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4 de febrero de 2024 Twitter Faceboock

Ideas de Izquierda
Las heridas abiertas de los refugiados palestinos en Líbano
Santiago Montag | @salvadorsoler10

Esta crónica recopila historias recolectadas en campos de refugiados palestinos para ilustrar su situación en Líbano, el país de los cedros. La idea es acercarnos a las consecuencias contínuas de la limpieza étnica sufrida desde 1948 cuando Israel expulsó a la fuerza a cientos de miles de palestinos. El impacto de la cuestión palestina modificó toda la historia reciente libanesa. En estas estrictas líneas nos sumergimos en Burj el Barajneh, Sabra, Shatilla y Beddawi para conversar con refugiados viejos y jóvenes.

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Un poco de contexto

En Beirut el ambiente está denso. Desde que Israel asesinó con un drone a Saleh al- Arouri un alto dirigente de Hamás y comandante fundador de su ala militar, las Brigadas Izz ad-Din al-Qassam, las tensiones internas se reavivaron. La caza de espías está activada, así que los forasteros son sospechosos. Los medios de comunicación sólo transmiten la situación de guerra en toda la región. Desde que comenzó la masacre en Gaza, se habilitaron ataques de los hutíes de Yemen a barcos norteamericanos, británicos e israelíes, los bombardeos iraníes en Erbil (el Irak kurdo) y se profundizaron de bombardeos turcos contra el Kurdistán.

Los combates entre Hezbollah [1] y el Estado de Israel se intensifican en la frontera. Por su lado, Israel bombardea sistemáticamente aldeas y pueblos al sur del río Litani, a pocos kilómetros de la frontera. Por su lado, Hezbollah solo ataca objetivos militares, y no quiere encender una guerra que involucre a todo el país, pues ha tardado décadas en obtener el poder actual dentro del Estado. El país tiene características exclusivas. Lo de Gaza es un rocío que enciende los colores de la delicada situación interna. Hoy atraviesa una crisis política (no tienen presidente desde hace un año y medio) y económica desde 2019 (no hay reservas en dólares, la devaluación es extrema). Pero en particular a los palestinos refugiados se les remueve una herida abierta desde hace 75 años.

En Líbano, los palestinos viven prácticamente en ghettos. El contraste entre los campos de refugiados con el resto de Beirut es drástico. Los márgenes están bien demarcados en términos sociales. La pobreza no solo se observa, se huele, pero sobre todo invade. Gente reunida en las esquinas, en los negocios, el tráfico sobre la avenida Iman el Khomeini es abrumador y desordenado. Aunque todo parece normal, los ojos se posan en los extraños. Pues allí rigen otras reglas, otras leyes, y otro gobierno.

La Torre de Torres

La entrada de Burj el Barajneh está bien vigilada por la seguridad propia. Una vez que se entra, el Estado libanés no tiene jurisdicción allí. El imponente mural de Yasser Arafat que da la bienvenida a los visitantes está acompañado de banderitas amarillas, las de Al Fateh, marcando otra forma de apropiación del territorio [2]. Los edificios alcanzan los 4 o 5 pisos de altura, uno por generación de familias. La construcción irregular es parte de la identidad del campamento permanente fundado en 1948 por la Cruz Roja. Ubicado en Beirut, Burj el Barajneh (o la Torre de Torres) es uno de los campos de refugiados más grandes. Unas 30.000 personas viven hacinadas en un kilómetro cuadrado, entre ellos hay unos 15.000 refugiados sirios.

Hassan nació en 1949 en una cueva en el sur, su madre estaba sola esa noche. Sus padres habían escapado de una de las aldeas palestinas durante la Nakba en 1948, la catástrofe que los desarraigó forzosamente de sus raíces. “Muchos de nosotros nacimos en cuevas en aquellos días, no soy el único”, cuenta sonriendo con naturalidad. “Todavía me acuerdo cuando empecé a ir a la escuela en el campo de refugiados de Nabatieh, los israelíes lo destruyeron en 1974, no quedó nada, eran todas casitas bajitas de materiales muy frágiles”. La Fuerza Aérea israelí apuntó contra Nabatieh y otras aldeas por ser base de grupos guerrilleros de la OLP en aquellos años [3].

Ese mismo día Hassan perdió a su padre por los bombardeos. “Nos turnábamos para atender el puesto de comida, ese día él se quedó en el negocio y yo me fui a la escuela cuando vinieron los aviones”. Tras la primera bomba Hassan quedó inconsciente durante 4 horas, hasta que despertó, no entendía que pasaba, pensaba que estaba en un sueño, los bombardeos seguían. “Empecé a correr hacia donde había casas sin destruir, pero seguían bombardeando, era muy chico, me quedé solo hasta la noche, mi mamá y mis hermanos se habían ido a otra aldea. Mi tío me encontró, me llevó a ver a mi papá. Solo quedaba un pedazo del torso que estaba tapado al lado del resto de los cuerpos”. La mayoría fue desplazada al campo de Ain el-Helwe en Sidón. El campo de Nabatieh solo existe en el recuerdo de sus antiguos habitantes.

