1.
Hablar de Trotsky y la literatura (y, especialmente, de Trotsky en la literatura) es, a estas alturas, un tema ya “clásico”, conocido, visitado… y –como se hará en esta nota– revisitado.
Podemos comenzar por él mismo: como se sabe, Trotsky fue un atento lector; un gran lector –además de escritor– tanto de escritores clásicos rusos (Tolstoi, Gogol) como de contemporáneos (Esenin,Maiakovsky, Céline, Malraux, Jack London…). Sobre ellos escribió –antes, durante y después de la Revolución Rusa de 1917–, y, con muchos, tuvo además encuentros y relaciones políticas. A esto debemos sumar sus conocidos trabajos comoLiteratura y revolucióny Problemas de la vida cotidiana, donde queda a las claras la atención que dedicaba a los temas del arte y la cultura –al igual que al por entonces novísimo psicoanálisis–. Trotsky fue un revolucionario marxista que, lejos de la manipulación del arte y sus expresiones –como hizo la burocracia stalinista con el tristemente célebre “realismo socialista”; política que luego copió Mao y sus seguidores–, tuvo una amplia mirada (y diversas propuestas políticas) sobre éstos, e incluso fue el autor, ya en el exilio, junto a André Breton(y el pintor y muralista Diego Rivera como firmante), en México, en 1938, del célebre “Manifiesto por un arte revolucionario independiente”, proclamando –en la medianoche del siglo, de fascismos y una inminente nueva guerra mundial– la necesidad de luchar por una completa libertad en el arte. Muchísimos escritos dieron cuenta de la potencia y la vigencia de muchos planteos de Trotsky en estos terrenos (ver Marxismo y crítica literaria (1978) de Terry Eagleton, por ejemplo), y por supuesto también de su vida revolucionaria y lucha consecuente contra el stalinismo y la degeneración del Estado obrero ruso.
2.
Se puede hacer rápidamente una “lista” (inevitablemente incompleta) de importantes escritores y escritoras que tomaron “la historia y vida de Trotsky”; de quienes lo abordaron desde diversos ángulos específicos las últimas décadas.
Tenemos por ejemplo La segunda muerte de Ramón Mercader, una novela “policial” (o “thriller político”, si se prefiere) del escritor español (ya fallecido) Jorge Semprún, donde se rememora, en un “vaivén narrativo” que va desde el presente, una historia de espionaje y contraespionaje en la “guerra fría”, a la historia: a los años revolucionarios de la Rusia pos 1917, con su “vieja guardia” bolchevique; no está sólo Trotsky sino otros “cosmopolitas” como Lunacharsky, quienes estaban –con todo su bagaje de teoría y cultura– a la cabeza de las esperanzas (mundiales) revolucionarias, asistían los magnos desfiles de obreros, campesinos y soldados rojos, etc. Semprún, que fue –además de guionista del conocido director de cine Costa-Gavras– del PC, y luego del PS, mantuvo sin embargo, siempre, un respeto enorme por la figura de Trotsky: años después, en Federico Sánchez se despide de ustedes –una de sus novelas autobiográficas donde relata los fracasos y desencantos de las opciones políticas que tuvo– rememora las visitas al museo-casa de Trotsky en México, con sus aires de “templo revolucionario”.
Está también Tres tristes tigres, la gran novela del (por supuesto también gran) escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, con una “sección” del libro dedicada a parafrasear a varios escritores, “parodiando” su estilo (en un ejercicio que recuerda al que hiciera Proust en El asunto Lemoine), y dando cuenta del asesinato de Trotsky como “hecho periodístico”.
Otro libro: En estado de memoria, con narraciones de Tununa Mercado, donde también se menciona al museo-casa de México como un sitio al que toda persona de izquierda, todo humanista y/o socialista no podía dejar de ir. (Además la escritora recuperó un libro de Roberto Amigo, El criador de conejos: un poema sobre Trotsky.)
Por su parte el escritor jujeño Héctor Tizón publicó, en No es posible callar, dos cuentos sobre el sicario stalinista Ramón Mercader (a quien intentó entrevistar –y no pudo– en la cárcel de México).
