“En una situación como la nuestra, más importante que intentar proponer soluciones es compartir las colisiones. Pensé que era lo más honesto que se podía hacer”, afirma Vladimir Safatle al final de su entrevista para Folha de São Paulo. Buscando un “alfabeto de colisiones”, Safatle señala que lo que queda de la izquierda es en realidad una “constelación de progresismos”, reviviendo una afirmación que viene haciendo desde hace al menos cuatro años. Para él, lo que se perdió en la izquierda fue la ambición de una transformación estructural de la sociedad “que presuponía una especie de igualdad en los procesos de producción y alguna forma de democracia directa (...) hoy no hay nada de eso”.
Al mismo tiempo, según Safatle, “La extrema derecha es hoy la única fuerza política real en el país, porque es la fuerza que tiene capacidad de ruptura, tiene estructura y cohesión ideológica”. Un día después de la publicación de esta entrevista, el 25 de febrero, vimos en las calles una importante movilización de decenas de miles de simpatizantes de Bolsonaro, que podría ser una muestra de la afirmación de Safatle. Pero la afirmación de que Bolsonaro “es la única fuerza política del país” sólo es cierta en un sentido limitado. Es cierto que, en la disputa entre el bolsonarismo y el Frente Amplio liderado por Lula, sólo el primero “tiene capacidad de ruptura” y “cohesión ideológica”, como dice Safatle. El Frente Amplio de Lula-Alckmin, por definición, no podría tener cohesión ideológica; incluye sectores de la derecha, gran parte del capital y partidos que incluyen la base de Bolsonaro. Como tal, no apunta a una “ruptura” en la izquierda, ni siquiera a reformas o a una reversión del legado de los gobiernos de Temer y Bolsonaro. Por lo tanto –y esto es lo más cierto de la afirmación de Safatle– no puede conducir al desarrollo de una fuerza política propia, sino, una vez más, al fortalecimiento de la propia extrema derecha.
Sin embargo, esta definición deja de lado un aspecto fundamental de la realidad brasileña y, por lo tanto, puede llevar a una conclusión unilateral. La reciente demostración de fuerza de Bolsonaro solo puede entenderse mejor como parte de una correlación de fuerzas, de modo que, en lugar de unilateralizar la fuerza de Bolsonaro, vemos también que el país está marcado por fuerzas bonapartistas y autoritarias en el poder judicial, con el STF (Supremo Tribunal Federal) desempeñando un papel cada vez más destacado, y un gobierno del Frente Amplio fortalecido. Que Bolsonaro pida amnistía, y sin excesos, expresa lo contrario de la capacidad de actuación rupturista y antisistémica que siempre lo caracterizó, sino más bien un momento político de “Frente Amplio” en el país. La inmensa ofensiva policial y judicial contra Bolsonaro atestigua este momento político. La operación de búsqueda y captura, que involucró a su entorno y a varios generales, es una imagen de la actual correlación de fuerzas. Frente a las especulaciones que podrían llevar incluso a su arresto, Bolsonaro ha llamado a su base social para intentar contener esta ofensiva. Sin este análisis, la impresión es que nada ha cambiado desde que Bolsonaro dejó el poder.
Este proceso está teniendo lugar mediante la aplicación de programas cada vez más neoliberales por parte del gobierno Lula-Alckmin. Como si un golpe institucional y el encarcelamiento arbitrario de Lula no fueran suficientes para impulsar reformas antiobreras contra los pobres, cuando el gobierno de Lula volvió al poder, no sólo no anuló esas reformas, sino que aplicó un Nuevo Techo de Gasto. Safatle señala críticamente que “Necesitas fortalecer tu polo. Necesita consolidar su polo como fuerza productora de alternativas. No va a funcionar jugar a ver quién administra mejor las crisis del capitalismo, como no funcionó en Argentina [donde el ultraliberal Javier Milei derrotó al candidato de la izquierda en las elecciones presidenciales]. Esto refuerza el retorno de la extrema derecha”.
Ciertamente, consolidar un polo como fuerza para producir alternativas programáticas y no jugar al juego de “quién gestionará mejor las crisis del capitalismo” es una cuestión decisiva. De lo contrario, se fortalece el camino hacia la extrema derecha, como señala Safatle. En el caso de Argentina, vale la pena subrayarlo: Milei no derrotó “al candidato de la izquierda” como señala Folha, sino al candidato peronista/kirchnerista que era también el candidato del FMI, es decir, el candidato de los planes de ajuste, el que buscaba “administrar mejor las crisis del capitalismo”, y fue derrotado por la desilusión que esa misma política generó en las masas populares argentinas, con el gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner que dejaron a Argentina con una inflación bárbara sobre las espaldas de la clase trabajadora.