La Nakba [4] es un concepto perpetuado como parte de la identidad entre los refugiados palestinos dispersos por Siria, Jordania y Egipto, entre otros países. La población actual refugiada se estima en 6 millones de palestinos a nivel mundial. Pero las estadísticas son engañosas, muchos adquirieron nacionalidades distintas para integrarse en otros países y tener una vida lo más decente posible. Particularmente en Líbano son uno 500,000 distribuidos en 12 campamentos, (aunque se fundaron 15 de los cuales 3 fueron destruidos totalmente por bombardeos israelíes entre 1971 y 1982). Hassan había perdido la cuenta de cuantas veces se había desplazado. “No tenemos un hogar, es la constante espera para volver a casa, mi hermano logró viajar una vez Palestina para conocer nuestra tierra, llegó a la casa de nuestro padre y ahí estaba, igual que en la foto, pero habitada por una familia israelí.”

Cientos de miles de palestinos fueron expulsados en 1948 por Israel a punta de fusil y masacres. Para resolver provisoriamente el problema de los refugiados se creó el Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Cercano Oriente (conocida por sus siglas UNRWA), el cual debería proveer de servicios básicos para los refugiados como educación, tiendas, etc, según el Convenio de Ginebra para el tratamiento de los refugiados de guerra. Este organismo profundamente deficiente, “es el único de la ONU financiado por donaciones de individuos y países. Está en proceso de desgaste, ya que muchos países han comenzado a boicotearlo, poniendo en riesgo la delicada contención social que recibimos” cuenta Mustafa, dirigente de Al Fateh de aquellas tierras.

A metros de la entrada de Burj el Barajneh hay un centro educativo llamado Al Naqab, como el desierto al sur de Palestina. Está abierto a todos los jóvenes del campamento para actividades culturales como ciclos de cine-debate, talleres de lectura y una escuela primaria. Ahmed y Mohammad entrenan a unos chicos de 10 a 12 años para jugar en las ligas de fútbol dentro del campo. Un día lluvioso no impide la sesión de entrenamiento. Todos asistieron a entrenar, disfrutando la mañana pateando la pelota sus únicas dos horas semanales. Pues esta es la única cancha de Burj el Barajneh. En el equipo hay muchos refugiados sirios que nacieron en el campamento, hijos de desplazados durante la guerra civil en ese país en 2012 hasta la actualidad, que incluyó luego el surgimiento del Estado Islámico y la intervención de potencias mundiales. Messi y Ronaldo son las estrellas favoritas. Real Madrid y Barcelona son los clubes soñados por los chicos. “¡Mi sueño es ser como Messi!”, dicen “¿Conoces a Messi? ¡Mandale nuestros saludos!”.

Lo que pasa en Gaza lo viven en las tripas. Pero los entrenadores del Centro Al Naqab –donde también funciona una pequeña escuela y una biblioteca popular– hacen los imposible para que los chicos tengan un espacio de recreación y cariño en medio de la difícil vida que llevan. A pocos días del asesinato de Saleh Al-Arouri, el segundo de Hamas, la tensión electrifica el aire. Es imposible sacar fotos por las calles o entrar a los campos sin permisos.

La sangre de Sabra y Shatilla

En la puerta de Shatilla esperaba Ali. A sus 68 años, ya retirado, recibe una pensión por sus años de servicio en la UNRWA como ingeniero electrónico, la plata no alcanza y hoy vive el día a día. Él conoce de cerca uno de los episodios más sangrientos de la región: la masacre de Sabra y Shatilla, dos campos de refugiados palestinos [5]. Ocurrió durante la guerra civil libanesa que se prolongó entre 1975 y 1990 con varias etapas internas [6], pero solo nos centraremos en este capítulo que quedó inmortalizado en la película “Vals con Bashir”

Tras la expulsión de Jordania en 1971, la OLP desarrolló un alto control territorial en el sur del país de los cedros [7]. Allí hicieron buenas relaciones con los partidos de las comunidades chiítas, sunitas y drusos. Pero a los cristianos maronitas les prendió varias alarmas, pues la influencia palestina estaba creciendo rápidamente. Si los palestinos llegasen a integrarse a la sociedad libanesa, podría cambiar la composición religiosa del país, y por ende el balance de poder [8]. Las tensiones llegaron al máximo hasta que comenzaron los combates entre la Falange Libanesa junto a las Fuerzas Libanesas (apoyadas por Israel) y la OLP, con el apoyo del Movimiento Nacional Libanés (una formación que agrupaba a los partidos musulmanes, drusos, y la izquierda).

