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29 de diciembre de 2023 Twitter Faceboock

Opinión
Milei y la ilusión imposible de un nuevo onganiato
Eduardo Castilla | X: @castillaeduardo

Mega decreto y Ley Ómnibus; un intento de reconfiguración del régimen político y social. La CGT llamó al paro: hay que tomarlo en nuestras manos.

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“La desaparición de los partidos, del Congreso Nacional y de las legislaturas provinciales no implica que el país haya renunciado a la democracia. Significa que quiere libertades efectivas y un régimen que funcione. Que el país no tolera las formas vacías de contenido”.

Desde el pasado, las palabras del dictador Juan Carlos Onganía retumban en el presente. Pronunciado hace 57 años, aquel discurso enarbolaba una “revolución sin plazos”. Concentrando atribuciones en el Poder Ejecutivo, celebraba la anulación de instituciones “incapacitadas para el cumplimento de su misión”.

Amparado en el aval electoral, Milei grita hoy su propio proyecto refundacional. El monstruoso mega DNU, la kilométrica Ley Ómnibus y el Protocolo represivo ofrecen sustento jurídico a un “modo de ordenamiento y reactivación de la economía” basado en “la interacción espontánea de la oferta y de la demanda”. En su esencia, convocan a la configuración de un nuevo régimen, donde el gran empresariado exprima hasta la última gota de sangre obrera al tiempo que desarticule a la clase trabajadora como potencial antagonista social y política. Propone, en simultáneo, un caótico reordenamiento de la economía en interés de la elite empresaria, destrozando a millones de pequeños comerciantes y “emprendedores”.

Repite, a su modo, el intento de Onganía. Aquel régimen apostaba a quebrar lo que Juan Carlos Portantiero definió como “empate catastrófico” para graficar una predominancia económica que el gran capital no lograba transformar en hegemonía política. Enfrentaba la resistencia social y política de un amplio bloque conformado por la clase trabajadora, las capas medias e, incluso, sectores de la clase capitalista. El Onganiatto nació como el intento más audaz de quebrar esa suerte de paridad.

Sin embargo, en aquel diciembre en que el dictador anunciaba la carencia de plazos para “su revolución”, las calles del país habían empezado a escribir otro calendario; uno propio. A seis meses de arribar al poder, ya había enfrentado al combativo movimiento estudiantil. Las universidades -públicas y privadas- habían ejercido una activa labor de vanguardia contra el conservadurismo nacionalista y clerical que condensaban la figura y la política del dictador. Pronto sería el turno de la vanguardia obrera, lanzada a resistir el cierre de los ingenios azucareros en Tucumán, los planes de ajuste en el Ferrocarril y los múltiples ataques contra el salario y los puestos de trabajo. Dos años y medio más tarde llegaría el Cordobazo, dando nacimiento a un ciclo de movilización revolucionaria que se extendió por intensos 7 años.

En junio de 1970, en un país convulsionado por la lucha de clases, el dictador pasaba al baúl de la historia.

Autoritarismo en crisis

Al intento bonapartista de Milei le falta aquella institución que Onganía enaltecía: las Fuerzas Armadas. Profundamente cuestionadas por su labor genocida entre 1976-1983, no lograron reconstituirse como actor en el siempre conflictivo escenario político nacional. Le falta también una fuerza social de distinto signo, capaz de servir de apoyatura a los intentos de “saltarse” el Congreso o el funcionamiento institucional regular.

Añadamos, además, que el creciente malestar económico parece erosionar a velocidad su (debatible) legitimidad de origen. Publicada este viernes, una encuesta de Zuban-Córdoba indica que el presidente “perdió más de un punto de imagen positiva por día”. El relevamiento consigna, además, que un 56.1% considera inconstitucional el mega DNU y un 54.6% lo rechazaría si fuera plebiscitado.

A los deseos autoritarios de Milei, Bullrich y la gran patronal de AEA les falta sustento material e ideológico. La ilusión del Onganiatto propio sigue en el terreno de los anhelos.

No la ven

En uno de sus ensayos sobre la fotografía, Susan Sontag afirmó que las imágenes fotográficas parecen “menos enunciados acerca del mundo que sus fragmentos, miniaturas de realidad que cualquiera puede hacer o adquirir” [1].

La foto del histórico Armando Cavalieri junto a la ministra Sandra Petovello y el secretario de Trabajo Omar Yasin es fragmento y enunciado a la vez. Condensa el deseo desesperado de la burocracia sindical por volver al viejo status quo , donde todo parecía negociable alrededor de una mesa. Ilustra, también, las contradicciones de una casta que está siendo obligada a abandonar el mannequin challenge que ejecuta con maestría hace años.