Esta búsqueda de “gestionar el capitalismo” es lo que hemos visto en Brasil desde que el PT llegó al gobierno. El PT es catalogado de “izquierda” por Bolsonaro, que despotrica contra un partido de origen obrero, por su relación con los movimientos sociales, feministas y antirracistas, pero a pesar de este origen, el PT es un partido de orden. En las últimas semanas, hemos visto a Lula abrazar al bolsonarista Tarcísio de Freitas, que está privatizando los bastiones de los servicios públicos en São Paulo, con el gobierno federal financiando parte de las obras vinculadas a estas privatizaciones con inversiones del PAC (Programa de Aceleración del Crecimiento). El mismo Tarcísio que está desplegando su policía para matar brutalmente a la población negra en la Baixada Santista, alentado por la ley orgánica de policía sancionada por el gobierno Lula. Son innumerables las relaciones y pactos, que expresan un vínculo orgánico con los mismos intereses burgueses que apoyan al bolsonarismo, en esta forma de gobernar del Frente Amplio. ¿Cómo no darse cuenta de que esta política fortalece al bolsonarismo cuando Tarcísio de Freitas luego va a la Avenida Paulista a abrazar a Bolsonaro y defender a este canalla y su proyecto?
De hecho, una cuestión a señalar es que las organizaciones políticas de izquierda que buscan actuar como fuerza auxiliar del PT en la tarea de “gestionar mejor las crisis del capitalismo” han tomado constantemente como leitmotiv la idea de que Bolsonaro es hoy una fuerza preponderante en el país. Para ellos, esta sobresimplificación de la extrema derecha sirve al propósito de subordinarlo todo –renunciando a cualquier programa de ruptura con los ajustes capitalistas, que reordenaría el tablero político en términos de lucha de clases– al objetivo de “derrotar a la extrema derecha”. Este objetivo se lograría a través del Frente Amplio, que prohíbe cualquier política anticapitalista regeneradora de la izquierda. Es necesario superar este círculo vicioso. La proporción correcta en la evaluación de la fuerza del bolsonarismo contribuye a una visión menos unilateral que vea el verdadero peso del régimen del Frente Amplio y sus instituciones, sus acciones contra la clase trabajadora y los oprimidos, y la necesidad de presentar una propuesta político-programática que no sirva para fortalecer a nuestros enemigos y pueda asumir los problemas estructurales del país, como señaló Safatle.
Por lo tanto, si hablamos de colisiones, como señala Safatle, ya no debería haber lugar para el discurso del “mal menor”. ¿Qué sustenta esta conciliación? También el chantaje de que cuestionar el orden del Frente Amplio supuestamente abriría espacio a la ultraderecha, cuando en realidad, frente a nuestros ojos, es el propio Frente Amplio el que tiende la alfombra roja a los partidarios de Bolsonaro: “Si Lula no lo cree, hasta traerá a Tarcísio al Frente Amplio”, dijo Boulos, que celebra tener como vice a Marta Suplicy, una de las organizadoras de la reforma laboral, hasta hace poco secretaria de Relaciones Internacionales del bolsonarista Ricardo Nunes. ¿Por qué los trabajadores que actualmente sufren las consecuencias de la reforma laboral deberían apoyar esta política? Cuando Safatle señala que estamos en un país dividido y escindido y que por lo tanto “no hay espacio para ciertos pactos que se realizaban antes”, hay que decir que en realidad “antes” estos pactos sirvieron para fortalecer a la derecha, no preservaron los intereses de nuestra clase y allanaron el camino para el golpe institucional y los duros ataques. Y es a raíz de esos pactos que hoy la izquierda que antes se presentaba como alternativa al PT, como el PSOL, se institucionaliza y pierde entonces su sentido de existencia como tal. Pero sigue viva en defensa de ese proyecto político de conciliación de clases. Cumple el papel de encubrir desde la izquierda este intento de gestionar mejor las crisis del capitalismo.
Pensando todavía en términos de colisiones, no es posible llegar a soluciones sin ver la fuerza del gobierno del Frente Amplio y del régimen político, con el peso del poder judicial y también del militar, como explicación de dónde está hoy la izquierda. Estas dos fuerzas anteriores fagocitaron a la izquierda. Subestimar la fuerza de la extrema derecha sería un error primario. Sobreestimar la fuerza de la extrema derecha parece un error que acaba sirviendo precisamente a quienes mantienen el statu quo del “mal menor”. Por lo tanto, es necesario sacar conclusiones de este proceso para comprender la fuerza y la cohesión, aunque temporal y no “ideológica”, también de estos enemigos que quieren imponernos tales ataques, como estamos viendo en la cuestión medioambiental, por citar uno.
