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1ro de diciembre de 2023 Twitter Faceboock

Opinión
Milei, la apuesta liberal y la tradición combativa de la clase trabajadora
Eduardo Castilla | X: @castillaeduardo

Foto: corte y movilización en autopista Panamericana (2014)

El gobierno entrante recrea el histórico intento de las clases dominantes por imponer mayores condiciones de explotación al pueblo trabajador. La respuesta ha estado más de una vez en las calles, en las enormes peleas libradas por explotades y oprimides. El futuro está abierto y se decide en la lucha.

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Crítico conservador de su tiempo, Borges escribió en 1970 que “en lo que se refiere a nosotros, pienso que nuestra historia sería otra, y sería mejor, si hubiéramos elegido (…) el Facundo y no el Martín Fierro”. Para el autor de El Aleph, se trataba de decidir la obra canónica de la literatura argentina; el texto llamado a delinear la cultura nacional.

Borges -describe Carlos Gamerro [1] leía irritado su tiempo. Tiempo marcado por el enorme ascenso obrero y popular iniciado en mayo de 1969, en las barricadas del Cordobazo. Tiempo del retorno de Perón, desesperada operación política de la clase dominante para contener el pulso activo de fábricas, facultades y calles. En esa crítica situación, veía el triunfo de la “barbarie”. Hallaría la sarmientina “civilización” en la dictadura genocida de 1976.

Esa polarización recorre la historia nacional. Permea debates; construye sentidos comunes. Aparece como nudo ideológico del pensamiento liberal. Aquel que, en sus distintas variantes, arrastra los pies hace décadas, pidiendo un “país normal”. Que declama, para lograrlo, que el pueblo acepte “sacrificar el presente” para “construir un futuro”.

En esa línea ideológica-discursiva se inscribe el gobierno entrante. Versión grotesca y radicalizada del liberalismo, Milei y su legión copan la agenda política prometiendo una “Argentina potencia” para dentro de tres décadas. Ofrecen -para el presente inmediato- sangre, sudor y lágrimas. Al hablar de estanflación, anuncian el carácter profundamente antipopular y destructivo de su programa de gobierno. Amplificada al infinito por la corporación mediática (ahora oficialista), la campaña induce al temor; convoca al miedo, como pasión triste y paralizante.

En su retirada, parte del peronismo acepta hablar ese lenguaje. Desde la derrota y el escepticismo, pide “extremo cuidado” y presenta las calles como lugar de secuestro y eventuales desapariciones. Otro sector -menos afecto a los relatos- se dedica al febril arte de la rosca. El poder territorial y el poder sindical burocrático ofrecen su propia variante del vandorismo: golpear por adelantado con las palabras para negociar con los números.

Enfrentar a la derecha liberal y misógina implica medirla en su justo término. Calibrar sus múltiples debilidades institucionales; su carácter de minoría parlamentaria y su endeblez en el terreno social. Significa, al mismo tiempo, tomar nota de su determinación al combate por un programa de ajuste salvaje, que cuenta el aval de amplios sectores de la clase capitalista y del propio FMI. Ese plan de guerra contra el pueblo trabajador se perfila en la conformación de un gabinete poblado de ajustadores, derechistas y hasta exfilo nazis.

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El peronismo en el llano

En los últimos años, cada vez más, la derecha política y mediática estigmatizó al peronismo como obstáculo a una verdadera “modernización” del país que vendría de la mano del sector privado. Lo presentó como el actor político y social que impediría un formateo de las relaciones laborales, económicas y sociales, capaz de habilitar un nuevo ciclo de ganancias para el gran capital.

Sin embargo, las cosas son más complejas. Ese esquema mental elige ignorar las enormes ventajas que el peronismo ha venido otorgándole al gran capital. Los números son elocuentes, tajantes. En términos de riqueza, entre diciembre de 2019 y octubre de 2023, más de USD 70.000 millones pasaron de los bolsillos de la clase trabajadora ocupada a los del gran empresariado. Esa exorbitante transferencia constituye, por sí misma, una explicación causal de la derrota electoral. El gobierno que había asumido para restituir el derecho al asado otorgó al pueblo trabajador polenta y fideos secos.

