemas respiratorios serios, contaminación grave en los socavones, donde extraen con dinamita plomo, zinc y plata. Pocos superan los 40 años.

Uno de ellos, de los nuestros, recuerda: “Estábamos dispuesto a todo. Yo tengo siete hijos y no quiero que ellos tengan que morir en la mina. Quiero que estudien para escapar del humo y de los gases de la mina. Adentro es un infierno, hay que trabajar metidos en el agua, aspirando humo, tragando gas. La empresa nos deja salir media hora cuando se produce la voladura de la dinamita, pero el humo no desaparece hasta una hora más tarde. No trabajamos porque es imposible, estamos ahí coqueando porque no se puede hacer nada. Si serán perros que no nos dejan esperar fuera de la mina. Por eso yo no tenía miedo. Pensaba que mis hijos no morirían en la mina y eso me daba coraje ante los gendarmes”.

Asamblea y huelga

Los mineros habían intimado el 5 de noviembre a la empresa a suspender los cambios en las condiciones de trabajo y 24 hs. para un aumento salarial de emergencia. La patronal, ante la propuesta de la representación obrera, contesta: “si quieren hacer huelga, háganla, no les tenemos miedo; estamos acostumbrados a reprimir huelgas de hasta siete mil hombres y ustedes son una manada de ovejas”. Esta prepotencia y provocación, la expresa el jefe de personal, Eduardo López (que luego ya veremos, recibirá lo suyo).

Por la tarde se retoma la asamblea, y el secretario general del gremio, Roberto Valeriano, en un marco donde se oía un solo grito “¡vamos al paro!”, expresa: “tenemos que plantarnos firmes y decir basta, basta de humillaciones para que una vez nos respeten como seres humanos”.

Un minero, Roberto Espinosa, subraya en su intervención: “cuando nosotros los mineros hagamos el paro activo, que no venga ningún dirigente a decirnos basta compañeros, ¡calma, calma!”. A medianoche se declara la huelga para el día que inicia, a las 10 hs; paro activo. “Fuimos todos -recuerda un minero-, las mujeres, los chicos, los hombres”.

Enfrentamientos

Los patrones de la Minería Aguilar S. A. son unos gringos yankis, norteamericanos, como dicen los obreros. Y tanto la mina como la planta de producción y logística, es custodiada por Fuerzas policiales y militares, centralmente Gendarmería, por fuera y por dentro.

Uno de los trabajadores recuerda: “Todo empezó porque la empresa nos quitó las horas extras. Hasta ese momento tirábamos, aunque el sueldo era una miseria (...) Cuando subió el nuevo gobierno intimó a la empresa para que respetara el máximo de horas extras establecido por la ley. Los gringos cortaron entonces todas las horas extras y nos dijeron ‘es por culpa del gobierno’. Querían que nosotros nos enfrentáramos con el Gobernador. No tanto por el problema de las horas extras sino porque los obligaron a construir viviendas para el personal en un plazo de 60 días y porque vinieron inspectores del gobierno a inspeccionar las condiciones en que se trabaja dentro de la mina. Nosotros no entramos en el juego, seremos pobres y no sabremos hacer números, pero no somos brutos. Les dijimos: ustedes nos tienen que aumentar porque con 3200 pesos diarios no se puede vivir; ahí empezó la cosa”.

El jefe de personal de la empresa, Eduardo Andrés López, advierte a los trabajadores y exige que terminen con la huelga, porque no iban a conseguir las demandas. Pero el pueblo minero ya baja en multitud al campamento. Y al paso van dejando en claro su sentir, con cachorros de dinamita que van explotando, prendiendo fuego vehículos e instalaciones.

Los 10 kilómetros desde la Veta Mina hasta el Molino estaban totalmente cubiertos por hombres, mujeres y chicos que venían a pedir justicia. Otro minero recuerda, “dicen que bajamos a destruir todo. Mentira si fuera así no habríamos venido con las polleras y los chicos”.

Ante la movilización minera, los empleados jerárquicos y la patronal se resguardan en el campamento del staff de la empresa, pegado al Hospital. La policía y un escuadrón de la Gendarmería se apuesta para su defensa. “El alférez Gómez -recuerdan- se agachó, gritó fuego y empezó a disparar”. Fueron nueve disparos. Uno o varios matará al obrero y minero Adrián Sánchez, y dejará nueve compañeros heridos de bala. Los disparos hacen crecer la bronca. Y los obreros en estado de rebelión irrumpen por ventanas y puertas, y la “plaza” cae en sus manos.

