Vamos a iniciar esta charla planteando los debates centrales con el autonomismo como corriente ideologica y política y, a partir de ello discutir en torno a la perspectiva que hemos levantado como corriente en México ante una de sus mayores expresiones políticas de las ultimas décadas, el zapatismo.
El autonomismo es una de las tendencias de izquierda que se ha desarrollado en las últimas décadas y que en paìses cómo México ha impactado fuertemente a la juventud, representa una estrategia política que, como sabemos, tiene como uno de sus aspectos distintivos la construcción de autonomías a partir de la negativa a la lucha por el poder centralizado del Estado capitalista, sintetizado en la consigna “cambiar el mundo sin tomar el poder” de John Holloway. Entonces una de sus características centrales es que busca construir experiencias autonómicas respecto al Estado, generando una especie de contrapoder paralelo y alternativo al capitalismo pero dentro de sus márgenes y sin la destrucción del mismo, que, según el autonomismo, posibilita llegar al “comunismo aquí y ahora”, como dijo Toni Negri, a partir de esas experiencias autonómicas.
Desde nuestro punto de vista, el desarrollo y la expansión del autonomismo estuvo marcada por dos cuestiones centrales. Por una parte, por el fortalecimiento durante los años 80 y 90 del siglo pasado de corrientes ideológicas enemigas del marxismo, como el posmodernismo,el fin de los “grandes relatos, de las grandes teorías integrales” y la influencia del pensamiento post estructuralista al estilo de Foucault y otros que se centraron en los efectos de la dominación en el individuo, dando pie a teorías identitarias y culturalistas. Estas teorías se fortalecieron en un contexto signado por el ascenso del neoliberalismo y por su hegemonía ideológica, con el relato del fin de la historia y del proletariado (Perry Anderson decía que en los ´80 del siglo XX la reacción ideológica estaba en Francia, cuna del posestructuralismo). También hicieron mella en la izquierda y fortalecieron a determinadas corrientes o expresiones ideológicas en su seno que cuestionaron los núcleos centrales del marxismo clásico, como es el caso del autonomismo (o del marxismo “abierto”), e identificaron al marxismo con su negación, el estalinismo, y su fin con la caída del muro de Berlín.
En segundo lugar, por el impacto de la dinámica que adquirió la lucha de clases durante los años 90: después del periodo neoliberal (que estuvo marcado por derrotas importantes de la clase trabajadora en Estados Unidos y Gran Bretaña y significó una ofensiva sin precedentes que modificó la relación de fuerzas) y la manera particular en que cayó el estalinismo. Es decir, su caída no fue como producto de movilizaciones revolucionarias o anticapitalistas y anti burocráticas, sino abriendo el camino y fortaleciendo variantes abiertamente restauracionistas impulsadas por las burocracias soviéticas que iniciaron el camino del regreso al capitalismo. Los procesos de lucha de clases durante los años 90 del siglo pasado estuvieron caracterizados por el protagonismo de sectores como el campesinado, los pueblos originarios, los estudiantes o los movimientos urbanos, que asumieron en muchos casos la forma de revueltas y estallidos, y no por el de la clase obrera, que venía profundamente golpeada y confundida. El proletariado a nivel mundial enfrentaba en ese momento una fragmentación sin precedentes, lo que fortaleció la impresión de que ya estaba perimida la estrategia obrera y socialista, fortaleciendo a las variantes autonomistas y la posición que planteaba la primacía de los llamados “nuevos sujetos”, los movimientos sociales. Es importante mencionar que, frente a una izquierda social democratizada y domesticada, posibilista, marcada por el retroceso de la lucha de clases y la institucionalización (como fue en su momento la fundación del Partido de la Revolución Democrática o la experiencia del Foro de San Pablo en América Latina), los teóricos autonomistas como Negri que hablaba de comunismo ”aquí y ahora”, o el mismo Holloway y su idea de acabar con el capitalismo por la vía de agrietarlo, resultaron atractivos para las nuevas generaciones de ese momento, así como lo fueron también la irrupción de las nuevas expresiones de la izquierda, como el zapatismo y otras experiencias en América Latina vinculadas a los pueblos indígenas y las experiencias de luchas comunitarias.
La rebelión indígena campesina de Chiapas en 1994, liderada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), fue una de las mayores expresiones de ello, y atrajo la atención de toda la izquierda continental y mundial, lo que dio pie al desarrollo de esta perspectiva política configurando una nueva generación que entendió la lucha anticapitalista como la construcción de espacios autónomos basados en el control territorial y en la reconstrucción de lazos del tejido comunitario que permitían transformar el modo de vida de campesinos e indígenas.
Vamos a desarrollar cuatro de los ejes centrales de discusión entre marxismo y autonomismo, y un cruce entre estos y algunas de las experiencias políticas mencionadas.