Silvia Molloy ofrece un relato –también sobre el museo-casa– en Varia imaginación.
La novela de Martín Kohan, Museo de la revolución, utiliza varios textos teóricos de Trotsky, imbricados en un cuaderno de estudios de un militante “setentista”, junto a otros de Marx, Engels y Lenin, analizando, elaborando, proyectando, los “cambios temporales” que se suceden con una revolución.
Varias novelas de Andrés Rivera, como Nada que perder y El verdugo en el umbral, hacen mención a Trotsky, (lógicamente) como oposición al stalinismo, y como referencia indudable, en las décadas de 1980 y 1990, cuando arreciaba el speech (fukuyamista-neoliberal) del “fin de las ideologías”, de la revolución, en un claro desafío al “espíritu de los tiempos” que se vivían entonces. (Vale recordar también que un tío de Rivera –que aparece en muchos de sus libros–, Físhale, era trotskista.)
Laguna, novela de la norteamericanaBarbara Kingsolver, tiene a Trotsky como protagonista (“periférico”) en la historia del protagonista, un escritor, nacido en EEU.U., de padre yanqui y madre mexicana, que termina como “aprendiz” y secretario del matrimonio Rivera (Diego y Frida) y se enamora de Jean van Heijenoort, uno de los principales secretarios del revolucionario ruso.
En Las genealogías, la escritora mexicana Margo Glantz tiene a Trotskymuy presente: cuando ella caminaba por las calles junto a su padre, por cierto “aire” (tenía anteojos, barba en la perilla), oía decir: “Mira, ahí van Trotsky y su hija”.
También está El profeta mudo, novela (hasta hace poco inédita) del escritor centroeuropeo Joseph Roth. Y a todo esto hay que sumar la (megafamosa) novela El hombre que amaba a los perros, del cubano Leonardo Pardura.
3.
Junto a esto no podemos dejar de mencionar los textos que produjeron el ensayista y sociólogo Eduardo Grüner, “Trotsky, un hombre de estilo”, y el escritor y crítico Noé Jitrik, quien nos ha dado unos 5 o 6 textos los últimos años, en muchos casos tomando como referencia o disparador publicaciones del CEIP “León Trotsky” y Ediciones IPS: Mi vida, la biografía de Lenin y El caso León Trotsky, entre otros.
Para finalizar podemos sumar un texto más: un capítulo sobre la “cuestión judía” en la autobiografía del escritor, ensayista y crítico George Steiner –llamada Errata–, quien, contra “la barbarie, la estupidez y la ignorancia” propone recordar un fragmento de “un tal Liev Davidovich Bronstein (también conocido como Trotsky). Un texto escrito en el fragor de batallas” “encarnizadas”:
“El hombre asumirá como propia la meta de dominar sus emociones y elevar sus instintos a las alturas de la conciencia, de tornarlos transparentes, de extender los hilos de su voluntad hasta los resquicios más ocultos, accediendo de este modo a un nuevo plano […]
El hombre será inconmensurablemente más fuerte, más sabio y más sutil; su cuerpo se tornará más armónico, sus movimientos, más rítmicos, su voz más, melodiosa. Los modos de vida serán más intensos y dramáticos. El ser humano medio alcanzará la categoría de un Aristóteles, un Goethe, un Marx. Y sobre este risco se alzarán nuevas cimas.”
Lo que cita Steiner es el final del libro Literatura y revolución, donde Trotsky proyecta, imagina, cómo será la vida del ser humano, una vez acabado el capitalismo –una vez terminado el régimen de explotación asalariada–, en la sociedad comunista. Un “sueño” de una gran potencia, que ha sido destacado una y otra vez –por ejemplo en la conocida trilogía biográfica de Isaac Deutscher– por su belleza y fuerza imaginativa.
Y cierra Steiner el capítulo que citamos diciendo: “Absurdo. ¿Verdad? Pero un absurdo por el que vivir y morir”. |