Asamblea obrera y minera ampliada, donde la decisión de la mujeres fue clave para avanzar contra la explotación capitalista y dar coraje a los hombres.

Arte y gracia femenina (para hacer justicia)

A propuesta de las mujeres, los mineros se concentran en la búsqueda del jefe de personal Eduardo López, que se acaba de nacionalizar norteamericano, y lo descubren de forma accidental debajo de una cama del hospital, cuando trasladaban a los heridos de bala. Varios lo quieren colgar. Es la persona más señalada por los maltratos e injusticias. Las mujeres proponen en cambio castigar a López, haciéndolo subir a pie y descalzo los 10 kilómetros del cerro. Varias lo recuerdan cuando le pedían transporte para regresar de noche desde el hospital al campamento de la veta: “Cómo les voy a dar un coche a ustedes que son obreros, los coches de la empresa son para la gente”, había contestado López. La propuesta de las mineras prosperó y López fue obligado a subir los 10 kilómetros hasta la mina a pie, descalzo y con una bandera argentina en sus manos; la que debía besar cada 30 metros.

Diario “Pregón”, Jujuy, 17 y 19 de noviembre de 1973.

¿Acuerdo? La empresa se va…

Por su parte, el gobierno provincial retira provisoriamente a la Gendarmería Nacional, situación que es mal vista por la empresa y genera presiones sobre el jefe de la Policía Federal Argentina, el general Miguel Ángel Iñiguez, quien decide enviar ciento cincuenta efectivos para reforzar la seguridad de la provincia. La embajada norteamericana en Bs. As. acompaña sus quejas y llegan (y preocupan) al Gobierno Nacional.

La empresa acuerda para ganar tiempo, y firma un 70% de aumento de sueldo, y se compromete a lo señalado por el gobierno jujeño de dar cuerpo a las leyes provinciales 1655 y 1814, y no tomar represalias contra dirigentes y trabajadores. Acepta el reclamo que Eduardo López sea apartado de su cargo, y recomendarán a jefes y capataces a dar un trato más cordial. Con la firma de este documento, los mineros vuelven a sus puestos de trabajo. Pero las firmas de la patronal son una maniobra barata.

Pasados dos días el personal directivo y administrativo se retira de la mina. La empresa yanki niega el acuerdo y aduce haberlo hecho bajo presión, a pesar de contar con la presencia del comandante de la Gendarmería (quien firma como testigo) y funcionarios del gobierno de la provincia.

Uno de los médicos que se queda con los trabajadores, Dr. Cañadas, recuerda: “Yo no podía irme dejando abandonada a la población. Cuando se fueron los ejecutivos, los otros médicos de la mina se sumaron al éxodo. Decían que los baleados estaban fuera de peligro, pero ¿y las embarazadas y los posibles accidentados y los quince internados, quien los iba a atender? Así que me negué a aceptar las presiones de la empresa y me quedé. (...) También es falso que no había condiciones de seguridad para que los técnicos y los médicos se quedaran. A mí me palmeaban y me abrazaban, esos días fueron los mejores días, se respiraba un aire de paz como nunca, los matrimonios caminaban del brazo, los chicos jugaban en la calle, se respiraba libertad”.

Los mineros y mineras reparan los destrozos y ponen a producir la mina.

Los buenos días: Control Obrero

“Los yankis pensaban que la mina se paralizaría si ellos no estaban y que el Gobierno iba a retroceder, pero se equivocaron. Nosotros seguimos trabajando y la producción se mantiene como todos los días, porque ahora trabajamos con más ganas. El único problema que tenemos por resolver es el tablero del cable carril que se rompió durante el tumulto. Pero eso también lo vamos a resolver. Hay un compañero que se hizo cargo, aunque los gringos digan que tienen que venir técnicos de Alemania para arreglarlo. Este compañero ya lo está reparando. Los yankis macanean mucho con eso de que la mina para funcionar necesita de los técnicos extranjeros. El compañero que está reparando el cable carril demuestra lo contrario, aunque no estudio ni fue a la universidad, el estuvo cuando los alemanes armaron la máquina y se la va a ingeniar. Porque los alemanes daban las órdenes, pero los que armaban eran obreros argentinos”.