La cuestión del estado nación y el sistema capitalista. Vamos a recordar una cuestión que en su momento fue muy importante, y es la tesis sobre el Imperio de Tony Negri. ¿En qué consiste? El imperio, para Negri, era la nueva forma que adopta la dominación en la sociedad capitalista con el desarrollo de la globalización. Es una unidad que garantiza el control de los capitalistas a través de la dominación asalariada, la explotación, pero, sobre todo, a través de la dominación subjetiva, de los individuos, de su psicología, comportamiento y prácticas culturales. Al estilo de la biopolítica de Foucault, es una dominación (un poder podríamos decir) que está de manera omnipresente en todos lados. A este imperio se le opone la multitud.
Mencionemos una cita de su libro escrito a mediados de los 90 y publicado en 2000, escrito junto a Michael Hardt, donde sostienen que la globalización ha implicado una declinación de las viejas soberanías que descansaban en el estado-nación y su creciente incapacidad de regular los intercambios económicos y culturales.
Dice: “Por ‘Imperio’, sin embargo, nosotros comprendemos algo al mismo tiempo diferente del ‘imperialismo’... el Imperio no establece ningún centro de poder territorial y no se apoya en fronteras fijas o barreras. Es un aparato de gobierno descentrado y desterritorializado que progresivamente incorpora a todo el reino global dentro de sus abiertas, expansivas fronteras.” [1]
Como dice Facundo Aguirre en uno de los textos que dimos como bibliografía, para estos autores estas transformaciones en el orden político mundial señalan un pasaje dentro del modo capitalista de producción. Esto ha significado, según ellos, una liquidación de las divisiones espaciales de los ‘mundos’ conocidos durante la segunda mitad del siglo XX, el llamado primer mundo (potencias occidentales), el segundo (URSS y Este Europeo) y el tercero (países semicoloniales), ya que es posible encontrar el primer mundo en el tercero, el tercero en el primero y el segundo ya casi en ningún lugar. Esto ha sido acompañado por una transformación del proceso productivo dominante con el resultado de que el rol del trabajo industrial fabril ha sido reducido y la prioridad ha sido dada al trabajo comunicativo, cooperativo y afectivo. El resultado es la ‘posmodernización’ de la economía global.
Dicen Negri y Hardt que “los EEUU no son, y ciertamente ningún estado-nación puede hoy, formar el centro de un proyecto imperialista. El imperialismo está acabado. Ninguna nación será el líder mundial en la manera en que las naciones europeas lo fueron.” [2]
Negri encuentra la base política de su teoría en el momento que ha sido definido como del mundo unipolar, durante los años 90, después de la caída del muro de Berlín, donde la hegemonía estadounidense no tenía competidores. Sin embargo se mostró que esto era una coyuntura, que no elimina las tensiones existentes, y las tesis de Negri chocaron con la realidad a partir de 2001 (torres gemelas, ofensiva guerrerista de EEUU, luego de ello ascenso de potencias regionales desde China, Rusia, Irán, los BRICS, disputas y diferencias entre EEUU y Alemania durante los años previos, y ahora como vemos la guerra de Ucrania y la situación en Medio Oriente) incluyendo el estallido con distintos escenarios de crisis económica. Esta dinámica acabó con la idea de convivencia armónica a lo cual llevaban las tesis de Negri, con un Imperio sin contradicciones ni grupos de capitalistas en competencia. Se probó así la vigencia de la teoría del imperialismo, con la que Lenin define la época de crisis, guerras y revoluciones.
Este giro teórico tenía variadas consecuencias políticas y programáticas. Entiende el desarrollo del capitalismo y la competencia entre los grupos de capitalistas, como armónico y homogéneo; busca justificar el desplazamiento del conflicto y la lucha de la fábrica -como centro de gravedad de la economía capitalista- a todos los otros espacios que ocupa la multitud, y elimina los distintos mecanismos políticos e ideológicos que la clase dominante despliega para mantener su control, como la ampliación de la participación política popular mediante la democracia, o la necesidad de regímenes autoritarios para mantener a raya a la lucha de clases, el rol de la opinión pública, de la burocracia sindical y otras mediaciones para desviar la movilización popular, etc.
La cuestión del sujeto. Otro aspecto clave es la noción de Multitud de Negri, una categoría que sustituye a la noción de clases sociales y de clase obrera. Él la llama la “carne verdadera de la producción posmoderna” refiriéndose a una producción no industrial, sino de nuevo tipo, una producción social pues todos realizamos trabajo y el rechazo a éste sienta las bases para trastocar el orden establecido (el antecedente de Multitud es su concepto de obrero social, que como él mismo lo planteó en su momento, respondía a la pérdida de centralidad de la fábrica, la informatización del trabajo, etc). La multitud es el sujeto surgido en la cumbre de Seattle con el movimiento No Global en 1999 que enfrentó al Imperio como un gran actor que se encuentra en todas partes, contra una resistencia infinita y múltiple que resiste de todas formas y que con solo tener la voluntad de resistir, puede liberarse de la dominación capitalista. Esta resistencia de la multitud contra el trabajo y la dominación en todos sus aspectos, una resistencia contra el poder constituido, está construyendo -según algunos autonomistas- un contrapoder.