Si en los últimos años no has oído a “la izquierda” hablar de la idea de “autogestión de la clase obrera” o de “autoorganización de la clase obrera”, es porque el nombre de "izquierda" se atribuye a las organizaciones que hoy han tomado este lugar del petismo, o bien se han subordinado a él con un papel accesorio en el gobierno, y se preparan para gobernar una capital del tamaño de São Paulo, después del desastre de Belém. Quieren repetir la tragedia griega de Syriza. En una São Paulo donde, buscando unir fuerzas con empresarios y hasta sionistas, no habrá absolutamente ningún protagonismo de los trabajadores, a pesar de cualquier trayectoria en los movimientos sociales. Por no hablar de la coalición parlamentaria anunciada por el PSOL en Pernambuco, no sólo con el partido del alcalde João Campos, el PSB, sino también con los republicanos, Tarcísio, Damares Alves y General Mourão.
Al mismo tiempo, está claro que la fuerza real capaz de derrotar todos los planes de ataques existe, pero la mayoría de las veces es contenida por las mediaciones burocráticas dirigidas por los mismos partidos que hoy están en el gobierno y que controlan los sindicatos. 2023 fue un año atípico en São Paulo, donde los trabajadores subterráneos fueron una fuerza política de vanguardia junto a los “sabespianos” (trabajadores del servicio de agua) y los trabajadores del CPTM (ferroviarios) en huelgas de nuevo tipo, articuladas conjuntamente, en diálogo con la población para enfrentar el plan de privatización de los bastiones de los servicios públicos de São Paulo. Esta fuerza muestra un camino de resistencia muy poderoso, pero ha sido contenida por las direcciones que se han organizado precisamente con el objetivo de controlarla. A partir de esto podemos plantear con propiedad la pregunta: ¿qué izquierda está muerta? Si nos referimos al PT y al PSOL, es cierto que esta izquierda ha “muerto como izquierda”, es decir, no representa ninguna alternativa, porque sigue una política que sólo puede fortalecer a la propia derecha.
Pero frente a estos dilemas, es posible y necesario insistir en una alternativa, que implica una batalla política y programática contra todas las miserias de una izquierda institucional que habla de socialismo los días de fiesta. Y el ejemplo de lo que ocurre en Argentina, planteado por Safatle, no sólo muestra cómo la política de conciliación de clases allanó el camino a Milei. También muestra el poder de la lucha de clases para enfrentarlo. Y una izquierda que, desde su fuerte inserción en la clase trabajadora, está impulsando esta lucha desde los lugares de trabajo y desde un parlamentarismo revolucionario, sin conciliación alguna.
Además de prepararnos para las batallas de la lucha de clases, tomando este ejemplo, también necesitamos reconstruir el imaginario socialista en términos de los elementos más constitutivos de la lucha por una sociedad socialista, para decirlo en palabras que trasciendan la idea de “igualdad”, que parece corta para nuestros tiempos. Volver a las perspectivas de la democracia soviética o pensar la planificación económica en consonancia con el desarrollo de la tecnología del siglo XXI serían retos al servicio de la “reconstrucción de nuestra gramática”, pero sobre todo se opondrían, en este contexto de lucha de ideas, a todo escepticismo.
Esfuerzos por señalar un proyecto de futuro, en el que pueda desarrollarse una nueva individualidad en el marco de la colectividad, de la autogestión de la vida colectiva, con otro tipo de tensión de voluntades, desinteresada y en la que el individuo se conciba a sí mismo en un cúmulo de posibilidades ofrecidas por otros individuos y por la sociedad; algo opuesto al individualismo burgués de la lucha abierta de cada individuo contra todos los demás, que Safatle ya ha identificado como la idea fuerza con la que el bolsonarismo ha ganado peso, incluso en sectores populares.
Es esencial reconstruir este imaginario en un momento en que la izquierda se ha entregado al proyecto de la conciliación de clases y de la administración del capitalismo, o en que el socialismo se identifica con la degeneración estalinista. Reconstituir estas experiencias a la luz de los últimos ciclos de la lucha de clases, sacando también lecciones sobre los procesos y sus direcciones, permitiría un debate programático y estratégico fundamental para una izquierda revolucionaria que sigue viva y que quiere unir a la clase obrera en una vía de independencia de clase para superar la vía de la conciliación que fortalece a la extrema derecha. Una intelectualidad crítica puede contribuir enormemente a ello. |