En términos de condiciones laborales, el peronismo también operó en interés del gran capital. La celebrada creación de puestos de trabajo omite un dato: la mayoría de los empleos creados implica fuertes condiciones de precariedad. Sumada a la persistente inflación, esa creciente precarización laboral funciona como símbolo del peronismo que encarnó la inestable alianza entre Alberto Fernández, Massa y Cristina Kirchner.

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En este terreno, la labor de la burocracia sindical fue igualmente dañina. Contemplado pasivamente el ajuste, alentó un sentimiento de resignación. Negociando a la baja condiciones laborales, colaboró a la división de las filas obreras.

El triunfo electoral de Milei aparece, en parte, indisociable de esas transformaciones en el mundo del trabajo. La atomización y la desprotección laboral conforman bases para la construcción de una subjetividad que priorice las salidas individuales. El discurso libertariano empatiza con esa soledad del obrero frente al poder económico. Convertida en voto, cristaliza un sentimiento de impotencia y rabia. El cuarto oscuro aparece como terreno de revancha contra los poderosos que construyen la humillación diaria.

Enfrentar a la derecha

En un reciente artículo, publicado en Anfibia, Flor Minici señala que “la derecha no le teme a la resistencia porque un sector de la política emancipatoria se volvió pura apariencia, frivolidad, incapaz de alterar el estado de las relaciones sociales y económicas”.

La definición grafica el presente del kirchnerismo, corriente política que sobreprodujo relato mientras aceptaba administrar la herencia neoliberal. Que edificó su propia grieta entre discurso y realidad, alimentado el sentido común anti-estatalista.

Sin embargo, el temor a la rebelión social anida en los corazones y las cabezas de la clase dominante. Lo saben sus voceros, que repiten el mantra sagrado “dentro de la ley, todo; fuera de la ley, nada”. Intentando sembrar un miedo pretérito, buscan intimidar a los eventuales actores de la protesta social.

La historia nacional alimenta esos temores del poder político y económico. La llamada “Argentina contenciosa” no es un significante vacío. Es, más bien, condensación conceptual de multiplicidad de experiencias y tradiciones de lucha. Una temporalidad larga permite rememorar la gigantesca huelga general que, en enero de 1919, aisló a la Ciudad de Buenos Aires del resto del país, en aquella gesta que pasó a la historia como Semana Trágica. También la potente huelga general de enero de 1936, que vio a miles de obreros y obreras protagonizar duros combates con las fuerzas represivas en territorio porteño. O la huelga general que desembocó en el Cordobazo, enorme semi-insurrección de masas, que abrió una etapa revolucionaria a nivel nacional.

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Rodolfo Walsh sentenciaba: “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires”. Se refería a ese permanente intento de clausurar un pasado de enorme potencialidad rebelde. Al intento de construir una memoria parcial, que borre el heroísmo de la lucha de masas para dejar solo el recuerdo luctuoso de los caídos.

La ferocidad de la dictadura genocida no clausuró completamente esas tradiciones combativas. En las últimas décadas, con triunfos o derrotas, la clase trabajadora y el pueblo pobre mostraron una disposición casi permanente a la lucha. Allí estuvieron las revueltas contra el menemismo, donde decenas de miles de estatales batallaron contra los planes de ajuste en las provincias. También las enormes luchas del movimiento de desocupados, desde 1995 en adelante. Se desarrolló, además, una importante tradición alrededor de las empresas recuperadas por sus trabajadoras y trabajadores. Presenciamos, asimismo, las duras batallas contra despidos y cierres en empresas como Lear (2014) o Pepsico (2017). O la rebelión contra la reforma previsional macrista en diciembre de 2017. O la difícil pelea por tierra y vivienda, de miles de familias pobres en Guernica (2020). Mencionemos, para no extendernos, la enorme rebelión popular que en diciembre de 2001 derribó al ajustador De la Rúa y liquidó el ciclo económico neoliberal en la Argentina.

Todo recorte de la historia es, por definición, arbitrario. El nuestro sirve, esencialmente, como herramienta frente al escepticismo. Como insumo para preparar las batallas por venir. Como recordatorio de que el futuro ofrece combates cuyo resultado no está predefinido. La preparación -activa y consciente- desde ahora mismo es fundamental para enfrentar el plan de guerra de Milei, el FMI y las grandes patronales.

 
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