Veamos la definición de la Multitud de Negri:
“Hoy, en la transformación de la modernidad en posmodernidad, el problema vuelve a ser el de la multitud. En la medida en que las clases sociales en cuanto tales se disgregan, el fenómeno de la auto-concentración organizativa de las clases sociales desaparece. Nos vemos pues frente a un conjunto de individuos, y sin embargo esta multitud se ha vuelto absolutamente diferente. Es una multitud resultado de una masificación intelectual; ya no se la puede llamar plebe o pueblo, porque es una multitud rica...Hoy existe una multitud de ciudadanos, pero hablar de ciudadanos no basta, porque es sencillamente calificar en términos teóricos y jurídicos a individuos que son formalmente libres. (y así sigue)". [3] Una definición muy abarcadora pero que, sin embargo, y como plantea el artículo de Christian Castillo, no defínia nada.
Holloway por su parte, en un texto que fue muy leido en México y que sigue siendo un punto de referencia, desarrolla nuevas aristas sobre el debate del sujeto, de nuevo en pro de “superar” o más bien sustituir las categorías clásicas de clase obrera, clases sociales y lucha de clases. Nos dice que las relaciones humanas están atravesadas por el control ejercido por el poder sobre nuestra imaginación, capacidad de transformación del medio (trabajo) y sobre el saber, constituyendo un sujeto fragmentado. El Estado es un bastión contra el flujo del hacer, frente al cual hay que recuperar nuestra potencia creadora contra la degeneración que produce el poder (a secas) que reproduce relaciones de opresión.
Holloway desarrolla una nueva lectura del antagonismo, del conflicto, desplazándose a la tensión entre poder -hacer y poder-sobre (los otros); es decir no es un conflicto entre dos grupos de personas (clases) sino entre la práctica social creativa y su negación, antagonismo que constituye a las clases y es previo a éstas. Sujeto crítico-revolucionario que parte del No frente al poder-sobre, fragmentado frente a la dominación y con la potencia de sus resistencias a ésta, minando los procesos de acumulación del capital desde conflictos de diversa índole y expresión y “agrietando el capitalismo”.
Estos teóricos construyen una lógica de un sujeto irreal (la multitud), que no tiene correspondencia con un sujeto determinable empíricamente, disuelven la posición objetiva que ocupan en el modo de producción capitalista las distintas clases sociales subalternas, en particular la centralidad del proletariado como sujeto social de la revolución socialista. Este sujeto fantasmal que construyen, omnipresente y pura potencia, no necesita de programas, de estrategia y táctica y menos que menos de un partido revolucionario para acometer su misión histórica.
Entonces, las consecuencias de desplazar y sustituir el sujeto “clase, clase obrera, clase trabajadora” por multitud,o los nuevos sujetos de los movimientos sociales, implican la eliminación de la especificidad de la clase obrera en el sistema productivo, en sus posiciones estratégicas y en torno a su potencia creadora para construir nuevas bases para organizar la sociedad y, por ende, también elimina la problemática de la construcción de hegemonía y las alianzas de clases en lucha.
Explicamos esto. Hoy la realidad es que hay un fortalecimiento objetivo de la clase trabajadora que es más numerosa y está más extendida que nunca. Esto a partir procesos de industrialización, primero a la caída del muro con millones de trabajadores integrados a los territorios capitalistas de explotación asalariada, industrialización que se mantiene hoy y vemos en todos los países de capitalismo menos desarrollado, desde China hasta México con los clusters industriales en el Bajío y pronto en el sur del país. Pero también porque hay una mayor tendencia a la proletarización de otras capas de clases, como de la pequeña burguesía arruinada o del campesinado pobre, que son arrastradas a la dinámica de explotación capitalista del trabajo vivo a partir de la apropiación de la plusvalía como única fuente de creación de valor. Esto comprueba la vigencia de la teoría marxista de la sociedad de clases y de la relación antagónica entre burguesía y proletariado como clases fundamentales.
Cuando nos referimos al “lugar objetivo” de la clase obrera y sus posiciones estratégicas -a decir de John Womack Jr., hablamos de que si bien el ejército de asalariados y explotados en el campo y la ciudad es enorme, hay posiciones productivas que pueden, por su lugar en el circuito de producción y reproducción del capital, paralizar circuitos y ramas enteras de producción y distribución de mercancías. Por ejemplo las telecomunicaciones, el transporte y la logística, la electricidad, los combustibles como petróleos y minerales, incluso los trabajos esenciales que como se demostró en la pandemia, son esenciales para la reproducción de la vida, de la fuerza de trabajo -salud- y la circulación de mercancías como la logística y el transporte. Pensemos si no en qué pasaría si hubiera huelga en el metro, si los electricistas de la CFE decidieran bajar el switch de la luz, o los trabajadores de call center y de Telmex se negaran a operar las líneas y apagaran el internet; o si se paralizaran los puertos, las minas, las plataformas petroleras, si hubiera paro de transportes o bloqueos en autopistas, si hubiera paro de labores en los bancos. No es lo mismo dejar de trabajar en la tienda de maquillaje, en la fábrica que produce dulces, o incluso en la moderna industria cervecera. Ahora bien, tampoco derrotamos a los capitalistas si esos sectores de trabajadores luchan solos, y paralizan cualquiera de esas posiciones estratégicas, en una huelga aislada, que no generaliza una respuesta organizada y coordinada de la clase, o que no arrastra tras de sí a otros sectores de la población, como las capas medias o al campesinado, que aún conforma un porcentaje importante de un país como el nuestro y ha demostrado que puede ser un factor clave en la lucha de clases.