Ventilando negociaciones y diálogos, el oficialismo hizo saber que buscaba acuerdos con la conducción sindical burocrática. En los hechos, solo ofreció una rendición incondicional, al proponerse destrozar el derecho a huelga y a manifestarse, al tiempo que atacaba los intereses de la propia casta dirigente, afectando los ingresos de las obras sociales.

Hace pocos días, en elDiarioAr, Pablo Ibáñez ilustraba las preocupaciones de la cúpula sindical: “El asunto es otro: no solo la falta de entrenamiento de la CGT para el espadeo político y público sino una duda más profunda: ¿las herramientas tradicionales de la protesta sindical pueden resultar eficaces frente a Milei?”.

La contradicción, creemos, es aún más profunda. Esas “herramientas tradicionales” estuvieron ausentes en los años de gestión peronista. También en la inmensa mayoría del ciclo cambiemita. Con su pasividad extrema, la CGT se convirtió en cómplice de un ajuste que empujó la pobreza al 45 % y la inflación a casi el 200 % anual.

Sin embargo, lo que no ven -ni el Gobierno ni las grandes patronales- es que esa quietud traidora no equivale a una clase trabajadora completamente desarmada frente al ataque. Detrás del lento movimiento burocrático, puede emerger la bronca de amplios sectores obreros que ven degradarse sus condiciones de vida aceleradamente. Esas tensiones parieron el paro activo el 24 de enero; una medida que nació casi casi contra la voluntad cegetista.

Lo que despierta en la cúpula sindical es el viejo gen vandorista. El paro nacional se anuncia, desde ahora, como golpe destinado a allanar una mesa de negociaciones. Precisamente por eso se impone una preparación independiente. Es necesario tomarlo en nuestras manos. Desde ahora mismo. Hay que luchar para que esa medida de fuerza no se constituya en un camino de regreso a esas “herramientas tradicionales” que habilitaron la pérdida de tantas conquistas.

Debe ser, por el contrario, el primer paso en retomar la enorme tradición combativa de la clase trabajadora. El punto de partida de una gran lucha nacional que culmine en la huelga general hasta derrotar el plan de guerra patronal.

Hacer propia la preparación del paro implica el impulso activo a la organización democrática en cada lugar de trabajo y en cada barriada. Significa militar el desarrollo de Asambleas Populares allí donde sea posible como una vía de fortalecer una pelea común entre la clase trabajadora, las clases medias empobrecidas y el conjunto del pueblo pobre. Obliga, también, a hacer bandera las demandas de aquellos millones de trabajadores y trabajadoras que habitan el duro mundo de la informalidad, carentes de derechos laborales y sindicales.

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El caos…

El Caputazo funcionó como punto de partida de un ajuste feroz. Atendiendo las exigencias del FMI y el gran capital, se presentó como una política destinada a licuar los ingresos de millones, afectando no solo a la clase trabajadora, sino a amplias capas de las clases medias pobres, al pequeño comercio y a las mayorías populares.

Junto al mega DNU, la Ley Ómnibus se presenta como continuidad caótica de esa orientación. La palabra “caótica” no tiene aquí acepción metafórica. Los 664 artículos listados en el extenso texto constituyen un farragoso conjunto que ataca derechos sociales, políticos, económicos, civiles y democráticos. Afectando, incluso, a sectores del empresariado. Por estas horas, las patronales del campo unen voces con las automotrices contra las retenciones. Los laboratorios -que lucran activamente con la salud y vidas populares- se unen al coro por sus propios intereses. Transitan, por decirlo de algún modo, entre una conciencia económica-corporativa (Gramsci dixit) y la conciencia política de adoptar, como clase, el plan de guerra lanzado por Milei.

En este marco de tensiones, una fracción de la política capitalista se reordena en función de aceptar el contenido social de la política de Milei sin sus modos. El fin sin los medios. Hace propia la agenda del gran capital, pero ofreciendo al Congreso como ámbito de rosca y consensos. El radicalismo, Pichetto y el llamado cordobesismo ofician de voceros. En la oposición, mientras transita el duelo de la derrota, el peronismo aporta a la conformación de un bloque que negocie porciones del mega ajuste. La estrategia sindical burocrática constituye parte de esa apuesta.

Negociar el ajuste equivale a capitular ante el programa del gran capital. A aceptar una degradación más profunda de las condiciones de vida obreras y populares. El ajuste de Milei y la AEA es innegociable. Debe ser derrotado. Y el terreno del combate es el de la lucha de clases.

 
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