En pocas horas los mineros y dirigentes del gremio realizan un inventario e informan sobre la situación: hay combustible suficiente para cuatro meses de trabajo y lo mismo para el funcionamiento de la usina; las directivas y la planificación ya están trazadas para dos meses en extracción y avance en labores, sin la necesidad del personal técnico que dirigía las mismas; el cable carril ya está funcionando y la sección El Molino y la planta de concentración ya trabajan normalmente; en la sección Tres Cruces hay vagones disponibles para embarques de mineral, e incluso para despachar regalía; el abastecimiento de víveres es normal y existen buenas reservas; en el hospital solo falta un odontólogo; y la voluntad de trabajo y organización de los compañeros es óptima, más aún, ven en su administración y trabajo la mejor forma de respaldar la seriedad y prestigio de su movimiento.

Avelino Bazán, histórico dirigente minero, secretario provincial de Trabajo en aquel momento y desaparecido luego por la dictadura genocida del ’76, recuerda: “ante esta situación insólita, por cierto, fui de sección en sección para exhortar a los obreros a continuar con sus tareas normalmente y que los capataces se hicieran cargo de la sección y donde no había, el obrero más antiguo (…) En menos de 24 hs. la mina y la planta trabajaban a producción normal y sin el concurso de profesionales y técnicos”.

El Gobierno de Jujuy, cuyo gobernador Carlos Snopek había sido llamado de urgencia por el ministro del Interior a Buenos Aires, hizo un llamado “patriótico” para técnicos y profesionales de la empresa, pero se desconocía el paradero de los jerárquicos de la mina.

Expropiación

La breve experiencia de gestión obrera que durará unos 20 días es relatada con emoción y libertad, casi como una epopeya. “Los yanquis pensaban que la mina se paralizaría si ellos no estaban, pero se equivocaron -recuerda un minero-; es más, trabajábamos con más ganas”. Pero la gestión obrera sorprendió y asustó tanto a la patronal yanki como al gobierno peronista, que estaba tratando de consolidar un Pacto Social que no iba para ningún lado, mientras desarrollaba la Triple A, una banda de perros de derecha, policiales y sindicales; antiobreros y contra revolucionarios.

Sin embargo, la decisión y capacidad de los mineros de gestionar directamente la producción abrió una brecha. Y para los primeros meses de 1974, los diputados nacionales Rodolfo Ortega Peña, Vicente Musacchio, Rafael Marino y Juan Carlos Cominguez presentan un proyecto de expropiación de la Minera El Aguilar S.A. Proponen que la expropiación se haga “por intermedio de una empresa estatal facultada para realizar todo tipo de actos mineros, integrada por la Nación, la Provincia de Jujuy y Fabricaciones Militares, en cuyo directorio se dará participación a los representantes de los trabajadores”. Pero los protagonistas del asunto, los mineros y sus familias, pasan a ser secundarios. La experiencia, la justicia y la capacidad obrera es negada sin más. Lógicamente, no prosperará.

Avelino Bazán, escribe: “En ningún momento pensé que la expropiación de la mina por el Gobierno sería de la solución. ¡No! (…) La mina debía continuar la explotación como hasta ahora, pero con una dirección compartida por el Estado y con un control de la producción basada fundamentalmente en las necesidades del país y en el mantenimiento de una producción racional y una distribución equitativa de beneficios con quienes colaboran en su explotación y producción. Estas premisas no podrían concretarse por la vía sindical sino por intermedio de un gobierno constitucional fuerte”.

Los años que vendrán serán muy duros y terribles para el pueblo trabajador. Una de las primeras órdenes de la dictadura militar en 1976, en complicidad con empresarios nacionales y extranjeros, será ocupar militarmente plantas de servicios y logística, fábricas y minas.

Varios de los dirigentes obreros y mineros de entonces, como A. Bazán y otros reflexionaran desde la cárcel años más tarde sobre el golpe y la acción política de la dictadura. Coinciden que los militares venían a frenar en seco el auge obrero, y que las patronales extranjeras y nacionales estaban detrás del gobierno militar.
Y es que, el ascenso obrero de los ‘60 y ’70, no solo ha sido lucha, resistencia, democracia obrera, coordinación… sino también ejemplos de control y gestión obrera como el destacado jujeño de “El Aguilarazo” 50 años atrás; tan lejos y tan cercano.

 
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