Esto no quiere decir que los marxistas consideremos que el campesinado pobre, los pueblos indígenas u otros sujetos como los estudiantes o las mujeres no puedan golpear sobre el orden capitalista. Son fundamentales. El zapatismo y el levantamiento de 1994 es una gran prueba de esto, o por ejemplo el movimiento estudiantil en el 68 francés o en la huelga del 99 en México, sin embargo, para paralizar todos los circuitos productivos, reproductivos y para aprovechar el desarrollo de las fuerzas productivas y los avances tecnológicos de forma que no se vuelvan contra la propia clase trabajadora y sus condiciones de trabajo; para que se resuelvan los grandes problemas que derivan del orden capitalista, como el desempleo, los bajos salarios o la devastación ambiental, solo la clase obrera ocupa posiciones que permiten construir sobre otras bases una sociedad que se apoye en la gran riqueza social producida con el trabajo libre y la creatividad humana. Por su carácter homogéneo como clase, cuya característica distintiva es la desposesión de todo medio de producción que obliga a solo poder vender su fuerza de trabajo, la clase obrera es la única que puede unificarse levantando un programa independiente de la burguesía y cuya condición de proletariado solo desaparecerá al liquidar la propiedad privada de los capitalistas, de esa burguesía que tiene como característica fundante el control de dichos medios, de dicha propiedad privada. Esto no sucede en el caso de otros sujetos, por ejemplo combatir al patriarcado no se resuelve por vía de la desaparición de los varones, ni el racismo se acaba con la desaparición de los blancos. Sin embargo, estas problemáticas están íntimamente ligadas a la existencia y supervivencia del capitalismo.
En relación a la intersección de las opresiones, muy de moda desde los años 80 y que ha cobrado peso en las teorías críticas, no se trata solo de sistemas de dominación absolutos que se intersectan por igual, sin distinción ni reconfiguración mutua. La imbricación entre los mismos se da de manera jerarquizada, ordenando las opresiones alrededor del capitalismo como eje de columna vertebral que reorienta la opresión al servicio de la explotación capitalista, profundizada por las instituciones, el Estado y el status quo del capitalismo. Es decir, alertamos y discutimos contra la contraposición entre sujetos de los llamados movimientos sociales, con la clase trabajadora -como si no estuviera, como decíamos, racializada y feminizada-, y como si no pudieran construir objetivos comunes en la lucha contra la explotación y la opresión, cuando ésta última es la clave para que los capitalistas profundicen la explotación sobre la población racializada, feminiza, migrante o como vemos con Palestina, a propósito de diferencias religiosas y étnicas.
Holloway y los autonomistas cuestionan la inacción de la clase obrera en determinadas coyunturas pero dejan de lado el rol de las direcciones políticas y sociales del proletariado y del movimiento de masas para evitar la confluencia entre los sectores en lucha y en particular para desviar, contener ese cuestionamiento para que no apunte a la raíz del sistema y se confronte contra el Estado (la esfera de lo político). Y es justamente la posibilidad de la política, de la acción independiente de la clase trabajadora y el movimiento de masas, lo que permite romper con el escepticismo de que no se puede derrotar al capitalismo. Eso donde además ocurren los saltos en la conciencia producto de la experiencia en la lucha de clases misma, generando en un ejercicio creativo la posibilidad de anular y superar el estado actual de las cosas.
Por otro lado, es utópico pensar que todo es lucha y que el capitalismo sólo existe por nuestra voluntad de dejarlo existir, lo cual es una concepción voluntarista que se queda en una esporádica resistencia. Y si la lucha sin tomar el poder debe desarrollar nuevas relaciones sociales que no dependen de la base económica, no hay necesidad de la revolución violenta y de desarrollar el enfrentamiento contra el Estado, y ese marco para “resistir” llevó a muchos autonomistas terminaron integrados en los gobiernos posneoliberales, como Alvaro García Linera.
La cuestión del estado-Poder: Como decíamos, los teóricos autonomistas plantean distintas variantes desde el punto de vista de la estrategia. Holloway sostiene que se trata de cambiar el mundo sin tomar el poder. En tanto que Negri plantea la construcción del comunismo “aquí y ahora”, es decir sin transición.