Ali vive en Shatilla desde hace décadas. Es de los pocos palestinos que estudiaron en el exterior, pero decidieron quedarse a resistir. Con una vida de escape de la muerte nos cuenta sobre la masacre que tuvo lugar entre el 16 y 18 de septiembre de 1982 por dónde entraron los israelíes con tanques, dónde se posicionaron los soldados para rodear el lugar y dónde estaban las trincheras de los pocos guerrilleros que quedaban. Pues ya la OLP había sido derrotada militarmente habiendo acordado exiliarse a Túnez. “La idea de Israel era impedir que no escape ni un espíritu mientras la Falange Libanesa [conocida como al Kataeb, liderada por Bashir Gemayel] hacía el trabajo sucio”.

“Aquí masacraron alrededor de 3,000 personas con machetes y enterrados en esta fosa común”. Hoy donde yacen los muertos hay solo pasto, polvo y basura del mercado que está sobre la avenida. Hay una tumba simbólica y un cartel de memoria donde los chicos juegan al fútbol a falta de parques y espacios recreativos. Aún están visibles las trincheras de la resistencia de aquellos días. Agujeros en las paredes, los hospitales convertidos en refugios, y una población abandonada por el mundo pero que mantiene las esperanzas de retorno. La ONU calificó de genocidio aquella masacre.

Con Gaza bajo las bombas, se remueve la ulceración de la masacre, pero sobre todo se avista la revancha de los desplazados. En efecto, el contexto es adverso. El control que ejercen las facciones palestinas, sus diferencias internas y su relación con el Estado libanés, ponen en un lugar difícil a los palestinos para luchar por su derecho al retorno. Por ahora mantienen viva la conversación en las calles y mercados. Fariz, un joven de 25 años vendedor de frutas, dice que han hecho manifestaciones en apoyo a Gaza, una fue realmente grande desde los campamentos hasta el centro que duró horas, pero desde entonces no se han organizado actividades de ese tamaño, “todos estamos esperando poder dar nuestra vida para volver”.

Recorrimos los estrechos pasillos del campamento de Shatilla, decorado con banderas de las facciones. Fuimos conversando de su vida, un archivo común a todos los palestinos. “Mira cómo está esto” decía sonriendo para no llorar, “como cuelgan los cables de luz, se mueren alrededor de 60 personas por año por accidentes eléctricos”. Por encima de nuestras cabezas se extendía una telaraña de cientos de cables de luz, internet y caños de agua, e incluso luces para iluminar las noches.

“¿Ves eso? –dijo señalando unas varillas blancas– Son luces, hasta el año pasado había que usar linterna, ahora gracias a una ONG podemos caminar de noche”. Pero probablemente la luz sea de los menores problemas para ellos. “Por Ley no tenemos permitido trabajar, por supuesto uno se la rebusca, pero que no te agarren afuera del campamento”. Esta es la herencia de la guerra civil, que dejó un fuerte desgarro social ubicando a los palestinos en una situación muy delicada. Viven una situación de discriminación constante.

Reina el desempleo en los campos, las cifras de la OIT hablan de que sólo 2% tiene un empleo formal. El resto de la población está bloqueada por la Ley, que sólo le brinda derechos a quienes tienen nacionalidad libanesa. Ni siquiera le permite a aquellos que tienen profesiones como médicos o abogados ejercerla, están vedados. Tampoco pueden comprar terrenos o heredar propiedades. Su mundo está acotado a los campos de refugiados o abandonar el país.

Para peor, estos espacios ya urbanizados tras décadas de asentamiento allí, no pueden extenderse. Las familias crecen pero solo pueden construir hacia arriba cuando consiguen materiales, ya que el gobierno libanes tampoco lo permite. El lugar cuenta con varios estratos de edificaciones precarias, expresión de las generaciones que se fueron solapando en un área de 1,5 km2. Allí viven alrededor de 25.000 personas según el Comité Popular que administra el campamento (en este caso dirigido por al-Fateh). La vida es durísima. La ley no les permite trabajar fuera del campamento. Adentro hay muchos negocios pequeños. "Vamos a contar cuantas farmacias y doctores hay en nuestro recorrido" dice Ali... perdimos la cuenta.