En el sustrato de esto está la idea de que el poder está en todos lados, diseminado en distintos dispositivos de control que moldean la psique y el comportamiento social lo cual tiene varias implicaciones. Por ejemplo JH sostiene que el poder no se concentra en el Estado sino en la pérdida de capacidad de hacer, del poder-hacer, que en el caso de los capitalistas se convierte en la capacidad de poder-sobre otros.
Estos postulados son un paso lógico en la teoría de los autonomistas: luego de disolver las relaciones de explotación en la separación constante entre “el hacer” y “lo hecho” y de barrer las determinaciones de la estructura económica-social sobre el edificio capitalista, concluyen anulando la superestructura política y los instrumentos de dominación de una clase en el océano de las relaciones sociales fragmentadas.
Coinciden en reproducir la tesis anarquista de que no debe lucharse por el poder político, sino cambiar el mundo sin ello, o construir el comunismo “aquí y ahora”.
En los hechos, esto puede significar una política voluntarista. Daniel Bensaid, por ejemplo, realiza un cuestionamiento muy profundo y correcto a la negación de toda transición entre el capitalismo y el comunismo, que Negri formula por primera vez en los años 70. Y decía que en esos años se combinaba con una política ultimatista, que expresaba a una intelectualidad radicalizada que veía bloqueada su posibilidad de ascenso social en momentos en que el movimiento obrero retrocedía después del ascenso de años anteriores.
Sin embargo, en la medida que cambió el clima político e ideológico internacional, también se derivó más hacia una política de corte reformista por parte de estos teóricos autonomistas. Porque si el comunismo está al alcance de la mano (como dice Negri) y para acabar con el capitalismo basta con darle la espalda (como decía Holloway) podríamos hacerlo "localmente". ¿Para qué hacer la revolución si podemos ya mismo construir una nueva subjetividad desalienada y liberada? Sólo se trataría de aislarnos de las relaciones de mercado y actuar con una “·lógica ética y solidaria". Un comunismo sin necesidad de revolución proletaria ni dictadura del proletariado, no ya internacional, ni en el terreno nacional, sino la construcción de una autonomía liberada, en los intersticios de la sociedad capitalista.
¿Cuál es la alternativa? La lucha por autonomías, por espacios comunitarios, juntas de buen gobierno, espacios de autogestión etc. renunciando a la pelea contra el Estado y por liquidar el poder político de los capitalistas y su base material.
Ante esto, es importante considerar la discusión sobre el estado y su supuesta no centralidad. El marxismo entiende al estado como un órgano de dominación de una clase, basado en el ejército permanente, que apela a una burocracia que administra su funcionamiento, etc. y a partir de una comprensión histórica de que surge como un producto histórico de la evolución de las sociedades de clases hasta el Estado-nación moderno. Por tanto, entendemos que por más que existan manifestaciones culturales, sociales, etc, que son expresión de la hegemonía que construye la clase dominante, es en ese estado donde descansa el poder político y se preserva desde allí el poder económico de la clase dominante.
¿Es suficiente, constituye una estrategia válida anticapitalista, la del autonomismo, centrada en la construcción de autonomías como espacios libres de opresión capitalista? En primer lugar, hay que decir que nosotros defendemos las autonomías frente al estado burgués, frente al asedio paramilitar y la continúa represión. Y también como experiencias que tienen el punto progresivo de mostrar que no es necesario el poder capitalista, con aspecto muy interesantes de organización independiente de comunidades indígenas, de control territorial y ejercicio de autogobierno en la perspectiva de su autodeterminación, incluso en torno a cuestiones democráticas como la erradicación del feminicidio en territorio zapatista.
Pero estas experiencias, al no plantearse como parte de una estrategia para atacar y acabar con el poder capitalista central, carecen de una perspectiva alternativa que les permita ir más allá, generar una alianza con los trabajadores de las ciudades (perspectiva de la cual carecen los zapatistas) y enfrentar la ofensiva del estado (que las ha cercado con la creación de cuarteles militares), como ha sucedido en Chiapas desde 1994 y se ha intensificado ahora.
Se trata de una perspectiva impotente ya que a lo sumo puede llegarse a generar de manera local y de ninguna manera supone que se independicen de las leyes del mercado que regulan los mecanismos de opresión y explotación bajo el capitalismo. En el caso de las comunidades zapatistas, gran parte de su sostenimiento está basado en la exportación y venta de café, y de ahí la importancia de las redes de solidaridad que ha desplegado a nivel nacional e internacional, en nichos como universidades o espacios vinculados a la izquierda, pero siguen insertas en el mundo capitalista y en las leyes de mercado del capital.
Resulta utópica la idea de Holloway, que es posible cambiar el mundo sin tomar el poder, porque para empezar se renuncia a una perspectiva global, la resistencia autonomista tiene por definición la actuación local, y no arma para pensar cómo combatir los aspectos de influencia ideológica y política de la clase dominante sobre la población trabajadora y popular, cómo disputar la conciencia y combatir el escepticismo, así como el enfrentar a sus agentes como las fuerzas represivas pero también la burocracia sindical.
Desde nuestro punto de vista, se trata de organizar, con la hegemonía de la clase obrera y su alianza revolucionaria con campesinos e indígenas, la lucha contra el poder político y por el estado, mediante la revolución y la insurrección. Solo a partir de eso, tomando el poder del estado, es que pueden resolverse las demandas de las mayorías agrarias y urbanas, empezando por el derecho a la autonomía y la tierra, y garantizando la alianza entre la clase obrera urbana y las y los campesinos pobres, que entregue los recursos técnicos para la producción agrícola organizada por las comunidades, y avanzando a la reorganización de la economía de la sociedad de manera democrática y sobre los intereses de las grandes mayorías.
Nuestra perspectiva es distinta al fatalismo que considera que el poder corrompe por sí mismo, y también opuesta a la visión estalinista con la que pretenden confundirnos los autonomistas (ignorando por ejemplo la pelea que dio Trotsky y la oposicion de izquierda contra la burocratización). La única manera de evitar la burocratización que se vivió por ejemplo en la ex URSS, en China o en Cuba, es poniendo en pie un estado de nuevo tipo, a la vez que transitorio, y apostando a la construcción consciente del socialismo.
De nuevo tipo porque, como decía Lenin, debe ser sin burócratas, es decir donde todos ocupen coyunturalmente un lugar como funcionarios pero nadie lo sea, donde las decisiones se tomen a partir de la discusión y el debate democrático en organismos de democracia directa, incluyendo la planificación de la economía, de la sociedad y atendiendo las necesidades y aspiraciones populares.
Y transitorio, porque creemos que a partir de la extensión de la revolución a nivel internacional, el estado comenzará a extinguirse y ya no será necesario, y se planteará el avance hacia el comunismo a nivel mundial.
Holloway o Negri no eliminan solo la lucha por el poder, sino la lucha por la revolución (comunismo sin transición y sin revolución), desaparece entonces el momento estratégico de revolución, insurreccion y toma del poder.
Partido. En su concepción de partido encontramos un cuestionamiento a la forma leninista por parte de los autonomistas. Para ellos, el partido es por definición burocrático (vertical, antidemocrático, homogéneo, que elimina la individualidad y anula la subjetividad). Es una idea de partido para el control, un partido cuyo objetivo es sustituir al movimiento de masas producto de la tradición estalinista, maoísta. A conciencia también, dejan fuera la concepción leninista de partido revolucionario, un partido de combate para preparar la insurrección y empujar la autoorganización.
La Experiencia del zapatismo es peculiar porque se trata de un partido ejército bajo una estrategia reformista armada (aunque rápidamente afirmaron que ya no buscaban derrotar al estado en el terreno militar).
La relación que establece el zapatismo como dirección política frente a los sectores u organizaciones sobre quienes tiene influencia, ha estado siempre mediada por aceptar y subordinarse a los planteamientos programáticos y estratégicos de la dirección del EZLN, incluyendo reconocerla como dirección, como plantean en la Sexta declaración de la Selva Lacandona, o en las redes solidarias para campañas contra la represión, donde en general se niegan a construir espacios democráticos amplios por fuera de las redes zapatistas de apoyo a la lucha contra la represión, como el caso de Atenco.
La tradición maoísta de la dirección guerrillera configuró una relación con la población de “base de apoyo” en las ciudades y pueblos, para el ejército, donde el movimiento de masas juega un rol secundario, detrás de la acción de vanguardia de los jugados y entrenados milicianos. La estrategia del zapatismo ha sido combinar proyección pública con intelectuales y una narrativa popular y novedosa que construye afinidad, con bases de apoyo en el campo y las ciudades que permiten cierto resguardo político, financiero y de coordinación logística nacional e internacional con los procesos comunitarios derivados del control territorial en los municipios autónomos.
Esta estrategia del autonomismo y su relación con el movimiento de masas contrasta enormemente con la perspectiva bolchevique, de autoorganización vinculada a los soviets como consejos obreros que permitían la representación democrática de 1 representante obrero cada 500 o mil obreros rusos por rama y sector, así como de todos los partidos que participaban de la revolución desde los liberales hasta los bolcheviques, para disputar públicamente la influencia sobre la clase trabajadora y las masas en lucha.
La perspectiva del EZLN y la posición de los socialistas
Es importante considerar cómo se desarrolló la emergencia del EZLN y el posicionamiento político y estratégico que asumimos como Movimiento de Trabajadores Socialistas, que a mediados de los 90 éramos todavía la Liga de Trabajadores por el Socialismo (LTS).
En primer lugar hay que partir que en nuestro país, como en otros de América Latina -por ejemplo Bolivia, Ecuador, Brasil, entre otros- la cuestión agraria y de los derechos a la autonomía y autodeterminación de los pueblos originarios son tareas y motores fundamentales de la revolución, que por una parte no se pueden resolver más que concibiéndolas de manera entrelazada, y a la vez como parte de una articulación de clases donde es fundamental la participación hegemónica de la clase trabajadora y los pobres urbanos.