En Shatilla hay un pequeño museo con cosas traídas de Palestina por los refugiados, con una pequeña biblioteca y en el medio una mesa con un tablero de Ajedrez. Ahí estaba sentado Hakim quemando tabaco con el rostro curtido por las décadas. Él era médico en el hospital de la UNRWA de Shatilla cuando comenzó la masacre. “A nosotros no nos van a hacer nada, dijeron mis compañeros, pero no quise esperar a ver y escapé” decía con mirada penetrante. “Mataron a todos mis amigos ese día con un hacha como esa que está ahí colgada”, agregó sin pestañear, a los ojos, sin quebrarse. ¿Por qué no lloró mientras lo decía? Dice el mito que los palestinos tienen los labios y ojos secos de tanto llorar a sus muertos.

“Lo que pasa en Gaza dicen que es un mandato de Dios”, seguía Hakim. “¿Será el mismo Dios que le dijo a Bush que había armas de destrucción masiva en Irak?”

El picado Norte

Tripoli es una ciudad fantástica, pero en declive. Está completamente abandonada por la gestión del Estado, pero a manos del Ejército libanés. Es una de las principales rutas de refugiados que parten hacia Europa embarcados en pequeños botes arriesgando sus vidas. Allí hay dos campos de refugiados palestinos que han crecido en población desde la Guerra civil Siria. Allí se han instalado muchos que han escapado por la guerra, entre ellos sirios y palestinos que abandonaron, por ejemplo, el famoso campo de Yarmouk.

Nahr el Bared, está completamente cercado por un “muro de seguridad”, tras haberse infiltrado un grupo salafista conocido como Fatah al Islam en 2007 que intentó controlar la ciudad asestando ataques de distinto tipo. Hubo un guerra localizada que desplazó a los palestinos que lograron escapar y ubicarse en Beddawi, el otro campo de refugiados norteño. Hoy viven alrededor de 30.000 palestinos en cada uno. El Ejército tiene rodeado a Nahr el Bared impidiendo la libre circulación mientras la población se pudre allí dentro.

La situación en la ciudad tiene sus particularidades distintas a las de Beirut. A Tripoli le dicen Tierra de Nadie. Las noches son realmente oscuras, no hay electricidad, muchas regiones están controladas por el narcotráfico e incluso se habla de que el Estado Islámico se reúne en los barrios sunitas (pues están a 10 minutos de Siria). Por eso en Beddawi, la entrada tiene un estrecho puesto de control coordinado entre las facciones palestinas.

El campo está profundamente politizado. Las banderas de los partidos políticos muestran la lucha política interna. Las amarillas son de Al Fateh; las verdes de Hamas; las negras de Yihad Islámica, rojas del Frente Popular por la Liberación de Palestina (PFLP), también Frente Democrático por la Liberación de Palestina (PDLP); y por allá una amarilla pero de Hezbollah, el partido político más influyente en el país. Son formas de mostrar presencia en el lugar. Además podían verse gigantografías de los mártires y líderes de cada agrupación. Por allá se lo veía a Yasser Arafat de Al Fateh, a Abu Obaida con su kufiyeh rojo en el rostro, el amado vocero de Hamás. Pintadas en árabe con los cánticos característicos de cada facción. Entre ellos el pequeño Layth se recuesta sonriendo sobre un mural de un líder de Hamás conocido como Muhammad Deif en Khan Yunis en Gaza. Las letras son un cántico escrito en árabe que versa: "Pon la espada contra la espada. Somos los hombres de Muhammad Deif" (حط السيف قبال السيف احنا رجال محمد ضيف).

Pero esto no fue siempre así. Beddawi era bastión de Al Fatah. Desde el 7 de octubre el crecimiento de la influencia de Hamas en los campos de refugiados ha ocurrido al ritmo de la resistencia en Gaza. “Las banderas verdes han proliferado”, cuenta Farid, un jóven diseñador gráfico. Pero hay críticas. La juventud se plantea cómo participar políticamente sin que sea el “camino del mártir”. Es difícil para ellos esquivar el férreo control de la política armada. “Los grupos armados deberían llamar a más movilizaciones, organizar a los refugiados, hacer una denuncia más profunda de nuestra situación, no solo en Gaza, nos estamos desmembrando acá adentro”.

En su barbería Farid recibe a todos sus amigas y amigos para charlar de política libremente. “El sionismo y sus amigos cuando abren la boca para hablar ya emiten violencia, respiran violencia. Nosotros queremos pelear contra eso, somos palestinos,siempre vamos a luchar. Pero queremos vivir, queremos construir para vivir, y el problema que estamos discutiendo cómo morir”.

Van 4 meses de masacres contra los palestinos en Gaza con más de 27.000 asesinados y cientos de miles fueron desplazados. Los refugiados están atentos. Ven la posibilidad de que Israel vuelva a invadir y a perder. Hezbollah organiza la resistencia y mantiene una alianza táctica con Hamas. Todo apunta a que si esto sucede los combates serán feroces. La esperanza del retorno a Palestina está grabada en los huesos.

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