En México tenemos la experiencia de la revolución mexicana, donde para resolver el problema de la tierra, el Ejército Libertador del Sur se planteó la expropiación de los terratenientes en primer lugar. La experiencia de la comuna de Morelos mostró, por otra parte, que no era posible resolver la cuestión de la tierra sin concentrar (aunque sea en el terreno de un estado) el poder político y también sin expropiar la propiedad capitalista, en este caso los ingenios, que eran la principal industria de Morelos. Ahora veremos si el EZLN retoma estas importantes lecciones en su práctica política a finales del siglo XX.
Como decíamos antes, en 1994 surge la rebelión en Chiapas. Así como tuvo un impacto en el estado y el régimen político, desde que inició el accionar de las fuerzas armadas y las guardias blancas y grupos paramilitares, hasta la burocracia sindical de la CTM que llamó a reprimirlos, despertó un amplio movimiento de solidaridad a nivel internacional y nacional, particularmente en las clases medias de las ciudades y los sectores populares, y en la juventud, donde amplios sectores de la misma se identificaron con el EZLN y sus ideas. El EZLN había surgido con las demandas Abajo el TLC y Muera el mal gobierno, las cuales eran sin duda progresivas: el TLC era el símbolo del avance neoliberal y se orientaba contra el gobierno, expresando el sentimiento de millones.
El levantamiento indigena campesino de Chiapas en 1994 evidenció, en primer lugar, el hartazgo con siglos de miseria, opresión y racismo, que se profundizó y combinó con la moderna explotación capitalista. Se dio además en un contexto signado por el hartazgo con un régimen político nacional profundamente antidemocrático represivo, el PRIato, que venía encabezando la política neoliberal en el país y donde el partido de gobierno que había permanecido en ese momento más de 60 años en la presidencia, había apelado al fraude, en 1988, para mantenerse en el poder. En ese sentido, el levantamiento indigena campesino liderado por el EZLN, al que el régimen respondió con un fuerte cerco militar y represión, abrió una crisis terminal para el PRIato, que el régimen buscó conducir y desviar mediante lo que se llamó la transición democrática, y que nuestra organización en ese momento, la Liga de Trabajadores por el Socialismo, caracterizó con acierto como la transición pactada entre los partidos del régimen -el PRI, el PAN pero también el entonces centroizquierdista PRD. Este último actuó como la pata izquierda de este pacto de transición- que contó con el aval e impulso del imperialismo estadounidense, logrando cambios en el sistema de partidos para que nada cambiara en el terreno de la opresión y la explotación.
Esa fue la gran política del régimen (de la cual participó el PRD) para desviar el descontento y tratar de cerrar la crisis abierta por el levantamiento zapatista, mediante la búsqueda de la “democracia”, la “paz” y la “concordia”, se dio mientras el gobierno armaba un fuerte cerco militar en Chiapas.
¿Que hizo el EZLN? Desde el levantamiento, para los marxistas debía ser claro que se trataba de una dirección al estilo de las que consideramos como reformismo armado, y que por ende podía seguir el curso de otras direcciones similares en América Latina, como las FARC o el M 19, esto es, de pactos y acuerdos que no resolvieron las demandas motoras indígenas y campesinas.
De hecho, el EZLN rápidamente dejó el camino del enfrentamiento armado, pero, lo que es aún más grave, rebajó sus demandas iniciales como “Abajo el mal gobierno, contra el TLC y no dejaremos las armas hasta lograr el socialismo” y se dedicó a hablar de democracia y justicia; incluso ordenó a sus militantes devolver la fincas expropiadas a los terratenientes cafetaleros de la región como muestra de buena voluntad para la paz.
Esto fue congruente con un acercamiento con el PRD desde 1994, con el que organizó la Convención Nacional Democrática, en la que participaron los líderes del PRD (en ese momento, Cuauhtemoc Cardenas) y sus intelectuales orgánicos, y en las elecciones de ese año llamó a votar “ni por el pri ni por el pan”, lo que equivalía a un voto implícito al PRD. En 1996 el EZLN firmó los acuerdos de San Andrés, por los que el gobierno se comprometía, supuestamente, a otorgar autonomía y derechos indígenas, lo cual estaba, por ende, absolutamente separado de la lucha por la tierra, sin la cual no podía concebirse una verdadera autonomia y autodeterminacion, y luego de eso lanzó la IV Declaración de la Selva Lacandona, en la que llamaba a un frente opositor al gobierno, pensando evidentemente en el PRD y otras fuerzas similares.
Desde un primer momento, a la par que sostuvimos la defensa de las bases de apoyo zapatistas y las comunidades frente al estado burgués y sus FFAA, la LTS discutió con la estrategia y la política del PRD y del EZLN.
Planteamos ¡Abajo los pactos con el PRI! que la Convención Nacional Democrática debía romper con la burguesía (es decir con el PRD) y que debía lucharse por un Constituyente revolucionario convocada por un gobierno obrero y campesino, sobre las ruinas del priato, para discutir cómo reorganizar el país en función de los intereses de las grandes mayorías. Planteamos, contra la lógica reformista expresada en la presión sobre el gobierno para que otorgue las demandas, que la lucha por la autonomía no podía concebirse desligada de la lucha por la tierra y contra el gobierno y sus trampas y con la alianza revolucionaria de obreros y campesinos.
Como habrán visto en los artículos sugeridos para la lectura, hemos discutido esto comparando la experiencia del EZLN con la del Ejército Libertador del Sur, para mostrar la radicalidad de este y el carácter reformista del neozapatismo.
En este marco, discutimos con las organizaciones que en ese momento se reclamaban del movimiento trotskista, que no pasó la prueba de los acontecimientos.
Por una parte, a la par que denunciamos las maniobras y trampas del régimen, entendimos que la transición pactada se trataba de un proceso de reacción democrática (lo que León Trotsky llamaba contrarrevolución democrática) y que si bien había cambios en el terreno del régimen político (pasamos de un régimen bonapartista a un régimen democratico burgués con rasgos bonapartistas muy fuertes, pero con un lugar del congreso y una alternancia democrática que se consumaria en el 2000 con la llegada de Fox a la presidencia) era básicamente una trampa y un desvío. Esto contrastó con la posición de la mayoría de la izquierda, que lo vio como un paso progresivo, y sectores de la misma avanzaron en su subordinación y/o integración al PRD (particularmente los provenientes del mandelismo y el PRT) en tanto otros, como el caso del POS, llegó a calificar el ascenso del derechista Fox como un triunfo de la revolución democrática en México, mostrando una concepción semietapista de la revolución. Por otra parte, estos sectores lejos de alertar del carácter reformista armado del EZLN y criticar su estrategia autonomista, se adaptaron al mismo, presentándolo en ocasiones como una dirección revolucionaria, y llamando, como hizo el POS, a un gobierno del EZLN (una dirección guerrillera pequeñoburguesa), tergiversando la fórmula leninista de luchar por un gobierno de las organizaciones obreras y campesinas. Además, hubo sectores del trotskismo que entraron a militar en el FZLN, liquidando en el mismo, como un ala del PRT y luego Uníos.
En el 2001, con el triunfo de Fox en la contienda presidencial, la exigencia zapatista se convirtió en un reclamo por elevar a ley a los acuerdos de San Andrés. Se organizó la histórica marcha del color de la tierra (febrero 2001) que cobró un gran apoyo popular a lo largo y ancho del país. Aunque los sectores derechistas intentaron impedirlo, los comandantes zapatistas lograron hablar en el Congreso. Sin embargo, la estrategia central del EZLN era lograr la negociación con el gobierno, depositando en la lógica institucional y en la dirección del PRD su confianza, y luego de la Marcha, sucedió lo que podía esperarse: el Congreso votó una reaccionaria ley de derechos indígenas y el EZLN terminó por desaprovechar todo ese apoyo social.
Después de eso, en 2003 el EZLN plantea su ruptura con el gobierno y lanza las juntas del Buen Gobierno, mostrando un repliegue hacia el proyecto de construir autonomías de manera cerrada y al proyecto más claramente autonomista. Esto se concreta en 2005, con el lanzamiento de la Otra Campaña y la VI Declaración de la Selva Lacandona, donde se muestra un giro a izquierda, una ruptura con el PRD y se vuelve sobre el discurso anticapitalista, aunque sin romper con la estrategia autonomista. La izquierda se adapta en su gran mayoría a esta dirección y firma la VI declaración,que era un documento estratégico en los marcos del proyecto de la dirección zapatista, ultimatista en relación al movimiento obrero y sectario con el movimiento contra el fraude hacia AMLO, aunque tenía aspectos progresivos como la denuncia del régimen y del PRD. Nosotros partimos de reconocer esos aspectos progresivos pero establecemos una crítica con su estrategia -particularmente planteando que un anticapitalismo consecuente debía sostener la alianza revolucionaria con el movimiento obrero y luchar por el gobierno de los trabajadores y campesinos- y también con aspectos de su política, como la propuesta de una Nueva Constitución sin plantear que para eso hacía falta enfrentar y derrotar al régimen de conjunto. Estos debates -que continuamos luego en particular ante la campaña por Marichuy en 2018, cuyo derecho democrático a participar apoyamos incondicionalmente- son fundamentales, ya que no hay un “anticapitalismo en general”, sino que la única manera de desplegarlo es mediante una estrategia política basada en el rol hegemónico de la clase obrera, su alianza con los demás oprimidos del campo y la ciudad, y la lucha por el poder político. Eso implica y requiere construir una organización socialista, anticapitalista, antiimperialista y revolucionaria, para luchar por esa perspectiva. |